Hoy, la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, celebrado en este patio que tantos recuerdos nos trae, nos hace mirar a Cristo y desde Él a los sacerdotes, y desde aquí a todo el pueblo santo y sacerdotal.

La fiesta de hoy nos pone delante ese movimiento esencial de Cristo que consiste en seguir ofreciendo su vida a la humanidad.

Él no nos ha dejado solos. De hecho, antes de ascender al cielo nos dijo «yo estoy con vosotros todos los días hasta el final del mundo» (Mt 28, 20). Está siempre con nosotros, nos mira y está «siempre vivo para interceder» (Hb 7, 25) en nuestro favor.

Jesús introduce una revolución en la forma y la manera de relacionarse con Dios. Ciertamente este es un aspecto que aún nos cuesta entender, y para el que hemos de hacer siempre caminos de discipulado y purificación. Jesús nos introduce en el misterio del sacrificio y la entrega como eje de a vida.

Ya no es el hombre el que ofrece sacrificios a Dios, sino Dios quien se «sacrifica» por el hombre, entregando a la muerte por él a su Hijo unigénito (cf. Jn 3, 16). El sacrificio ya no sirve para «aplacar» a la divinidad, sino más bien para aplacar al hombre y hacerle desistir de su resistencia hacia Dios y el prójimo, y así dejarse de mirar a sí mismo.

Aquella oblación, la de Jesús, llena de contenido y abraza cada entrega que ponemos delante de la Cruz; da sentido a cuantas entregas se producen y las que desde aquel sacrificio se siguen produciendo.

Es lo que expresamos en la Eucaristía, de cuya institución nos habla el Evangelio proclamado (cf. Lc 22, 14-20), sacramento de esa gran corriente de donación incondicional de Jesús por todos, también por los que le traicionaban, y desde ella entendemos las claves de la fiesta de hoy.

1.-Necesitamos presentar hoy nuestra entrega. Es parte de la vida . No solo las entregas pequeñas de cada día, sino presentar de forma renovada nuestra «vida como entrega», cada día más depurada y discipular.

Algunos han insistido —y tienen razón— en que no hay vocaciones más importantes que otras. Pero sabemos que la donación del presbítero es una veta fundamental en la vida de la Iglesia. Configura la vida de todo bautizado alrededor del misterio de la ofrenda y la entrega de Jesús. Por eso la vida de cada cura es cauce, y tiene sentido, porque posibilita y descubre la entrega de cada bautizado y sacramentaliza la entrega de la Iglesia.

También la vida ofrecida sin rebajas ni escamoteos nos pone delante muchos aspectos aún sin purificar ni convertir. Son esas zonas de nuestras vidas que aún no hemos discernido o revisado. Cuando no hay ofrenda real, la vida del Evangelio se convierte en un maquillaje, la Eucaristía es solo un rito vacío, la Iglesia un espacio de poder, el otro un rival.

La continua conversión pastoral , desde el prisma de la entrega de Cristo sacerdote, nos desvela la necesidad de superar maneras y formas poco discipulares. Entre ellas el clericalismo, que a veces se nos pega como el polvo del camino , casi sin darnos cuenta, y que tiene que ver con una manera de entender la vida de la Iglesia en la que el presbítero se apropia del pueblo de Dios. San Agustín lo dice muy visualmente con la imagen de la lana y de la leche. Habla de los pastores que se apacientan a sí mismos. «Os bebéis su leche, os vestís con su lana y matáis a las mejor alimentadas, pero no apacentáis las ovejas. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis las heridas; no recogéis a las descarriadas ni buscáis a las perdidas, y las habéis dominado con crueldad y violencia. Al no tener pastor, se desperdigaron mis ovejas».

Respaldados con la oración de esta casa y del pueblo de Dios tenemos el reto de realizar una seria conversión pastoral, día a día, de nuestro ministerio, siempre desde el crisol de la entrega, del contraste y el acompañamiento del presbiterio. Nunca solos o encerrados, sino en clave diocesana.

2.-La entrega tiene como meta provocar la ofrenda de la comunidad cristiana que se nos ha encomendado. Nuestra tarea es ofrenda de la comunidad que animamos.

El sacerdote es consagrado para formar la comunidad cristiana allá donde es enviado. Nuestra tarea es animar que cada persona que Dios nos pone delante llegue a descubrir el sacerdocio común en el que todo bautizado vive y, desde esa vocación, podamos construir cada comunidad cristiana en clave de Iglesia en cada rincón de Madrid.

Queridos sacerdotes: no dejéis de renovar cada día este encargo. No somos dispensadores de servicios religiosos sino discípulos enviados a entregar la vida para que la comunidad cristiana sea reenviada a Dios en cada momento. Tenemos el reto de revitalizar y seguir animando nuestras parroquias y lugares de misión por medio de comunidades maduras, que caminen a ritmo de la sinodalidad que ofrece la comunión de la Iglesia.

3.-Hoy le damos gracias a Dios justamente por esto, por la fecundidad de este servicio que hemos podido prestar. ¿Qué es esa fecundidad? Hoy no estamos aquí reunidos porque celebremos éxitos; hoy estamos aquí reunidos en la medida en que, efectivamente, podemos decir con verdad que nuestra vocación es fecunda. Más allá de los éxitos o los fracasos, queremos hoy celebrar y dar gracias a Dios por tanta coherencia que hay en la vida de este presbiterio, por la limpieza de corazón que existe, por la misericordia con la que os acercáis a mucha gente, por la generosidad y la humildad del día a día. Por la amistad presbiteral.

Sabemos que Él es el único y Eterno Sacerdote, y sabemos que lo que nosotros podamos hacer solamente va a ser expresión de ese ministerio que Él quiso instaurar, y que solo tiene sentido en la medida en que estemos profundamente unidos a Él y a los hermanos.

«Os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios». Los ministros ordenados van a seguir siendo ciertamente centrales y necesarios, y su aporte va a seguir siendo un aporte crítico para una comunidad que tiene como fuente y tiene como cumbre de la vida cristiana la Eucaristía.

Por eso es que aspiramos a beber un día ese vino nuevo en el Reino de Dios. No olvidamos que ese es el elemento esencial de nuestro horizonte de trabajo y nuestra razón para seguir animados y alegres ante este don de este ministerio que es de la Iglesia, y que agradecemos al Señor.

Hoy pienso también en los sacerdotes que, por diferentes circunstancias, ya no ejercen el sagrado ministerio. Oro mucho también por ellos e invito a todos a recordarlos en la oración. Y por los sacerdotes que están pasándolo mal o sienten que han pedido las claves de la entrega que hoy celebramos . Oramos por ellos.

Que Dios nos ayude, agradecidos en este día en el que celebramos a Cristo, fuente del sacerdocio de la Iglesia, del sacerdocio de los laicos, del sacerdocio de las y los consagrados y, cómo no, también de los curas. Que Él nos siga bendiciendo, acompañando y también purificando ese deseo sincero que todos tenemos de entregarnos con verdad a este ministerio que se nos ha dado.

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