Homilías

Viernes, 10 mayo 2024 14:29

Homilía del cardenal José Cobo en la festividad litúrgica de San Juan de Ávila (10-05-2024)

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Queridos hermanos sacerdotes:

Permitidme que, en estos aniversarios, os exprese la gratitud de todo el pueblo de Dios. Gracias por vuestra generosa entrega a la tarea pastoral, por vuestra disponibilidad permanente al servicio de la Iglesia diocesana, por vuestra fidelidad en medio de las dificultades. Y esto durante largos años: 25, 50; gracias de corazón por vuestra respuesta siempre ilusionada y en esperanza, por entender que estáis al servicio de una misión que es mucho más que un trabajo profesional, con horas de oficina.

La eucaristía es don y acción de gracias. Es nuestra fuente . Por eso es la misma eucaristía la que nos enseña a agradecer nuestra elección . Al CALOR de la eucaristía damos gracias a Dios que se fijó de nosotros, y nos concedió el ministerio de la reconciliación de todas las cosas en Cristo (cfr 2 Cor 5,16 ss)

La palabra de Dios que nos ofrece la liturgia en la fiesta de nuestro Patrón, San Juan de Ávila, nos ofrece la oportunidad para ahondar, y renovar así, nuestra identidad de presbíteros, discípulos-misioneros, en medio de este pueblo de Dios que se nos ha confiado, y hacerlo teniendo siempre como horizonte a este Madrid al que se nos envía, siempre en una única misión, a anunciar a cercanos y lejanos la buena noticia de Jesucristo.

Hoy, a la luz de la Palabra es Jesús quien nos dice de forma nueva y sencilla que “somos” sal y luz. Dos imágenes, que se remiten a dos realidades aparentemente contradictorias, pero que, sin embargo, hay que vivirlas integradas en nuestra identidad de “discípulos misioneros.” Cuando Jesús se dirige a sus discípulos los coloca en el nivel de las necesidades mayores: la sal y la luz. Son el más alto bien, pues sin ellos no se puede sobrevivir.

Cuando Jesús mira la tarea de la misión coloca a los discípulos como luz y sal. Aquí Jesús no se llama a sí mismo, sino a sus discípulos, la sal de la tierra y la luz. Los llama así porque por la llamada recibida se han transformado así y se han vinculado vitalmente a la tarea de dar sabor e iluminar. La llamada que hoy acogemos de nuevo transforma la existencia y nos convoca a ser lo que realmente somos.

Somos “sal”, es decir, llamados y enviados a ser “sal”, algo que se usa en pequeñas cantidades, como la levadura, como el grano de mostaza; que apenas se advierte, pero con un dinamismo que transforma, da sabor, y hace que los alimentos gusten y atraigan. Lo sabéis bien, la vida y la entrega pastoral de un cura transforma una parroquia cuando aporta el sabor de Cristo, eso es lo que construye una comunidad y extiende en el barrio ese sabor que hace atractivo al evangelio; Ser sal es aportar invisiblemente el sabor de la fraternidad que , como la sal, ayuda a conservar y curar heridas, y cuida a todos, que escucha y crea relaciones nuevas, que acompaña en el sufrimiento y enjuga lágrimas.

Como presbíteros de la Iglesia de Madrid, somos elegidos y enviados a dar sabor a nuestros barrios para que el evangelio guste y atraiga, y nuestra ciudad se haga más humana, más fraterna. Nosotros sacerdotes estemos atentos para que en nuestro presbiterio conservemos la comunión y la vinculación a la diocesis. Superando siempre la tentación de cambiar el sabor de la alegría ,de la comunión diocesana y la fraternidad sacerdotal, por el sabor amargo de la división, la desilusión, la desesperanza.

