Homilías

Miércoles, 31 mayo 2023 11:40

Homilía del cardenal Osoro en la Eucaristía de envío de misioneros (21-05-2023)

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Queridos hermanos sacerdotes. Queridos diáconos. Queridos hermanos y hermanas misioneros. Hermanos y hermanas todos.

«Dios asciende entre aclamaciones. El Señor, al son de trompetas». El Señor, en este salmo que juntos hemos recitado, el Salmo 48, nos invitaba a aclamar al Señor, porque es sublime lo que Él nos entrega a los hombres. Nos invitaba a ver cómo el Señor asciende, Asciende sobre todas las cosas. Y se convierte en el único Señor del cielo y de la tierra, al que queremos conocer más y más, porque sabemos que en Él está la salvación de los hombres. Dios es el rey del mundo.

En este día en el que todos celebramos el envío de misioneros a tantas partes de la tierra donde anuncian el Evangelio, como algunos de vosotros que estáis aquí presentes lo sabéis, el Señor nos invita a vislumbrar como tres aspectos que Él ha querido regalarnos a todos los discípulos: el Señor nos hizo testigos; el Señor nos ha hecho miembros de su pueblo; y el Señor me ha enviado a la misión, me ha regalado el ser misionero, porque un discípulo de Jesús, esté donde esté, en primera línea de avanzadilla en el anuncio del Evangelio, o en la última que esté, siempre tiene que ser misionero.

El aclamar, el tocar y el decir a los hombres que Dios reina es algo que nos pertenece a todos nosotros, queridos hermanos. Sí. La Palabra del Señor que acabamos de proclamar nos ha hablado de algo fundamental en el Evangelio: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos». El Señor Resucitado no se ha ido. No se ha marchado de nuestro lado. Él permanece para siempre. «Yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin de los tiempos».

Queridos hermanos: no estamos solos. No estamos perdidos en medio de la historia, y abandonados a nuestras propias fuerzas. No. Él está con nosotros. En momentos difíciles es fácil caer en el desaliento o en el derrotismo. Olvidamos algo que necesitamos recordar permanentemente. A veces, hemos olvidado algo que necesitamos recordar: que Él, que Jesús Resucitado, está con nosotros. Que no estamos solos. Que es una presencia que nos acompaña en el camino de la vida, y que nos alienta siempre. Necesitamos recordar que Él está con nosotros y que nosotros, como nos ha dicho la primera lectura del libro de los Hechos, tenemos que ser testigos, no con nuestras fuerzas, sino con la fuerza que nos da el Espíritu Santo; y que nosotros también tenemos que ser esa Iglesia que sabe que todo lo que existe lo ha puesto Dios bajo nuestros pies. Y Él quiere regalar esperanza. Quiere regalar su riqueza. Quiere regalar su gracia, y hacerla presente entre los hombres.

El Señor hoy nos cita para un encuentro, queridos hermanos, como habéis escuchado en el Evangelio que acabamos de proclamar. Los once partieron para Galilea. Al cerro donde Jesús les había citado. Y nosotros hoy estamos aquí, citados por Jesús. Y Él, lo mismo que entonces, se ha acercado a nosotros. Y nos ha hablado. Nos ha dicho cosas importantes: «se os ha dado mi poder», «id a todos los pueblos», «bautizarlos en mi nombre», «enseñadles a cumplir lo que yo os he mandado»; «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

Queridos hermanos: no sé si os habéis dado cuenta de esta maravilla que nos ha dicho el Señor. Él está con nosotros. En momentos difíciles es fácil caer en el desaliento y en el derrotismo. Y es necesario que recordemos permanentemente algo que es fundamental y urgente: que Él, el Resucitado, está con nosotros. Que no estamos solos. Que Él siempre es una presencia que nos acompaña en el camino de la vida, y que nos alienta siempre. Necesitamos recordarlo. Que el Señor está con nosotros. Y que a Él se le dio todo poder en el cielo y en la tierra. El poder se le ha dado a Cristo Resucitado, que está con nosotros.

¿Qué significa todo poder? La palabra 'poder' nos puede confundir. Y, de hecho, nos ha confundido. A lo largo de la historia hemos querido hacer de Cristo un gran emperador. Pero el poder de Cristo se muestra en otras coordenadas, que no tienen nada que ver con las que a veces nos movemos nosotros. Alcanza niveles más hondos y más profundos. El poder de Cristo, queridos hermanos, está en su amor. Donde se muestra el misterio de Dios, que es amor. Que es puro amor. Dios en Cristo se llama amor. Amor sin límites. Es el icono viviente del amor de Dios hacia nosotros. Y este Jesús, icono del amor que nos ha hablado hace un instante, es el que nos ha dicho: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Quiere decir: id y transmitir VIDA a todos los pueblos. A todos los seres humanos. Esta VIDA es la mejor noticia que el mundo puede escuchar, puesto que este Dios que se manifiesta en Jesús no es como los falsos ídolos, que conduce a la injusticia o a la esclavitud o a la muerte. Es el Dios de la vida. Es el Señor de la vida. Él es la buena noticia. Él es el Evangelio de la vida. Y nos ha dicho el Evangelio que Él nos enseña a guardar todo lo que nos ha mandado. No se trata de guardarlo bajo llave, sino de ponerlo en práctica. De vivirlo. En definitiva, de vivir el Amor.

