Homilías

Martes, 19 abril 2022 16:00

Homilía del cardenal Osoro en la Misa Crismal (12-04-2022)

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Querido don Antonio, cardenal arzobispo emérito de Madrid. Querido, don Luis Tineo, obispo emérito de Carora (Venezuela). Queridos obispos auxiliares don Juan Antonio, don José y don Jesús. Vicario general. Vicarios episcopales. Deán de nuestra catedral. Queridos hermanos sacerdotes que formáis parte de este presbiterio de la Iglesia que camina en Madrid. Queridos seminaristas. Hermanos y hermanas religiosos. Laicos cristianos que nos acompañáis en este día tan significativo para nosotros, los sacerdotes. Que la gracia y la paz de Jesucristo sobreabunde y conforme nuestras vidas.

Es un día especial que me invita a hablaros al corazón, queridos hermanos sacerdotes. Quiero hablaros desde el corazón, y haciendo eco de la Palabra de Dios que acabamos de proclamar que, como acabamos de escuchar, nos recuerda tres aspectos fundamentales de nuestro ministerio sacerdotal. Gracias Señor, en primer lugar, porque nos has ungido con el óleo sagrado. Tu mano está siempre con nosotros, y tu fidelidad y misericordia nos acompañan. En segundo lugar, gracias por recordarnos nuestro nombre, «sacerdotes del Señor y ministros de nuestro Dios». Y, en tercer lugar, gracias por poder regalar a los hombres la gracia y la paz de parte de Jesucristo, recordando su amor, su gloria, su poder, que es alfa y omega, el que es, era y viene, el Todopoderoso. Y gracias, Señor, por regalarnos tu Espíritu; por enviarnos a dar la Buena Noticia, para anunciar la libertad y una manera nueva de ver todo.

Cuando contemplaba y rezaba estas páginas de la Palabra de Dios que hoy el Señor, a través de la Iglesia, nos regala, encontré como tres aspectos de nuestro ministerio en los que, en esta Misa Crismal deseo detenerme junto a vosotros. En primer lugar, queridos hermanos sacerdotes, estamos llamados a vivir y a ser maestros, con la lógica de Dios, en un mundo donde abundan otras lógicas. El Evangelio que hoy nos regala el Señor propone el episodio de la sinagoga de Nazaret, donde Jesús lee un pasaje del profeta Isaías y se presenta como aquél en quien se posó el Espíritu del Señor; ese Espíritu Santo que lo consagra y lo envía a la misión de salvar a la humanidad nos muestra el gran asombro que envuelve la vida de sus paisanos al ver a alguien de su pueblo pretender ser el enviado del Padre. El hijo de José pretendiendo ser el Cristo. Y Jesús penetra en la mente y en el corazón de sus paisanos, sabe lo que piensan: que debe demostrar quién es haciendo milagros, por lo menos los mismos que había realizado en los pueblos vecinos.

Queridos hermanos. No es fácil vivir con la lógica de Dios. Requiere en nosotros libertad. Os lo digo por experiencia. Libertad absoluta. No es fácil. Vivir con todas las consecuencias para Dios, sin poner trabas que nos impidan vivir en verdad y en justicia, que es la mejor manera de vivir y construir en caridad, como nos recordaba el Papa san Juan Pablo II. Como hemos escuchado en el Evangelio, Jesús no puede y no quiere aceptar esta lógica que le piden sus paisanos; no corresponde al plan de Dios. Y así, Dios, lo que desea de ellos y de nosotros es la fe; quiere fe; y que construyamos la vida desde la fe, desde la adhesión inquebrantable a Dios. Y así, para explicar la lógica de Dios, puso el ejemplo de dos grandes profetas, que fueron Elías y Eliseo, que Dios los envió para sanar, curar y salvar a personas que no eran judías, que procedían de otros pueblos, pero que habían confiado en la Palabra de Dios. Jesús quiere que sus paisanos se abran por entero a la gratuidad y a la universalidad de la salvación. Pero sus paisanos no aceptan esto, y adoptan una actitud agresiva: lo arrojan de la ciudad. La admiración se convierte en agresión. Pero Jesús sabe que vivir la misión que le ha dado el Padre le llevará a la fatiga, al rechazo, a la persecución, a la derrota... Pero esto no desanima a Jesús, ni lo detiene en su misión: sigue adelante, confiando en el amor de Dios.