La sal, sencilla y humilde, contrasta con la llamada del Señor a ser también “luz”, con la misión de alumbrar; ser testigos que iluminan, pero no con luz propia, no somos protagonistas, no somos centrales eléctricas que producen luz, no somos sol, sino luna que refleja esa luz verdadera que vino a este mundo y alumbra a todo hombre: Jesucristo. Por eso aprendemos a iluminar sabiendo que el centro no somos nosotros sino la Iglesia, pueblo de Dios que en nombre de Jesucristo prende su luz en nosotros.

No hay contradicción en ser sal y luz. Habrá que discernir pastoralmente en qué momentos y en qué circunstancias es más conveniente ser sal o alumbrar; cuándo es más necesario iluminar veredas de peregrinos y cuándo sazonar de alegría y esperanza evangélicas a nuestras comunidades. Un discernimiento que solo es posible si el pastor camina en medio de su pueblo, toca la realidad, está atento a los cambios de los tiempos y aprende a discernir en clave de comunidad: con el pueblo encomendado y con el resto del presbiterio.

San Juan de Ávila nos muestra que ambas son tareas del pastor: su misma vida es un ejemplo que nos invita a imitarle. Doctor de la Iglesia, maestro de teólogos, enseñó desde la cátedra, pero a la vez, diríamos que “inculturizó” su enseñanza, exponiéndola en un lenguaje sencillo y comprensible en sus catecismos, sermones y misiones populares a la gente simple y sin letras de pueblos y aldeas. Su vida de pastor y su enseñanza de teólogo iluminan, como fuente de inspiración, el ministerio pastoral y la espiritualidad de los presbíteros.

Le tocó vivir en una coyuntura histórica que no se diferencia mucho de la nuestra; fue testigo de un cambio de época que conocemos como la edad moderna, y en una encrucijada eclesial difícil y compleja, en la que vivió una fidelidad inquebrantable a Jesucristo y un amor fiel a la Iglesia. Amor que siempre mostró, con valentía, en el deseo y en el esfuerzo por contribuir a un auténtico cambio que sabe iluminar una reforma eclesial para salir de la profunda crisis en que se encontraba .

Quizá nos ayude a enfocar las claves para acoger este cambio de época. El apuntó , entre otras propuestas, a la formación de los sacerdotes, a la creación de seminarios donde se impartiera una formación espiritual y pastoral, juntamente con un estudio serio de la teología, que él tanto cultivó y de la que fue maestro. Su teología es una teología pastoral, una teología apostólica en el camino de la misión y anuncio del evangelio, que nos puede servir también hoy, como inspiración en la formación de los futuros sacerdotes para una Iglesia sinodal y una tarea evangelizadora del mundo de hoy.

San Juan de Ávila, queridos sacerdotes, sigue siendo un Maestro de quién aprender su afán por escuchar y hacer vida la Palabra de Dios y ofrecerla al pueblo santo de Dios. Su teología, como dice el Papa Francisco, la hace de rodillas y por eso es un Pastor que nos ilumina para aprender el sentido real de la caridad pastoral y cómo acompasar el paso a cada persona, a cada grupo, a cada comunidad, a acoger y escuchar a todos en su situación. Es modelo del pastor que reúne, no divide y conduce el rebaño al único Pastor, Jesucristo, en su Iglesia.

Nos enseña a amar no al ideal de Iglesia sino a la realidad de la Iglesia que no siempre gusta, como a él no le gustaba la de su época, pero nos enseña a esforzamos en edificarla con amor, en esta época y en esta diócesis de Madrid, a cuya construcción todos estamos llamados a participar como discípulos misioneros. La sal y la luz se aportan porque faltan, son necesarios. Están llamados a disolverse en los insípido, en lo oscuro para dar resplandor. así

Gracias, de nuevo, por vuestra fidelidad al Señor que os consagró con el óleo santo y os envió a servir a esta Iglesia que peregrina en Madrid; gracias por el servicio como sal y luz que ejercéis juntos, en sinodalidad, con todo el presbiterio de esta diócesis y con el pueblo de Dios que agradece vuestras vidas y se une en este día a vuestra acción de gracias.

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