Catequesis

Viernes, 05 diciembre 2014 00:00

Vigilia de oración con jóvenes (5-12-2014)

  • Print
  • Email
  • Media

Gracias Señor por este momento que nos haces vivir. Aquí están jóvenes de nuestra archidiócesis de Madrid que quieren hacer presentes a todos los jóvenes. Necesitamos escuchar tu voz, necesitamos oír que tú salvas, que tú eres lámpara, que tú alumbras las tinieblas, tú nos das fuerza para meternos en todas las situaciones de este mundo y hacer posible que este mundo tenga salida para todos los hombres.

Gracias Señor porque deseamos fiarnos de ti, porque sabemos que el camino que nos presentas es bueno para todos los hombres. Es justo y entrega justicia.

Gracias Señor porque me das una capacidad especial para descubrir tu amor y tu misericordia. Adiéstrame en encontrar y vivir siempre desde este camino.

Gracias, porque junto a ti se ensancha nuestro corazón. Gracias, porque a tu lado somos capaces de levantarnos y de levantar a los demás, de dar la mano a todos.

Te ensalzo Señor porque eres mi roca y mi salvador».

Queridos jóvenes, queridos sacerdotes hermanos que nos habéis acompañado. Es el primer encuentro que tenemos de oración, el primer viernes que como arzobispo de Madrid yo os he convocado, y os doy las gracias por haber acudido a esta llamada. Yo quisiera que no vieseis que es una llamada mía: es una llamada del Señor. Lo habéis escuchado en esta página del evangelio que acabamos de proclamar: es el capítulo primero del evangelio de san Marcos, que yo os invito a que durante este mes, antes de la Navidad, podáis orar, reflexionar y acoger en vuestro corazón.

Quisiera deciros fundamentalmente tres cosas que nos ha dicho el Señor en esta página del evangelio. La primera de ellas es como un grito que nos da el Señor y nos dice: preparad el camino. Preparad. En segundo lugar, el Señor nos dice también: id al desierto, aunque sea por unos momentos. Y, en tercer lugar, el Señor viene y está presente aquí para darnos su vida y su amor, su misericordia, su entrega.

Sobre estos tres aspectos quisiera deciros algunas palabras esta noche, que llegasen a vuestro corazón y a vuestra vida.

Lo habéis escuchado: preparad el camino al Señor, se nos ha dicho en el Evangelio. Todos los hombres necesitamos escuchar esta voz del Señor. Todos. Esta voz que nos dice que preparemos su camino, como está escrito en el profeta Isaías. Esta voz que nos dice que quitemos los obstáculos que impiden la llegada de Dios a nuestra vida y la llegada del verdadero humanismo al corazón de los hombres. Esta voz que nos abre a hacer un mundo diferente, distinto, no con programas de los hombres que siempre son raquíticos, sino con la fuerza y con la gracia de Dios y con su amor, que siempre es un programa amplio, y con capacidad de dar vida a todos los hombres. Lo importante, como veis, es abrir caminos nuevos, pero caminos en los que Dios está presente, que viene, y viene para nosotros.

Actualmente, como veis, como vosotros mismos podéis experimentar, son muchos los hombres y mujeres que no saben el camino, o quizá cogen un camino en el que descartan a otros muchos, por ese camino por el que van no pueden ir todos. Por eso es importante preparar el camino del Señor y entrar en ese camino, porque en él no se descarta a nadie: todos pueden ir por el camino, y todos pueden reconocer la dignidad misma que Dios les ha dado.

Es verdad que para mucha gente, incluso para muchos jóvenes como vosotros, la vida se ha convertido en un complejo laberinto. Hay muchas direcciones. Hoy, junto al Señor, en su presencia real en el misterio de la Eucaristía, nosotros encontramos el camino. Es Él. Es Él.

Y hoy, a través del profeta, el Señor nos dice que no preparemos, que no vivamos en la apariencia y desde la apariencia, que no vivamos guardando nuestra imagen, que no vivamos guardando el reconocimiento que los demás nos hagan o la búsqueda solamente del poder o del tener, sino que vivamos de lo que somos: hijos de Dios, hijos que lo descubrimos en el Hijo que es Cristo, hermanos de los hombres que descubrimos qué es ser hermano en el hermano que es Cristo. Preparemos este camino.