¿Por qué os propongo hoy vivir en la lógica de Dios, queridos hermanos sacerdotes? En las circunstancias que vive el mundo, y en las que la Iglesia ha de realizar la misión, urge vivir y entrar en la lógica de Dios. Porque el mundo necesita ver en todos los discípulos, y de una manera especial en los sacerdotes, profetas; es decir, hombres valientes, hombres perseverantes, que sienten de un modo especial el empuje del Espíritu Santo y un compromiso singular por vivir e invitar a vivir en la verdad. Somos hombres enviados por el Señor a anunciar esperanza; a anunciar salvación. Somos personas que entran y siguen la lógica de la fe para invitar y arrastrar con nuestro ejemplo a vivir desde esta lógica, y no de la milagrería. Hemos de ser, con esta lógica de Dios, personas dedicadas al servicio de todos, sin exclusiones; abiertas a aceptar la voluntad de Dios, y que nos comprometemos a testimoniarlo ante los demás, a pesar de no ser entendidos en multitud de ocasiones. La palabra del Evangelio suena en nuestra vida y hoy tiene un eco especial: «Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres. Para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista». Sí, queridos hermanos: estamos llamados a a vivir y a ser maestros con la lógica de Dios.

En segundo lugar, estamos llamados e invitados por el Señor a vivir de lo esencial. ¡Qué gracia más grande es, antes de celebrar los misterios de nuestra salvación, los más grandes y bellos de nuestra fe, el poder descubrir juntos y con Jesucristo lo esencial de nuestra existencia sacerdotal! Hoy, el sonido de lo esencial de nuestro ser sacerdotes es estridente; acaricia nuestros oídos y nuestro corazón. De alguna manera, es como si el Señor nos dijese: ¡detente!. Vete a lo esencial de tu vida. Deja lo superfluo. Deja lo que te distrae. Despierta. No te defiendas. Ponte en manos del Señor, y descubre lo que Él te ha regalado.

En esta Misa Crismal, nos dejamos envolver por la fuerza, el amor y la gracia del Señor. Un año más, al celebrar la Misa Crismal, deseamos emprender el volver a las raíces de nuestra vida sacerdotal y de nuestro ministerio, que desea tener siempre el frescor primero que nos regaló Jesucristo cuando nos pidió la vida para vivirlo. ¡Qué gracia redescubrir la ruta de la vida! Como en todo viaje, lo que importa es no perder la meta; en este caso, no perder la hondura, la fuerza; no perder la verdad de nuestro ministerio. Hoy nos preguntamos, con todas nuestras fuerzas y la sinceridad de nuestra alma: ¿En el camino de mi vida sacerdotal, busco la ruta que me marcó Jesucristo? ¿Me conformo en vivir al día, pensando en sentirme bien? ¿Cuál es la ruta de mi ministerio? El Señor siempre nos recuerda la necesidad de convertirnos a Él. De volver a Él. La ruta de nuestro ministerio, no la podemos hacer sin Él. No podemos vivir sin Él. No entremos en la cultura que predomina hoy, la de la apariencia, que siempre nos lleva a vivir por la cosas que pasa. Nosotros estamos diseñados para el fuego que arde siempre. No estamos diseñados para ser ceniza: estamos diseñados para arder.

Regresemos a lo esencial. En primer lugar, a la oración. Al diálogo permanente con el Señor. Diseñados para ser y hacer lo del Señor. Somos presencia de Jesucristo en medio de los hombres. Por eso, la oración no es una cosa más. Es esencial en nuestra vida la relación con Él. Entre otras cosas, porque nos une permanentemente de nuevo a Dios. La oración nos libra de vivir una vida solamente horizontal y plana, que nos hace olvidarnos de Dios. Pero regresemos también a otra cosa esencial: a la caridad. A mostrar el amor mismo de Dios. El prójimo, y lo son todos los hombres, quienes creen y quienes no, han de ser para nosotros "lugares" donde plasmar el amor de Dios, y de un modo especial los pobres. Esto nos libra de esa vanidad en la que somos fácilmente tentados, como es el tener, el pensar en las cosas que son buenas para mí, pero desde mí mismo, no desde el Señor.

