Catequesis

Lunes, 08 enero 2018 12:31

Vigilia de oración con jóvenes (5-1-2018)

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Queridos amigos. En estas vísperas de la Epifanía del Señor acabamos de proclamar esta página del Evangelio que es la que se va a proclamar al día siguiente de la Epifanía, el domingo. Y nos recuerda el Bautismo del Señor. Pero el Señor hoy nos remite a la vida que Él nos ha dado también por el Bautismo. Sois hombres y mujeres nuevos. Y la novedad no es fruto de vuestras obras, sino fruto de la gracia de Dios y de esa vida que el Señor os regaló en el Bautismo: su propia vida.

Yo quqisiera que quedasen en vuestro corazón tres palabras: anuncia, hazlo con humildad y revela lo acontecido con pasión.

Anuncia. Qué palabras más bellas las de Juan, y con cuánta humildad las dice. Si os habéis dado cuenta... El Evangelio nos habla de cómo Juan proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo». Y el que puede más que nosotros está aquí, junto a nosotros, en el misterio de la Eucaristía. Aquel que Juan vio con sus propios ojos, nosotros también le vemos con nuestros ojos, en el misterio de la Eucaristía: al mismo Jesús. Al que murió y resucitó, ante nosotros. Hoy también nosotros podemos decir que puede más que nosotros. Es Dios. Que no merecemos ni agacharnos para desatarle las sandalias. Es el que ha hecho lo que existe, y el que ha entregado la novedad verdadera a este mundo, a esta tierra. Ese Dios que se ha hecho hombre, que durante este tiempo hemos contemplado cómo nacía en Belén, y mañana vamos a contemplar también cómo lo adoran los Magos. Mañana vamos a ver cómo los Magos, que representan a todos los hombres de todas las latitudes de este mundo creado, llegan a Belén guiados por la estrella. Guiados por esa necesidad que tenemos todos los seres humanos de encontrar la verdad y la vida. Encontrar dónde reposar nuestro corazón y nuestra existencia. De este, Juan Bautista pudo decir: «Viene el que puede más que yo». Y nosotros también lo podemos decir. Delante de nosotros está Dios, que se hizo hombre; Dios, que nos ha mostrado el rostro del hombre verdadero, el que tiene que tener si quiere hacer algo en este mundo, el que nos ha regalado a nosotros por el Bautismo, y el rostro verdadero de un Dios que tiene la decisión total y absoluta de querer acompañar al hombre en todas las circunstancias, y abrazar al ser humano en todas las situaciones en que esté.

Qué noticia más importante, queridos hermanos. Queridos amigos. Poder decir, en este día 5 de enero, en el inicio casi del año 2018, aquí, entre nosotros, que Dios nos acompaña. Que Dios está de nuestra parte. Poder decir entre nosotros que Dios nos ha dado su propia vida. Es verdad que lo hacemos con fuerza, con debilidad; con la fuerza que nos da Dios, que nos permite el Señor de contemplar su rostro y su vida. Y con la debilidad de unos hombres y mujeres que sabemos que nos caemos fácilmente, y que dejamos con facilidad las directrices y el camino que el Señor nos entrega y nos da… Pero es verdad. Dios nos ha dado a nosotros su vida. Su propia vida. Que el Bautismo que Juan daba era un bautismo de agua; era un intento de conversión y de llamar a la conversión para esperar al Mesías. El Bautismo que el Señor nos ha dado es darnos su propia vida, regalarnos su propia existencia, entregarnos todo lo que Él es. Todo.

Daos cuenta. El bautismo es un dato histórico real en la vida de Jesús. Es un momento clave en su vida. Jesús viene de Nazaret a Galilea para ser bautizado por Juan en el Jordán. Comienza por hacerse discípulo de Juan Bautista. Recibiendo su Bautismo, se ha colocado, y no le importa siendo Dios, en la fila de los pecadores. No siendo pecador. Y guarda cola como un hombre cualquiera. Hace la experiencia más profunda de su vida. Qué maravilla. Y escucha la voz de Dios: Tú eres mi hijo. Amado. Preferido. No sé si os habéis preguntado alguna vez qué sentiría Jesús cuando oyó aquella voz… Yo os pregunto: ¿Y qué sentis? Porque tenéis la vida de Jesús, como yo. Tenemos su propia vida. Y hoy el Señor nos dice las mismas palabras que oyó Él. Tú eres mi hijo. Mi preferido. ¿Qué sentís en vuestra vida? Escucha estas palabras del Padre. Llenas de amor. Y esta noche las oímos nosotros también, de parte de Jesús. Llenas de amor. De aliento ¡Qué ánimo da escucharlas, como las escuchó Jesús! ¡Qué ánimo!

Anunciad lo que sois. Decid lo que sois: hijos amados de Dios. Preferidos de Dios. Por la vida que el Señor nos ha dado a todos nosotros. Es verdad: a la Iglesia y al pueblo que hizo el Señor pertenecen hombres y mujeres de todas las latitudes de la tierra, de todas las razas, de todas las culturas… ¿Sabéis lo que nos identifica? Que todos tenemos la misma vida: la vida de Jesús. En la vida de Jesús se borran todas las diferencias. Y existe una única unidad: Tú eres mi hijo. Hijo amado. Mi preferido. ¿Tenemos capacidad para anunciar esto todos los hombres? ¿Y para animar a todos los hombres a que reciban esta vida, a que acojan esta vida, a que vivan de esta vida del Señor?

