Homilías

Viernes, 27 octubre 2023 11:41

Misa en la catedral con el cardenal José Cobo (08-10-2023)

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Querido don Carlos, que tanto nos has acompañado y nos acompañas. Querido Jesús, como compañero y obispo auxiliar. Querido obispo Luis. Vicarios, sacerdotes, diáconos, miembros de la vida consagrada que estáis. Todos los que también os habéis acercado aquí. Un saludo especial a muchos que veo de la parroquia San Alfonso María de Ligorio que, con vuestro párroco, también habéis venido aquí, porque decíais que en Roma, ¿verdad?, estos días, estaba muy lejos y no podíais ir, y queríais estar también aquí. Gracias.

Hay muchos acontecimientos estos días en la vida de la Iglesia. Y, personalmente, así lo vivo. Muchos también venís a respaldar este nuevo servicio del cardenalato. Pero ante todo venimos a celebrar el misterio de nuestra fe, en el domingo.

Lo cierto es que yo, personalmente, lo vivo, esta etapa, como un momento para mirar más alto y sentir más intensamente lo que significa la Iglesia universal. Esto no es una subida, como algunos decís, sino que es una llamada a mirar a la viña del Señor, no desde un rincón, sino aprender también a mirar a la viña y mirar el trabajo del Evangelio; mirarlo desde los ojos de Pedro y desde esta responsabilidad de ayudar al Santo Padre, a Pedro. En definitiva, es aprender a sentir con la diócesis, pero no solo en la diócesis, sino con la grandeza de pertenecer a una Iglesia universal. Esa también será mi aportación a la vida diocesana: el unir, al servicio, a la preocupación de cada uno, unir también la mirada y el trabajo por la Iglesia universal. Una Iglesia donde todos somos necesarios y todos tenemos un lugar en la responsabilidad de que el Evangelio sea proclamado. Porque cada uno de los que estamos aquí somos radicalmente, desde nuestro bautismo, llamados también por Dios. Dios nos ha hecho un regalo. Un regalo que nos abre a la felicidad plena. Es la misión que Él nos ha dado. Y por esa misión, por ese regalo, nos da la capacidad de sentir la Iglesia. No solo pensar, sino también sentir la Iglesia. La Iglesia no es una sumatoria de diócesis o de comunidades, como si fuera un puzle. La Iglesia es una vida de comunión, que se hace en comunión y día a día. Dice el Concilio que la Iglesia única y universal, está verdaderamente presente en todas las Iglesias particulares, y cada una está formada a imagen de la Iglesia universal, de tal manera que la única y una iglesia católica existe por ellas.

Esto nos puede parecer muy complicado. Jesús lo simplifica. Y habla de la viña, para que lo entendamos todos. Un propietario plantó con todo el cariño su viña. Y hoy Dios, en definitiva, lo que nos pone delante es su viña, como una llamada y como esperanza a nuestro mundo, porque la Iglesia es misión de Dios también. Dios es el que trabaja en este mundo, porque ha dado la vida por su viña. Dios nos ha dado una tierra buena, que a veces descuidamos, o a veces, como nos dice el Papa últimamente en Laudate Deum, nos apropiamos de ella y se la quitamos a Dios. Dios nos ha dado una llamada y una Iglesia para trabajar en esta viña. Y ha derramado su mismo espíritu, su mismo espíritu, para que podamos sentir y vivir en ella. Y es el que nos hace capaces de escucharle, y de saber cuál es su voluntad. Esta es la viña. Esta es la viña que hoy Jesús nos pone delante. Que es más grande que nuestras pequeñas parcelas. Isaías nos dice con qué amor y con qué cariño, este agricultor bueno, entrecabó, la descantó y plantó buenas cepas. La cuida, porque es suya.

