Homilías

Lunes, 23 enero 2023 15:37

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Bautismo del Señor (8-1-2023)

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Queridos hermanos sacerdotes. Queridos diáconos. Queridos hermanos y hermanas.

El Señor bendice a su pueblo con la paz. Y la paz es Jesucristo mismo, que ha querido entrar de lleno en la vida de los hombres. El Bautismo del Señor, cuya fiesta celebramos hoy, nos hace y nos invita a descubrir también la vida que Jesucristo Nuestro Señor nos ha dado a cada uno de nosotros a través del Bautismo. Él nos ha dado su vida para que pasemos por esta tierra y por este mundo haciendo lo mismo que Él: «pasó haciendo el bien». Y por eso el salmo 28 que acabamos de recitar juntos y hemos repetido, «el Señor bendice a su pueblo con la paz», nos invitaba a aclamar al Señor, a aclamar su gloria, a postrarnos ante Él, a escuchar si voz. Una voz que es potente, que es magnífica; una voz que entra en lo más profundo de nuestro corazón y nos hace dar ese grito del que el salmista nos hablaba: «¡Gloria!». El Señor es el rey eterno.

La Palabra de Dios que acabamos de escuchar se podría sintetizar en tres expresiones: misión, hacer el bien, contemplar al Hijo de Dios. Viene con una misión, como nos decía el profeta Isaías en la primera lectura. Jesús ha entrado en este mundo, y así lo anunciaban los profetas, para traer el derecho a todos los pueblos. Y para no hacerlo con gritos y aclamaciones, sino con su propia vida. Promueve el derecho, la dignidad de todos los hombres; promueve la fraternidad construida sobre la justicia; entrega luz a los hombres; nos elimina las cegueras; nos elimina todo aquello que ata nuestra vida y nos encierra en la prisión y en la mazmorra, y nos regala libertad.

Pues, queridos hermanos, esta misión de Jesucristo nos la ha dejado a cada uno de nosotros como miembros vivos de su Iglesia. Él nos ha dado por el Bautismo su propia vida. Esa misión que Él tuvo, promover la verdad, la vida, la fraternidad, es la que el Señor nos regala también a nosotros por el Bautismo, por la vida que nos regaló y nos dio. Jesús es ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, y pasó haciendo el bien. Esa misma fuerza la hemos recibido cada uno de nosotros para hacer el bien y pasar por este mundo al estilo y a la manera que Él lo hizo. Está claro que Dios no hace distinciones. Esto se lo ofrece a todos los hombres. Sí. Sean de la nación que sean. Somos un pueblo universal, un pueblo para entregar vida a este mundo. Que cada uno de nosotros aceptemos la unción que el Señor nos ha dado, la fuerza del Espíritu Santo que nos ha regalado, y pasemos por este mundo haciendo el bien.

Tenemos por tanto una misión. Se nos ha dado una manera de hacer la misión, hacer el bien, que es mostrar en definitiva el rostro de Jesucristo, y mostrar la presencia de Dios entre los hombres. «Este es mi hijo, el amado, mi predilecto» escuchábamos hace un instante en el Evangelio que hemos proclamado. Hoy contemplamos a la orilla del Jordán, en medio de una multitud de pecadores, a Jesús. El Bautismo de Jesús es un dato histórico. Sí. Es un momento clave en la vida de Nuestro Señor en esta tierra. Jesús viene de Nazaret a Galilea para ser bautizado por Juan en el Jordán. Jesús comienza por hacerse discípulo de Juan Bautista recibiendo su Bautismo. Y se coloca en la fila de los pecadores sin ser pecador. Y guarda cola como un hombre cualquiera. Él, que es la novedad que Dios asume y que nos regala mostrándola en la condición humana, en la apariencia del pecador, se hace silenciosamente solidario de la necesidad de un cambio de la humanidad.

