Homilías

Lunes, 16 enero 2023 16:00

Homilía del cardenal Osoro en la Misa funeral por el Papa emérito Benedicto XVI (7-01-2023)

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Querido señor cardenal, don Antonio María Rouco. Señor nuncio de Su Santidad en España. Queridos hermanos obispos. Cabildo catedral. Queridos hermanos sacerdotes. Excelentísimo señor alcalde de Madrid. Vicepresidente de la Comunidad de Madrid. Consejero diplomático de la Casa de Su Majestad el Rey. Representante del Gobierno de Andorra. Señores embajadores. Consejeros de embajadas. Cónsules. Queridos hermanos y hermanas.

Minutos después de la noticia del fallecimiento del Papa Benedicto XVI, a través de los medios de comunicación social os decía esto a todos los cristianos que estáis en Madrid, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: «Gracias, Señor, por haber puesto al frente de la Iglesia como Sucesor de Pedro al Papa Benedicto XVI. Su pasión por la verdad, su amor a la Iglesia, su claridad en la transmisión de la fe han dado gloria a la Iglesia y ha sido voz clara para todos los hombres. Gracias por su vida y por su amor a la Iglesia».

Queridos hermanos. «Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios». Esto es lo que ha querido en su vida también relatar, hacernos ver y guiarnos para contemplar esa salvación, para hacer ese cántico nuevo del que nos hablaba el salmo, para descubrir las maravillas que Dios ha hecho con nosotros, para dar a conocer esta victoria, que es la victoria sobre la muerte, que ha alcanzado Jesucristo para todos nosotros. Porque estamos reunidos aquí, no en nombre de un muerto que vivió hace 21 siglos, sino de Alguien que vive y nos ha regalado su vida también a todos nosotros. «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestros Dios». Se trata de ayudar a todos los hombres a que conozcan, aclamen al Señor, lo vitoreen; que aclamen al Señor Nuestro Dios.

Queridos hermanos. Nosotros nos reunimos y pedimos por el descanso eterno del Papa Benedicto XVI. Hemos recitado juntos y cantado: «El Señor es mi pastor, nada me falta». Es verdad que a través de la vida surgen caminos oscuros, pero también es cierto que en esos camino está Nuestro Señor para darnos su luz. Nos conduce; repara nuestra fuerzas; nos guía; va con nosotros; su bondad y su misericordia nos acompañan. Y un testigo fiel de esta bondad y de esta misericordia ha sido para nosotros el Papa Benedicto XVI.

La Palabra de Dios que acabamos de proclamar nos ayuda a vivir y a tener una seguridad. También a vivir una pertenencia. Y a realizar, en tercer lugar, una misión. Esto es lo que a través de su vida y de su ministerio nos ha enseñado el Papa Benedicto XVI. El Señor nos ofrece una seguridad. Lo hemos escuchado hace un instante a través del profeta Isaías. Preparar para todos los pueblos un festín, arrancar el velo que cubre la tierra para ver la hondura y la profundidad que tiene la vida humana vista con el triunfo y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Podemos decir, queridos hermanos, y podemos afirmar: aquí está nuestro Dios. Nos ha salvado. Celebremos. Gocemos con su salvación. La vida y el ministerio del Papa Benedicto XVI, y anteriormente también con sus escritos como teólogo, nos han dado a conocer precisamente esto, esta seguridad que nos ofrece el Señor. «Aquí está nuestro Dios. Nos ha salvado» podemos decir todos nosotros. Celebremos y gocemos con su salvación. Este es el motivo de nuestro encuentro aquí, en la celebración de la Eucaristía: encontrarnos con Jesucristo y celebrar la salvación que el Señor nos otorga, y que nosotros también pedimos, por el Papa Benedicto XVI, que nos ha guiado hasta hace poco tiempo.

