Homilías

Miércoles, 11 enero 2023 15:55

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Gallo 2022 (24-12-2022)

  • Print
  • Email
  • Media

Queridos don José y don Jesús, obispos auxiliares. Rector de nuestro seminario metropolitano. Querido deán de la catedral. Hermanos sacerdotes que concelebráis. Querido diácono. Hermanos y hermanas. ¡Feliz Navidad!

La gloria del Señor nos envuelve con su claridad. Hay momentos en la vida de los hombres, y en la historia de la humanidad, en los que es necesario observar esta luz, y comprender que es con esta luz con la que los hombres tenemos que hacer el camino. Es con esta luz con la que podemos nosotros vivir como hermanos, porque somos hijos de Dios. Es con esta luz con la cual podemos hacer proyectos que sirvan para el bien, y para proclamar la dignidad de todos los hombres. La gloria del Señor, en esta noche santa de la Navidad, nos envuelve con su claridad a todos nosotros, queridos hermanos y hermanas.

Aquella claridad transformó la noche que caía sobre Belén de Judá. Gracias a esa luz, y a aquella noche, los pastores se vieron inmersos en una extraordinaria claridad como la que yo quisiera que todos vosotros tuvieseis hoy, y alcanzaseis en lo más profundo de vuestro corazón. No solo había luz en torno a ellos: había también luz interior. Esta luz nos alumbra a todos nosotros en esta Nochebuena. ¡Feliz Navidad, queridos hermanos!

La noche cerrada se convierte en claridad que nos envuelve con el nacimiento de Jesucristo Nuestro Señor. Cuando el ser humano mira hacia lo interior de sí mismo, Dios se manifiesta como una luz que le permite descubrir al hombre el misterio propio, el misterio que lleva en su corazón. Por eso, deseo para todos vosotros, hermanos, que la luz del nacimiento del Señor ilumine vuestra vida. Ilumine esta noche. Ilumine nuestro mundo. Ilumine la noche de los corazones de los hombres.

Acabamos de escuchar, en la Palabra de Dios que hemos proclamado, que «le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito», que «lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no tenían sitio en la posada». No había sitio para Él en la ciudad. Tuvieron que salir a los arrabales, fuera de la ciudad. Él ha querido compartir, queridos hermanos, la condición de los pobres y olvidados de la tierra. De todos, de todos los hombres, pero también de todos aquellos que no tienen sitio en la sociedad. Jesús pertenece y, desde su primera venida, se ha hecho cargo de la pobreza y del dolor humano. Se ha hecho cargo de la soledad. Millones de seres humanos prolongan en el tiempo y en el espacio el pesebre de Belén.

También, os lo digo de corazón, también Él quiere encontrar sitio en nuestro corazón. Y la pregunta que me hago a mí mismo, y os invito a que os la hagáis también vosotros, es: ¿tengo yo espacio para Él cuando viene a mi encuentro? A veces estamos tan llenos de nosotros mismos que ni hay sitio para Dios, ni hay tiempo para Dios. ¿Quién tiene espacio interior para Él? Hoy, en nuestra sociedad... A veces, hemos conseguido logros importantes, que han dado bienestar a la humanidad. Y eso es bueno. Pero hemos olvidado, muy a menudo, hacer sitio para Dios. No hay Navidad sin Jesucristo, queridos hermanos. La Navidad, ni es la cena ni son los regalos. La Navidad es Jesús. Sin Jesús, no hay Navidad.

«Había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, y un ángel del Señor se les presentó: “No temáis, os traigo la buena noticia, la gran noticia, la gran alegría para todos los hombres y para todo el pueblo: hoy ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”». Hermanos, estamos acostumbrados a oír esta noticia. Pero dejemos que esta noche entre Jesucristo en nuestra vida y en nuestro corazón. Hagámonos por un momento pastores todos nosotros. Sí. Y dejemos que el Señor, a través suyo, nos diga: «Os doy una buena noticia. Os doy una noticia para que sea la alegría de toda la humanidad. Ha nacido el Salvador». Este anuncio que se dijo a los pastores es para todos los hombres, hermanos y hermanas. Es para todos los seres humanos.

Los pastores fueron los primeros destinatarios de la buena noticia de la salvación. Quizá alguno os habéis preguntado, en algún momento de vuestra vida: ¿por qué el anuncio del ángel a los pastores? Porque los pastores, en la época de Jesús, eran una clase despreciable; representaban la marginación de la sociedad. Y resulta que el primer anuncio de esperanza y de alegría va dirigido a los pastores. Dios tiene predilección por los pequeños, por los que quizá no cuentan en la sociedad, por los que están sufriendo más. ¿Cómo no va a contar hoy el Señor con todos los lugares donde hay guerras, divisiones, muertes?

Dios tiene predilección, sí, por todos los pobres. Nosotros, los discípulos de Cristo, en esta noche santa, no podemos ser espectadores de esta situación. Necesitamos ser solidarios. Sí. Necesitamos acoger en nuestro corazón y en nuestra vida a Jesucristo. Y necesitamos, acogiendo a Jesucristo, interpretar la vida y nuestra existencia según Él nos indica, según Él nos dice. Nos lo ha dicho en la oración que hemos aprendido todos, la primera quizá de nuestra vida: el padrenuestro. Saber que todos los hombres somos hijos de Dios. Que todos los hombres podemos recibir la santidad de Dios. Que todos los hombres añoramos el reino de paz, de justicia, de verdad, de vida, de fraternidad.

