Catequesis

Martes, 18 octubre 2022 15:24

Palabras del cardenal Osoro en la vigilia de oración con jóvenes (7-10-2022)

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El lema de la Jornada Mundial de la Juventud va a ser Llevamos su alegría. Cristo vive, y a todos nosotros nos quiere vivos. Fuertes. Con capacidad para ser hombres y mujeres que damos una noticia, no de memoria, no con palabras, sino con nuestra propia vida.

Yo quisiera acercar a vosotros, a vuestro corazón y a vuestra vida, esta página del Evangelio que acabamos de proclamar. Me hubiese gustado, como lo hago siempre: con Nuestro Señor delante. Pero, bueno, hoy han cambiado el esquema. Creo que tiene sentido también. Por lo menos, 25 años me han dado resultado a mí haciendo lo mismo.

Tres cosas, o tres palabras, podrían sintetizar el Evangelio que hemos proclamado: mirados, concienciados y salvados. La página del Evangelio que acabamos de proclamar hace un instante nos ayuda a nosotros también a mirar hoy al mundo. Nos encontramos con los leprosos. En el fondo, el Señor hoy quiere hacernos mirar a una humanidad que está enferma, y que está necesitada de curación, y que solo la curación la puede hacer Nuestro Señor.

Mirados. Este es el grito de los leprosos al ver a Jesús: que los mire. Que los mire. «Maestro, ten compasión de nosotros». Puede ser también nuestro grito hoy: de tantas gentes, de tantos jóvenes también. Los leprosos representan en el Evangelio a los más marginados, a los más excluidos de la sociedad. En aquella sociedad religiosa de Israel, eran lo peor: lo que había que tirar y deshacerse de ello. Pero también hoy hay lepra en nuestra sociedad. Como os decía, los leprosos representan a esta humanidad que está enferma, que necesita de curación.

Observemos lugares diversos. Nos basta con ponernos viendo los telediarios y las noticias de radio o televisión, o las lecturas de los periódicos, para ver que la humanidad está enferma. Nuestro mundo vive, como todos sabéis, cerca de nosotros una situación dramática, como es la guerra de Ucrania. Nosotros hoy, como los leprosos, tendríamos que gritar a Jesús, y por eso venimos aquí esta noche: «Jesús, ten compasión de nosotros. Ten compasión de nuestro mundo». No acabamos de dar con lo que tiene que ser nuestro mundo, con lo que tienen que ser nuestras relaciones, con lo que tiene que tener el ser humano como capacidad fundamental para ver en el otro un hermano, y no un enemigo.

Sabéis vosotros que, en la mentalidad judía, los leprosos eran impuros por su enfermedad. Yo creo que tenemos que hacernos conscientes de la situación desesperada de muchos hombres hoy. Pero, en segundo lugar, tenemos que hacernos conscientes de que hoy hay nuevos leprosos. Nuevos marginados. Inmigrantes, prostitutas, refugiados, toxicómanos, encarcelados, ancianos… Y podríamos así seguir, con una lista mucho más grande. En la mentalidad judía, los leprosos, por su enfermedad, eran excluidos. Incluso, del acceso a Dios. La lepra era el exponente de la marginación social y religiosa más grande. La lepra como enfermedad contigiosa, por otra parte, era un peligro para la sociedad entera. Por eso, si os habéis dado cuenta, dice el Evangelio que cuando ven a Jesús «se pararon a lo lejos». El leproso estaba obligado por ley a avisar a gritos de su estado de impureza, para que nadie se acercase. En el fondo, tenían que decir «soy leproso», para que nadie se acercase a ellos.

Estos leprosos son conscientes de su situación desesperada. Y, ¡qué maravilla, queridos amigos!: descubren a Jesús. Sí. Y descubren en Jesús la posibilidad de superar la lepra. Por eso, al ver al Señor, dieron un grito: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». ¿Os dais cuenta de la fuerza que tiene esto? Esta sociedad nuestra y este mundo está necesitado de hombres y mujeres que sean capaces de suscitar, por su manera de vivir, por su manera de estar junto a los hombres, por los modos concretos que tienen de acercarse a los demás… tienen que suscitar también, o hemos de suscitar, este grito: «Jesús, ten compasión de nosotros».

No podemos seguir de la misma manera, queridos hermanos y amigos. Hoy en día hay nuevos leprosos, marginados de nuestra sociedad: emigrantes, toxicómanos, refugiados, los que viven en las cárceles, los ancianos que viven solos, las prostitutas… Tenemos que darnos cuenta de estas situaciones y estas nuevas lepras. Y de la necesidad y del grito que te dan, de alguna manera, para acercarse a ti. Os puedo confesar que de las cosas más bellas que vivo es cuando celebro la Misa en la cárcel, que voy bastante, gracias a Dios. Qué silencio, qué hondura, qué fuerza, qué capacidad tienen para escuchar la Palabra. Sin embargo, es cierto que Jesús nos hace ver también hoy las nuevas lepras, pero viene para que todos los seres humanos encuentren vida. Por eso, los leprosos gritan al Señor: «Jesús. Jesús, ten compasión de nosotros». Es el grito que da la gente. Es verdad que lo hace de formas diversas, pero es el grito. «Ten compasión de nosotros». Esa marginación es lo que les hace gritar. En su grito podemos ver hoy la expresión de angustia de tantos seres humanos que desean salir de la miseria, de su situación miserable. Y, con este grito, estos leprosos del Evangelio, como tantos otros que encontramos a nuestro alrededor, manifiestan una absoluta confianza en el poder de Jesús. Una absoluta confianza.

