Homilías

Miércoles, 03 diciembre 2025 09:40

Homilía del cardenal José Cobo en la Eucaristía al final del retiro de Adviento de la Vida Consagrada (29-11-2025)

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Es una alegría poder estar juntos y poder compartir con todas vosotras y vosotros, miembros de la Vida Consagrada de nuestra diócesis, el inicio del Adviento, el comienzo del nuevo año litúrgico. Y lo hacemos en este momento de oración, en este momento de preparación. También con los que os habéis acercado a esta catedral a celebrar la Eucaristía: la parroquia Santa Ángela de la Cruz y otros también que venís peregrinando en este año jubilar, donde diariamente nos recordamos unos a otros que queremos entrar por la Puerta de Jesucristo para encontrar así, juntos, nuestra esperanza.

Nos ponemos en la tesitura de aprender a reconocer, una vez más, cómo en este tiempo y en este momento concreto Dios se hace Niño y nos explica en qué consiste su amor, su encarnación y su nacimiento.

Dios ha “entrado” en nuestro mundo, en lo más nuestro, haciéndose “humano” y enseñándonos, con toda claridad y con toda ternura, en qué consiste ser humano. Dios se hace humano para encontrarse con nosotros, para compartir todo lo que nos pasa, para pasar por lo que nosotros pasamos.

Dios entra en la humanidad para hacerse humanidad, para que nosotros no tengamos dificultad en encontrarlo. Es un lenguaje tan humano, tan nuestro, que a veces queremos buscarlo en otros lenguajes que no son los de Dios.

En Navidad todo el mundo se siente más feliz y desea a todos los de su entorno felicidad. Es, también, un tiempo especial de ternura para creyentes y no creyentes. Todo el mundo sabe que la ternura, la amistad, la cercanía, es un tesoro de la humanidad; y justo ahí, en ese momento donde todos somos más tiernos, más humanos, más cercanos, es donde Dios se manifiesta. Dios nos ama tanto, ama tanto a nuestro mundo, que ha querido hacerse “uno de tantos”.

Por eso, cuando se acerca la Navidad no hay que leer grandes libros ni grandes tratados, sino los primeros que se enteran de ello son los sencillos, los que aprenden a mirar la vida desde el suelo. Ellos son los que nos hacen más humanos y los que nos recuerdan, continuamente, desde dónde encarar y afrontar la vida: desde la humanidad de Dios.

Y lo que nos hace más humanos, lo que Jesús nos ha venido a decir, es la centralidad del amor, lo importante y lo sencillo que es amar y ser amados. Se trata de salir de nosotros para mirar y encontramos con otras personas, como Dios ha hecho: salir de sí para encontrarse con nosotros. Y sentir que, en este movimiento, somos importantes para otros y los otros son importantes para mí.

Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo, para explicarnos qué es el ser humano y para hacernos hermanos; para decirnos que tenemos capacidad de amar y para decirnos que estamos hechos para amarnos los unos a los otros.

Este amor de Dios a cada uno nos da la dignidad y el que nos hace reconocer en cada persona humana un hijo y hermano. Quizá la mejor forma para caminar estas Navidades, para encarar este tiempo de Adviento, sea sacar el deseo del corazón, pero también atrevernos a desear lo mejor y atrevernos a ser más humanos. Este es el deseo de Dios.

Para esta esta celebración nos prepara la Iglesia con estas cuatro semanas de Adviento: un tiempo para reavivar el deseo de Dios, como os he sugerido en el retiro.

Renovar en la fe el deseo de este encuentro con Dios, desde lo concreto de la humanidad, desde nuestra humanidad, desde nuestra realidad, comprobar que ahí es donde Dios se hace presente.

Sentirnos llenos de gozo y alegría porque el deseo de Dios se renueva y experimentamos en nuestro corazón que Dios “sale” de sí: “se despojó de su rango” y entra en “nuestro terreno”, se hace “humano”: tomó la condición humana, se hizo uno de nosotros para explicar que ahí se encuentra el corazón de Dios, su divinidad. Jesús ha caminado con nosotros, ha compartido con nosotros las alegrías y las penas; ahí nos dice que es donde se juega la divinidad de Dios.

Las lecturas de este inicio del camino de Adviento nos presentan el horizonte hacia el que nos encaminamos, al que queremos llegar: Volver a escuchar de forma nueva las palabras del ángel que nos anuncian que nos ha nacido un Salvador, que nos trae la paz:  en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.

No nos acostumbremos, no hagamos rutina este anuncio de los ángeles, para el que nos preparamos en Adviento: es el anuncio más grandioso que ha existido en la historia. Es el anuncio del encuentro de Dios con nosotros. Y ha tenido lugar en nuestra tierra, en un lugar concreto: en la ciudad de David, a unos pobres hombres, a unos pastores.

Pero en ellos a nosotros, a cada uno. Y se hace eterno. “HOY” os ha nacido un salvador. Aquel hoy se repite cada vez que una persona acoge esa salvación en su corazón. Recordar en estas semanas de Adviento que aquel inicio de Belén, aquel HOY a los pastores, continúa y se repite cada vez que acogemos la luz que envolvió a los pastores. Veamos cómo, en este tiempo, somos capaces de actualizarlo, de reconocerlo y de entrar en él.

