Homilías

Lunes, 20 junio 2022 15:12

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de bodas de oro y plata matrimoniales (12-06-2022)

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Querido deán de nuestra catedral. Querido vicario episcopal. Queridos hermanos sacerdotes. Diáconos. Y queridos hermanos y hermanas, muy especialmente queridos hermanos que hoy hacéis las bodas de oro y plata de vuestro matrimonio en este día singular que el Señor nos permite a todos nosotros vivir, como es la fiesta de la Trinidad Santísima.

Hemos escuchado en el Evangelio unas palabras que tienen una fuerza singular: «El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena». Pero, ¿quién es la verdad plena? La verdad plena, hermanos, no es una teoría. La verdad plena es Jesucristo. Es Jesús, personalmente. En Jesús, se nos ha revelado el verdadero rostro de un Dios que es amor y que es comunión.

¿Qué es lo que nos quiere decir esta fiesta de la Trinidad Santísima? El ser humano solo se realiza creciendo en el amor y en la comunión. Vosotros sabéis, los que celebráis las bodas de oro y plata, lo que han significado en vuestras vidas estos años de matrimonio de crecimiento en el amor y en la comunión.

El Señor, en el Evangelio, nos decía hace unos instantes: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar ahora con ellas». Realmente, queridos hermanos, el mensaje de Jesús es una fuente inagotable para todos nosotros. Hay mucho terreno inexplorado en la verdad plena, que es Jesús, el Señor, que iremos descubriendo en la medida que el Espíritu nos lo vaya revelando.

El texto que acabamos de escuchar en el Evangelio, nos decía: «El Espíritu no hablará de lo suyo». Ciertamente. El Espíritu no habla al margen de Jesús. Hace presente a Jesús resucitado en nuestra vida y en nuestros corazones. Tampoco tendríamos que hablar solo de lo nuestro, sino escuchar la voz del Espíritu que nos conduce siempre al camino del amor y de la verdad. Y necesitamos, queridos hermanos, todos, salir de nuestro egocentrismo, que nos hace siempre prisioneros de nosotros mismos.

Hoy celebramos la fiesta de la Trinidad Santísima. La fiesta del misterio de Dios. Del misterio del Dios cristiano, que es comunión, que es amor. Un amor que se da, que entrega, que se relaciona, que unifica, que no se para, que nos hace uno. El misterio que hoy celebramos es un misterio de amor y comunión entre personas que no se reservan absolutamente nada para sí mismas. ¿No es esto el matrimonio cristiano? Un hombre y una mujer que se aman, que se quieren, que hacen un proyecto común, que no se reservan nada de cada uno, sino que todo se lo entregan al otro.

¿No estamos hablando, queridos hermanos, de que el Dios en el que creemos, y que se nos ha revelado en Jesús, no es un Dios solitario? Es comunión. Es amor. Un amor que se da, como os decía. Que se relaciona. Que unifica. Hoy celebramos este misterio de amor y de comunión, que el Señor quiere que vivamos entre nosotros. No estamos hablando de tres, sino de una única realidad, que es relación y amor. La Trinidad Santísima no es un crucigrama para eruditos: es el misterio de Dios, que es amor y comunión, y que le acogemos en nuestra vida.

Creer en el misterio de la Trinidad es creer que la comunión y el amor entre los seres humanos es posible. El amor y la comunión es el dinamismo que rompe el aislamiento, que vence la tendencia al narcisismo, que posibilita el verdadero encuentro entre personas. Es la comunión la que hace posible todo crecimiento auténtico. Queridos hermanos: nos realizamos en comunión, todos nosotros. Nos realizamos en relación. En el fondo, es creer que el ser humano, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, se realiza en la medida en que se relaciona. Se libera cuando se abre y crece, y cuando ama.

Dios es un despliegue del amor personal. Y estamos llamados a esto, todos nosotros. Vivir y realizarse, en el fondo es entrar en este misterio insondable de Dios, que es comunión y amor. Y, quizá, los que mejor sabéis de esto sois vosotros, los matrimonios, los que lleváis 50 años, lo que ha supuesto en la vida el vivir y lograr esa unidad. Dos distintos, pero construidos desde el amor. Pero no de cualquier amor, sino desde el amor de Dios, que es incondicional. Sí. No pone condiciones. Ama sin más.

