Catequesis

Viernes, 07 julio 2017 21:15

Vigilia de oración con jóvenes (07-07-2017)

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Esta noche nos reunimos un grupo junto al Señor, como lo hemos hecho todos los viernes del año. Pero en esta noche especial, donde tantos jóvenes están –como os decía antes- en adoración ante el Señor en otros lugares, haciendo misión de Iglesia, de formas diversas, yo quisiera que descubriésemos en esta página del evangelio el ámbito o la ecología de un cristiano.

Comienza el evangelio, como habéis visto, diciendo: «Porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla». No penséis que Jesús nuestro Señor bendice a Dios porque los entendidos no entiendan. Sería mezquino pensar que Jesús se alegra porque Dios no se revela a alguien. Entre otras cosas, porque Dios no puede tener privilegios con nadie.

Lo que quiere decir el Señor es que el Dios del que Él da rostro no puede ser detectado más que por la gente sencilla, la gente que no tiene prejuicios; los engreídos, los autosuficientes, los sabios… ellos tienen capacidad para crearse su propio Dios. Pero es un Dios que siempre se parecerá a ellos mismos. Por eso, Jesús nos dice esto: has escondido estas cosas a los engreídos, a los autosuficientes, a los que quieren creer que solo la sabiduría de ellos, que viene de ellos, o han alcanzado ellos, pueden vivir. Gracias porque se lo has revelado a la gente sencilla. Es decir, a  esa gente sin prejuicios, que ven que no son autosuficientes, que ven que necesitan de alguien más grande que ellos.

Esta es la ecología nuestra. La que nos reúne a nosotros en torno a Jesús. Necesitamos de ti, Señor. En ti comprendemos y entendemos quién es el hombre, quiénes somos nosotros y quién es Dios. Pero solamente en ti y desde ti.

Por eso, el Señor nos habla de tres aspectos esenciales que tenemos que tener o vivir en esta ecología del cristiano. En la sencillez, en la necesidad de necesitar de Dios para explicarnos a  nosotros y para explicar también la vida de los demás.

En primer lugar, nos dice el Señor: todo se os ha dado. Todo. Acabamos de escuchar de Jesús: «Todo me lo ha entregado mi Padre». Jesús tiene conciencia de que todo lo recibe del Padre. Él, como Hijo, lo sabe. Nosotros podemos decir lo mismo. Podemos reconocer que todo nos ha sido dado. Estamos aquí porque nos ha sido dada la vida. Es su amor el que nos lo está dando todo en todo momento. Todo. El amor de Dios. Esto es difícil de ser entendido por los engreídos, pero sí por aquel que, como esta noche nosotros, nos ponemos delante del Señor y decimos: ¿Pero qué sería yo si no se me hubiese dado la vida por mis padres?

Todo nos ha sido dado. Es el amor de Dios el que nos lo está dando en cada momento. El fondo de la realidad última no es nada sino amor. Aquello que narra tan bellamente san Juan de la Cruz, ¿no?. Eso que decimos tantas veces, que decía el Santo: al final de la vida, nos examinarán de amor. Nos ha sido dado el amor. Hoy es un día para dar gracias por el don de la vida. Es un día para dar gracias y recuperar la actitud de alabanza y de la acción de gracias que, a veces, hemos perdido los hombres. Siempre podemos dar gracias. Gracias, Señor, por darnos la vida; gracias Señor por estar aquí hoy; gracias Señor por tanta gente, amigos vuestros que han podido marchar a otros lugares, que están en campamentos de monitores, que están sirviéndote, que están entregando la vida por algo importante, para que el otro sea más, crezca más. Y lo hacen con amor, y por amor.

La realidad última no es la nada. Sería terrible esto. La realidad última es el amor. Eres tú, Señor, que has dicho de ti mismo que eres el amor, que eres el camino, que eres la verdad, que eres la vida. Todo me lo ha entregado mi Padre. Como os decía, en primer lugar: todo nos ha sido dado. Pensarlo un momento delante del Señor.

En segundo lugar, conocemos todo por Jesús. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, decía Jesús. Jesús tiene conciencia que todo lo recibe del Padre. Nosotros podemos decir lo mismo. Podemos reconocer que todo nos ha sido dado. Podemos reconocer que el Padre reconoce al Hijo en profundidad. Esta es la experiencia nuclear de la vivencia de Jesús. Todo lo conoce Él porque se lo ha dado el Padre, se lo ha dado a conocer. Y Jesús nos lo ha dado a conocer a nosotros.

Qué maravilla, queridos amigos, poder saber hoy que todos los hombres son hijos de Dios. Nos lo ha dado a conocer Jesús. En muchas partes de la tierra no están como nosotros ante nuestro Señor: están matándose unos a otros. Porque no saben que todos los hombres son hijos de Dios. En muchas partes de la tierra la gente no sabe que son hermanos. Que los hombres somos hermanos. Que no podemos eliminar a nadie. Que todos somos necesarios: desde ese anciano que no tiene fuerzas, y que al verlo me hace acercarme a él y levantarlo, y mueve mi corazón a amar. O ese niño que nace con unas capacidades distintas, diferentes; y que cuando me acerco a él mueve mi vida, mueve mi corazón, transforma mi existencia.