En este tiempo concreto también debemos subrayar de forma nueva el significado de la esperanza. No olvidamos que estamos terminando el año jubilar que hemos dedicado precisamente a la esperanza. Una esperanza que no defrauda. Una esperanza que, con seguridad, nos sostiene y nos lleva a la fe. Una esperanza como un ancla de certeza de que Dios nos ama, aunque no lo veamos claramente –como no lo vio María claramente en su momento–, aunque no sean nuestras esperas.

Una esperanza que nos sostiene porque sabemos que, si Jesucristo ha nacido, estamos salvados. Así el profeta Isaías afirma: “Hacia Él confluirán todas las naciones”.

Por eso, porque tenemos esta certeza y porque somos notarios de esta realidad, se nos invita a caminar juntos dejándonos iluminar por esa luz de Belén, de un Niño acostado en un pesebre que siempre nos sorprende, porque es un misterio que nos deslumbra constantemente. Se nos invita, como a los Magos, a caminar siguiendo la luz de la estrella con la única esperanza de que lo encontraremos.

Quizá es un buen momento para hacer el camino de los Magos, pero sabiendo –como nos han dicho los profetas– que este Dios viene traerá la paz a un mundo tan en guerra. Sí, la paz ya está floreciendo, y seremos notarios de cómo la paz va germinando desde la humanidad. Miraremos la vida con otros ojos: los de la esperanza. Supone que, lo que hasta ahora provocaba sufrimiento, desgracia, muerte, guerra o injusticia, se convierta en instrumento y signo de siembra y de cosecha, y cómo, desde ahí, Dios va pronunciando una palabra de salvación.

Hay signos de esperanza, vuestra presencia hoy aquí es un primer signo de esperanza. Vuestras vidas consagradas, “buscadoras de Dios”, caminando a la luz de Belén, viviendo la fraternidad intensamente, sirviendo a los más débiles y frágiles de nuestra sociedad, sois signos de que Dios está salvando. Sois signos de que la esperanza cristiana no es una simple ilusión, sino que es una realidad; que entra en la hondura de la realidad de cada persona, de vuestras comunidades, transformando la realidad haciendo un lugar de Belén, un lugar de Dios.

Con vuestras vidas y con vuestra entrega hacéis que la Navidad sea un motivo de esperanza, no idílica sino humana. Este es vuestro modo de acoger a María y José, que van llegando a cada ciudad, a cada barrio, a cada lugar y, con vuestras vidas comunitarias, los hospedáis para que Dios siga habitando en medio de su pueblo, para que Dios misteriosamente, como lo hizo a través de un Niño, siga salvando a la humanidad.  Eso acontece en cada Navidad, acontece en cada reunión de comunidad, acontece cada vez que nos sentimos Iglesia.

No vivimos momentos fáciles, ni en la sociedad, ni en la Iglesia, ni en vuestras congregaciones, aunque es verdad también que no son ni mejores ni peores que los que vivieron los que nos han precedido. Vivimos este Adviento en el tiempo que nos ha tocado vivir. Este Adviento es el tiempo que Dios quiere y es el que Dios ha decidido salvar. Por eso no están permitidos en Adviento los “profetas de calamidades”, o aquellos que hacen una lectura exclusivamente de nuestro mundo como si Dios no estuviera en él. No está permitido.

San Pablo nos advierte del momento en que vivimos y nos dice que siempre es un tiempo de gracia, un tiempo del Espíritu. Siempre estamos caminando, siempre estamos en proceso, pero la misericordia de Dios siempre está con nosotros. Por esto, el tiempo de Adviento es un tiempo de estar especialmente atentos y vigilantes, y ver cómo nuestra vida es más de Cristo que el año pasado, que somos más de Cristo; que con nuestro bautismo cada paso que damos, cada vez que deseamos a Dios, nos vamos identificando más con Él. Podemos, como decía San Pablo “revestirse del Señor Jesucristo.” Despojémonos de las obras de las tinieblas, de los pesimismos, de todo lo que nos aparta de la esperanza, y vistámonos con las armas de la luz.

Adviento significa también un tiempo de despertarse para mirar a otro lado, ponerse en pie. Sublevarse contra el conformismo de nuestro mundo que normaliza cosas como el pesimismo, la indiferencia o la polarización. Nosotros miramos de forma distinta porque deseamos de forma distinta.

El Evangelio recoge también la llamada de Jesús a la vigilancia y al estar alerta: no sabemos el día ni la hora en que vendrá vuestro Señor. Pero no es una llamada a una actitud de miedo, sino para vivir del deseo de encontrar al que sabemos que está llegando; esa es la esperanza de la Palabra de Dios. Siempre Dios es el que viene, siempre es Dios el que nos invita a reconocerle, a construir la paz en toda hora y en todo lugar.

Hoy hemos cantado en el salmo: vamos alegres a la casa del Señor. Vamos a vivir alegres este tiempo de Adviento porque sabemos que el Señor vino, viene y vendrá. Siempre vivimos caminando a la casa definitiva del Padre, pero el Señor nos va dando adelantos, nos va dando promesas y nos va diciendo que la promesa se va realizando.

Somos peregrinos que caminamos juntos en esta Iglesia terrena que es la casa del Señor; y juntos, en comunión, celebramos sacramentalmente el banquete, adelanto del que será definitivo en el Reino, en la Iglesia del cielo.

Deseémonos la paz del Señor, que os pido hagáis extensiva a todas vuestras comunidades para que, desde ese deseo, nos preparemos para reconocer al Señor que vino, viene y vendrá estas Navidades.

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