Homilías

Lunes, 24 junio 2024 10:38

Homilía del cardenal José Cobo en la ordenación de diáconos (22-06-2024)

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La Iglesia, y hoy así lo vivimos, es una preciosa barca donde vamos todos. 

Querido don Jesús, obispo auxiliar, queridos obispos electos, querido Seminario Conciliar y también el Seminario Redemptoris Mater, queridos vicarios y sacerdotes que también hoy estáis aquí, queridos amigos de la Sociedad de San Pablo, queridos diáconos permanentes que estáis hoy aquí también abrazando esta celebración y todos los que, de muchas realidades diocesanas, de muchas parroquias y lugares, y como no a todas las familias de estos que van a ser ordenados diáconos.

La Iglesia es como una barca que siempre está en movimiento, navegando por el mar de la historia y teniendo como horizonte un Reino por el que nuestro Dios siempre toma parte. En la barca están los hijos de la Iglesia que quedan representados en aquellos primeros discípulos, pero no están solos. Jesús siempre navega con ellos, una vez navega dirigiendo a viva voz, otra simplemente con su presencia y otra en silencio, pero Jesús siempre está. La tentación es pensar que se desentiende o que nos lleva al desastre.

El Evangelio que hoy se nos regala nos adentra en el corazón de aquellos pescadores que dejaron un día sus redes al conocer a Jesús para convertirse en pescadores de hombres. Ni ellos, ni nadie después de ellos en la larga travesía de la Iglesia, eludieron un desafío siempre presente, el enfrentar las diversas tempestades. Tempestades cuyas olas a veces podían provocar el naufragio de la nave de la Iglesia. Hay tormentas en la sociedad, en la vida de los matrimonios, en las familias, entre amigos y en la Iglesia. Son aquellas que nos impiden o nos dificultan ir como Iglesia a la otra orilla. Esa dirección que es a donde Jesús nos conduce en este momento de la historia: la otra orilla.

Ante la tormenta y ante la dirección que pone Jesús caben posturas diversas: o quedarse en la orilla, por seguridad siempre, o arriesgarse e ir en la barca. Confiar y salir adelante o dejarse atenazar por el pánico. Encerrarse en el frío de la noche o confiar en la dirección que siempre da Jesús, aunque a veces parece que duerme.

La tensión que en medio de la tormenta se vive de la barca cuestiona muchas cosas y recoge muchas noches que vivimos. Pero hermanos, Jesús está y los discípulos por lo menos permanecen en su presencia y, no lo olvidemos, juntos. Nunca encerrados en sus planes o en sus conveniencias. Así, se atravesará toda tormenta, aunque tengamos la impresión de que Jesús no se le ve o no se le ve cuando creemos necesitarlo. Jesús actúa también cuando parece dormir. No cuando esperamos, sino cuando falla la fe, las fuerzas o cuando fallan nuestras seguridades.

Aquí estamos hoy hermanos, en esta barca a la que nos ha llamado el Señor y a la que, de nuevo, nos guste o no, nos pide ir a la otra orilla. Es la misión de siempre, pero en cada momento ha de hacerse nueva, colegial y concreta.

La Iglesia necesita siempre, en cada momento y en cada etapa, emprender nuevos caminos y emprender la dirección que da el Maestro. Para eso necesita y necesitamos revitalizar nuestra adhesión a Cristo, renovarla con humildad y saber que vamos en la barca donde Jesús está. En esta lógica de conversión caminamos en cada momento y hoy es un buen momento para renovarlo. Como fruto de este camino dialogal, vosotros, que os habéis puesto en pie, estáis aquí y decís sí. En tiempos donde decir sí es complejo, en tiempos donde parece que tenemos algunas tormentas, os atrevéis a incorporaros a esta cadena de servicio en la que el mismo Cristo está presente. Es la Iglesia, la que sirve en nombre de Cristo. Os incorporáis de forma nueva a un nuevo lugar de la barca de los bautizados y el vuestro ahora es el lugar del servicio que Cristo quiere realizar.

Decir sí es vuestro primer regalo a la Iglesia. No es un sí improvisado, porque es el resultado de un proceso largo en el seminario de discernimiento. Hoy acogemos con mucho cariño, que se palpa en el ambiente, vuestro sí. Un sí sincero, generoso, pero también inevitablemente arriesgado porque cuando las personas decimos sí y de verdad, en esta circunstancia que vivimos hoy, o en cualquier otra, realmente nos comprometemos y nos implicamos de por vida.