La experiencia nuclear de la vivencia de Jesús, y la experiencia humana más profunda que podemos hacer, es la de sentirnos amados. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce a Jesús si no se sitúa delante de Él. Él me salva, me ama. Me ama tanto que ha dado la vida por mí. Y este amor me libera. Me libera profundamente. Me hace libre, y hace que yo dé libertad a los demás. Porque, queridos amigos, yo cuando amo hago libres a los demás. Cuando odio, cuando tengo rencor, hago esclavos. Y estamos en una sociedad de rencores; miramos al diferente, al distinto, al que piensa de otra manera, con rencor. No con amor. Y no libero: esclavizo, rompo las relaciones que Dios ha querido que yo tenga con los demás.

Como veis, es toda una revolución. Por una parte, como os decía antes, todo nos ha sido dado. Y, por otra parte, conocemos todo por Jesús. Todo. Qué diferencia más abismal cuando ves una multitud de gente -de razas, de colores distintos, de culturas distintas- decir y saber: porque me lo ha dicho Jesús. Y además me convence lo que dice Jesús: todos son mis hermanos. Qué maravilla. Cuando descubrimos que hay luchas, guerras, que hay matanzas… No es posible esto. No es posible que en esta humanidad haya esto. Jesús nos hace ver otras cosas diferentes.

Y, en tercer lugar, Jesús es el antídoto contra el cansancio y el agobio. Por eso, nos dice: venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados. Sí. Yo os aliviaré. Jesús se dirige a los cansados, a los que andan sin sentido, a aquellos que no pueden más, a los que dejamos al margen, a los abatidos por los sufrimientos de la vida. Ahí, entre esos cansados y agobiados, también podemos estar nosotros. Cada uno de nosotros.

La gente hoy en Madrid está al margen: cansados, agobiados, sin tener un corazón de alguien que les escuche, que responda a su soledad. Tantos enfermos. Cuántas personas que necesitarían de alguien que se acerque, como se acercaba Jesús para quitar el cansancio. A veces nos entra miedo porque nos sentimos incapaces de llevar nuestras cargas, pero él nos dice: aprender de mí, que soy manso, que soy humilde de corazón. Venid a mí.

Yo os hago una propuesta. Mirad: cuando a veces uno está cansado, o sufriendo…, Si tenéis un rato, entrad en una iglesia. No os cobran. Y encima os dejan un asiento para que os sentéis delante de nuestro Señor. Y estad allí. Estad allí. Hay situaciones en las que los cansancios y los agobios pueden con nosotros. Por distintos motivos. Nos podemos sentir cansados si la vida nos pesa: las limitaciones personales, la enfermedad, las frustraciones, los desencantos, las situaciones de injusticias del mundo, las dificultades incluso dentro de la propia Iglesia… Todas esas cosas pueden herirnos y dejarnos una sensación de pesimismo y de cansancio. Pero Jesús nos dice esta noche: Venid a mí. Todos. Sin distinción. Todos. Nadie está excluido de mi amor. Nadie. Esto es una maravilla. ¿Lo veis? Esta noche entendamos que nadie, nadie, está excluido del amor de Dios. De Jesús. Nadie. Incluso aquel que pueda insultar al Señor, que no le respeta: no está excluido de su amor.

Si este amor no excluye a nadie, si este amor de Jesús libera a todos, si este amor de Jesús ilumina la oscuridad, si este amor de Jesús llena los vacíos de nuestro corazón… Jesús es el verdadero consuelo. Más allá de toda palabrería. Os pueden decir muchas palabras, os pueden… Vete donde Jesús. Él consuela.

El lugar de descanso es su presencia. El lugar de desasosiego es su presencia. En lo más profundo de nosotros mismos. Por eso, esta noche le decimos al Señor: Señor, gracias. Gracias. Porque has escondido estas cosas a los sabios, a los autosuficientes, a los que se creen poderosos, a los que creen que lo pueden todo. Gracias, Señor. Porque esta noche, nosotros queremos ser como Tú. Sencillos. Porque siendo Dios, te has hecho hombre. Y siendo Dios, has querido permanecer entre nosotros, hacer presente el misterio de la Encarnación en el misterio de la Eucaristía. Presente realmente entre nosotros.

¡Qué maravilla, queridos amigos!. Qué verano nos podemos tirar sabiendo que todo nos ha sido dado por el amor del Señor. Que conocemos todo por Jesús. Y que Jesús es el antídoto, la verdadera medicina contra el cansancio y contra el agobio que siempre, en algún momento, puede llegar a nuestra vida.

Qué tengáis buenas vacaciones los que salís de aquí. Muy felices. Pero no os olvidéis de esto que nos dice el Señor. Y los que nos quedemos en Madrid más tiempo, que sepamos también quitar el cansancio estando más horas junto al Señor. Que no nos parezca una pérdida de tiempo. Al contrario. Saldremos rehechos. Porque el Señor sana y el Señor cura.

Que el Señor os bendiga.

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