La segunda palabra, o la segunda expresión, no solamente es anunciar, sino: anuncia con toda humildad. Con toda humildad. Sí. Ya lo decía Juan: yo os bautizo con agua, Él os bautizará con Espíritu Santo. Tengamos también, para acoger y para hacer este anuncio, humildad. Porque lo hemos recibido del Señor. Lo hemos recibido. Fijaos, el texto que acabamos de proclamar nos dice: apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo, y al Espíritu bajar hasta él como una paloma. ¿Qué significa esto? El cielo significa el lugar de la morada de Dios, que irrumpe en la morada, en la vida, en la historia del hombre. En Jesús. Que el Espíritu baja, y viene a nosotros también, para darnos la misma fuerza que tuvo Jesús. Su vida, su fuerza, su amor, es la irrupción de la divino en lo humano, la plenitud del amor del Padre manifestada en Jesús.

Recordad aquello: yo os bautizo. Seamos humildes. Humilde no quiere decir ser tonto. Humilde no quiere decir ser ignorante. Humilde es ser sabio. Es reconocer que tenemos muy pocas fuerzas por nosotros mismos. Es reconocer que valemos poquito por nosotros. Que la valiosidad de nuestra vida, y el valor de nuestra vida, nos viene del Señor. Él nos da su amor. Y por Él podemos dar nosotros su amor. Él nos da su entrega. Y por Él podemos nosotros regalar la entrega del Señor a todos los hombres. Él nos da su fuerza, y por Él nosotros podemos gastar nuestra vida en favor de los demás. Él nos da la divino, nos hace ver la imagen de Dios que somos todos los hombres, y nos hace salir a este mundo respetando absolutamente la vida de todos los hombres.

Humildad. Anunciad con humildad. Y revelad, en tercer lugar, con pasión. Sí. Revelad con pasión. Aquello que os he dicho antes: una voz del cielo decía «tú eres mi hijo amado, mi preferido». Tú eres mi hijo amado. Es decir, eso lo oímos todos nosotros, que tenemos la vida del Señor, y lo estamos escuchando delante de nuestro Señor Jesucristo. Tú eres mi amor. Tú eres mi alegría. Queridos amigos: ¿Somos el amor de Jesús? ¿Nos movemos con el amor de Jesús? ¿Somos su alegría? ¿O somos su tristeza? ¿Creemos en su alegría?. Jesús hace experiencia. Nos quiere hacer y dar la experiencia, al darnos su vida, de que Dios es amor. Que es puro amor. Tú eres mi hijo. Tú. El tú. El pronombre tú domina toda la frase. Tú. Tú. Todos somos su amor. Su alegría. Qué bonitas son las tres palabras que utiliza el Señor: hijo, amado y preferido. Pues eso somos todos nosotros, esta noche. Todos. Por el bautismo que hemos recibido, por la vida del Señor, somos hijos, amados, preferidos.

Aquello cambió la vida, marcando el comienzo de una nueva misión para Jesús. Jesús se revela con pasión. Revelemos nuestra vida con pasión. Y la revelación con pasión hay que hacerla en la misión, en lo que hagamos junto a los demás, junto a los que viven a nnuestro lado. Lo que sucede tras el Bautismo fue algo muy significativo para Jesús. Y es significativo para nosotros. Cambia su vida. Comienza y marca un sentido a su misión. Como a nosotros. Jesús siente que puede confiar plenamente en el Padre, que el Padre nunca le fallará, que por eso no hay nada que temer, que incluso en los momentos difíciles de la vida se puede vivir con una confianza absoluta y total.

¿Somos conscientes, queridos amigos, de que la verdad última de nuestra vida se nos revela en Jesús, y que consiste en que cada uno de nosotros somos hijos amados, predilectos?. Mientras no digamos en lo más profundo de nuestra vida que somos amados, no podemos vivir con sentido. Esta experiencia es fundamental. Es única. Hay que hacer la experiencia de Jesús en el Jordán. ¿Por qué? Porque le importo a Dios. Dios no pasa de mí. La raíz, ¿os dais cuenta?, de la mayoría de los problemas que existen en el ser humano, en todo ser humano, es no sentirse querido, es no sentirse amado, es no sentirse considerado, es sentirse solo, es sentirse una pieza más del engranaje que hay en la vida, es sentirse ignorado. ¿Imagináis?. El día de la Sagrada Familia, me pongo ahí. Y cuando se acerca la gente, y confía en ti, lo que oyes. Y la necesidad de Dios que existe en todo ser humano. Porque es verdad que viene mucha gente que cree, pero viene mucha otra gente que…. Pero se acerca. Y es bueno poder decir que Dios mira a Dios. Aunque a veces tú no tengas, o no creas, o no... Es que te está creando. No está solo.

Mirad: la única voz que nos libera de verdad, la única, es la que oyó Jesús. Y la que Jesús nos dice a nosotros: tú eres mi amado. Tú eres mi amor.

Que este mes viváis de esto. De la vida nueva que el Señor nos ha dado. Anunciad. Hacedlo con humildad. Con sencillez. Pero revelad esto con pasión, a quienes se acerquen a vosotros.

Vivamos esto ahora así, en este tiempo de silencio, junto a nuestro Señor Jesucristo. Y dejemos que calen en nuestra vida las palabras que Él oyó, y que Él nos regala a nosotros: tú eres mi hijo amado. Mi predilecto. Mi preferido. Me importas. ¿Qué haces tú?.

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