Homilías

Martes, 19 abril 2022 15:08

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del 150 aniversario de los josefinos de Murialdo (20-03-2022)

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Querida familia de Murialdo. Estimado padre Salvatore Curró, consejero general y representante del padre general Tullio Locatelli, que está hoy en Turín inaugurando este 150 aniversario de la fundación de vuestra congregación de San José, josefinos de Murialdo. Queridos vicarios episcopales. Deán de nuestra catedral. Queridos josefinos, sacerdotes, hermanos consagrados y consagradas de las distintas familias religiosas. Queridos hermanos y hermanas.

Hoy estamos celebrando el 60 aniversario de la presencia en España de esta familia de Murialdo. Querido Juan José: gracias por tus palabras y gracias también por vuestro trabajo en esa unidad pastoral de San Raimundo y Santa María del Pozo y Santa Marta. Lo que más me ha impresionado, y quizá más me ha sorprendido, es que veo que sois una gran familia. Sois familia. Ese es el misterio de la Iglesia, donde Jesucristo Nuestro Señor se encuentra en el centro. Una familia donde queréis hacer visible y real el espíritu de san José. La figura de san José es sublime. Es grandiosa. Esta figura ha dado lugar a la creación de tantas y tantas familias en la Iglesia, y en la vuestra hoy resplandece, gracias a vosotros, que también tenéis la misión de difundir la devoción. José, hijo de David, participa y se compromete plenamente en la obra de redención de Jesús. Y esta figura quiere estar también entre nosotros. Con Jesús y María, él es rechazado y perseguido. Se vuelve exiliado. Experimenta la inseguridad. Experimenta el miedo. Su silencio no es un silencio de ausencia: es el silencio de la plena adhesión a los proyectos de Dios, y una clara percepción de saber quién es la Palabra, y ante la cual es mejor callar, acogerla en nuestro corazón y vivirla.

Con Jesús y con María, él huye a Egipto, para hacer con ellos el camino también de la esclavitud y de la opresión que hicieron sus antiguos padres, y de la que fueron liberados con brazo fuerte y mano extendida en la Pascua del Señor. San José, de alguna manera, nos hace ponernos en relación con aquel José, el hijo de Jacob, que interpreta los sueños del faraón y se gana su confianza. Pues el padre de Jesús descubre en sueños los proyectos de Dios, y los lleva a cabo con toda disponibilidad. Queridos hermanos: hoy necesitamos ser hombres y mujeres dispuestos a llevar a cabo los planes insondables de Dios. En silencio, en el trabajo, el Señor nos va desvelando cómo nos quiere partícipes en su proyecto de amor. Es la misma situación que hoy estamos viviendo en Europa, por las manifestaciones más cercanas de la guerra de Ucrania, pero en todos y en muchos lugares del mundo, donde los hombres y mujeres estamos en guerra; nos rompemos, porque no tenemos el proyecto de amor. Hoy, precisamente, nosotros queremos ser orientados y acompañados y amados a los desafíos que hoy presenta la vida. Sí. Y hay que buscarlos. Hay que salir a buscarlos. Muchos hombres, y muchos educadores, vosotros mismos, san Leonardo Murialdo, padre de huérfanos, educador de trabajadores... Él se inspiró en san José. Vivió con pasión la vocación educativa.

Somos conscientes todos nosotros, queridos hermanos, del tiempo que estamos viviendo; de la fuerte movilidad humana en todo el planeta, especialmente la movilidad desde aquellos territorios de mayor pobreza a los pueblos de mayor desarrollo. Otros muchos huyen de la guerra, como está pasando en estos momentos con millones de personas, de desplazados de Ucrania. A san José, que protegió y guió a su familia, encomendamos estas realidades de nuestro tiempo. Y también a san José le pedimos todos nosotros que nos dé su sabiduría para saber abordar, como él abordó, aquellas situaciones. Hoy no podemos olvidar a madres y a padres que buscan angustiados a sus hijos, como les pasó a José y a María en Jerusalén.

