Homilías

Miércoles, 28 septiembre 2022 15:54

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de inicio de curso de la Curia diocesana (6-09-2022)

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Queridos obispos auxiliares don José. Queridos vicarios episcopales. Queridos hermanos sacerdotes, todos. Queridos miembros todos que trabajamos en el anuncio del Evangelio, o por el anuncio del Evangelio y para el anuncio del Evangelio, en nuestra Iglesia diocesana.

Iniciamos el curso todos los que trabajamos en el Arzobispado. Iniciamos el curso con esta celebración de la Eucaristía y con este sentimiento que el salmo 149 nos regalaba a nosotros, y quisiera que lo tuviésemos en nuestro corazón: «El Señor ama a su pueblo». El señor ama a los hombres. Y el Señor nos está pidiendo a nosotros que ese cántico nuevo, que es la experiencia viva en cada uno de nosotros de su persona, resuene en medio de los hombres; que se alegren los hombres porque perciben que este canto, que llevamos en nuestras propias vidas y en la misión que tenemos, se realiza y es el que alegra a los hombres.

El señor nos invitaba a alabarlo, a cantarlo, a bendecirlo, porque fundamentalmente la experiencia más grande que podemos tener en nuestra vida, y la que podemos hacer tener a todos los hombres, es que el Señor nos ama, nos quiere, y quiere adornarnos en nuestra vida con el misterio de su presencia en cada uno de nosotros. ¡Qué ilusión es poder colaborar en el anuncio del Evangelio! Y, para ello, hay que retornar a la alegría del Evangelio.

Sí. El Señor ama a su pueblo. Nos invita a hacer de nuestra vida un cántico nuevo. Y nos invita fundamentalmente a hacer fiesta en nuestra existencia, precisamente porque conocemos a Nuestro Señor, y nos impulsa Él a darlo a conocer a los demás.

Tres cosas, fundamentalmente, nos pide el Señor a nosotros al iniciar el curso, y que en la Palabra de Dios que hemos proclamado están presentes: en primer lugar, vivir la fraternidad; en segundo lugar, la cercanía, a Dios y a los hombres; y, en tercer lugar, el Señor nos invita a curar, a hacer ofertas de curación a los hombres con la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo.

Queridos hermanos: malamente haremos nuestra misión y nuestro servicio si no está entre nosotros la experiencia de la fraternidad que se comunica, que entra en el corazón de todos los hombres de una manera singular. No por nuestra fuerza. La fuerza la tiene la misma fraternidad que nosotros queremos impulsar en nuestra archidiócesis de Madrid.

Por eso el Señor, a través del apóstol Pablo, en la primera lectura que hemos proclamado, nos ha invitado a eliminar los pleitos entre nosotros. A nosotros nos une una persona, que es Jesucristo. Podemos tener opiniones sobre cuestiones muy diferentes, o diferentes, pero lo que nos une de verdad es la persona de Nuestro Señor Jesucristo. Cada uno de nosotros que tenga, como dice el apóstol Pablo, ante los santos, el verdadero descaro. Abrir la vida a Dios. Abrir la vida entera a este Dios que tenemos que anunciar en este momento histórico que nos toca vivir. Desde cualquier punto de vista, nos dice el apóstol Pablo, nosotros tenemos que tener claro que el anuncio de Jesucristo Nuestro Señor es lo que nos une y lo que nos mantiene a nosotros trabajando, unánimes y concordes, en la Curia diocesana.

«No os llaméis a engaño» decía el apóstol Pablo a los Corintios en la primera carta. Nos os llaméis a engaño. Quizá antes de conocer a Cristo éramos de una manera, pero en estos momentos, con el conocimiento de Cristo, lo nuestro es construir la fraternidad en medio de este mundo y a través de la Iglesia de Cristo. Fuera los pleitos entre nosotros. Opiniones podemos tener diversas, pero hay una única Persona, que es la que nos une, que es Jesucristo Nuestro Señor, y que es el que organiza nuestro corazón de tal manera que construimos sin darnos cuenta, cuando le tenemos a Él en nuestra vida, la fraternidad.

En segundo lugar, esto hay que hacerlo en la cercanía. Como Jesús. En la cercanía de Dios. El Evangelio que hemos proclamado es claro: Jesús subió a la montaña a orar. Jesús busca un lugar donde la relación con el Padre sea inmediata y sagrada. Y Jesús pasa la noche orando a Dios. Nosotros, como Jesús, el trabajo que realizamos, o lo realizamos en la cercanía a Dios, encontrándonos con Nuestro Señor, o malamente haremos nuestro trabajo. Cercanía a Dios para tener cercanía a todos los hombres, estén en la condición que fuere.

Sí. El Señor nos dice: construid la fraternidad. En segundo lugar: hacedlo en la cercanía a todos los hombres. Unos serán creyentes como vosotros. Otros, quizá, la primera noticia que van a tener de Nuestro Señor es la que a través de vuestro comportamiento llegue a todos los hombres.

