Homilías

Sábado, 08 julio 2023 08:44

Homilía del cardenal Osoro en la solemnidad del Corpus Christi (11-06-2023)

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Queridos hermanos obispos, don Adolfo, don José. Queridos vicario general, vicarios episcopales. Seminaristas. Excelentísimas autoridades civiles y militares. Queridos hermanos y hermanas.

«Glorifica al Señor, Jerusalén» hemos recitado todos juntos en este salmo responsorial que acabamos de decir. Glorifica. Porque Él no solamente ha reforzado tus puertas y te ha bendecido, sino que pone paz, y te sacia ,y envía su mensaje a la tierra, y te pide que lo anuncies, porque con nadie ha obrado como obra en ti y te da a conocer sus mandatos.

La Palabra que el Señor nos ha entregado en este día nos ha hablado... precisamente, el mismo Jesús, cuando nos dice: «Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre». En el Evangelio, se presenta Jesús como el pan vivo bajado del cielo. Sí. Jesús afirma que Él es el pan de la vida. El pan bajado del cielo. Pan que se entrega para dar vida al mundo. Para que todos nosotros vivamos. Ciertamente, queridos hermanos y hermanas, Jesús alimenta nuestra vida.

En el lenguaje coloquial, el pan es símbolo de todo el alimento que el ser humano necesita para vivir. Esto era algo que aquella gente a la que hablaba Jesús podía comprender fácilmente. Quienes escuchaban a Jesús podían comprender que el pan del que Jesús hablaba era el pan de la Palabra de Dios. Pero Jesús les hace ir aún mucho más lejos. Quiere que vayamos más lejos. Él no es tan solo la Palabra de Dios que ilumina los corazones, sino que es la Palabra hecha carne, deseosa de entregarse totalmente. Por eso, Él añade: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

Jesús habla ahora de mi carne, ¿Qué nos quiere decir Jesús? Quiere decir que el Espíritu no se da fuera de la realidad humana. La carne de Jesús no es solo el lugar donde Dios se hace presente, sino que se convierte en la expresión del amor del Padre a la humanidad. Dios no está en el más allá. Se ha hecho presente en Jesús. Dios da su Espíritu, pero es su carne lo que lo expresa. Es decir, la persona de Jesús hace presente a Dios en esta historia. Los judíos disputaban entre sí: ¿cómo puede éste darnos de comer su carne? Las palabras de Jesús no provocan ahora una crítica, sino una pelea entre los mismos judíos. No entienden su lenguaje. La mención de su carne les desorienta, y a la vez les ha quitado la seguridad. Mientras Jesús se mantuvo en la metáfora del pan, podían interpretar que se trataba de un maestro de sabiduría enviado por Dios. Pero Jesús ha precisado bien: que ese pan es su misma realidad humana. No es una doctrina. Ellos no entienden qué puede significar comer su carne. Buscan una explicación, pero no la encuentran.

También nosotros, queridos hermanos, como aquellos oyentes judíos, estamos turbados ante esta afirmación ¿Cómo es posible que un hombre nos de su carne como comida? Esto es una locura. Sin embargo, Jesús no tiene miedo de escandalizar con una afirmación tan fuerte. Pero, ¿qué significar comer su carne? Para los judíos, la carne de una persona significa la persona entera, con todo su ser. Jesús estaba ofreciéndonos a todos una relación personal e íntima con Él, que nos llevará a la vida plena. Comer su carne equivale asimilarse a Él: a sus actitudes, a su estilo de vida. Y eso es lograr la Vida Definitiva.

No podemos seguir comulgando y permaneciendo siendo egoístas, violentos, intolerantes e indiferentes. Necesitamos tomar conciencia de que comulgar la carne de Jesús nos lleva a ser generosos, pacientes, comprensivos, comprometidos como el Jesús que ha venido para la vida del mundo.

Queridos hermanos: retengamos las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy. Tengámoslas siempre en nuestro corazón: «si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros». Ciertamente, en la Eucaristía podemos experimentar en qué consiste la verdadera vida. Una vida que sacia nuestro deseo más hondo y más profundo, ciertamente. Vida eterna no se refiere en primer lugar a la vida después de la muerte, sino que designa una nueva calidad de vida. Algo que podemos experimentar aquí y ahora

Hermanos: la Eucaristía nos impulsa a entregar nuestra vida. La Eucaristía es una fuerza de transformación del mundo. El que participa en la Eucaristía está llamado a ser fermento de solidaridad. Si partimos el pan es para que todos podamos compartir y repartir nuestra vida. La Eucaristía es banquete festivo y, al mismo tiempo, es una manifestación profética contra el hambre que existe en el mundo. De verdad, ¿nos dejamos transformar por la Eucaristía cuando la celebramos cada domingo?

