Homilías

Martes, 26 marzo 2024 12:27

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa Crismal (26-03-2024)

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Queridos hermanos sacerdotes:

Gracias por hacer posible esta celebración en esta misa crismal a la que, año tras año, nos convoca la Iglesia en estos días santos. Y por acudir y poder celebrar juntos el don de pertenecer a este presbiterio diocesano. Hoy tenemos la posibilidad de renovar nuestra vinculación a Jesucristo que se ofrece al Padre y de volver a injertarnos en esa misteriosa entrega. Con él somos llevados a aquel momento primero donde todo comenzó y que hoy revitalizamos reuniéndonos y haciéndolo eucaristía.

Escuchamos el eco de aquella oración de la Iglesia sobre nuestras vidas que decía: «Jesucristo el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio».

1. La palabra de Dios nos ayuda a agradecer y renovar al mismo tiempo este ministerio que nos hace ser lo que somos: «Reaviva el don de Dios que te fue concedido por la imposición de mis manos», recomienda Pablo a Timoteo. En Cristo, el ungido de Dios, como dice el texto que hemos escuchado, somos ungidos para anunciar la salvación y el año de gracia y perdón del Señor, para que el Evangelio siga siendo anunciado y resuene en nuestro mundo como en aquella sinagoga.

Tenemos la gracia de poder renovar ahora esa unción honda con la que fuimos introducidos en el sacerdocio de Cristo para servir con nuestra vida al pueblo santo de Dios. Para acompañar con caridad pastoral a este pueblo repleto de rostros concretos y singulares y conducirlo a Jesús, nuestro único buen Pastor, que entrega la vida por sus ovejas.

Somos parte de este Pueblo por el bautismo y caminamos gozosos con él; por eso nos acompaña en esta liturgia, y se hace presente y vivo en nuestras parroquias y comunidades, en cada sacramento celebrado, y en cada paso de nuestra vida ministerial… Es también este bendito Pueblo de Dios quien nos moldea, nos enseña y nos hace ser mejores curas. Un pueblo que tiene derecho a no ser dividido y que a veces también nos sufre con paciencia y experimenta en silencio y con dolor nuestras fragilidades, divisiones, protagonismos o, como dice el Papa, «autorreferencialidades».

Es un Pueblo que, desde cada rincón de nuestra diócesis, sabe reconocer con profundo agradecimiento y cariño vuestra entrega. De él —no lo olvidemos— recibimos el arrope de su oración y el regalo de su amistad y de su entrega generosa.

Pero la humildad de saber que el Espíritu es quien conduce, también nos hace ver hoy de forma nueva que no fuimos constituidos presbíteros de modo individual y aislado, sino como miembros de un presbiterio de comunión y servicio. Un presbiterio que hoy visibilizamos y donde queremos expresar sacramentalmente la comunión que vivimos A el estamos vinculados y él nos alimenta.

Para hacer realidad lo que proclamamos, el Papa Francisco nos insiste en sostener «cuatro cercanías» que cultivan las verdaderas «pertenencias» que identifican y animan al ministerio ordenado: la cercanía a Dios, la unión con el obispo, la proximidad fraternal al presbiterio diocesano, y la cercanía y el amor al pueblo al que servimos. Cuatro cercanías que actualizan el ministerio en el día a día y que se verifican según las decisiones concretas que vamos tomando.

2. «Todos en la Sinagoga tenían fijos los ojos en Él». Queridos sacerdotes de Madrid: ¿Tenemos nuestra mirada fija en el rostro del Ungido del Padre, en Jesucristo su predilecto? Él es el origen, el centro y el sentido de nuestro sacerdocio, que participa de ese óleo de alegría con que fue ungido el Hijo predilecto.

Esta mañana os pido dar un paso nuevo. Vamos a reavivar —desde el corazón— la memoria de nuestra unción en medio de esta asamblea; vamos a renovar nuestra vocación e identidad sacerdotal, que no puede ser otra que la identificación con Cristo sacerdote para sabernos enviados por El. Y aunque podamos estar tentados, nunca supliremos su presencia, ni nos pondremos como protagonistas delante de Él.