Por eso yo, hoy, que celebramos este domingo, os invito a mirar. Y a mirar hoy la Iglesia, no con nuestra mirada, sino intentar mirarla con esta mirada de Dios. Contemplar la Iglesia a menudo lo hacemos desde lo que nosotros creemos. Y eso es bueno. Pero hoy, ¿por qué no miramos la Iglesia desde los ojos de Dios? ¿Por qué no contemplamos nuestra Iglesia como Dios la mira? Estamos en un momento sinodal muy importante, y vemos cómo Dios nos está mirando. Un Dios que da su vida por la Iglesia. Que lo apuesta todo por nosotros. Y que la quiere profundamente. Y que hoy casi nos da la mano para decir: contempla la Iglesia, al menos hoy, como yo la contemplo, con el cariño y mimo que yo la contemplo. Porque, si así lo hacemos, inmediatamente nos entran ganas de trabajar en la viña. Porque, si así lo hacemos, desde ese amor de Dios recordamos la llamada que Él, en muchos momentos de la vida, nos ha hecho, para trabajar en su viña. Nuestro bautismo fue fuente de esa llamada. Y, en la historia de cada uno, ha habido muchos momentos en que hemos sentido esa llamada de Dios a trabajar en su viña. Es verdad que ha habido tormentas. Es verdad que ha habido momentos duros. Pero siempre ha estado Dios ahí. Siempre. Siempre ha habido mensajeros. Siempre ha habido momentos donde Dios nos ha dicho: merece la pena, me fío de ti, me fío de vosotros. La tentación es apropiarnos de la viña. Pero, ¿por qué no hoy, en la Eucaristía, le pedimos al Señor contemplar la Iglesia con sus ojos, y hablar de la Iglesia con los ojos de Dios, del enamorado por la viña, y mirarla desde Él?.

Por eso, al presentar a Dios esa mirada, yo os invito también a ponernos a la tarea. Y, como dice Jesús, dar los que Dios quiere, no los que a veces a nosotros se nos ocurren, por muy buenos que sean nuestras ocurrencias. Dios quiere que demos frutos. Dios está esperando sus frutos. Nos ha enviado mensajeros. Nos ha enviado al Hijo para decirnos qué es lo que quería. Ahí lo tenemos. Dios quiere dar frutos en su viña. Quizá hoy también, en esta Eucaristía, es un buen momento para salir un poco de nosotros mismos, y para ponernos con el dueño de la viña, a sus órdenes. Para dar los frutos que Él quiere. Aquellos viñadores, llegó un momento en que perdieron la referencia, y se creyeron que eran ellos los que tenían que poner los objetivos, y a dónde tenían que ir. Cuando trabajamos pero no le preguntamos a Dios, podemos apropiarnos de la viña, aunque nos cansemos mucho. El Sínodo así nos lo quiere hacer ver, y por eso empieza preguntando a Dios qué quieres de nosotros. No se trata de anunciarnos a nosotros, ni de traer gente a nuestros grupos; no se trata ni siquiera de ir a convencer para ser más. Se trata de que Jesucristo hable a través nuestro. Y de anunciar la buena nueva del Evangelio. Y que todos puedan escuchar su llamada.

¡Cuántas veces hemos puesto todos nuestros intereses por encima de los de Dios! ¡Cuántas veces nos sentimos identificados con aquellos viñadores! Por eso, os invito a mirar como Dios mira. A ponernos a sus órdenes, para dar los frutos que él quiere. Y,y en tercer lugar, os invito a no ir solos. En una viña, no se puede trabajar solo. Ni siquiera solo en pequeños grupos. En una viña, se trabaja construyendo pueblo y haciendo comunidad; aprendiendo a estar con otros en la viña; sabiendo que todos somos hijos, no propietarios, y sabiendo que Dios quiere un nosotros cada vez más amplio. En esta etapa sinodal, en estos momentos donde oramos, apoyamos y miramos sinodalmente, como lo está haciendo la Iglesia, nos ponemos en el disparadero de descubrir cuál es el plan de Dios para nuestro tiempo. Y queremos hacerlo en comunión. La comunión la empezaremos a hacer realidad a partir, como dice el Papa, de la escucha y del diálogo, y del discernimiento personal y comunitario. Por eso, es necesario que nos paremos en todos los niveles, para que nos tomemos tiempo, para preguntarle juntos a Dios: Señor, ¿qué quieres de nosotros? ¿Qué quieres de nosotros?.

Pues, queridos hermanos, esta es la viña. Estos son sus trabajadores. Estos son los hermanos que el Señor ha puesto en nuestro camino. Yo os invito a dar gracias, especialmente hoy. A dar gracias por esta viña, por la que Dios sigue dando la vida. A mirarla como Él la mira. A poner nuestras manos y nuestro bautismo a su disposición para dar sus frutos, los que Él quiere. Y hacerlo dando gracias por estos hermanos que Él ha puesto en nuestro camino para trabajar en su viña.

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