Catequesis

Martes, 28 diciembre 2021 15:01

Vigilia de oración con jóvenes (5-11-2021)

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Después, no solamente de la Palabra sino de los testimonios que hemos escuchado con atención, quizá al escuchar este Evangelio, y ante Nuestro Señor Jesucristo, realmente presente en el misterio de la Eucaristía, hay unas preguntas que esta noche nos podríamos hacer. ¿Cómo vivo? ¿Doy lo que me sobra? ¿Doy algo de mi propia vida?

Si os habéis dado cuenta, en esta página del Evangelio, que es la que se va a proclamar el próximo domingo en todas las partes de la tierra donde se reúnan los cristianos a celebrar la Eucaristía, aparecen tres personajes: los sabios, los ricos y los menesterosos, los pobres, en la figura de esta viuda. Aparecen los escribas, sabios: pasean, deliberan, piensan, dan vueltas y vueltas a las cosas… pero, en el fondo, buscan tener el primer puesto; no les importan los demás: les importan ellos mismos. Aparecen después los ricos, que dan limosna, pero aparece en el Evangelio que dan limosna para aparentar: dan de lo que les sobra. Y aparece después ese personaje, esa viuda, que da lo que tenía. Sabéis que, en el Evangelio, y en el momento en el que vive Jesús, la viuda representaba el compendio del desamparo absoluto en el que podía vivir una persona; pero ella dio todo lo que tenía para vivir. Lo dio. Su ofrenda era insignificante, pero fue un gesto de amor y de confianza absoluta en Dios. Nada o muy poco tenía. Lo dio. Pero se fiaba de Dios.

Yo quisiera que vieseis en esta página del Evangelio una llamada a todos los hombres, pero una llamada a los que somos discípulos del Señor. Cuando el valor supremo de la vida no es Dios, doy de lo que me sobra o no doy nada. Vivo para mí mismo. Este momento, en nuestra cultura, en esta época que no solamente se está gestando, sino que estamos metidos en una nueva época que está naciendo, parece como si hubiese un intento de prescindir de Dios, de arrinconar a Dios. Y vemos las consecuencias que esto tiene. La pandemia que hemos vivido, y que estamos viviendo en parte, nos ha hecho ver la vulnerabilidad del hombre y la incapacidad que tiene el ser humano para dar respuestas en su vida ante esa situación en la que la pandemia ha puesto al ser humano, en el fondo, ante la muerte.

Cuando el valor supremo no es Dios, doy de lo que me sobra. O no doy nada. El valor supremo, sin embargo, está por encima de la propia persona. Cuando el ser humano ama la verdad, busca la verdad, entrega su persona, como lo hizo esa pobre mujer. Ella es un ejemplo de amor total a Dios. En el fondo, entrega su vida. Su existencia.

Si os habéis dado cuenta, Jesús, en el Evangelio, comienza con una crítica tremenda a los escribas. Cuidado, les dice, con los escribas, con esos sabios, que se pasean, que les encanta pasearse, que buscan asientos de honor… Los escribas representan una vanidad insaciable y un ansia desmedida de honores. Visten de manera especial. Intentan diferenciarse de los demás. Buscan el respeto de la gente, porque se sitúan ante los demás como maestros. No sienten seguridad en sí mismos, y buscan la seguridad en las apariencias. Necesitan crear apariencia. Y la pregunta que nos hace el Señor hoy es esta: ¿No hay en nosotros también un deseo de aparentar, de ser los primeros, como los letrados del Evangelio?

Frente a los escribas están los demás: están los ricos, que dan limosna por apariencia. Pero Jesús presenta a la viuda. Jesús, sentado frente al cepillo del templo, observa la actitud de la gente que pasaba a depositar limosnas. Pero se fija precisamente en esta mujer, en esta viuda pobre que echó las dos monedillas que tenía. El personaje más importante de esta escena, como veis, es la viuda. En la época de Jesús, ser mujer y viuda era el compendio del mayor desamparo. Aquella mujer era pobre, pero llega al templo, y dice el Evangelio que echó todo lo que tenía para vivir. Su ofrenda es insignificante. No contribuye al sostenimiento del templo. Pero fue un gesto de amor y confianza en Dios.

Yo os invitaría a que, en este momento, nosotros tengamos confianza en Dios. Dios no es un sobrante. Jesús queda impactado por esta mujer: los demás han echado de lo que les sobra; pero esta, que pasa necesidad, ha echado de lo que tenía para vivir. Es una multitud que no se entrega a Dios. Es una multitud para la cual Dios no es el valor supremo. Sin embargo, para esta mujer, Dios es el valor supremo. Da lo que tiene.