Una seguridad: el señor no nos deja solos. Se lo agradecemos. Nos acoge y nos da su luz. En segundo lugar, tenemos una pertenencia. Nos lo ha dicho la segunda lectura que hemos proclamado: somos ciudadanos del cielo. Aguardamos un salvador, Jesucristo, que transforma nuestro cuerpo humilde según el modelo de su cuerpo glorioso. Esto es lo que queremos vivir, queridos hermanos. Sí. Vivir con esa seguridad que nos ofrece el Señor, y vivir también con esta pertenencia. Somos ciudadanos del cielo. Habitamos en esta tierra. Somos vecinos los unos de los otros, pero somos ciudadanos del cielo, y aguardamos al salvador, Jesucristo, que transforma ciertamente el cuerpo humilde nuestro según su cuerpo glorioso.

Y, en tercer lugar, no solamente el Señor nos da una seguridad y nos hace descubrir una pertenencia que tenemos, sino que nos regala y nos hace vivir una misión, una entrega sostenida por la misión de la Iglesia. Lo mismo que a Simón Pedro, como acabamos de escuchar en el Evangelio, le pregunta el Señor: «¿Me amas? ¿Me amas más que estos?». «Sabes que te quiero». «Apacienta mis corderos». «¿Me amas?». «Señor, tú sabes que te quiero». «Apacienta mis ovejas». «¿Me quieres?». «Tú sabes que te quiero». Y termina el Señor con esta palabra: «Sígueme». Esto es lo que recordamos en el Papa Benedicto XVI: el seguimiento que hizo a Nuestro Señor. El corazón del pastor, hasta que latan en él los sentimientos de Cristo Jesús, en una entrega, ciertamente, una entrega agradecida, como la ha vivido en estos últimos años, ya de retiro, el Papa Benedicto XVI; en una entrega orante, que ha forjado y acrisolado todo lo que él había vivido durante sus años también, primero como teólogo, después como obispo, después como Sucesor de Pedro. En una confianza orante y adoradora, que ha interpretado ciertamente y ha ajustado su corazón a las decisiones que Dios le iba dando, en el tiempo concreto en que vivía, en una entrega y una búsqueda apasionada de comunicar la hermosura y la alegría del Evangelio. Cuando uno lee y medita lo que él escribe sobre Jesucristo, no son unas palabras más, no es una mera investigación. Es algo vivido y experimentado en su propia existencia. En medio de las tempestades de la vida y de los momentos también de confianza absoluta. Sí. Él ha mantenido al Papa Benedicto XVI, prestando el auxilio y su vida en favor de la Iglesia.

Queridos hermanos: en esta oración y en esta Eucaristía que ofrecemos por el Papa Benedicto XVI nosotros también le pedimos al Señor que le dé el descanso eterno. Sí. El mismo que dijo: «aquí están mis manos, aquí está mi vida para servirte» —eso le dijo al Señor—, nosotros hoy, fieles de la Iglesia, miembros vivos de la Iglesia, le decimos al Señor que el Papa Benedicto alcance la plenitud de la vida. En esa entrega y desde esa entrega agradecida al servicio del Señor y de su pueblo que tuvo, en estos últimos años de silencio y de oración, pero manteniendo viva la entrega absoluta por la Iglesia; entrega orante, confiada y adoradora, que interpretaba las acciones y ajustaba su corazón a las decisiones del tiempo que Dios le iba dando en cada momento.

Queridos hermanos: descanse en paz el Papa Benedicto XVI. Este pueblo fiel, nosotros reunidos aquí, esta noche, esta tarde en Madrid, acompañamos y confiamos la vida de quien fuera pastor de la Iglesia, Sucesor de Pedro. Se la confiamos a Nuestro Señor. Estamos aquí con gratitud hacia él por los años que dirigió la Iglesia, y por estos años en que ha dedicado su vida a orar por la Iglesia. Queridos hermanos: gratitud, esperanza y amor. Queremos hacer hoy esta oración con la unción, sabiduría y delicadeza que él, el mismo Papa Benedicto XVI, nos enseñó a hacer. Padre, en tus manos ponemos al Papa Benedicto XVI. Descanse en paz. Amén.

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