Homilías

Martes, 26 abril 2022 12:56

Homilía del cardenal Osoro en la Santa Misa de la Cena del Señor (14-04-2022)

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Queridos hermanos obispos, don Juan Antonio, don José y don Jesús. Queridos vicarios episcopales. Deán de la catedral. Rector de nuestro seminario. Queridos seminaristas. Hermanos y hermanas.

«Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo». En estas palabras se condensa todo el Evangelio de este día. En esta tarde del Jueves Santo, el amor de Jesús el Señor traspasa el espacio y el tiempo y llega hasta nosotros. Era la cena de despedida de Jesús. Era la cena pascual: la fiesta en que Israel celebraba la liberación de Egipto. Jesús nos hace celebrar la verdadera liberación, que se realiza con la entrega de su muerte y resurrección.

Estaban cenando, nos ha dicho el Evangelio. El evangelista quiere que se nos aclare bien esta escena del lavatorio de los pies, y amontona los verbos. Ocho verbos, queridos hermanos: levantarse de la mesa, quitarse la ropa, ceñirse una toalla, echar agua en una jofaina, lavar los pies de los discípulos, y secárselos. Seguramente, en la tradición de Israel, en esa noche de Pascua, se reunían hombres y mujeres; estarían los doce que seguían a Jesús. Y Jesús se quita el manto. ¡Qué belleza más sublime la de este gesto! Jesús se despoja de todo deseo de poder sobre el otro, y abre un espacio a la gratuidad. Es el espacio de Dios, en el que podemos existir plenamente. Y nos abre ese espacio. Y se pone a lavar los pies a los discípulos. Como ya sabéis, lavar los pies en aquella cultura era un trabajo de esclavos. Jesús, lavando los pies, realiza un gesto escandaloso. Lo que hace Jesús, solo lo hacían los esclavos y, a veces, las mujeres. Por eso, este gesto hace que Jesús provoque un shock en los discípulos. Él, que preside la mesa; Él, que es el Maestro, el Señor, el Mesías, que se ponga a lavar los pies, es incomprensible para los discípulos.

Yo quisiera que entraseis, queridos hermanos, hoy, en este gesto de Jesús. Con todo el significado profundo que tiene. Lo veían inclinado, arrodillado, como un esclavo, lavando los pies. Este es el gesto de Jesús con cada uno de nosotros. Se arrodilla, y desempeña el servicio de esclavo. Sí. Podemos imaginarnos esta tarde que Jesús está arrodillado ante cada uno de nosotros. Él toca lo sucio. Lo sucio que hay en el ser humano. Toca nuestras fragilidades. Toca nuestros pecados. Pero lo hace para devolvernos a la dignidad, a nuestra libertad: a la libertad verdadera. Es como si Jesús, ahora mismo, nos dijera a cada uno de los que restamos aquí: tu vida es valiosa, y yo la amo. Yo os quiero. Y quiero contar con vosotros para que regaléis a este mundo el amor que le falta. Ya no hay amos ni esclavos, nos diría Jesús.

Este gesto, queridos hermanos, es revolucionario. En el contexto de hace 2000 años, pero también en el contexto actual sigue siendo. Con esto, Jesús rompe todos los esquemas: sociales, culturales, religiosos. Derrumba la estructura de un mundo injusto. El Dios de Jesús no actúa como soberano; actúa como servidor de nosotros. Jesús resulta peligroso. Destruye nuestros totalitarismos. Por eso, para Pedro, esto es inaceptable. Por eso se comprende la reacción de Pedro: «Señor, ¿tú lavarme los pies a mí?». Pedro protesta: «Tú no me lavarás los pies, jamás». Pedro no admite al igualdad. Pedro, encarna el modo de pensar de la cultura dominante. Cree que la desigualdad es legítima, e incluso necesaria. Y ante la incomprensión de Pedro, que no quiere que Jesús le lave los pies, Jesús no pierde la calma. Y le responde benévolo: «Si no te lavo los pies, no tienes parte conmigo».

Hoy he estado toda la mañana en la cárcel. Y celebré la Eucaristía a los presos. Y yo les decía a ellos también, con el cariño que saben que les tengo, por las visitas normales que les hago: no estáis aquí por pura casualidad, algo habéis hecho. Los pies, figurativamente, alguna suciedad tienen. Pero hoy Jesús se acerca a vuestra vida, como se acerca a la nuestra, queridos hermanos. Se acerca a nosotros para que nos dejemos amar. Necesitamos que Jesús nos toque; que toque nuestros pies; que toque lo que significa. Los pies nos sostienen: es la base de la persona. Y Jesús quiere tocar la base de la persona: lo que nos sostiene, lo fundamental. Y es que Jesús nos quiere decir que sin una experiencia básica de amor no podemos vivir ni hacer vivir. Necesitamos dejarnos amar por el Señor.

¿Dejaremos, queridos hermanos, que el Señor hoy toque nuestros fundamentos de la vida? Es necesario. Lo estamos viendo: una humanidad que olvida a Dios, no tiene futuro; se enzarza en cuestiones secundarias; se destruye a sí misma. Lo estamos viendo: unos hombres que retiran a Dios de la vida, ¿quién les da la orientación para organizar su existencia? ¿Ellos mismos? ¿Ellos mismos son capaces, por sí mismos, de decidirse a amar con todas las consecuencias a los demás, sean quienes sean, piensen lo que piensen, a dar la vida por todos? No, queridos hermanos. Solo lo hace Dios. Y lo hace Dios en nuestra vida: cuando le dejamos entrar en ella, cuando decidimos que Dios entre en nuestra existencia y organice nuestra existencia, organice nuestra vida. ¿Dejaremos que el Señor hoy toque los fundamentos de nuestra existencia? ¿Toque nuestros pies? ¿En quién estamos poniendo el fundamento de la vida? ¿De nuestras relaciones? ¿En quién?