Juan intentaba disuadirlo, como hemos visto en el Evangelio. Juan se sorprende y se desconcierta. Por eso le dice a Jesús: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti». Jesús le contestó: «Déjalo ahora». Jesús se hace solidario con los sufrimientos, con las cegueras y heridas, con las esclavitudes y desgarros de todos los hombres. Jesús se sumerge en nuestro límite para que nadie se sienta solo en la fragilidad. Esta contemplación, queridos hermanos, es maravillosa: ver a Jesús sumergirse en el agua como uno más, sin necesidad. Se hace solidario. Pero apenas salió del agua, nos dice el Evangelio que se abrieron los cielos y vio que el Espíritu bajaba y se posaba sobre Él. ¿Qué quiere decir que «se abrieron los cielos»? Quiere decir que los cielos, que es el lugar de la morada de Dios, irrumpe en el hombre-Jesús. El Espíritu baja. Es llamativo. Baja como una paloma, y se posa sobre Él. La paloma es signo de paz. Jesús es la paz misma. No viene a imponerse a nadie. Viene con humildad. Nosotros necesitamos aprender del estilo de Jesús, aprender de su mansedumbre y de su paz. Deja que el Espíritu Santo se pose y repose. Dejemos que el Espíritu venga sobre nosotros.

Y vino una voz del cielo, como nos decía el Evangelio: «Este es mi hijo el amado, el predilecto». Jesús es el amado. El hijo amado. El hijo querido. Jesús se siente amado con un amor infinito, y esa es la gran fuerza para llevar a cabo la misión liberadora en la vida. Queridos hermanos: a partir de este momento, se distanciará del Bautista y Jesús tomará su camino, que es el que nos ha regalado a cada uno de nosotros. «Tú eres mi amado», nos dice también el Señor a cada uno de nosotros. Tú has sido bautizado en las aguas torrenciales del Bautismo. Tú eres el hijo amado y el predilecto. El señor ha curado tus heridas. El Señor te ha liberado de las esclavitudes y te ha abierto un camino de esperanza y de verdadera alegría. Esto es lo que nos ha dado Jesús a través del Bautismo.

Nuestra vida creyente está basada en la certeza profunda de sabernos amados por Dios. «Tú eres mi hijo amado». Esta es la experiencia básica que tiene que tener la vida humana. El amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana. Jesús ha hecho la experiencia de que Dios es amor. Es solo amor. Jesús se siente amado, infinitamente amado, y confía plenamente en el Padre, y sabe que nunca fallará ese amor. No hay nada que temer. Incluso en los momentos más difíciles de la vida.

Queridos hermanos: este amor es el que nos ha regalado Dios. Durante todas estas fiestas hemos estado celebrando su presencia en medio de nosotros. Él nos ha dado su vida por el Bautismo. Hoy, mediante el Bautismo de un niño, vamos a revivir también esta fiesta sublime de vivir la experiencia de sentirnos amados por Dios.

Queridos hermanos: esta voz del cielo, «tú eres mi hijo», sentidla cada uno de vosotros en vuestro corazón. Estamos invitados a vivir la solidaridad como Jesús. Estamos llamados a crear la cultura de la solidaridad, de la fraternidad. La propuesta a nuestras sociedades, reconstruirlas sobre verdaderas bases justas, humanas, como lo hizo el hijo del Padre. Por eso nuestros ojos se vuelven al Señor, y le decimos a Jesús: «No nos abandones. Que no caigamos en esa trampa de la inconstancia y de la superficialidad. Haznos abrirnos a la experiencia maravillosa de sentirnos amados por Dios. Haz que recuperemos contigo la verdadera y única alegría, la que tú, Señor, nos das a cada uno de nosotros».

Queridos hermanos: aquellas palabras que se oyeron desde el cielo, «este es mi hijo el amado, el predilecto«, hoy las podemos contemplar en cada uno de nosotros. Amados por Dios. Somos predilectos de Dios. Nos ha convocado a incorporarnos a su pueblo santo para anunciar la nueva buena de la salvación. Viene también sobre nosotros esa voz del cielo: «Este es mi hijo. Sois mis hijos, mis predilectos, amados». Este momento marca también nuestra vida y nuestra historia. Nos hacemos conscientes de la misión que tenemos como miembros vivos de la Iglesia. Y le decimos al Señor: «Gracias, Señor. No somos mejores que otros hombres y mujeres de este mundo, pero nos has llamado a la pertenencia eclesial, a ser miembros de la Iglesia y con capacidad, porque Tú nos la das, para anunciar con nuestra vida la buena nueva de la salvación». Esta que dentro de unos momentos vamos a entregar también en un nuevo Bautismo a un recién llegado a este mundo.

Que el Señor os bendiga, queridos hermanos. Y que sintamos hoy la alegría y el gozo de ser miembros de la Iglesia; de haber recibido también esta voz del mismo Dios a través de Cristo: «Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto». Amén.

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