Vivir y realizarse, en definitiva, es entrar en este misterio insondable. Dejar que esa vida de amor circule entre nosotros. Entre todos los seres humanos. Siempre que sentimos necesidad de amar y de ser amados, siempre que buscamos acoger y ser acogidos, cuando disfrutamos de una amistad que nos hace crecer, cuando sabemos dar y recibir, estamos presintiendo de alguna manera el misterio de la Trinidad inscrito en lo más profundo de nuestros corazones.

En esta fiesta de la Trinidad, queridos hermanos, tenemos necesariamente que recordar que la crisis de nuestra civilización occidental, y de nuestro mundo actual, solo tiene salidas por el camino del amor y de la paz; por el camino de la solidaridad entre todos los seres humanos. Y esta es la gran voz que estamos invitados a escuchar hoy: el amor entre los seres humanos es el único camino que puede curar la herida de la pobreza del mundo, y todas las heridas de la humanidad.

¿Cómo no encontrar apoyo, aliento, en esta certeza profunda? Solo en la certeza profunda de la presencia de Dios en lo íntimo de nosotros mismos, solo avanzando por el camino de una verdadera humanización, que es esta: entregar el amor de Dios. Queridos hermanos: qué importante y qué necesario es esto para nosotros.

Como hemos escuchado en las lecturas que hemos proclamado, por una parte, hemos cantado: «¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!». ¡Qué admirable es tu amor Señor! ¡Qué admirable es construir este mundo desde tu amor! ¡Qué admirable es olvidar, quizá, la mentira en la que estamos instalados en muchas ocasiones, y encontrar la medida de la verdad en este amor de Dios que nos invade! Qué admirable es, Señor, ser sabios. Tener tu sabiduría. Sí. Esa sabiduría que ha entrado en nuestra vida; que la necesitamos todos los hombres, que la anhelamos todos los hombres. La sabiduría comenzó cuando Dios crea todo lo que existe, y nos crea a nosotros a imagen y semejanza suya.

Queridos hermanos: hoy nos dejamos alcanzar por este amor de Dios. Lo que nos decía el apóstol Pablo desde su experiencia personal: «me glorío y me apoyo en la gloria de Dios, que ha alcanzado mi vida y que ha alcanzado mi corazón». Y, diría Pablo: «que me ha convertido de un perseguidor de Dios, del Dios que ama entrañablemente a los hombres, en un apóstol para comunicar que solo este amor es capaz de salvarnos». Dejémonos conducir, queridos hermanos, por el Espíritu del Señor.

Sí. Por eso, ¿qué ven nuestros ojos? Es importante que nos preguntemos esto. ¿Qué ven nuestros ojos, queridos hermanos? ¿Ven dónde está la salvación? ¿Ven dónde está la salida certera que tiene el ser humano para vivir? ¿Qué ven nuestros ojos? La comunidad cristiana, nosotros, cristianos, ¿qué vemos? ¿Tenemos la mirada puesta en el pasado, en la nostalgia de algo que ya no existe, o somos capaces de lanzar una mirada de fe clarividente, proyectada hacia el mundo en el que nosotros estamos? ¿Qué vemos? ¿Qué es lo que mueve nuestro corazón? ¿Qué es?

Queridos hermanos: en la celebración que teníamos ayer la Iglesia que camina en España en torno a la sinodalidad, podíamos experimentar algo que es importante. Una Iglesia que camina unida, que recorre los caminos de la vida unida, se llama Evangelio. Pero Evangelio encendido. Evangelio que da luz. La Iglesia no es una fortaleza. La Iglesia no es una potencia. No es un castillo situado en lo alto, que mira al mundo a distancia y con suficiencia. No. La Iglesia es la levadura que hace fermentar el reino de paz y de amor. Y vosotros, los matrimonios, sois esa levadura, queridos hermanos. Con vuestro amor. Sí. Qué hermosa es la Iglesia cuando no se separa del mundo, cuando no mira la vida desde el desapego, sino cuando mira la vida desde dentro; cuando mira la vida compartiendo, caminando juntos, acogiendo las preguntas que nos hacen los hombres y las expectativas de la gente.