Mirad: en la celebración de la Eucaristía en la cárcel, el silencio que se da, la adoración que se vive, los cantos que realizan… es impresionante. Es impresionante. Manifiestan una confianza absoluta. Desean que Jesús elimine el obstáculo que a veces les ha privado del amor de Dios, y que les impide participar en el reino de la vida que solamente Dios anuncia.

Queridos jóvenes, me atrevo a haceros esta pregunta: ¿Vivimos esta confianza en el Señor? ¿Vivimos esta confianza? ¿Vivimos esta confianza que nos hace estar también en medio de los sufrimientos que hay? ¡Jesús, te compasión de nosotros! ¡Acércate a nuestra vida! ¡Libéranos! Y, sin embargo, es verdad que Jesús viene para que todos los seres humanos encuentren vida. Por eso le gritan al Señor, porque saben que quien da la vida es Jesús. ¡Ten compasión! En su marginación, lo que les hace gritar es el ver a Jesús. Y, en su grito, podemos ver hoy la expresión de angustia de tantos seres humanos que desean salir de una situación miserable. ¡Cuánta gente! ¡Cuánta gente desea salir!

Ciertamente, nosotros podemos expresar ante Jesús resucitado pues… lo que tengamos: nuestras angustias, nuestros deseos de salir… De todo aquello que puede ahogar nuestra vida, de todo aquello que puede cambiar nuestro corazón; que no son las palabras, ni son las ideas, queridos amigos: es la relación viva con Aquel que nos salva, que nos quiere, que está siempre activo en el secreto de todo ser humano. Esto es verdad. Podemos expresar nuestros deseos de salir. Y sabemos que quien lo puede cambiar todo es Jesús. El encuentro con el Señor es el que cambia todo.

¿Os habéis dado cuenta que el Evangelio nos dice que Jesús al verlos les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes»? Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Y es que la voluntad de Jesús se cumple siempre. Él quiere el bien. Quiere la vida de los hombres. Los leprosos quedan limpios. Pero, ¿por qué? Por las palabras de Jesús. Por la fuerza liberadora de Jesús. Nunca fue indiferente Jesús al sufrimiento humano. Nunca. Lo vemos en el Evangelio. Él se hace cargo siempre de las penas de los hombres. Que nosotros toquemos las lepras, las que hay en nosotros, y las de tantos seres humanos que gritan y que le dicen a Jesús también: «Jesús, ten compasión de nosotros». A veces, explícitamente, porque conocen a Jesús. Y otras veces piden algo: no sabrán a quién. Mostremos nosotros el rostro de Jesús.

De los diez leprosos, solo uno reconoce que la curación es fruto del amor de Dios. Los demás marchan: no se habían enterado. Este, se volvió alabando a Dios. En vez de presentarse a los sacerdotes, se vuelve a Jesús, a darle gracias. Los otros quizás fueron a sus casas, a sus trabajos, a la gente… Este vuelve a Jesús, para darle gracias. Y ahí está la pregunta de Jesús: ¿Oye, pero no han quedado limpios los otros nueve? ¿Dónde están? Y, si os habéis dado cuenta, ese que viene recupera la salud de verdad, porque Jesús le dice: «Tu fe te ha salvado».

¿Qué creéis que os salva a vosotros, queridos amigos? Queridos jóvenes. ¿Vuestra fuerza? ¿El ser jóvenes? Hay muchos, que vosotros sabéis, y los conocéis, que también viven en la angustia. Y viven en la debilidad.

El Evangelio nos habla de que la fe salva. No se trata de la curación alcanzada por los diez. Se trata de que uno precisamente que no es judío, que es extranjero, que es diferente, se abrió con todas las fuerzas al misterio de Jesús. Lo que salva es el encuentro con Aquel que es la fuente de vida.

Y a eso venimos todos los primeros viernes de casa mes. Hoy hace 25 años que llevo haciendo esto en las diócesis en las que he estado: Orense, Asturias, Valencia… Y el primer día que llegué a Madrid, en la primera Misa que dije, os invitaba a los jóvenes a reuniros, si esto era un domingo, el primer viernes de cada mes. Y, desde entonces, vengo haciéndolo. Solo he faltado un viernes, pero os di la catequesis desde Roma. Hablé desde Roma. Por fidelidad a vosotros.

El amor de Dios que nos muestra Jesús cura. Sana. Da vida. Mirad: cuando reducimos la vida a ir consumiendo bienestar, noticias, sensaciones nuevas… no es posible percibir a Dios como fuente de vida. Necesitamos descubrir la vida como don. La verdad no es algo: es alguien. Y ese alguien es Jesucristo, que nos reúne a nosotros aquí, esta noche. Es alguien. Cuando reducimos la vida, como os decía, a bienestar, a noticias, a sensaciones… no se percibe a Dios.

Queridos jóvenes. Mirad, como este samaritano, podemos también nosotros volvernos a Jesús, ahora. Cuando esté presente Jesús, y pongamos la exposición del Señor, volvámonos a Jesús. Está realmente presente en el misterio de la Eucaristía. Él está aquí. Con nosotros. No solamente nos habla como nos ha hablado en el Evangelio: es que va a estar aquí, junto a nosotros. Y como este samaritano, volvemos a Jesús nuestra vida. Y vamos a decirle esta noche: Señor, gracias. Haz que podamos vernos libres de toda lepra, y liberar de la lepra a los que tengamos a nuestro alrededor. De la que tengan. Purifica nuestro corazón. Este mundo necesita de hombres y mujeres que se dejen curar como estos diez leprosos. Que se dejen sanar. Pero no por cualquiera, sino por Jesucristo, Señor nuestro, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

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