Homilías

Sábado, 06 julio 2024 13:58

Homilía del cardenal José Cobo en la ordenación episcopal de los nuevos obispos auxiliares de Madrid, José Antonio Álvarez y Vicente Martín (06-07-2024)

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Queridos José Antonio y Vicente:

Veo que aún no se os ha pasado el susto. Todos los que hemos pasado por este trance sabemos que hay llamadas del Señor Nuncio que cambian definitivamente la vida. Es tal la desmesura del servicio al que se nos convoca que, os lo aseguro, el susto no se pasa nunca.

Ahora estrenamos una jornada preciosa, una jornada de fiesta, un día lleno de luz y agradecimiento al Señor: Él os ha llamado por vuestro nombre a través del sucesor de Pedro. Vosotros habéis escuchado sus palabras: sé pastor. Son unas palabras que resuenan hoy aquí en el eco de este buen número de hermanos obispos que os reciben con alegría. Palabras que reverberan en el seno de esta querida comunidad diocesana a la que se os llama como sucesores de los apóstoles para pastorear, en comunión con el colegio episcopal y el Papa, al santo pueblo fiel de Dios.

Es también, os lo confieso, un día de inmensa alegría y gran consolación para mí. El Santo Padre os ha puesto para que colaboréis conmigo en el encargo que he recibido de servir a la Iglesia que peregrina en Madrid por ese camino que conduce al Buen Pastor. Vosotros sois enviados a ser pastores en comunión íntima con Cristo, Buen Pastor, y al servicio de nuestro presbiterio y de este querido pueblo de Dios, gastando la vida en lo esencial: anunciar juntos y de manera creíble a Jesucristo como el Salvador y Señor de nuestra vida, pues solo él regala la vida eterna, la vida más plena.

1 - ¡Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo!

Aquí nace todo. En este diálogo misterioso surge y se fundamenta el don que, por la imposición de manos, vais a recibir del Espíritu Santo: ¿Me amas? Tú sabes que te amo; sé que Tú me has amado primero. Tú lo sabes todo: conoces y amas también nuestra debilidad; conoces y amas nuestro corazón frágil, pero apasionado por tu Reino y por tu Iglesia. Apoyados solo en tu amor, experimentando nuestra debilidad, nos atrevemos a acoger el peso y la responsabilidad de servir en esta Iglesia que peregrina en Madrid. Todo ministerio pastoral nace del amor.

Esta fe, enraizada en el amor, nos permitirá asumir un gran reto: mirar juntos el futuro. Tenemos la promesa de que el Señor nos acompañará siempre. Dejaremos de lado los miedos y las nostalgias de tiempos pasados que acaban paralizando y bloquean el acceso a la esperanza. Por eso, quisiera pedir y pedirnos que nos centremos en la contemplación de la realidad de nuestro mundo, esta realidad que tanto ama el Señor y que es el lugar en el que se revela y salva. A este mundo, tal cual es, somos enviados por Dios para que nosotros le amemos a Él también en él, y para que lo transformemos según el sueño de Dios. Somos enviados, no desde un irreal pretendido “grupo de perfectos”, sino desde una Iglesia que se sabe, al mismo tiempo, santa y pecadora.

Esta es la realidad que Dios pone en manos de su Iglesia en Madrid. Eso conlleva responder en amor, sintiéndonos amados por Dios para amar del mismo modo a su Iglesia, a la Iglesia tal y como es. No es tarea fácil. En el santo Pueblo de Dios hay muchas ovejas en muy diversas situaciones: rebeldes, cansadas, enfermas... Unas son colaboradoras, entusiastas, generosas, diligentes... Otras están cansadas, desilusionadas, hasta resentidas... Queredlas, por favor, a todas. Miradlas como las mira Dios, con corazón de misericordia.

Decía Madeleine Delbrêl, curtida en la espiritualidad vivida en el corazón de la ciudad, que "amar a la Iglesia es aceptar sus heridas, sus imperfecciones y su humanidad, porque en ella habita el Espíritu Santo que la santifica. Tarea nuestra es ser testigos del amor de Dios en el mundo, a reflejar su luz en medio de la oscuridad, a ser sal y luz dondequiera que estemos." En efecto, para ser pastores es necesario despertar el amor apasionado por la Iglesia. Esto es ayudar a caminar a ritmo evangélico y en clave diocesana a esta comunidad grande y diversa, reconociendo que todos somos parte del único Cuerpo de Cristo, con nuestras fortalezas y debilidades. Sois ungidos por el Espíritu para una misión que no elegisteis vosotros, sino que os viene dada. Es la misión única que compartiremos sinodalmente y a la que servimos junto con todo el pueblo de Dios. Ungidos para trabajar desde la humildad y el amor mutuo, y para sostener siempre una mirada especial y compasiva sobre los más vulnerables.