Y, en tercer lugar, no solamente la oración y la caridad nos llevan a regresar a lo esencial. También a mi vida más personal e íntima. Regresemos a la penitencia, que en el fondo es el ayuno con nosotros mismos. Mirémonos dentro de nosotros mismos, y eliminemos de nuestra vida todo lo que anestesia el corazón sacerdotal.

¿Dónde debe fijar la mirada un sacerdote a lo largo de su vida? Siempre que vengo aquí, a la catedral, esa imagen del crucifijo es esencial. Y para mí, ¿dónde fijar la mirada un sacerdote?: en el crucifijo. Ha de ser Jesús en la cruz la brújula de nuestra vida. Siempre nos orienta al cielo. En la pobreza del madero de la cruz y en el silencio del Señor en la cruz, en su desprendimiento de todo por amor, nos muestra un camino. En la cruz descubrimos dónde está el corazón de Jesucristo, y desde ahí descubrimos también dónde debe de estar nuestro corazón como sacerdotes. Él nos enseña a «dejar espacio a Dios en nuestras vidas». Y, para dejar espacio a Dios, solamente hay un modo: despojarse, vaciarse de sí mismo; es decir, callar, rezar, entrar en la humildad. Y es que, queridos hermanos, con la cruz no se puede negociar: o se abraza o se rechaza. Y es desde ahí desde donde podemos entender el gesto de Jesús en el Jueves Santo, que nos manda hacer a nosotros: «Haced esto también vosotros». Es decir, lavad también vosotros los pies; sed hermanos en el servicio; no lo seáis en la ambición, en el dominio al otro; servíos unos a otros. Nunca colaboréis en la crítica despiadada y mentirosa hacia la Iglesia y hacia quienes la sirven. El gran servicio que hoy nos podemos hacer es servir a la fraternidad; a ser constructores de fraternidad. A la debilidad de la fraternidad nosotros, los sacerdotes, respondemos construyéndola, no alimentando el deterioro de la fraternidad.

El Señor no solamente nos invita a entrar en la lógica de Dios, a descubrir también y a vivir de lo esencial, sino que estamos llamados, queridos hermanos, e invitados, a dejarnos custodiar y guiar por su amor. Dejemos que el Señor nos custodie, y nos diga el camino que hemos de seguir los sacerdotes. Él, como Buen Pastor, nos enseña a ser buenos pastores. Él está atento a cada uno de nosotros; nos habla, nos conoce, nos da la vida, nos custodia. ¡Qué bueno es saber que el Señor está atento a cada uno de nosotros, que nos busca y que nos ama, que nos acoge en todas las circunstancias, que nos ofrece la posibilidad de vivir una vida plena, que nos cuida y nos guía con su amor, que nos ayuda a atravesar caminos y situaciones arriesgadas!

Para cada uno de nosotros, Él da la vida eterna. Nos ofrece la posibilidad de vivir la vida plena. Somos pastores. Acercamos a los hombres, con nuestra vida, al Buen Pastor. Nos toca hacerlo en un momento de cambio histórico, cultural y social. Una nueva época, que nace. Los hombres han de escuchar en estos momentos verbos y gestos que describen el modo de ser de Jesús: «escuchan mi voz», «me siguen». Para ello hay que vivir una intimidad con Él; es decir, eso que se consolida en la oración y en el encuentro de corazón a corazón. Así se muestra y se refuerza en nosotros el deseo de seguirlo, saliendo de laberintos y caminos equivocados; no defendiendo lo indefendible, queridos hermanos. Somos un mismo presbiterio para vivir según Jesucristo; para, entre todos, ayudarnos a seguir a Jesucristo; abandonando caminos que son equivocados, y reconociendo que lo son, para encaminarnos juntos a sendas de nueva fraternidad, desde el don de nosotros mismos.

Queridos hermanos sacerdotes. Sí: estamos todos nosotros llamados a vivir desde la lógica de Dios, y a ser maestros de la lógica de Dios. Invitados a vivir en lo esencial, y desde lo esencial. Y estamos llamados a dejarnos custodiar y guiar por el amor mismo de Jesús. Pedimos a nuestra Madre, Nuestra Señora de la Almudena, que nos otorgue la misma alegría y disponibilidad que Ella tuvo para responder a Dios; nosotros, para responder a Jesucristo, que nos eligió para ser sacerdotes, unidos íntimamente al obispo, para el anuncio del Evangelio, y en el servicio del Reino de Dios.

Amén

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