Jesús, si os habéis dado cuenta, en el Evangelio, termina el lavatorio de los pies diciendo: «¿Habéis comprendido? ¿Habéis entendido bien? Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros». También vosotros debéis de ayudar a descubrir el fundamento de la vida. También vosotros tenéis que ser capaces de haceros sostener por Aquel que da hondura, profundidad; que hace posible que yo dé de la mano al que tengo a mi lado, y no convierta este mundo en un mundo que se destruye a sí mismo. La guerra cercana que estamos viviendo, la misma existencia humana que a veces estamos proponiendo: serás esto, serás, lograré… ¿Dónde has dejado a Dios? ¿Dónde dejas el fundamento de tu vida? Lo único que nos pide el Señor es que nos dejemos amar por Él, y que nos amemos de verdad nosotros. Sí.

El Señor nos regala hoy el misterio de la Eucaristía. Cuando nosotros, como lo vamos a hacer después, nos acercamos al Señor, y el sacerdote os dice «el cuerpo de Cristo», «amén» decís; dejáis entrar a Dios en vuestra vida; dejáis que sea Él el que organice vuestra existencia; decidís vivir para el otro, perdonando, regalando el amor de Dios y no el amor propio; no destruyéndonos. Y, queridos hermanos, esto lo necesitamos, como muy bien nos ha recordado el Papa de formas diversas, el Papa Francisco, pero fundamentalmente con las dos encíclicas que nos ha dado, Laudato si, cuidar este mundo. ¿Cómo lo vamos a cuidar si cada uno cogemos el trozo que a mí me parece y me gusta, y a veces lo destruyo? ¿Cómo vamos a ver y hacer posible que esta tierra no entre en conflicto, que no entremos en conflicto los hombres, si olvidamos el amor verdadero? ¡El egoísmo!

El lavatorio de los pies que narra Juan es paralelo del compartir el pan y el vino que narran los evangelistas. Por eso, en este Jueves Santo, en este día de la Eucaristía, el pan partido y repartido entre todos como expresión del amor hasta el extremo, la Eucaristía queridos hermanos es una protesta contra la tremenda injusticia de nuestro mundo. Celebra el amor. Celebra la vida de todos. Celebra la fraternidad. Celebra la conquista. Pero no a fuerza de poder y de injusticia, sino con el amor mismo de Dios, que queremos regalar a todos los hombres. La celebración del amor; la celebración de la vida para todos; sin exclusión. Por eso, el día del amor fraterno celebramos un amor que es inclusivo, que se extiende a todos los seres humanos. Por eso, quizá tendríamos que preguntarnos todos, empezando por el que os está hablando: ¿estoy verdaderamente en comunión de vida con los últimos, con los excluidos? ¿Mi vida está orientada por una actitud de servicio, de amor hacia los demás, de amor radical?

Queridos hermanos. Yo sé que vosotros queréis hacer esto. Por eso estáis celebrando la Eucaristía. Yo sé que vosotros, como todos, tenemos buenas intenciones. A veces podemos olvidarlo. Por eso esta tarde, primero, demos gracias al Señor. Señor: gracias por haberte quedado entre nosotros. Porque no nos das una fuerza cualquiera: es que tú te das a ti mismo; es que tú entras en nuestra vida, y quieres organizar nuestra existencia con tu mismo amor. Esta tarde volvemos hacia ti, y te decimos: Señor, compartimos contigo la cena en la que tú nos has revelado todo tu amor. Que podamos comprender que tú eres el gran amigo que permanece a nuestro lado. El que nos da la verdadera alegría, que nadie nunca jamás podrá arrebatarnos. El que proporciona, a través de la comunión contigo, en cada uno de nosotros, la alegría de entregar a los demás el amor mismo de Dios a quienes nos rodean. Una alegría que jamás se puede arrebatar.

Hermanos y hermanas. Hoy es un día grande. «Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo». Nos quiere. Dios nos ama. No estamos aquí por casualidad. Dios nos quiere regalar su amor. Él quiere que celebremos la verdadera liberación. Pero hoy se quita el manto, y se acerca a nosotros. Sí. Es incomprensible. Se inclina; se arrodilla. Él toca nuestra vida. Toca nuestra fragilidad. Él es el único que nos devuelve la dignidad y la libertad.

Queridos hermanos: vamos a hacer posible nosotros, los discípulos, que se entere la gente de esto. Que todos los que viven a nuestro alrededor se enteren de esta realidad. Que no puedan olvidar a Dios. Que Dios garantiza la felicidad, porque la felicidades está en amarnos unos a otros, en lavarnos los pies los unos a los otros, en hacer posible que nos sustentemos en el verdadero fundamento que nos da Jesucristo Nuestro Señor.

Que el Señor os bendiga. Y que os haga vivir este día del Jueves Santo de una forma singular. La Eucaristía no es una cosa más. No. No. Es el amor mismo de un Dios que desea que el ser humano, viviendo en comunión con Él, regale ese amor: en donde está, en donde vive, con las personas que tiene a su alrededor. Bendigamos siempre a Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

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