¡Qué historia más bella la de vuestra fundación! San José. San Leonardo Murialdo, en 1873, tal día como hoy, funda en Turín esta congregación de San José. El fin apostólico desde el principio fue la formación de la juventud, especialmente de la más pobre y más abandonada. Esta realidad, este comienzo humilde y discreto, se tiene que convertir para nosotros en ese árbol que va creciendo, que cada día se hace más frondoso, y que somos capaces también de ir a buscar a los jóvenes. El padre general os decía en la última carta circular a toda la familia Murialdo: «Por la bondad de Dios, que siempre nos ha asistido con su misericordia, y por la fidelidad al carisma fundacional». Y quería para este Año Jubilar «una memoria agradecida del pasado, para no perder la raíces que dan sabia e inspiración. Aceptar el desafío del presente, lleno de interrogantes sobre la existencia y nuestra identidad, que nos solicita renovación total de nuestro apostolado». En el fondo, es esa conversión pastoral que nos está pidiendo desde el inicio de su pontificado el Papa Francisco. «Y una mirada esperanza al futuro, en sintonía con la Iglesia, para educar a las futuras generaciones».

Queridos josefinos. Vosotros seguid prodigándoos, acogiendo la gran llamada a ser padres dedicados a la juventud. A la juventud de hoy. Hoy hay signos de una paternidad quizá más necesaria, más fuerte, más grande. El núcleo central de vuestra espiritualidad es la convicción del amor misericordioso de Dios. Un padre siempre bueno, paciente y generoso que revela la grandeza de su misericordia con el perdón, y lo experimentó de forma esencial vuestro fundador mediante un encuentro vivo con el Señor. Él siempre se consideró un hombre favorecido por Dios. Por eso vivió el sentimiento gozoso de la gratitud del Señor, y la serena conciencia de las limitaciones, pero el deseo ardiente, y el compromiso constante y generoso. Veía su existencia no solamente iluminada, guiada y sostenida por este amor, sino inmersa en la misericordia de Dios. Damos gracias a Dios, queridos hermanos todos, por estos beneficios, por los logros conseguidos a lo largo de estos 60 años en España, y 150 en las 16 naciones del mundo donde todos vosotros, como congregación y familia, estáis presentes.

Queridos hermanos: cuánto bien han sembrado, especialmente entre los jóvenes, en las parroquias, en los centros de formación, en las escuelas, en los colegios, en los seminarios... Habéis buscado a los jóvenes, preparándolos para la vida, inculcándoles valores humanos y cristianos, acompañándolos hasta encontrar un trabajo, con el seguimiento posterior. Junto a vosotros, muchos se empaparon de la espiritualidad de san José; de la humildad de este santo a quien hoy recordamos y de su caridad; de su amor al trabajo; de la vida en la intimidad de la familia de Nazaret, y muy especialmente de esa obediencia a la voluntad de Dios. De la misma manera que san José fue padre, se hizo cargo y educó a Jesús junto a la Virgen María, a vosotros también el Señor os ha llamado a ser educadores de tantos jóvenes, imitando a vuestro fundador, san Leonardo Murialdo. Es un buen ejemplo de santidad a seguir.

San Pablo VI, el 3 de mayo 1970, en su canonización, decía precisamente de san Leonardo Murialdo: «Nuestro hermano, un compañero de viaje, hombre bondadoso y atento, sacerdote piadoso y ejemplar, fundador sabio y trabajador, un santo extraordinario en lo ordinario. Que vuestro fundador bendiga vuestra familia, también, y la bendiga con esa grandeza de poder vosotros seguir las huellas de él».

Qué precioso ha sido poder recitar hoy este salmo que juntos hemos rezado: «Cantaré, anunciaré tu fidelidad Señor. Sellaré una alianza». También en ese linaje que tú has fundado, y del que nosotros somos parte, con esta identidad de esta familia, nosotros edificaremos y diremos que tú eres nuestro padr; eres nuestra roca Señor. Sabemos que tú mantienes siempre el favor hacia nosotros.