Pero el Señor, en segundo lugar, nos ha dicho: mirad, para prepararlo, id un momento al desierto. Vamos a ir con el Señor por unos instantes al desierto. Es importante.

El desierto sabéis que es un lugar inhóspito donde no hay falsas seguridades, donde forzosamente nos tenemos que encontrar con lo esencial. No hay más apoyos que lo esencial. El desierto, tal y como aparece en la Biblia, es el lugar del encuentro con Dios. Por eso justamente es lo que necesitamos nosotros: adentrarnos y vivir desde lo esencial, no apoyarnos en cosas que no son esenciales. No abandonemos a Dios por otras cosas que ni llenan nuestro corazón ni llenan el corazón de los demás, que no nos capacitan para dar la mano al otro, sea quien sea. Apoyémonos precisamente yendo al desierto en este Dios que nos dice que lo esencial es Él; que lo esencial para hacer un mundo nuevo, distinto, diferente, en el que nadie sea descartado, donde todos los hombres puedan tener esperanza, en el que todos los hombres puedan tener un sitio, un lugar donde puedan ser reconocidos como tales, en la fotografía real que Dios nos ha hecho, que no es ni más ni menos que ser su imagen. Apoyémonos en lo esencial, que es nuestro Señor Jesucristo.

El Papa Francisco nos ha dicho, en esa exhortación apostólica Evangelii gaudium, que en el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo esencial para vivir. Y añade: «así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios y del sentido último de la vida». Pero también en el desierto -dice él- se necesitan sobre todo personas que indiquen el camino. Habéis visto a Juan en la página del evangelio que hemos proclamado, él bautizaba con agua, pero indicaba: «detrás de mi viene el que es más fuerte que yo, y al que no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias». Y se refería a Cristo. Hacen falta hoy hombres y mujeres que señalen como Juan dónde se quita la sed, dónde está lo esencial, dónde está lo importante. Y esos podéis ser todos vosotros. Los jóvenes. Sois especialmente importantes en este desierto en el que muy a menudo viven los hombres, para poder decir dónde está lo esencial, quién es el que no puede faltar en nuestra vida: solamente el que nos ha dicho que es el Camino, la Verdad y la Vida, que es Jesucristo. Vayamos al desierto. Id por los caminos de este mundo. Y señalad...

Esta noche, aquí, yo estoy seguro de que alguno de vosotros hasta encontrará junto al Señor el camino por el cual va a ir por este desierto, es decir, la vocación a la que el Señor le llama para entrar en este mundo y señalar el camino: al matrimonio, al ministerio sacerdotal, a la vida consagrada... Estoy seguro de que si nos encontramos y aceptamos el reto que nos da el Señor, «preparadme el camino», si entramos en este mundo y vemos que lo esencial es Él, cómo no va haber gente, jóvenes especialmente, que estén dispuestos a entrar en este desierto y decir: mirad, mirad, este es el camino. No hay otro.

Y, en tercer lugar, el Señor viene a darnos su vida y su amor. El Señor no nos sumerge en las aguas del Jordán, como hacía Juan Bautista. El Señor nos sumerge en la profundidad de su amor, de su misericordia, de su paz, de su justicia, de su bondad, de su entrega, del servicio, de considerar que el otro es más importante que yo mismo, de descubrir que cualquier otro tiene más importancia que yo. Me sumerge, sí. Viene a darme su vida y su amor. Viene a que experimente yo, en lo más profundo de mi corazón, quién es Él. La reacción del pueblo de Israel fue impresionante. Ellos dejaban Judea y Jerusalén y marchaban al desierto, y allí se encontraron con un Juan que les dijo: mirad, este es el importante, mucho más que yo. Jesús. Porque no os mete solo en las aguas del Jordán: os va a meter y os va a empapar de su amor y de su misericordia, que es la justicia que necesitan los hombres, la verdad que necesitan los hombres.

Pues vamos a pensar esto un momento delante del Señor. En el silencio de nuestro corazón. En este momento que vive nuestro mundo, Dios prepara nuestro camino para entrar en nuestra casa. El pastor es el Señor que cuida nuestras vidas, cuida nuestras heridas y las heridas de todos los hombres. Que esta noche podamos abrirle el corazón.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search