Y, en tercer lugar, no solamente necesitamos vivir la fraternidad y la cercanía a Dios y a los hombres, sino hagamos una oferta: la que nos dice la el Evangelio. Curemos. La oferta de curación. Nos ha llamado el Señor para que curemos.

La página del Evangelio que hemos proclamado es clara: se paró, porque venían a oírlo; venían a que los curara; trataban de tocarlo. Queridos hermanos: esta es la gran tarea que tenemos nosotros también en cada uno de los trabajos que realizamos en la Curia diocesana y al servicio de toda la Iglesia que camina en Madrid. O lo hacemos en fraternidad, o no seremos creíbles; o lo hacemos en la cercanía, o nadie se enterará. Jesús nos enseña a ser cercanos. Y cuanto más ora y más relación tiene con Dios, más cercanía y necesidad experimenta de bajar de la montaña para encontrarse con los hombres. Y hagamos sobre todo esta oferta de curar. Nos ha llamado para que curemos. Junto al Señor. Venían a oírlo, pero sobre todo venían a que los curara. Trataban de tocarlo.

Dejemos que nuestra vida sea transmisora de la vida de Jesucristo en cada uno de los lugares donde nosotros estamos: desde que se entra por la puerta del Arzobispado, hasta el lugar más pequeño que tengamos, donde alguien está sentado en su trabajo y viene alguien a vernos, a preguntar, a orientarse o simplemente a hablar. Que sintamos el gozo de ser hombres y mujeres que estamos en la misión, y llevamos el amor de Dios en esta misión. El amor del Señor. Constructores de fraternidad en la cercanía, y siempre curando. Nunca matando.

Que Jesucristo Nuestro Señor, que se hace presente en el misterio de la Eucaristía, nos ayude a vivir de esta manera.

En la Carta pastoral que he escrito para el inicio de curso, y que he titulado A la misión. Retornar a la alegría del Evangelio, os propongo esa parábola que tantas veces hemos escuchado: la parábola del padre misericordioso, donde hay dos hijos: uno que se marcha y otro que se queda en casa. Estos dos hijos necesitan retornar a la alegría del Evangelio, porque ninguno de los dos tiene esa alegría. Uno marchó, como hay mucha gente que marchó de nuestro lado, de nuestra casa, y es necesario que les llamemos, o que nunca llegó a entrar; y estamos los que estamos dentro, que necesitamos retomar esta alegría.

Como vengo haciendo desde que soy vuestro pastor aquí, en Madrid, para principiar el nuevo curso, busco siempre un texto y una página del Evangelio que nos acompañe, que nos de la luz del Señor, que nos marque la dirección en las acciones y planes pastorales que tengamos. Quiero destacar el protagonismo de la Palabra siempre del Señor, que nos señala la dirección, y nos abre caminos, y nos impulsa a caminar juntos sinodalmente, por supuesto al ritmo que cada comunidad cristiana tenga. Y yo he elegido la parábola del hijo pródigo, que a mí me gusta llamar del padre misericordioso, porque ahí el importante es el padre, que es Dios mismo.

Pido al Señor que penetre en nuestro corazón, que formule nuestra vida con la hondura que nuestra Iglesia diocesana necesita, y que nosotros colaboremos, porque sabemos que el ser humano no puede vivir sin amor. Pero no se trata de cualquier amor. Ha de ser un amor que envuelva de tal manera a la persona que nos haga sentir la originalidad irrepetible; la verdad incontestable; ese amor que abraza incondicionalmente todas las dimensiones del ser humano; ese amor que nos recuerda que nacimos por amor y para amar. Esto solo lo revela el amor de Dios, que vino al mundo y se hizo hombre con todas las consecuencias.

Al escribiros esta Carta pastoral, que dentro de poco tendréis en vuestras manos, en mi corazón de pastor está el deseo y el compromiso de salir ilusionado a vuestro encuentro para deciros lo que tenemos que anunciar y discernir; para descubrir la sabiduría de saber hacerlo en estas circunstancias históricas que nos toca vivir. Debemos hacerlo con verdad, con pasión, con intensidad, y sin escamotear nada. Habremos de anunciárselo a todos los hombres y mujeres contemporáneos nuestros, los que están con nosotros, los que marcharon y los que nunca entraron. Dios nos ama. No estamos solos. Hemos sido diseñados para amar, y Jesucristo ha venido a este mundo porque siendo Dios no tuvo a menos hacerse hombre y regalarnos la buena Noticia, en la que Él nos dice hasta adónde tenemos que amar.

Queridos hermanos: salgamos a la búsqueda de todos los hombres. Abramos nuestras puertas a todos. Salgamos a su encuentro. Hagámosles sentir la cercanía de Dios. La misma que nosotros, en el comienzo de este curso, queremos tener, donde el mismo Jesús se va hacer presente aquí, entre nosotros. Cercano, amándonos y pidiéndonos: «Id y anunciar el Evangelio». Amén.

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