Somos enviados comunitariamente como presbiterio a sanar, consolar y liberar; para conformar comunidades vivas y esperanzadas, levadura de convivencia, alrededor del sacramento de la Eucaristía hecho vida. Disponibles, siempre disponibles con nuestra vida y ministerio, consagrados a la misión única del Pueblo de Dios; con el santo y seña de la caridad pastoral «que se vive en un clima de constante disponibilidad a dejarse absorber y casi devorar, por las necesidades y exigencias de la grey» (PDV 28).

3. Permitidme que concrete esta renovación y este «hoy» en tres peticiones, por tanto, que pueden marcar nuestras líneas de actuación como presbiterio, en esta etapa y en el curso próximo. Con humildad os invito a sumaros en torno a tres palabras: Bautismo, arciprestazgo y diocesaneidad.

Bautismo: Desde nuestro acompañamiento al pueblo de Dios, os invito a ahondar con nuestra gente en el sentido de la identidad bautismal. El discernimiento al que nos convoca el Señor en el momento presente ha de ser eminentemente espiritual para que pueda ser profundamente pastoral. Sabemos que es el Espíritu quien conduce y vivifica la acción de la Iglesia (cf. EN 75), y que somos testigos de su acción. Por esto os ánimo, antes que otra cosa, a ayudar a descubrir y profundizar en la fuente del bautismo según el rasgo que deja en cada cristiano. Acompañar la identidad bautismal, la vocación, tanto personalmente como comunitariamente, tanto en el acompañamiento personal como en la formación y la celebración.

Arciprestazgo: Desde la experiencia de pertenencia al presbiterio diocesano os animo a seguir construyendo espacios de vida sacerdotal en nuestros arciprestazgos. Valoramos la oportunidad de poder encontrarnos y como sacerdotes construir entre todos cada arciprestazgo. Cuidadlo activamente y hacerle crecer en espiritualidad y como hogar de vida sacerdotal en cada territorio.

Diocesaneidad: Nuestro ministerio siempre es coral y sinodal. Como servidores del pueblo de Dios, plural, rico y siempre en crecimiento, os animo a que ayudéis a seguir creciendo y desarrollando la conciencia de pertenencia a la diócesis de Madrid. En medio de las particularidades podremos potenciar el ser instrumentos activos para que las acciones, las espiritualidades y las propuestas imbriquen , más aún, la conciencia de pertenencia y de participación sinodal en la comunidad diocesana. Y, al tiempo, que esta diocesaneidad enriquezca y se haga presente en lo que se vive particularmente.

Jesús afirma que «hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Ese «hoy» formulado en la sinagoga de Nazaret se actualiza por la fuerza del Espíritu del Resucitado y se torna en «hoy, ahora y aquí» en la Iglesia de Madrid, en esta mañana de gracia en la vida de la eucaristía que nos moldea.

Gracias, muchas gracias, queridos hermanos sacerdotes por vuestra generosa entrega a la tarea pastoral, por vuestra disponibilidad permanente al servicio de la Iglesia diocesana, por vuestra fidelidad en medio de no pocos vientos contrarios. También por vuestro sacrificio y paciencia porque no siembre sabemos acertar. Gracias de corazón por vuestra respuesta siempre ilusionada y en esperanza, por entender que estáis al servicio de una misión que es mucho más que un trabajo profesional y con horarios de oficina.

Gracias muy especiales a cuantos no renunciáis a ser constructores de unidad y comunión diocesana en este hermoso presbiterio entregado, discreto y trabajador al que me siento tan unido. Gracias a vuestras comunidades que diocesanamente os sostienen desde la identidad bautismal. Permitidme que mis últimas palabras sean de oración también por los que han fallecido durante este último año y a los que prolongan la misión de la Iglesia en cualquier parte del mundo. Y un recuerdo emocionado y agradecido a los hermanos sacerdotes que por los achaques propios de su edad o por la enfermedad no pueden acompañarnos en esta celebración. Respondieron en su juventud al don de la unción del Espíritu y han gastado generosamente todas sus energías realizando la profecía de la misericordia del Ungido del Padre. Vuestro obispo se siente orgulloso de vuestro ministerio y os sigo enviando para esta misión. Seguimos contando con vuestras vidas orantes y ofrecidas en oblación a la voluntad de Dios, en la tarea de anunciar el evangelio de Jesús en la Iglesia de Madrid

Hermanos, amigos: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.

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