Misión que no puede llevarse a término sin desinstalaros cada mañana, acompañados y acompañando al presbiterio, y en medio de este pueblo, ungido también en el bautismo y convertido en pueblo sacerdotal que, como dice el Papa Francisco, “el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos” (EG 31). Hemos de estar cerca de este olfato. Como dice San Juan Crisóstomo: “Porque mientras somos ovejas, vencemos; aun cuando nos rodeen por todas partes manadas de lobos, los superamos y dominamos. Pero si nos hacemos lobos, quedamos derrotados, pues nos falta al punto mismo la ayuda del pastor. Como quiera que Él apacienta ovejas y no lobos” (San Juan Crisóstomo, Homilía 33 sobre el Evangelio de Mateo).

2 - “Apacienta”. Jesús expresa con este verbo el amor que desea de Pedro.

Al reconocimiento de la debilidad, la respuesta de Jesús es un encargo que hoy os hace y que ahora podemos renovar los hermanos obispos que estamos aquí: “Apacienta”. Es sencillo y breve. El resto es confianza mutua. La unción del Espíritu nos hace “servidores” del pueblo; esa es la más alta autoridad evangélica. Por eso Jesús se prodiga lavando tantos pies, acogiendo a muchas personas y enjugando tantísimas lágrimas. Así reconocieron su autoridad.

Ahora vais a ser enraizados en este suelo concreto, en esta tierra, en estas losas de este presbiterio. Cualquier otro modo de ejercer la autoridad en la Iglesia que no hunda sus raíces en este suelo y en el pueblo de Dios, es una planta extraña que no pertenece al Evangelio. Deberá ser podada y arrojada fuera, como los sarmientos secos de la parábola.

Enraizados, pero no en solitario. El encargo que esta mañana os hace el único Buen Pastor es invitar a todos a un renovado encuentro personal con el Señor Jesús (EG, 3) y animar la fraternidad en las comunidades cristianas y en las relaciones humanas, posibilitando que todo bautizado se abra a la participación y la responsabilidad. No dejemos de posibilitar vínculos y puentes entre las diversas realidades eclesiales.

Queridos José Antonio y Vicente, seamos, junto con nuestros hermanos Juan Antonio y Jesús, rostro del único Buen Pastor en medio de esta querida archidiócesis. Caminemos juntos, en sinodalidad, promoviendo la comunión en la diversidad y pluralidad tan rica de nuestro clero, de la vida consagrada y de nuestro pueblo. No pretendamos imponer la uniformidad. Seamos signo y estímulo de comunión eclesial. Seguramente unas veces acertaremos y otras nos equivocaremos, es cierto, porque para esto no hay recetas.

Querida comunidad diocesana: ayudadnos a ser pastores. Necesitamos aprender con vosotros el arte del discernimiento comunitario. Ayudadnos a reconocer con gozo la abundancia de carismas, vocaciones y ministerios que sirven al bien común en toda la Iglesia diocesana. Sabemos que no somos sus dueños, sino que pertenecen al Espíritu que los regala “para crecimiento de toda la Iglesia”.

3 - Sé pastor.

A ser pastor se aprende. Seréis los custodios de la fe, del servicio y de la caridad en la Iglesia. Para ello debéis estar cerca. Pensad que la cercanía es el rasgo más típico de Dios. Es el pueblo de Dios quien enseña. No dejéis de aprender del Pueblo de Dios, especialmente de los más pobres y necesitados de la misericordia de Dios.

En efecto, son los pobres quienes más enseñan. Como le gusta decir al Papa Francisco, la posición del discípulo misionero no es una posición de centro sino de periferias. Recordad que, cuando la Iglesia o sus ministros se erigen en “centro”, el discipulado se funcionaliza y nos convertimos en administradores y controladores de la fe, en lugar de ser sus servidores y facilitadores.

Y sabed que sois obispos de todos, de unos y de otros, de los que se confiesan católicos y de los que no lo son tanto. Estad siempre muy pendientes, porque siempre habrá otras ovejas que no están, porque nunca estuvieron o porque estuvieron y se marcharon; a ellas somos también enviados. Para ellas tendremos siempre los brazos abiertos a la acogida, sin preguntar por qué se marcharon ni qué sendas recorrieron; tendremos siempre las puertas de nuestra casa de par en par abiertas, siempre esperando. Queremos estar de guardia permanente.

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