Homilías

Viernes, 27 octubre 2023 12:46

Homilía del cardenal José Cobo en la Eucaristía de inauguración del curso de San Dámaso (11-10-2023)

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Un cordialísimo saludo a todos los que hacéis posible esta celebración. A todos. Gracias don Carlos. Gracias señor nuncio por acompañarnos en estos momentos. Gracias a los obispos auxiliares, Juan Antonio y Jesús, a los de la Provincia Eclesiástica, y a todos los hermanos obispos también que os unís a esta celebración. Gracias al rector de la Universidad San Dámaso, a los rectores de los seminarios, y a todos los sacerdotes, miembros de la vida consagrada, a los seminaristas, y a todos los que apostáis por esta aventura.

Veni creator Spiritus es el comienzo. Y así hemos empezado esta Eucaristía. Es el mejor modo. Con esta preciosa invocación al Espíritu Santo. En este inicio de un nuevo comienzo del curso académico, nada mejor que empezar por el Espíritu y ponernos a su disposición. Sin él nos falta el aliento, y enseguida podemos convertirnos en seres hiperactivos o cargados de razones o de buenas intenciones, pero en el fondo desperdigados, ideologizados y desnortados. Es el Espíritu, y así lo sabemos, quien nos asegura la fuerza para iniciar, con ilusión y verdad, este nuevo curso.

En la primera lectura, san Pablo nos decía que es el Espíritu y no nuestros saberes quien nos posibilita para la confesión de fe. Es el Espíritu quien nos convoca a vivir en la unidad dentro de la iglesia, y también dentro de nuestras diócesis. ¡Cómo no! Es el Espíritu quien no cesa de instarnos a formar un solo cuerpo, y el que nos asegura al mismo tiempo vivir en esta riqueza que es la iglesia. Una riqueza poliédrica embellecida con diversidad de carismas, y que siempre es un misterio que nos desborda.

El primer día de la semana es el dato que con precisión Juan nos da. Y es cuando se produce el encuentro con el resucitado. El primer día de la semana marca un comienzo. Todos los que formamos esta comunidad educativa de la Universidad Eclesiástica San Dámaso queremos ahora empezar el curso, inaugurarlo, poniéndonos de verdad y honradamente a la escucha de este Espíritu. En este comienzo de curso, en sus primeros días, nos llenamos de alegría, algún seminarista menos; pero nos llenamos de alegría porque nos reencontramos, y eso es interesante, y porque retomamos la tarea de bucear en la verdad desde la teología. Pero no como una búsqueda de una mera confirmación de certezas previas, sino como la aventura de dejarse encontrar por el Señor.

Desde el comienzo, os invito a todos a dejar que se nos cuele el Espíritu del resucitado en las aulas. Que se haga presente en las distintas disciplinas y tareas. Que acompañe a los profesores y a los alumnos a hacer realidad ese lema que desde el principio nos acompaña, Veritatis verbum comunicantes. Como aquellos discípulos de Emaús, como los que estamos aquí, como los discípulos que aprendieron las Escrituras, como los que se encontraron con el resucitado, a veces estamos un poco confundidos y encerrados. Pero Él, el Espíritu, como hemos escuchado, es capaz de traspasar muros y de hacerse presente pacíficamente entre sus discípulos.

Una vez más, hoy, el Espíritu se pone en el centro y con él Jesucristo, y se coloca en el centro de nuestras diversidades y de las de nuestro mundo convulso y violento. Y hoy, también, nos enseña sus manos y su costado, para empezar desde ahí el nuevo curso. Este será el punto de partida desde donde afrontamos este inicio. Serán las llagas del resucitado la fuente que nos abrirá a la tarea de hacer teología para que el pueblo de Dios camine. Y es que, hacer y enseñar teología, pasa en primer lugar por ponerse a tiro de la experiencia de Dios que nos enseña sus llagas y su corazón; es ese Dios que se deja descubrir en los sacramentos de la Iglesia, y también en los pobres, y en la complejidad de la vida cotidiana, y en tantas personas y comunidades que nos acompañan.

La universidad es una fuente segura para adquirir saberes y competencias, pero no olvidemos que también es un espacio de fraternidad en la que se encuentran personas como las que estamos aquí: de distintas edades, de recorridos existenciales, y niveles muy distintos de ciencia. Pero todos tenemos una cosa en común: además de participar en la gracia bautismal, todos nos hemos dejado sorprender por el Señor. Solo después de esta experiencia podremos comprender mejor y formular el tesoro que se nos ha confiado. Algún teólogo lo ha sintetizado en una feliz expresión que decía: a Dios primero se le experimenta y se le practica, y solo después se piensa.