Hay un solo mandamiento: el mandamiento del amor. Que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado. Eso es lo que Él nos ha enseñado. Y nos ha enseñado a seguirlo. Seguir a Jesús es haber sido seducidos por Él. Es depositar en Él una confianza ilimitada. Es abrirnos, queridos hermanos, a su amor. Es identificarnos con Él, compartiendo su misión y anunciando su vida. No es cualquier cosa lo que estamos viviendo aquí, queridos hermanos. No. El Señor nos ha hablado. Se ha dirigido a nosotros. Nos ha dicho: no estáis solos. Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos. Con vosotros. No caigáis en el desaliento y el derrotismo. El triunfo es mío, y vuestro, si me acogéis en lo más profundo del corazón. «Os he dado un mandamiento nuevo: el amor». Que nos amemos. Vivir este amor. Enseñarlo. Manifestarlo. Seguirlo. Seducidos por Él. Con una confianza absoluta en el Señor. Compartiendo su misión. Es lo que transforma este mundo, queridos hermanos.

Hoy, que celebramos esta fiesta de la Ascensión del Señor, en el lenguaje simbólico y mítico de la cultura bíblica, se decía: Jesús ha subido al cielo. No del cielo que está por encima de las nubes y de las estrellas. Jesús ha subido al cielo, que es la plenitud de Dios, a la que nosotros estamos llamados. Jesús ha entrado en la plenitud de Dios. La ascensión del Señor en el Evangelio de Mateo no es subir al cielo, sino presencia del Señor resucitado entre nosotros. «Yo estoy con vosotros». La Resurrección y la Ascensión son dos formas de decir lo mismo: que Cristo ha sido glorificado. La ascensión del Señor significa para nosotros que todos los anhelos de vida, de justicia, de paz, de liberación, de felicidad... que llevamos dentro de nosotros mismos, se realizan ya y se han realizado en el Resucitado. El Resucitado es la plena realización de todo lo humano. Y eso nos reúne a nosotros, queridos hermanos. No nos reúne este domingo cualquier cosa: un recuerdo.. No. Nos reúne Jesucristo. La plenitud, la realización plena de lo humano. Y con Él queremos entrar en comunión. Y queremos escuchar su palabra. Todos los anhelos de vida, de justicia, de paz, de felicidad, de liberación que llevamos en lo más profundo del corazón, se realizan y se han realizado en Jesucristo, a quien anunciamos. Por eso hoy es el día de los misioneros. Gracias por vuestra presencia, queridos hermanos y hermanas que estáis en la primera línea de la misión. Esta fiesta de la Ascensión del Señor significa para todos que esos anhelos que tiene el ser humano de vida, de justicia, de paz, de liberación, de felicidad, son posibles, porque el Señor Resucitado nos los ha regalado, nos los hace presentes, y nosotros lo anunciamos.

Quizá, el rasgo más sombrío del momento actual que vivimos los hombres es la crisis de esperanza. La historia reciente se ha encargado de desmitificar el mito del progreso. Quizá era la piedra angular de la civilización hoy. Las grandes promesas no se han cumplido. Han caído ídolos. Seguirán cayendo, queridos hermanos. Hemos creado bienestar, pero también hemos creado marginación y soledad, paro e individualismo. Hemos hecho la vida más larga, pero a veces también más vacía y más superficial. Y, entonces, ¿de dónde brotan las preguntas? ¿Dónde encontrar fuerza y sentido para seguir trabajando por un mundo más justo y solidario? ¿Cómo recuperar la esperanza, queridos hermanos, de la que estamos necesitados? Pues como vosotros lo estáis haciendo, queridos hermanos: volviendo el corazón a la presencia del Señor Resucitado. Solo en Él encontramos esperanza. Esa esperanza que no defrauda.

Sin Dios, nuestras vidas están vacías. Vacías de sentido. La fiesta de la Ascensión significa que nuestro final está en Dios, no en la nada. Que en el horizonte de nuestra vida está Dios. Es una fiesta, la fiesta de la Ascensión, que hoy celebramos, una fiesta de esperanza. El futuro del ser humano, el futuro del mundo y del ser humano, están en Dios. Podrán ir las cosas mal. Las situaciones personales, las situaciones sociales... Pero la VIDA será siempre más fuerte que todo lo que amenace o dificulte vivir hoy. Y, por eso, nos acercamos a la Vida, que es el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Y vosotros, los misioneros, anunciáis la vida, que es el Señor. No cualquier cosa. Por eso, esta mañana, en esta celebración, todos los que estamos aquí volvemos la mirada al Señor para decirle: Señor, ilumina los ojos de nuestro corazón, para que podamos intuir que permaneces todos los días con nosotros hasta el fin del mundo. Que nos acompañas. Que das sentido a nuestra vida y a nuestro hacer. Que podamos saborear ya, desde ahora, la esperanza y la alegría que Tú nos regalas, y que Tú nos das.

Queridos hermanos: esta fiesta de la Ascensión nos habla de que la plenitud de Dios, en la que Jesús entró, y que ha conquistado para nosotros, la tenemos con nosotros. Habéis visto las palabras que nos ha dicho el Señor, y las habéis escuchado: «Yo estoy con vosotros». No dudéis de esto, queridos hermanos. El Señor está con nosotros. Y se hace presente, no solamente a través de su palabra, que nos ha dicho, sino realmente presente en el misterio de la Eucaristía; y nos acompaña, y nos alienta, y nos lanza a anunciar esta Buena Noticia a todos los hombres.

Que el Señor os bendiga y os guarde, a todos vosotros y a todos los hombres. Amén.

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