Homilías

Viernes, 29 marzo 2024 10:52

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa en la Cena del Señor (28-03-2024)

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Queridos hermanos, obispos don Juan Antonio y don Jesús, Deán de la catedral, Vicarios Episcopales, rectores del seminario que estáis aquí, seminaristas y hermanos y hermanas. Jesús, en este último tramo de su vida, en la última noche, en la Última Cena, es consciente que todo va al Padre y este es un momento que él decide de forma especial estar con los amigos.

Juan nos dirá: “Ya no os llamo siervos - diciendo las palabras de Jesús - os llamo amigos”. Y es que, para entrar en este Triduo, para entrar en el Misterio de la Pascua a la que nos encaminamos tendremos que entrar con la llave de sentirnos amigos. Hoy, más que nunca, Jesús necesita amigos. Sobran siervos, jueces, ideologías o defensores estrictos de la ley igual que hoy sobran concejeros, repartidores de recetas y de teorías. Jesús necesitaba acompañantes, igual que hoy todos nosotros necesitamos acompañantes que se encarguen de las vidas, de nuestras vidas en su barro, que las cuiden, que las asuman y que estén a nuestro lado cuando desfallecemos.

Y no solo se necesitan discípulos solitarios. Hacen falta comunidades, cercanas que sean manos y caras de Cristo para quien se acerca. Comunidades que acojan y que nos acompañanen cuando nos desanimamos o cuando el clamor de las batallas, a veces parece que puede con nosotros.
Entrar hoy aquí, es para estar como amigos: esa es la clave. Jesús nos quiere enseñar lo que significa ser humanos y al mismo tiempo divinos y sin esquizofrenias. A los amigos, si así empezamos, Jesús nos enseña su Misterio y lo hace de forma concreta, se quita la túnica, se desnuda, se arrodilla, coge la jofaina y uno a uno se pone a lavarnos los pies. Es la imagen del cuidado, del abandono de los intereses propios y de hacer una opción radical hasta el final por servir. Así es él: vivimos en una cultura que absolutizamos el ego y el narcisismo parece que está normalizado. Todos los discursos nos invitan a priorizarnos nosotros: primero yo, hay que velar y cuidar por nuestra salud mental, nuestra salud emocional, hay que ser dueños de nuestro tiempo, de nuestra planificación, del autocuidado, de la autorrealización. Todo es “auto”. Auto-justificado y además bien argumentado.

Por eso en esta celebración podemos hacer una pregunta de verdad: ¿cómo puede una persona, en estas circunstancias, dónde se está tramando su traición a muerte, seguir dando ánimos a los suyos? En estas circunstancias se espera que sean los demás los que me den ánimos a mí. Sin embargo, Jesús saca una fuerza especial que le viene de la unión con el Padre y marcha en la dirección que el mismo Espíritu le da.

Ante la confusión o la desesperación, Jesús abre el corazón y lava los pies, sirve arrodillado. Todos nosotros estamos a medio hacer: tenemos miedos y muchos grises en nuestras vidas. Claro que todos podíamos hacer una lista de necesidades igual que los discípulos: necesito valoración, palabras amables, alegría, emoción, descanso, vivir en el amor… Jesús es plenamente consciente de que los discípulos necesitan de todo. Por eso, en el último momento, se pone con sencillez a servirles, a darles su vida, a darle lo que Él es ¿Por qué Jesús no se vuelve sobre sí mismo? Porque, nos descubre donde buscar la fuente, donde ir a lo fundamental en los momentos finales. Porque acoge como amigos y entrega lo que le queda: el amor hecho servicio concreto. Jesús, cuando se ve acosado como estos momentos, no se come a sí mismo, no se mira a sí mismo como el instinto nos dice.
Cuando se ve con problemas como en esta noche no está pendiente de cómo me salvo yo o cómo se hace lo que yo tengo pensado. Cuando se ve acosado, se entrega por amor. Darse hasta el final, para que el Padre se manifieste así. Dejar que le coman, para enseñar la desmesura del Padre. Dejar que le machaquen, para unir a Dios y a los hermanos en un abrazo de perdón desmedido.

Así, Él sabe que se cumple la voluntad de Dios y ese es su objetivo. El mundo mata para ganar, Jesús muere dando vida. Una pedagogía de amor que tenemos continuamente que aprender. Él nos ha hablado muy claro: “En el mundo tenéis tribulación, pero ánimo, yo he vencido al mundo”. No dice, tú puedes vencer, no.

Es Él que ha vencido. Es Él es el que cambia la historia y lo hace de rodillas ante cada uno, abriendo nuestra mente y nuestro corazón a esta forma de caminar en la vida. Por eso, este gesto se une a la eucaristía porque es la forma de venir a celebrarla. El lavatorio no es un gesto intimista y sentimentalista, es un gesto contracultural. El lavatorio expresa como entiende Jesús el amor y hace concreto aquello de “no he venido a ser servido, sino a servir”, de rodillas y desde abajo. No hay amor auténticamente evangélico sin que lleve al servicio gratuito y humilde: desde abajo y con los últimos.

Estamos, esta tarde, ante el Misterio revelador, no de lo que Jesús hace, sino de lo que Jesús es. No es un gesto ejemplarizador, es el corazón abierto de Jesús. Es un signo sacramental que nos conecta con la encarnación y anuncia la Eucaristía con un mandato: “Ahora haced vosotros lo mismo”. Y en este mandato nos encamina a una forma de vivir, de actuar y de comportarnos en el hoy de nuestra vida y de nuestras comunidades. Amor, servicio y humildad: esa es la forma de ser bienaventurados.

Ahora nos queda una pregunta: ¿quieres entrar en esta forma de vivir, de pensar y de salvar? El lavatorio nos invita a situarnos ante la vida y a la Iglesia continuamente nos invita a repensar cómo ejercer nuestra autoridad y cómo dar a conocer el modelo de Jesús, aquel que se quitó el manto y se puso a lavar los pies a sus discípulos. Esta es nuestra autoridad, esta es la autoridad de la Iglesia y nuestra forma de ejercerla: sin ponernos de rodillas no podremos ejercerla nunca. Es verdad que nunca lo haremos como Jesús, pero no renunciaremos a buscarla y a reflejarla, aunque sea parcialmente. Esta es nuestra forma de estar en el mundo.
En el Jueves Santo, Jesús instituye la eucaristía. Así es la mayor comunión y unión que podemos tener con Él. Si Él ha vencido, nosotros también venceremos con Él. Hoy lo que contemplamos es a un Señor que nos lava los pies, nos hace amigos y nos invita a que nos cale el gesto para que florezca, como floreció este gesto en la Pascua.

Comulgar hoy nos vincula a Cristo, pero también nos vincula unos con otros. Una comunión que nos introduce a todos en esta corriente de servicio en la que estamos unos y otros, aunque tengamos procedencias distintas, una comunión que vence el individualismo y una comunión que nos dice que este servicio lo haremos juntos, unos con otros, porque quien lava los pies a nuestro mundo somos junto como Iglesia. Jesucristo quiere seguir lavando los pies a través de su Iglesia unida, fraterna y servicial.

Jesús sabe que su muerte es para que triunfe el amor del Padre. Se lo había dicho, pero los discípulos no lo entendieron en ese momento. Fue necesario que este gesto se sembrara en ellos como nosotros esta noche. Que se siembre este gesto, que florezca en eucaristía. El Jueves Santo es el triunfo del amor fraterno porque hay uno que ya ha triunfado y todos en Él: dejemos y hagamos una eucaristía para que siga germinando en nosotros y Cristo siga sirviendo a través nuestro.

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