Catequesis

Lunes, 10 enero 2022 14:52

Vigilia de oración con jóvenes (7-01-2022)

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En primer lugar, perdonadme. Es la primera vez que, desde que soy obispo y que estoy haciendo la oración, llego tarde, pero estaba en un funeral de un sacerdote que ha fallecido.

Al escuchar esta palabra que el Señor nos regala en este próximo domingo, hay un núcleo que a mí me parece que es esencial; es lo más importante que nos dice el Evangelio. Es esa voz desde el cielo que, dirigiéndose a Jesús, le dice: «Tú eres mi Hijo, el amado. Mi predilecto». Es el núcleo central del Evangelio. Y, en este núcleo central del Evangelio, se nos manifiestan tres aspectos de Jesús que yo quisiera acercar a vuestro corazón esta noche. Un primer aspecto es descubrir a un Jesús solidario de las esperanzas y de las necesidades de los hombres. De todos los hombres. Un segundo aspecto es descubrir a un Jesús orante. Su estar en oración con el Dios vivo. Y un tercer aspecto es descubrir a Jesús con un título y una misión. Con un título que nos entrega, hijos de Dio, y con una misión, también; una misión que es amar, que es curar con el amor de Dios. Sobre estos tres aspectos yo quisiera acercar a vuestro corazón esta Palabra del Señor.

«Tú eres mi Hijo, el amado. Mi predilecto». Estas palabras no solo están dirigidas a Jesús, sino que están dirigidas a todos ser humano: a nosotros también. En un bautismo general, que acostumbraba a hacer Juan Bautista, Jesús se bautiza. Contemplamos a Jesús en el río Jordán. Lo contemplamos en medio de una multitud impresionante de gente; una multitud de pecadores. Pero Jesús se quiere hacer solidario de las esperanzas y necesidades de quienes aguardan una novedad; de aquellos que están puestos en fila, y buscan un cambio en su vida. Él quiere hacerse un penitente más. Pero, sin embargo, Él es la novedad de Dios. Un Dios que asume la condición humana con la apariencia de pecador, y que se hace solidario de la humanidad. Jesús se pone en la cola de pecadores. En aquella cola en la que había sufrimientos, cegueras, esclavitudes, heridas... Este gesto no es inventado: es un hecho histórico. Histórico. Jesús fue al Jordán a bautizarse. Un Jesús solidario. Recordemos nuestro propio Bautismo. Quizá lo hemos recibido cuando éramos muy pequeñitos. Pero somos conscientes de que entró la vida de Jesús en nosotros. Y nos hace también solidarios con todos los hombres, que son hermanos nuestros.

En segundo lugar, descubrimos a un Jesús orante. Su estar en oración con el Dios vivo. Nos ha dicho el Evangelio que «mientras oraba, se abrió el cielo». El Evangelio de Lucas subraya la actitud orante de Jesús. ¿Qué quiere decir «se abrió el cielo»? Quiere decir que, en Jesús, el cielo queda abierto. El cielo, en la mentalidad de los judíos, era el lugar donde Dios habitaba; era la morada de Dios. Y ese cielo se abre, se irrumpe sobre Jesús. «Bajó el Espíritu Santo», nos ha dicho el Evangelio. El soplo de Dios se posa sobre Jesús, como se posa también sobre nosotros.

Nuestro Bautismo no solamente nos ha hecho solidarios, sino que nos ha abierto a otra perspectiva: a Dios. Y nos hace tener una relación con Dios. La podemos tener. Se abre el cielo. Pero, en tercer lugar, ¿qué es lo que dice cuando se abre el cielo? ¿Qué sucede? Que Jesús nos descubre el título de Él, el que nos da a nosotros, y la misión de Él, que nos la regala a nosotros. «Tú eres mi Hijo, el amado. Mi predilecto». «Tú eres todo mi amor –dice Dios–, todo mi amor. Eres toda mi alegría». Jesús hace la experiencia de que Dios es amor. Jesús experimenta todo este amor del Padre, y no podía sino responder: «yo te amo, y quiero regalar tu amor a todos los hombres». Y este Jesús asume el título de Hijo, que es el que nos ha dado a todos nosotros. Somos hijos de Dios. Pero, al mismo tiempo, este Jesús asume la misión que Dios le da. A partir de esta experiencia de ser hijo de Dios, ¿qué hace Jesús? Cura a los enfermos, toca a los leprosos, levanta a los paralíticos, defiende a los pobres, acoge en la mesa a pecadores y prostitutas. Jesús se convierte en la expresión histórica de ese amor de Dios a todo ser humano.

