Homilías

Viernes, 23 febrero 2024 11:22

Homilía del cardenal Cobo, en la Misa de acción de gracias por la beatificación del cardenal Pironio (22-02-2024)

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«La vida de la santidad es el rostro más bello de la Iglesia». Eso escribe el Papa Francisco y esa belleza es la que a un puñado de gente nos reúne. Hace dos meses, más o menos, en la basílica de Luján, en Argentina, el cardenal Fernando Vergéz, que está entre nosotros, como delegado del Santo Padre proclamaba beato al cardenal Eduardo Francisco Pironio con quien, como nos ha dicho antes, había compartido más de 20 años de servicio y amistad.

También, entre los que aquí estáis, según me habéis ido diciendo, hay personas que directamente le habéis conocido: porque el nuevo beato es alguien cercano, contemporáneo. Un sacerdote, un obispo, cardenal de la Iglesia de este tiempo que cruzó muchas fronteras hasta hacerse universal como Padre conciliar y porque también estuvo cerca y en el servicio de tres pontífices santos: san Pablo VI, beato Juan Pablo I y DE san Juan Pablo II.

Lo especial de la santidad no es que san vidas lejanas, sino que son vidas cercanas y proponibles. Yo he conocido a Pironio, no personalmente, sino a través del testimonio de muchos de los que estáis aquí, especialmente de Laura. Eso, parece que no, pero nos vincula a las personas. En España decimos que ‘los amigos de mis amigos son amigos míos’. Hoy podemos decir que los santos de mis amigos son mis santos. Y así los santos de los nuestros, los que habéis conocido a estos hermanos que han vivido y que viven la santidad, sois instrumento de santidad. Pironio acompañó a la vida consagrada en esa difícil etapa posconciliar y años después acompañó al laicado y a los jóvenes a través de esa genial propuesta de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Ahora que hablamos mucho de Primer Anuncio esa intuición, ya desde entonces, tenía que decir mucho del Primer Anuncio.

Desde el inicio, según lo he oído conociendo por vuestros relatos, Pironio tuvo muy cerca a los jóvenes y hoy quizás puede ser un gran intercesor, y así lo pedimos, para nuestras pastorales juveniles y también luz para pensar y programarlas a través de sus mensajes y enseñanzas. España, y en concreto Madrid, lo acogió en múltiples ocasiones. Y la Iglesia que camina en Madrid se ha beneficiado del don de su vida, de su alegría esperanzada y de su reflexión teológica y espiritual que ha calado, y así lo he visto entre el clero, la vida religiosa y los laicos.

Queridos hermanos, empezamos una Cuaresma que es ese camino hacia la Pascua. En este caminar cuaresmal quizás la vida de Pironio nos invita a mirar a la Iglesia con los ojos que él ha tenido, como beato y como modelo proponible. Él, y lo hemos escuchado hace un rato, siempre pensó a la Iglesia mirada desde la clave de la esperanza. «Una Iglesia – dice – radicalmente desprendida y pobre. Que no se apoya en los bienes materiales, solo se apoya en la potencia del Espíritu».
Y para mirar la Iglesia en este camino hacia la Pascua nos lanza una pregunta: «¿Qué desean ver los hombres y las mujeres de hoy en la Iglesia»? Y respondía: «Quieren ver a Jesús» Porque esta es la verdadera expectativa de la humanidad: que la Iglesia sea verdaderamente sacramento de Jesús. Es decir, signo e instrumento de la presencia salvadora de Jesús.

Hoy cogemos este testigo, no podemos por menos. Y hoy tendremos que seguir preguntándonos en esta Iglesia nuestra qué desean ver los hombres y las mujeres de hoy en nuestra Iglesia. Y hoy, con él, tendremos que aprender a responder que esta Iglesia es una Iglesia de esperanza, frente a los profetas del pesimismo y de la desesperanza. Una Iglesia esperanza que como él dice se hace entre todos: los obispos, los sacerdotes, los religiosos y los laicos. Cada uno desde su misión específica, desde su «irrenunciable – y así lo dice – fidelidad a los carismas propios». Una iglesia de actividad y de compromiso. Como veis, el beato Pironio habla de una Iglesia en las que somos todos nosotros, como recordaba a menudo. Una Iglesia que es Misterio y que parece, por los testimonios que decís los que habéis estado junto a él, que aprendía a tocarlo y que estaba tocado por el Misterio de la Iglesia y que lo reflejaba desde su experiencia y desde su espiritualidad contemplativa.

La Iglesia no es una teoría, es real. La Iglesia no es un libro, la Iglesia es un pueblo. Y así hoy vemos como la experiencia que el beato Pironio nos traslada es una Iglesia que él ha vivido profundamente, como sacerdote secular, como pastor en medio de la gente, creativo y dinámico, entregado a los más pobres, defensor ante las injusticias y siempre mirando con una mirada contemplativa. Porque él se esforzaba ir a lo esencial. Decía: «He querido ser una simple presencia de Cristo, esperanza de la Gloria». Esa es la plenitud de su vida. Así queremos hoy mirar a la Iglesia, con sus ojos. Pero hoy la Palabra de Dios también nos interpela. Ante la vida del beato Pironio, en estas lecturas de su memoria litúrgica, Jesús nos dice a todos nosotros: «Como el Padre me amó, así también yo os he amado. Permaneced en mi amor». Permaneced.
Escuchando la vida del beato Pironio, permaneced es una llamada en tiempos de cambio y conflicto. Permanecer es lo contrario a huir o escamotear los problemas. Permanecer es el aliento que nos da la santidad. Se permanece cuando una persona se arraiga en Cristo y se identifica en el amor de Cristo. Permanecer no es evadirse, sino todo lo contrario. Y no se trata de permanecer encerrándose en uno mismo. Permanecer es el arte, y así lo hemos visto y nos lo habéis dicho hace un rato, de aprender a leer los signos de los tiempos, la hora de la historia y de la Iglesia, siempre desde el Evangelio y siempre desde la convicción de ser en Cristo que siempre está presente. Y permanecer, nos dice el Evangelio, «en mi amor». Esa es la clave.

Necesitamos hoy esta visión esperanzadora y positiva del mundo que el beato Pironio nos ha transmitido. Esa misión y esa visión que da el saber que lo que necesita nuestro mundo es el amor y el amor está en el Espíritu: no es nada idílico, es la realidad de la heroicidad del día a día, del permanecer día a día. «El amor – dice Pironio – sintetiza toda la Ley. Pero un amor verdadero, universal, global, hasta dar la vida, el amor construye, solo el amor construye». Fijaos bien: frente al odio, a la división, a la separación, al enfrentamiento y a la polarización, solo el amor construye. El amor es el que edifica realmente. Estamos, queridos amigos, ante una gran figura espiritual del siglo XX que dejó su huella en muchos lugares de nuestro mundo y esta huella no es casual.

Escuchamos lo que el apóstol san Pablo nos ha dicho hoy y lo escuchamos en su vida: «He sido encargado de llevar a su plenitud entre vosotros la Palabra de Dios, el Misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos». Este Misterio emerge a través de las vidas de nuestros santos, de la gente que ha vivido la santidad. Quizás en este tiempo, que necesitamos conocer el Misterio, y en este tiempo de nuestra Iglesia en que queremos caminar recogiendo la luz de ellos, quizás del beato Pironio le podemos preguntar cómo caminar y cómo ir adelante. En este tiempo en que hablamos de la sinodalidad y en este tiempo en que la Iglesia necesitamos luz para profundizar en este Misterio, quizás Pironio nos dé datos para caminar.

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