Homilías

Lunes, 20 noviembre 2023 10:24

Homilía del cardenal Cobo en la Jornada Mundial de los Pobres. Clausura congreso de Católicos y Vida Pública (19-11-2023)

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«Entra en el gozo de tu Señor». Se repite dos veces en el evangelio que acabamos de proclamar. No es una casualidad. Si estamos aquí es porque sabemos, y hemos experimentado, que no existe mayor gozo para cualquier persona que participar en la Vida plena que solo ofrece nuestro Dios a quienes saben que no son dueños de lo que tienen, sino que saben que lo que recibimos es regalo. 

Es verdad. Tenemos que dar cuenta de los talentos que hemos recibido. Tenemos que responder a título personal y, desde luego, también como Iglesia de Jesucristo, portadora de un precioso tesoro que debe ser comunicado al mundo. 

Sabemos que el Señor es exigente con lo que nos regala y critica de una forma muy especial la actitudde quien se deja dominar por el miedo y acaba enterrando el talento bajo tierra. Nuestro tesoro y principal activo es la lámpara de la fe que nos une a todos en torno al altar. Lejos de esconderla estamos llamados a ponerla en lo alto para que alumbre, como hace la luz, silenciosamente a veces, sobre la oscuridad, a los de casa y a los que anden más lejos de nosotros. 

Somos hijos de la luz. Esa es la alegría del Evangelio: la dicha de caminar por las sendas del Señor como decíamos en el salmo responsorial.

Una senda que, como subraya la Palabra de Dios de hoy, ya desde el AT se define rescatando la dignidad de las personas. 

Pero dicho esto, os diréis: vale, de acuerdo. ¿Cómo pueden iluminar estos textos que proclamamos todos los católicos de todo el mundo en este domingo nuestra vida y este concreto y encuentro de Católicos en la Vida Pública?

1.- Lo decís en el lema de este año: Evangelizar. Es la síntesis más acabada de las tres palabras anteriores: Vivir, Compartir, Anunciar

«La Iglesia existe para Evangelizar» decía san Pablo VI en Evangelii nuntiandi (EN 14).

Evangelizar es poner como Iglesia nuestros talentos al servicio del Reino. Supone empeñarnos en seguir anunciando a Cristo con la predicación infatigable de la Palabra,  sembrando con paciencia en nuestra cultura los valores del Evangelio. Sin eso, la vida pública puede convertirse en un mercadeo de intereses.

Poner a funcionar los talentos supone también celebrar los sacramentos y dar testimonio, prolongando los signos del Reino, particularmente aquel al que el Señor atribuye una primordial importancia: que los pobres sean evangelizados. Es lo que hoy celebramos en la Iglesia al unirnos a la Jornada Mundial de los Pobres. Ellos serán el criterio que nos digan si la evangelización va o no por buen camino. Sin ellos y sin abrirnos a la vida publica con misericordia misionera no avanzaremos. 

Evangelizar supone -lo decís muy bien- «vivir, compartir y anunciar». De este modo, podremos anunciar con amabilidad la Buena Nueva en todos los ambientes y transformar desde dentro a una sociedad que no podemos dejar parasitada por el desánimo, la crispación, la cultura del enemigo o el desplazamiento de culpas con el «y tú más».

Para ello, antes de mirar a nuestra sociedad, necesitamos mirarnos a nosotros como Iglesia. Como Iglesia estamos siempre «en construcción», y asentados siempre en la única e inamovible piedra angular que es el Señor Jesús. Urge convertir nuestra vida y nuestro corazón, y descubrirnos hermanos los unos de los otros; primero, dentro de la Iglesia, para poder extenderlo después fuera y testimoniar una Iglesia que sabe que los dones son del Señor, y que se une al ser convocada en una única misión. «Vivir, compartir y anunciar» lleva a reconocernos como Pueblo que comparte y vive del anuncio que hace. 

El encuentro de estos días, como tantos que tenemos como Iglesia nos lleva a valorar la importancia de caminar como «una, santa, católica y apostólica». Es en definitiva esta identidad la que hace que seamos una Iglesia sinodal que convoca a la comunión, la misión y la participación.

Por eso, como nos pide el Papa, acoger la sinodalidad es la forma de dar cuenta juntos de los valores recibidos. La sinodalidad es la forma en que la Iglesia realiza y expresa como somos comunión y cómo expresamos nuestra participación como asamblea -también sacramental- que hace corresponsables a todos los bautizados de su misión evangelizadora.

2.- Desde aquí afrontamos este encuentro que habéis tenido, y que se enmarca en la tarea que tenemos de querer arriesgar los dones recibidos para afrontar «el drama de nuestro tiempo» que, como decía Evangelii Nuntiandi, es «la ruptura entre Evangelio y cultura» (EN 20). 

Todo lo que podamos inventar creativamente para superarlo será poco. El mundo necesita la música de nuestra Iglesia, pero sonará así si lo hacemos apostólicamente: dejándonos armonizar por la batuta sencilla del Santo Padre, a quien San León Magno llamaba el «culmen del Apostolado». Si no es así, la melodía preciosa del Evangelio que necesita nuestra vida pública se convertirá en un guirigay inaudible.

Vivimos tiempos recios para la vida pública de la fe, tanto por los embates del laicismo como por las apropiaciones indebidas y las distorsiones fundamentalistas o sectarias del Evangelio.

Los emocionalismos descontrolados, los intereses externos que quieren teledirigirnos, o los partidismos desgajados del bien común, no deben encerrar a la Iglesia en etiquetas o imágenes escoradas y mundanizadas.

Ante quien busca lo que divide en primer lugar, ante quien utiliza las leyes para intereses de parte, habrá que responder ofreciendo juntos los talentos recibidos del mismo Dios. Es urgente aprender a compartir con humildad esa visión que brota del Evangelio, admitiendo que son muchas y variadas sus realizaciones, siempre que sus principios broten de la fe discernida y compartida. Como decía el papa Benedicto XVI: «A un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasión y donde sea posible, independientemente de estrategias y programas de partido. El programa del cristiano -el programa del Buen samaritano, el programa de Jesús- es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia (DCE 31b).

3.- Por eso sabemos que en estos tiempos complicados nuestra misión es proponer nuestra voz de forma significativa pero amable en el debate público, de manera que ayude a convivir, a reconocer el bien común, a proyectar los valores morales del Evangelio, acogiendo siempre la dignidad humana y la cultura de la vida. 

Y seguiremos proponiendo con el testimonio ese horizonte que siempre nos ha caracterizado: la realización de la unidad del género humano en Dios. No olvidamos que la revolución del cristianismo consistió en afirmar que los pueblos podían evitar un enfrentamiento hostil proveniente de la conciencia que cada uno de ellos tenía de su propia individualidad cultural, abriéndolos a una fraternidad y a una dinámica colaborativa que bebe de la Paternidad de Dios.

«Entra en el gozo de tu Señor»: a una mesa común y compartida con los pobres y con quienes han arriesgado los talentos y saben que sus frutos vienen de Dios y no de sus fuerzas.

Queridos amigos: Nuestra responsabilidad es ayudar a que el Señor sea escuchado, acogido y convertido en el centro de la vida de nuestros contemporáneos... Ojalá que el mundo actual -que busca unas veces con angustia y otras con esperanza (cf. EG 199)- pueda acoger la propuesta cristiana a través de santos y santas incansables, portadores del tesoro de un Dios Amor que viven, comparten y anuncian. Amén.

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