¿Veis? Esto es lo que nos ha regalado Jesús a nosotros. El Bautismo no es una cosa más. Esta noche podemos tener junto a Nuestro Señor, que vivió esta experiencia en el Jordán, podemos tener y vivir este regalo que nos ha dado por nuestro Bautismo. Nos hace solidarios con las necesidades de todos los hombres. De todos los hombres que buscan un cambio, que buscan la fraternidad, que buscan la justicia, que buscan la verdad. Nos hace orantes. Se ha abierto el cielo. Se abrió el cielo. Podemos entrar en la morada de Dios. Podemos hablar con Dios. Y nos da un título, también: somos hijos. Somos hijos de Dios. Y, si somos hijos de Dios, somos hermanos de todos los hombres. De todos: de los que creen, de los que no creen, de los que están contra nosotros, de los que piensan que esta fe que nosotros tenemos pues es mala, y produce en el mundo algo que no debe de ser. ¡Incluso de esos somos hermanos! Lo demuestran muy bien los mártires, que mueren perdonando.

«Tú eres mi Hijo». Esto es lo que nos ha dado Jesús a nosotros por el Bautismo. «Tú eres mi Hijo». Y Dios se convierte en una experiencia de amor. Jesús experimenta todo este amor del Padre. Lo experimenta y lo quiere entregar. Ojalá nosotros esta noche, junto a Nuestro Señor, tengamos esta experiencia. Y, lo mismo que Jesús se dedicó a pasear por esta tierra y por este mundo mientras estuvo con nosotros, enseñándonos cómo se regala ese amor a los enfermos, a los leprosos –que los echaban de la ciudad, tenían que ir a vivir a los montes–, a los paralíticos, a los pobres, a los que nadie hacía caso... Ese Jesús es la expresión histórica del amor de Dios. Pero ha querido compartirlo con nosotros dándonos su vida. El Bautismo del Señor nos recuerda nuestro propio Bautismo.

Queridos amigos, mirad, no es fácil escuchar pues voces que te dicen: «no vales para nada. No mereces. No eres atractivo. No importas a nadie de verdad». Y, sin embargo, esta voz, «Tú eres mi Hijo». Eres hijo de Dios. Y yo te amo. Y te he dado mi amor, para que lo repartas en este mundo. Esto es lo que somos los discípulos de Cristo. Que durante este mes, en este regalo que el Señor nos hace en esta oración, descubráis también que, como discípulos de Jesús, somos solidarios con las esperanzas y necesidades los hombres. Somos orantes. Abierto el cielo, Dios nos regala su amor. Y tenemos un título, que hay que ejercerlo: hijo de Dios; y tenemos una misión, que es regalar el amor de Dios a todos los hombres.

Que el Señor, en este inicio del año, os bendiga y os guarde. Y os haga descubrir, en esta página del Evangelio, lo que significa ser discípulos de Cristo. En la cola de los hombres nos ponemos. Pero nos ponemos a la manera de Jesús, y con la vida que Jesús nos ha regalado, para anunciar la buena nueva a todos los hombres, ahí donde estemos: en nuestra familia, entre nuestro amigos, en la universidad, en el trabajo que tengamos. Pensadlo unos instantes. «Tú eres mi Hijo», nos dice hoy Dios a nosotros. Y nos lo dice Jesús. «Os he hecho hijos en mí, para que deis fruto».

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