Hoy, queridos hermanos, nos ha nacido un Salvador. Y ninguno de nosotros queremos ser espectadores de esta situación. Queremos meter en nuestro corazón y en nuestra vida a Jesucristo en este momento de la historia, donde se está fraguando una época nueva de la historia. Y la época nueva de la historia puede ser marcada por fuerzas muy distintas. Pero, queridos hermanos, nosotros, los discípulos de Cristo, los miembros de la Iglesia, tenemos hoy la gracia de poder entregar a esta humanidad una interpretación única de la vida, de la existencia humana, que es la que nos ha regalado Jesucristo Nuestro Señor.

«Hoy os ha nacido un Salvador». En esta noche, el tiempo se abre a lo eterno. Y se abre porque Jesús ha nacido entre nosotros. Con su nacimiento, el tiempo humano es tiempo de salvación, y esta salvación queremos regalarla y entregarla todos nosotros. «Señor, le podríamos decir esta noche. Señor, tú has santificado los días, has santificado los años, has santificado los siglos. Tú has disipado los miedos. Tú has renovado al esperanza. Tú has llenado el mundo de alegría. Tú puedes llenar el mundo de paz, de reconciliación, de fraternidad. Y cuentas con nosotros para hacerlo».

Dejemos sitio al Señor en nuestra vida. En esta noche, queridos hermanos, se nos repiten a todos las mismas palabras que el ángel dijo a los pastores y al pueblo: «Os traigo la buena noticia. Os traigo la gran alegría para el pueblo». En los lugares donde hay divisiones, donde hay conflictos, donde hay guerras cercanas a nosotros; en los lugares donde no se reconoce la dignidad del ser humano; en los lugares como el nuestro, queridos hermanos, donde se cuestiona la vida, y se implantan legislaciones que rompen y matan la vida, viene Jesucristo Nuestro Señor y os dice, y nos dice: «Os traigo la buena noticia. Os traigo la alegría para el pueblo». ¿Acogeremos nosotros esta gran alegría en el silencio de nuestro corazón?

El relato evangélico de forma poética nos dice que los ángeles comenzaron a cantar en la noche de Belén. Empezaron a decir: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». ¿Quienes son los hombres que Dios ama? Nos ama a todos los seres humanos sin excepción. Algunos no lo saben, no se han enterado, pero en el fondo todo ser humano tiene sed de ser amado. Y en esta noche santa se nos dice que Dios es amor; que el amor, que es Dios mismo, nos abraza a todos, queridos hermanos. Pero nos abraza para que nosotros hagamos lo mismo con quienes nos encontremos. Dios ha amado al mundo en Cristo. Dios ha amado al mundo naciendo, haciéndose hombre-Dios. Ha revelado a todos los seres humanos dónde está el camino de la paz, dónde está el camino de la vida, por dónde se camina para construir la fraternidad, por dónde se eliminan los enfrentamientos de los hombres. Nos ha regalado su rostro. «Señor —le podríamos decir todos esta noche— ayúdanos a ser hombres y mujeres de paz. Ayúdanos».

Queridos hermanos y hermanas. ¡Feliz Navidad! Yo estoy seguro de que en el fondo de vuestro corazón queréis hacer esto. No estáis aquí para hacer una cosa más. Estáis aquí, celebrando la Eucaristía, porque deseáis encontraros con Nuestro Señor, y deseáis dirigir vuestra vida no por cualquier palabra, sino por la palabra que viene del Señor. Quizá, empezando por mí, esta noche todos juntos podríamos decirle al Señor: «Señor. Te acogemos. Te acogemos con alegría. Tú eres luz y brillas en la noche de nuestro mundo. Brillas también en la noche de nuestro corazón. Tú nos dices que las oscuridades que hay en este mundo se podrían eliminar si acogemos tu vida e interpretamos nuestra existencia desde ti». Dios ha amado al mundo. Que hoy podamos decirle con alegría: «Jesús, que alumbre la oscuridad del mundo tu vida. Pero, sobre todo, que se encienda en nosotros el fuego de la esperanza y el fuego del amor».

Queridos hermanos. Gracias por vuestra presencia. Por celebrar la Navidad acogiendo a Nuestro Señor Jesucristo. Que, en todos, el Señor encienda hoy el fuego de la esperanza. De la esperanza de unos hombres y mujeres, de jóvenes y niños que, interpretando nuestra vida desde Jesucristo y con Jesucristo, somos capaces de hacer un mundo diferente, nuevo, donde florezca la paz, la fraternidad; donde florezca la vida; donde florezca un camino en el que la existencia humana adquiere un protagonismo singular, sabiendo que somos imagen y semejanza de Dios. Y, que esa imagen y semejanza de Dios, Jesucristo nos la ha aumentado entregándonos su propia vida y su propia existencia por el Bautismo que un día hemos recibido.

Gloria a Dios. Paz en la tierra. Dios nos ama, queridos hermanos. Y, porque nos ama, ha nacido en esta noche santa. Que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias, y os haga felices. Invocadle. Dios no falla nunca. Dios no falla nunca. Es Jesús el que se hace presente aquí, en este altar, dentro de un momento, en un trozo de pan y en un poco de vino. Y a este Jesús, todos nosotros también le podemos decir: Señor, yo no quiero ser espectador de la situación que viven los hombres; yo quiero ser protagonista en este mundo con tu vida y con tu amor. Amén».

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search