Vuestro sí, a la llamada al ministerio diaconal va a tener mil bellas consecuencias, va a tener mil implicaciones, va a tener efectos que ni vosotros ni nadie podéis conocer en detalle. Decir sí a Dios es siempre perder el control personal de la vida. Bienvenidos a esta barca de confianza cuyo itinerario os va a llevar por puertos sorprendentes.

Un sí que recibimos, pero es un sí que es para servir. Estos síes son contraculturales y esto lo tendréis que explicar muy bien. Un servicio que siempre es fecundo: el diaconado no desaparece cuando uno se ordena presbítero, es la base sobre la que se funda. Os preparáis a ser sacerdotes, que antes han aprendido a servir e injertan el servicio en el ministerio sacerdotal. Por eso, sois conformados a Jesús que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la propia vida. Cada sacerdote lleva dentro un servidor al estilo de Cristo. Con vuestra ordenación nos recordáis, haciendo vida, que estamos todos llamados a interrogarnos, todos los días, por el servicio.

Un servicio no a nosotros mismos, ni a nuestros intereses, por eso cada día hay que saber decir, «Señor, ayúdame. Con lo que venga hoy, ayúdame a servir». Porque el servicio es concreto. Servir quiere decir estar disponibles, renunciar a vivir según la propia agenda, estar preparados para las sorpresas de Dios que se manifiestan a través de las personas, los imprevistos, los cambios de programa o los destinos pastorales, las situaciones que no entran en nuestros esquemas y en los horarios que hemos planificado. Eso es servir. La vida pastoral no es un programa o un trabajo, sino una travesía con el Maestro en la nave de la Iglesia.

Vais a servir a Cristo para que Él sea quien sirva al Pueblo de Dios. Eso sí, en esta empresa no estáis solos: están detrás vuestras familias que os quieren felices en el camino que habéis elegido, está la gente que os ha conocido en las parroquias y en tantos ambientes diversos y que ha podido apreciar vuestras cualidades, está en definitiva el Pueblo de Dios que se alegra por vuestra valentía, por este sí generoso y por vuestro deseo sincero de servir, sirviendo a Cristo y a la Iglesia. Por medio de ellos, hoy Dios os da la mano y os abraza.

Queridos hermanos, quedáis vinculados al Pueblo de Dios al que Cristo servirá a través vuestro. No os habéis hecho a vosotros mismos, sois fruto de este Pueblo de Dios y por consecuencia os convertís en custodios del poder de la Iglesia, que no está en los templos y en los números, sino en el servicio de Cristo. Nuestro poder reside en el servicio y en ninguna otra cosa. Así nos recordáis hoy que toda la Iglesia es constitutivamente diaconal, misionera, sinodal, pero siempre es servicial. El lavatorio de los pies, que se queda en el corazón del diaconado, nos dice que vuestra vida para siempre remite a Cristo. La oración y el celibato será vuestro regalo: un signo de pobreza y de pertenencia al plan de Dios.

Gracias por vuestro sí, gracias por estar en esta barca. Pero vuestro sí también hoy, para todos nosotros, sacerdotes, diáconos, laicos, consagrados y consagradas, es un reto y una interpelación a cada uno de nosotros. Vuestro diaconado es un interrogante para los sacerdotes y para todo el Pueblo de Dios. Nos preguntáis por nuestro sí, incluso algunos que todavía no se han preguntado nada les podéis preguntar, ¿por qué no plantearse este estilo de vida?, ¿por qué no pedirle al Señor lo que quiere de nosotros?

Hoy, queridos hermanos, es un buen momento para renovar y plantearnos cuál es el sí que podemos felizmente darle a Dios. Hoy somos más felices, más santos, pues gracias a vuestro sí damos un paso de fe. Dios actúa y sigue incorporándonos a su barca en su compañía. Estad siempre alegres, Dios desea nuestra felicidad. Su providencia nunca falla.Gracias por el sí de Dios, gracias por vuestro sí y por cada uno de los síes que seguro arrancáis en esta celebración a estos servidores que juntos vamos en la misma barca.

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