Homilías

Domingo, 31 marzo 2024 17:47

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa del Domingo de Resurrección (31-03-2024)

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Si algo hoy celebramos es que no hemos nacido para el sepulcro, somos semilla de algo nuevo que está naciendo. Hoy hemos escuchado que el coro cantaba el 'Victimae Paschali Laudes', alabanzas a la víctima pascual. Antes de Trento había muchas secuencias que se cantaban antes del Evangelio y el Concilio dejó solo las más importantes. La secuencia de hoy es del siglo XI y es un precioso diálogo con María Magdalena.

En la fortaleza de la mañana pascual se pregunta: “¿Qué has visto de camino María en la mañana?”. Y responde María: “A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudario y mortaja, resucitó de veras. Mi amor y mi esperanza. Venid a Galilea, allí el Señor aguarda, allí veréis los suyos la gloria de la Pascua”.

¿Qué has visto? ¿Qué has visto de camino María en la mañana? Hoy, Domingo de Pascua, toda la Iglesia se viste de blanco como un canto de alegría, de pureza y de transfiguración. El blanco, que hoy reviste este altar, es recuerdo de esta luz que Jesús dejó que traspasara a través de su cruz. Las heridas de los clavos y del costado se han convertido en este mañana en manantiales de vida eterna y en ventanas que iluminan la luz de Dios. El Cielo y la Tierra se dan la mano y se unen para cantar la victoria de Jesús, la historia y la eternidad se abrazan ahora. Nuestras fragilidades y nuestros miedos se diluyen en el abrazo que el Resucitado le da al mundo. Con María y con tantos otros de camino, hoy nosotros somos testigos de la Pascua y del paso de Jesús por nuestras historias, de un Jesús que es capaz de renovarlo todo como celebramos hoy con vuestro bautismo.

Definitivamente, es la fe de la Iglesia, la fe de aquellos amigos de Jesús que habían desesperado al verlo en la cruz y de repente son rescatados de sus sepulcros. Este es el fundamento de la Iglesia: la resurrección. No hay razón más poderosa que esta: sabemos que Jesús ha triunfado, definitivamente, sobre el dolor y la muerte. Verdaderamente ha resucitado. Hoy, cada uno con la vida que lleva, venimos aquí juntos y presentamos ofrendas de alabanza. Dinos María, como tú lo has visto, como tú dejamos un sepulcro cerrado con una gran roca a la entrada y cuando nos encontramos ante los sepulcros nos preguntamos cómo podemos quitarlos y quién puede hacer rodar la roca.

Quién de nosotros no ha sentido alguna vez en la vida el peso de alguna roca. A menudo nos parecen piedras que nadie puede quitar o en nosotros o en la sociedad o en la familia. Esta Pascua se da en un mundo concreto en el que su complejidad nos suena a sepulcro sellado. Tú, María, vivías en un mundo duro. Nosotros también en un mundo de sepulcro y losas complejas: entre los consumismos, la desigualdad, la invisibilización de la pobreza, la crispación y tantas cosas que llevamos a cuestas. Tú, María, ante el miedo al sepulcro no te aislaste y ni la losa te paralizó. Muy pronto en la mañana te pusiste de camino: no te aislaste diciendo que no había remedio o que “esto lo arreglen otros”. El amor te puso en marcha y caminaste. Danos la mano hoy María y dinos que, si vamos por amor al sepulcro, si los afrontamos por amor, también hoy Dios nos desbanca con la sorpresa.

Dejémonos que nos pregunte María qué es lo que hacemos por amor ahora, a dónde vamos por amor, el amor del auténtico. Ir a los sepulcros da miedo, pero allí viste María que Dios quite la losa. Solo viste eso y aparecen entonces carreras, iras y venidas al sepulcro. No es la solución rápida, sino el comienzo de una gran primavera. Es el inicio de todo para dejar que allí Dios nos rescate. Para dejarnos animar unos a otros con la fuerza de la fe, como Pedro al discípulo amado, como el discípulo amado a Pedro, como Magdalena a los discípulos, porque sin la comunidad la Pascua no crece.

Dinos María, qué viste y cómo eres testigo de Jesucristo en la vida de la humanidad, dinos que tenemos remedio y dinos que valió la pena estar junto a la cruz del Señor intentándole dar cariño y lágrimas. Dinos María, qué has visto y cuál es nuestra esperanza. Al pronunciar tu nombre, Jesús, experimentas que Cristo se queda y que podemos verlo, incluso hasta quisiéramos tocarlo.

Hermanos, Cristo está en tu vida, en tus desvelos, en tu levantarte por las mañanas y preguntarte si tendrá sentido el día de hoy, en cuidar a tus hijos, a los amigos, en abrir y cerrar a la parroquia, en el cansancio cuando no puedes más. Allí está Cristo. Cristo es Pascua y atraviesa todo sepulcro para dar luz a nuestro mundo por miedo de tanta gente que se está entregando por amor. Toda la gente que hace posible que la Iglesia siga adelante y que haya un altar preparado allí para cuando quieras, que haya alguien que te escuche o cuando necesites un abrazo.

Dinos María que podemos escuchar de forma nueva. “Ánimo, yo he vencido al mundo”, como dice el Resucitado. Porque Cristo se queda en todos los despojados, en los más pobres y en las víctimas. Dinos María, como la Pascua nos ha ido quitando corazas, disfraces, armaduras a todas y a todos, disfraces de lo que somos todos nosotros. La desnudez de Jesús en la cruz es el ícono de todas nuestras desnudeces. Pero Dios da una respuesta a ese cuerpo exhausto y lo cubre de vida.

El Dios, que nos ha regalado los labios para besar, el olfato para oler, el útero que engendra la vida, ese Dios que recoge el cuerpo de Jesús y lo vuelve a llenar de vida, como lo hizo con el barro de Adán, ese Jesús es el que viene a nosotros. Es Dios mismo. Dinos María, como esta mañana podemos decir a toda la gente que conocemos: Venid a Galilea, venid a nuestra Iglesia, ya hemos encontrado la clave de la vida, porque ahora nos toca a nosotros seguir tus pasos y reproducir los misterios de la Pascua desde el bautismo que hoy renovamos con vosotros y que recibimos un poco más. Hoy, somos todos convocados a tomarnos en serio la responsabilidad a recordar a nuestra humanidad que Dios resucita y siempre hace cosas buenas. Cada uno con la responsabilidad que tiene en sus manos, como padre o madre, como político o empresario, como educador, profesional, sacerdote. Somos convocados a dejar que Cristo resucite en nosotros juntos y a sembrar nuestra ciudad y nuestro mundo de esta noticia de resurrección.

Somos sembradores de esta semilla que se nos entregó en el bautismo y que hoy se nos regala de nuevo y queremos dejar crecer. Sembradores de esta resurrección. Regalos sí, cada uno de nosotros como la Magdalena, un regalo para nuestra Iglesia, un regalo porque tú estás tocado de la resurrección.

Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta. «¿Qué has visto de camino, María en la mañana?» «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudario y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!.

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