Queridos hermanos: el centro de la Iglesia no es ella misma. La Iglesia mira a Jesús. Y, mirando al Señor, se pregunta: ¿Qué espera el mundo de esta Iglesia, de este pueblo de Dios que está extendido por toda la tierra? Espera que entreguemos libertad. La libertad de los hijos de Dios. No hay verdadera humanidad sin libertad. El ser humano ha sido creado libre, para ser libre. Los períodos más dramáticos de la historia son cuando la libertad es herida, cuando es violada, cuando es asesinada. La humanidad se degrada. Y, la libertad, veis que no es una conquista automática, pero se alcanza desde el amor. Cuanto más os habéis querido vosotros, cuantos más años están pasando en vuestra vida de matrimonio, más libertad tenéis, porque os hace responsables de vuestras decisiones; os hace discernir juntos, y llevar adelante los procesos de la vida. Pero juntos.

Queridos hermanos. Es importante, no solamente la libertad. En estos momentos, para los cristianos, acogiendo a este Dios que es amor y comunión, nos dice que seamos creativos. Somos hijos de una gran tradición. Esa tradición nos enseña, durante 21 siglos, que la evangelización nunca es una simple repetición del pasado. La alegría del Evangelio siempre es Cristo. Y, a través de la historia, los hombres y las mujeres cristianos han sido capaces de inventar lenguajes para transmitir el Evangelio. Fueron creativos. Tradujeron el mensaje cristiano con fuerza. Estuvieron cerca de la historia de los hombres. ¿No es esta quizá una tarea que hoy tenemos que hacer? En concreto vosotros, los matrimonios, la familia. No hay más belleza. No hay belleza más grande que una familia cristiana, donde todos crecen por el amor que se tienen, y donde todos se miran, los unos a los otros.

Queridos hermanos. Encontrar nuevos alfabetos para anunciar la fe con libertad y con creatividad: qué grande es. Encontrar esos caminos, modos, lenguajes, para anunciar el Evangelio de la familia, el Evangelio del matrimonio, el Evangelio del amor. Libertad. Creatividad. Y diálogo, queridos hermanos. El diálogo.

Una Iglesia, queridos hermanos, que anuncia el Evangelio del amor, de ella brota la comunión, la amistad, el diálogo. El diálogo, especialmente entre vosotros. Esto nos tiene que inspirar siempre, queridos hermanos. Nos tiene que inspirar siempre. El Señor no deja de mandarnos señales para invitarnos a una visión renovada de nuestra vida. Para hacer creíble que la familia cristiana es el futuro de esta humanidad. Como lo fue en los primeros momentos de la vida de la Iglesia, y como lo ha sido a través de los siglos. Ese lugar singular para la transmisión de la fe. La tentación de ir hacia atrás, de rigideces, es en nuestra vida real. Abramos el corazón con valentía y sin miedo. Abramos el corazón, hermanos y hermanas. No nos detengamos mirando el pasado solamente, o soñando un mañana que jamás llegará. Pongámonos ante el Señor en adoración. Pidámosle que tengamos una mirada que sepa discernir el camino que Dios quiere que emprendamos en este momento de la historia todos nosotros. Y el Señor nos lo dará, con alegría y fortaleza, y sin miedo, como lo ha hecho siempre.

Hermanos: qué admirable es Dios. Es su nombre, en toda la tierra. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Qué es el hombre para que hayas venido y nos regales tu amor? ¿Tu misterio, que en definitiva es vivir en el amor? En ese amor que tan bellamente nos ha descrito Nuestro Señor Jesucristo con su propia vida. Este Jesús que se hace presente aquí, en el altar, dentro de unos momentos. El mismo Señor que nos está invitando a caminar en su amor; a construir este mundo desde su amor; a no tener miedo de decir que somos discípulos de este Jesús, de este Dios, que se hizo hombre y nos ha enseñado cómo es el amor de Dios. Y nos ha diseñado en todo -a nivel personal, a nivel del matrimonio cristiano- a construir la vida desde este amor, tan necesario en esta humanidad, precisamente para renovarla, queridos hermanos. No estamos hablando de una teoría. La renovación de esta humanidad viene también de la familia y del matrimonio cristiano. Que asumamos este compromiso todos, queridos hermanos: vosotros, los matrimonios, y los que os acompañamos, para creer de verdad que este Dios que es comunión y amor quiere que vivamos ese amor desde la comunión con Él y acogiendo también su amor.

Que así sea.

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