¿Cómo vivo yo? ¿Doy de lo que me sobra?

Todos los que estáis aquí, simplemente por la edad que tenéis, sois ricos. Muy ricos. ¿Cómo vives? ¿Doy algo de mi propia vida? Porque Dios aparece en la existencia humana cuando yo salgo de mí mismo. Cuando comienza algo de mí.

Esta mujer hace de Dios el valor supremo por encima de su propia persona. Y hace depender su vida de Él. De Él. Y, como depende de Él, le da lo que tiene.

Es importante esta actitud de la viuda, de esta mujer excepcional que aparece en el Evangelio. Es un ejemplo de amor total a Dios, expresado en el desprendimiento del dinero. Es la antítesis de los letrados, de los escribas y de los ricos, infieles porque aman el dinero, aman las apariencias. El comportamiento de la viuda es un ejemplo para todos.

¿Me parezco en algo? ¿Pongo mi confianza en Dios? ¿Vivo dando solo de lo que me sobra?

Antes de ayer estuve hablando con un muchacho joven que había estado este verano en una misión en África. Está terminando Medicina. Y fue a un hospital a ayudar a unas religiosas, que conoció a través de un amigo. Y me decía esto mismo. Fue antes de preparar esta catequesis que os estoy dando. Me decía: «Allí, en el centro de África, sin nada, pero dando de lo que yo podría dar, que era algo de mi vida, es donde he descubierto a Dios. Porque descubrí el vacío que tenía mi vida, sin dar nada. Sacaba muy buenas notas. Me sentía casi, casi, como alguien que había logrado lo mejor: lo que yo quería y lo que pensaban todos que yo podía hacer. Seré médico. Pero, ciertamente, lo seré de distinta forma a como marché al centro de África».

El Evangelio nos invita a valorarnos de otra manera. A valorarnos por nuestra capacidad de dar algo nuestro. La auténtica relación con Dios comienza cuando empezamos a compartir, no de lo que nos sobra, sino incluso de aquello de lo que tenemos necesidad.

Las palabras de Jesús hoy, para nosotros, son clave. Como decía Jesús en el Evangelio: esa pobre viuda ha echado en el arca más que nadie; ha echado lo que tenía para vivir. Lo ha puesto al servicio de los demás. Por que esa mujer se encontró con Dios. Y sabe que, para ella, el sostén de su vida es este Dios, que la ama entrañablemente. Ella pasa el camino de la confianza, del abandono en manos de Dios.

Queridos amigos: hoy, el Señor, a través de esta Palabra, nos invita a renovar nuestra confianza; a compartir nuestra vida con los demás; a regalar algo de lo nuestro; a responder a esas preguntas que iniciaba en la catequesis: ¿Cómo vivo? ¿Doy de lo que me sobra? ¿Doy algo de mi propia vida? ¿Se lo presto a otros? Este Jesús, ante el cual nosotros nos arrodillamos; este Jesús, presente realmente en el misterio de la Eucaristía, sigue diciéndonos a todos nosotros lo que decía Él en el Evangelio que hemos proclamado: «Esta ha dado todo lo que tenía para vivir». Y Jesús nos lo pone como ejemplo. Cuando damos algo de nosotros, no nos vaciamos; al contrario: nos enriquecemos. Enriquecemos nuestra vida. Así nos lo enseña Jesucristo.

En este momento de la historia de la humanidad en el que estamos viendo que una nueva época está apareciendo, y ya está entre nosotros, es importante que los que creemos en Jesucristo humanicemos este mundo. Y la única forma de humanizar esta época nueva es prestando algo de nuestra vida para dárselo a los demás, para ponerlo al servicio de los demás. No demos de lo que nos sobra; demos de lo que Dios ha puesto en nuestra vida y en nuestro corazón.

Hoy, el Señor nos invita a dar algo de su amor. Porque es el que construye de una manera distinta este mundo. La vulnerabilidad que nos ha hecho ver la pandemia en la que estamos, nos ha hecho ver también que tenemos que pasar de la cultura del tener, del poseer y del triunfo a la cultura del cuidado. Cuidarnos. Pero no de cualquier manera: cuidarnos, como nos enseña Jesús a cuidarnos unos de otros.

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