Queridos hermanos de esta querida congregación: la palabra de Dios que hemos proclamado nos invita a todos los que estamos aquí a vivir tres realidades: la misión, el apoyarnos en la fe en Dios, dejando que Dios toque nuestro corazón, y hagamos visible y viable aquello que Él nos hace sentir en nuestro corazón.

Estamos llamados a la misión. Llamados para una misión. Afirmaré la descendencia, nos decía la primera lectura. Construiré una casa para el hombre. Y esta casa somos todos nosotros, queridos hermanos. Y esta casa tiene una singularidad, una manera de hacerse y construirse, tal y como el Señor quiso hacerlo a través de nuestro fundador. Estamos llamados a una misión. Pero, mirad: estamos llamados a apoyarnos en la fe, y siempre con esperanza. No nos dejemos enturbiar por las nubes que puedan aparecer. Fe en Dios. La fe de la cual nos habla el apóstol Pablo en la segunda lectura. Todo depende de la fe. Todo es gracia. Todo lo hemos recibido. Y al encontrarnos todos nosotros con el Señor, nuestra vida, nuestro apoyo, es Él. Yvivimos en la esperanza. Y vivimos queriendo hacer este mundo nuevo, distinto; con unas relaciones que, apoyadas en la fe en Dios, nos hacen estar siempre caminando y llevando la noticia de Jesucristo Nuestro Señor, al estilo del santo que hoy nos reúne aquí como familia Murialdo.

Sí, queridos hermanos: una misión. Un apoyo: fe y esperanza. Y un corazón, viviendo todo desde lo profundo del corazón. Qué página más preciosa el Evangelio que hemos proclamado: Jesús se queda con los doctores de la ley. Aquel corazón de María y José. María, madre del Señor. José, que había aceptado ser padre de este Dios, que quería hacerse presente y quiere hacerse presente entre nosotros, que nos pide a todos nosotros, miembros de la Iglesia, que lo hagamos presente en este mundo en el que hay sombras, haynubes, pero nosotros tenemos la dirección marcada. Qué bonito es ver a Jesús escuchando y haciendo preguntas a los que le oían. Qué bonito es Jesús haciendo asombrarse por el talento y sus respuestas a aquellos hombres. Vuestro fundador asombró con la obra que ha hecho, que se mantiene en la Iglesia, a los hombres. Nació una congregación. Han quedado muchos asombrados, porque os habéis preocupado de los jóvenes y de los que más necesitan, de los que más pobreza en todos los aspectos puedan tener en la vida.

Queridos hermanos: que a nosotros nos pase siempre como a Jesús. Hijo, por qué, mira que tu padre y yo te buscábamos... ¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi padre? La casa de Dios es este mundo. Pero estemos en este mundo como Jesús. Estemos en este mundo como los grandes seguidores de Jesús. Sí. Como este hombre, este santo que hoy nos reúne a nosotros aquí, en torno a su familia. Este santo, que tiene una presencia viva a través de una comunidad en nuestra archidiócesis de Madrid. Este santo que hace sentir el espíritu de san José, de acogida, de preocupación, de seguimiento, de arropamiento, de dar y marcar dirección a todos los hombres.

Queridos hermanos: gracias por vuestra misión. Gracias por vuestra presencia en nuestra archidiócesis de Madrid, en nuestra iglesia diocesana. Gracias por seguir manteniendo el carisma que Jesús regaló a vuestro fundador para servir a los hombres y, muy especialmente, a la juventud. Apoyaos en la fe y vivid esto desde el corazón. Esto no solo se hace con ideas. Las ideas son buenas, pero el que palpita y hace salir a la vida y a encontrarnos con esos jóvenes hoy, más que nunca, para indicar el camino, no solamente con palabras, sino porque sienten el abrazo de Dios cercano a ellos. Que sigáis en esta tarea. Así se lo pedimos al Señor en este día en el que, junto a vuestra congregación, celebramos también esta presencia vuestra entre vosotros.

Recibamos a Jesucristo. Este hombre, precisamente porque recibió en su vida y acogió con todas las consecuencias a Jesús, solo de este encuentro surgió esta familia de la que vosotros sois parte.

Que el Señor os bendiga y os guarde siempre.

Amén.

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