Homilías

Lunes, 17 junio 2024 10:33

Homilía del cardenal José Cobo en la Eucaristía organizada por el Departamento de Pastoral del Turismo de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción Humana de la CEE (16-06-2024)

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 «Es bueno dar gracias al Señor»: hemos dicho en el Salmo. Con esta jornada que la Pastoral del Turismo nos propone venimos aquí a esta comunidad de La Cabrera, también un lugar especial del turismo rural en la Sierra norte de Madrid. Y venimos aquí porque hoy queremos dar gracias porque a muchos regala el Señor un periodo de descanso, con más disponibilidad para el tiempo libre, para conocer a otras personas o para ir a otros lugares. Más tiempo que ahora se abre para muchos para la contemplación, para el ocio, para la oración y para la admiración ante la naturaleza, el arte, la cultura, el deporte o nuevas relaciones sociales.

Sin embargo, este tiempo es especial. Todo salta por los aires cuando en nuestro mundo no hay paz. Por mucho que hablemos de vacaciones y de descanso, siempre será bajo el sonido indirecto de tantas guerras abiertas. Buena parte están provocadas por conflictos bélicos que generan muerte y sufrimiento, también en vacaciones. Además, estos conflictos dificultan el desarrollo normal del turismo.

Paz y actividad turística van siempre de la mano. Por eso, no es casualidad que este año la CEE haya unido ambos términos para celebrar esta jornada anual que estamos anticipando, para poner ante Dios el verano y cuanto en él hagamos. Una de las grandes ocupaciones de la Iglesia, en cualquier momento, es el fomento de la paz y la instauración de una auténtica cultura que sea de diálogo y de encuentro para que la hagan posible. Sabemos también que la paz vive cuando se afianza la justicia, el derecho internacional y el desarrollo humano integral de todos los pueblos. Cuando se arría la bandera de la paz, comienza el declive. Incluso podemos acostumbrarnos a las situaciones de guerra, pero tenemos que recordar continuamente esas palabras que el Papa, en todo momento, en los últimos años nos va repitiendo: «Basta, basta, basta. Por favor, detengan el ruido de las armas y piensen en todos los niños como sus propios hijos. Necesitamos hogares, y no tumbas».

Con la tragedia de la guerra, los desplazamientos turísticos y las peregrinaciones, son enseguida sustituidas por éxodos masivos de personas, muchas de ellas en situación muy vulnerable, que son obligadas a abandonar su tierra y su hogar. Una de estas personas, que sufrió la deportación, fue precisamente Ezequiel que lo hemos escuchado en la Primera Lectura. Fue uno de los primeros deportados a Babilonia.

A través de él, también hemos escuchado la profecía que nos espabila y que hoy, a todos los que nos ponemos delante de la Palabra del Señor, nos invita a tomar partido ante la situación en la que vivimos y a aprender a ver, no solo las maldiciones, sino las situaciones de esperanza. Y nos llama a comprometernos a edificar tiempos mejores, tiempos mesiánicos, «con el signo de la rama de cedro sembrada en la tierra», como nos decía la Primera Lectura.

Hemos proclamado una Buena Noticia, y eso nos da confianza. Dios se sigue empeñando en hacer crecer su Reino entre nosotros y nos sigue implicando. Hoy, en esta jornada, aquí, es bueno que veamos las posibilidades que tenemos cada uno ante el impulso que Dios nos pide. Nada es ajeno ni queda fuera del Reino de Dios. Estamos llamados a colaborar en su edificación, estemos en destierro o en patria, como decía San Pablo. Por eso, hoy sí lanzamos una pregunta, ¿cómo podemos mejorar el mundo?, ¿cómo podemos vivir de forma nueva este verano, nuestros desplazamientos, nuestras situaciones, en medio de muchas malas noticias y heridas? Podemos pensar que esto no tiene remedio y que tenemos que ir tirando.

Pero, desde luego el Evangelio llama a la esperanza. Siempre el Evangelio, estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos, llama a transformar, a curar y a cuidar a todos. Lo que pasa es que no lo podemos ver en términos de éxito. No solo lo grandioso es lo que cuenta: el Evangelio se desarrolla a ritmo de siembra, de pequeñas semillas que han de ser enterrada en el silencio de la tierra. Ese es nuestro estilo y por eso estamos cada domingo reunidos ante el Señor.

Por eso, se nos pone primero hoy una tarea: sembrar sin descanso. En cada familia, en cada hospital donde os encontráis, en cada actividad cotidiana, también en el ocio, sembrar. No se trata de controlar la siembra, sino solo de sembrar. Así aprenderemos que la fuerza y el éxito no es nuestro, sino de la acción que Dios tiene. El protagonismo siempre es de Dios. Queridos amigos, el Reino de Dios nos llama. Pide sembradores y gestos sencillos que a veces ni se ven ni se agradecen, pero este Reino de Dios crece cuando los sembradores confiamos en la Providencia. Jesús no habla de cosas grandes para que el Reino crezca. Nos hace ver que es muy humilde y modesto en sus orígenes, pero que está llamado siempre a crecer y a fructificar de una forma insospechada.

Es valorar, en definitiva, la fuerza del gesto, de la llamada, de esa pequeña reunión, de esa acogida, de esa capacidad de recibir a los que llegan, de ese perdón que a veces es incomprendido. No son actos grandes, son semillas del Reino y Dios se empeña en ellas. Dicen que aquel que planta árboles, sabiendo que nunca se sentará a su sombra, ha entendido el sentido de la vida.

Pero, además, hoy el Evangelio nos pide una segunda cosa y nos invita a saber ver y a reconocer el crecimiento lento y oculto del Reino de Dios. El discípulo, nosotros, somos los llamados a aprender a reconocer y señalar los brotes. La segunda parábola del Evangelio nos espabila para no dejar de ser testigos de la capacidad de crecimiento que tiene el Reino de Dios. Así, desde nuestra pequeñez, anhelamos la paz y el crecimiento de Dios en todo el mundo.

Queremos ayudar a crecer las semillas del Reino que ya están entre nosotros, especialmente en el camino necesario de la paz. A eso, desde luego, puede contribuir de una manera muy especial el turismo, facilitando el disfrute y el conocimiento de unos y otros, como hacéis en cada rincón de estos pueblos. El turismo también contribuye al desarrollo local de cada lugar. El turismo rural o una actividad contemplativa, como la que también se despliega en esta sierra de Madrid con la ruta del ‘Camino del Anillo’.

Asimismo, supone cada turismo un nicho de oportunidades laborales y así lo veis en cada pueblo. También, esta Eucaristía quiere ser un lugar donde pongamos a todas las personas que trabajan este verano y que necesitan cuidado porque son gente que trabaja para que otros podamos descansar y que hoy presentamos ante el Señor. El tiempo libre y el turismo es un tiempo de siembra. El tiempo libre es expresión, esa que decía san Juan Pablo II, «que es un medio muy adecuado para recuperar el déficit de humanidad». Aprovechemos el tiempo sabiendo que Dios no toma vacaciones. De Dios no podemos hacer descanso, solo así su semilla seguirá creciendo.

Pidamos para que todas las comunidades cristianas se abran a la acogida de los que este verano llegan y para que quienes viajan no se olviden de Dios ni de cuidar su imponente obra en la naturaleza ni de respetar las diferentes culturas con las que se van a encontrar. Oremos, queridos hermanos, en esta celebración para que este verano añadamos a nuestra mochila la conciencia de que somos embajadores de la causa del buen Dios y sembradores de las semillas de una paz que es una tarea humana, pero sobre todo regalo de Dios que es quien la hace germinar.

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