En esta fiesta del Corpus, que es también Día de la Caridad, y tenemos presente de manera especial el drama que atormenta a millones de seres humanos. Queridos hermanos: drama de hambre, drama de falta de trabajo, drama de soledad, drama de adversidades que afronta tanta gente que tiene que realizar la emigración y tantas personas que necesitan nuestro apoyo, nuestro servicio, nuestra solidaridad...

Hoy es la fiesta del Cuerpo de Cristo. «Yo soy el pan que ha bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre». Formamos un solo cuerpo, como nos decía la palabra que el Señor nos ha regalado en este día, queridos hermanos, a través del apóstol Pablo. El Seño nos ha dicho que no nos olvidemos de Él. Así nos lo ha recordado la primera lectura del libro del Deuteronomio: «Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer. Conoce Él tus intenciones. Guarda sus preceptos. Él te enseña que no solo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor» nos ha dicho la palabra que hemos proclamado. Formamos un solo cuerpo, nos ha dicho el apóstol Pablo. Y, además, cuando nos alimentamos del mismo pan, expresamos también con nuestra vida, ese ser parte del mismo cuerpo.

Alimentarnos del Señor para vivir para siempre es lo que hoy el Señor, en esta fiesta del Corpus, nos ha pedido a todos nosotros. Queridos hermanos, retengamos las palabras de Jesús que hoy nos dice el Evangelio: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros». En la Eucaristía podemos experimentar en qué consiste la verdadera vida. Una vida que sacia el deseo más profundo que existe en neustra vida. No se refiere solamente a esa vida después de la muerte, sino que designa la calidad de vida que podemos tener en este mundo y, viviendo junto a los demás, acogiendo en nuestra vida la Eucaristía.

La Eucaristía nos está impulsando a entregar nuestra vida. Es una fuerza que transforma el mundo. El que participa de la Eucaristía está llamado a ser fermento de vida, de solidaridad, de fraternidad. Si partimos el pan, es para que todos podamos compartir y repartir nuestra vida. Es un banquete festivo. Es, de alguna manera, una protesta profética contra el hambre en el mundo. Contra la falta de fraternidad. De verdad ¿nos dejamos transformar cada domingo por la Eucaristía que celebramos?

Queridos hermanos: en esta fiesta del Corpus Christi, Día de la Caridad, tenemos presente de manera especial el drama de tantos hombres y mujeres, niños y jóvenes, de seres humanos que tienen soledad, que no tienen ingreso ninguno, que viven una ancianidad solos. Recordamos las adversidades que afrontan los inmigrantes y tantas personas que necesitan nuestro apoyo, nuestro servicio y nuestra solidaridad. Hoy, queridos hermanos, en la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, celebramos el gran sacramento que Jesús dejó a su Iglesia: el Misterio de su presencia y de su amor entregado por nosotros. Cristo está presente en el pan de cada una de las Eucaristías. Su presencia es la de la persona irresistiblemente atractiva que fue con lo que hizo: su vida entregada por nosotros, para que nosotros también entreguemos la nuestra por los demás.

El amor se ha hecho carne. Y se nos muestra en el corazón abierto de Jesús. Esto, hoy, nos llena de confianza y alegría. Y, por eso, todos nosotros hoy podemos decirle al Señor: «Señor, tú eres el Pan vivo que ha bajado del cielo. Sabemos que el que come de ti vivirá para siempre y dará vida a los demás». Que nosotros podamos entregarnos siempre para dar vida a este mundo. Entonces sí estaremos haciendo verdad lo que hace un instante juntos proclamábamos: «Glorifica Señor, Jerusalén. Glorifica, Señor». Que la Iglesia entrega a este mundo lo que sacia de verdad: tu mensaje, tu amor, tu entrega, tu fidelidad. Todos los que estamos hoy celebrando la Eucaristía, aquí, en la catedral, no queremos olvidar Señor que Tú eres nuestro Dios, que formamos un solo cuerpo porque nos alimentamos del mismo pan. Y queremos regalar de aquello de lo que nos alimentamos, porque queremos que Tú seas el que vivas y des vida a todos los hombres. Amén.

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