Es verdad. A Dios primero se le experimenta. Las llagas hoy nos ayudan a mirar con el corazón el curso. Y a reconocer. A reconocer en cada paso que demos al Señor. Por eso quisiera, dentro de todas las miradas que se pueden hacer, invitaros esta tarde solo a tres miradas. Tres miradas a través de las llagas. La primera a la que os invito ahora que empezamos el curso, desde las llagas del resucitado, es despertar una mirada al momento sinodal que vive la iglesia junto a Pedro. Si. El Sínodo marca nuestro inicio de curso. Nuestra Iglesia, reunida en Asamblea sinodal, se encuentra haciendo un ejercicio práctico de escucha del Espíritu, de participación, de efectiva comunión, y de discernimiento para la misión. Nada de eso puede ser ajeno a los que empezamos este curso. A los que, desde la diversidad de servicios, en esta Universidad Eclesiástica, nos ponemos en marcha. En este inicio de curso os pido que, desde todas las áreas y con nuestra oración, nos centremos en este canto que toda la Iglesia está haciendo; que cada uno, desde su especialidad, pueda apoyar en comunión este momento especial. Mirada sinodal.

Pero hay otra mirada que os invito también a poner y a celebrar: la mirada ante esta realidad convulsa y violenta en la que vivimos y en la que empezamos el curso. Nuestro mundo está en guerra y en continuo y agitado cambio. La realidad en tantos escenarios que tenemos por delante constituye, entre otros muchos desafíos, una misión también para la Universidad. Le pedimos al Espíritu sentirnos implicados por lo que quiera decir a la Iglesia de Madrid y a la Iglesia universal para escrutar los signos de los tiempos. Por eso, no podemos ser ajenos al mundo y a lo que sienten nuestros hermanos, ni preservarnos con las puertas cerradas por miedo a los judíos como los discípulos que se sentían huérfanos del maestro. A una Iglesia en salida corresponde una universidad movida por idéntico celo apostólico y por la preocupación pastoral.

Y otra mirada: la mirada, cómo no, a la misión. Somos una iglesia discípula y misionera, y reclama una universidad misionera ante todo. Una misión que se pone al servicio de la Iglesia, y que a todos, a todos, nos aglutina y nos anima. El teólogo investigador, dice el Papa Francisco, tiene mente y corazón misioneros. No se conforma con lo que tiene. Va a buscar, dice el Papa Francisco. El misionero conoce la alegría del Evangelio, y no ve la hora de que los demás la experimenten. Por eso, sale de la patria de sus convicciones y de sus costumbres, yendo a los lugares inexplorados. Por eso, queridos hermanos, nuestra identidad se verifica en la misión. Una Iglesia en salida y samaritana reclama de todas las instituciones, también de las educativas, poner ahora el acento en estas dimensiones, siempre acompañados por el Señor que va con nosotros.

Y, con este de deseo misionero, presentamos esta Eucaristía. Y, en esta misión, permitidme que subraye el esfuerzo que hacéis en la centralidad de la formación a los candidatos al presbiterado de nuestras archidiócesis. Eso hace que prestemos, en esta acción misionera, una especial dedicación, y que cuanto hagamos sintonice con las necesidades actuales que demanda la formación presbiteral. Agradecemos y sostenemos la cercanía y la implicación de los seminarios en esta universidad.

Queridos hermanos obispos. Querido rector. Profesores. Personal no docente. Queridos alumnos. Gracias. Gracias por vuestra entrega. Gracias por vuestro entusiasmo y vuestra confianza en la misión que el Señor nos pone. Un curso empieza, y empieza una nueva oportunidad. Si la Iglesia vive de la Eucaristía, eso es lo que vamos a celebrar ahora mismo. Si la Iglesia vive de la Eucaristía, la universidad católica no puede ser ajena a esta fuente de gracia y a los sacramentos. Propiamente, esta celebración es el centro de todo lo demás. Por eso, os invito a que esta tarde pongamos nuestra docilidad al Espíritu y nuestras miradas a través de las llagas del resucitado. Empieza el curso. Y pasarán muchas cosas, seguro. El futuro es, sobre todo, un tiempo de Dios.

San Juan XXIII, al inaugurar el Concilio Vaticano II, decía aquello de Tantum aurora est. Algo así como: estamos apenas empezando. Que el buen Dios nos regale un buen comienzo de curso desde el encuentro y la mirada a través de las llagas del resucitado.

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