Catequesis

Jueves, 22 diciembre 2022 15:41

Palabras del cardenal Osoro en la vigilia de oración con jóvenes de diciembre (2-12-2022)

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¡Qué valientes sois! Porque yo pensaba que iba a estar casi solo hoy, con el frío que hace, y habéis sido capaces de no arredraros y meteros en casa, sino de ir y situarnos como lo habéis hecho ante Nuestro Señor.

Estamos en el tiempo de Adviento, estamos preparando la venida del Señor, la celebración de la venida de Dios a este mundo. Este Jesús que nos acompaña en el misterio de la Eucaristía, este Jesús que se hizo hombre, este Jesús que pasó por este mundo haciendo el bien, este Jesús que por pura gracia nos ha llamado a todos nosotros a ser parte de su Iglesia, de esta Iglesia que tiene una misión en este mundo y en esta tierra, que es hacer que los hombres puedan conocer el verdadero rostro del ser humano, que se nos ha manifestado en Jesucristo y que nosotros también queremos incorporar a nuestra vida.

Hemos proclamado el Evangelio que vamos a escuchar este domingo próximo, esa página del Evangelio de Mateo, el capítulo 3: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Yo quisiera acercar esta noche a vuestro corazón tres aspectos que me parece que son importantes de esta página del Evangelio. Por una parte, que escuchéis y metáis en vuestro corazón una predicación que conmocionó a la gente de Israel en tiempos de Jesús, a través de Juan Bautista. En segundo lugar, que nos dejemos hacer una pregunta que conmueve: ¿qué es el reino?, ¿qué es el reino de Dios? ¿Qué es? Y en tercer lugar, que descubramos esta realidad de este mundo en el que vivimos, sumergido en contradicciones, violento, liquidando quizá a veces la justicia y la paz e impidiendo en muchas ocasiones la fraternidad, viendo esta realidad que nos exige, como discípulos de Jesús, que ha venido a traer la paz a los hombres.

En primer lugar, una predicación que nos conmueve. Esas palabras que tantas veces las hemos escuchado, «convertíos, porque está cerca el reino de los cielos», son palabras de Juan Bautista. Son las mismas palabras que utiliza Jesús en el comienzo de su ministerio en su tierra, en Galilea. Es verdad que Juan Bautista es un profeta original, un profeta que rompió con su familia, con la tradición, y se marchó al desierto, un lugar de silencio y de soledad que invitaba a la conversión. Sus palabras son también hoy para cada uno de nosotros. La predicación que hizo Juan Bautista, hizo, en aquellos momentos que vivía Israel, vivir al pueblo de Israel una conmoción profunda, una conmoción de todo el pueblo. De hecho, había una afluencia masiva detrás de Juan que manifiesta de alguna forma el descontento que tenía el pueblo de Israel en aquellos momentos, y que encontró en la voz de Juan y en la predicación de Juan una respuesta a lo que sentían en su corazón.

¿Qué es lo que predicaba Juan? ¿Qué es? Lo hemos escuchado: «Convertíos, está cerca le reino de los cielos». Convertíos en griego significa «cambio de mentalidad». Es decir, necesitamos tener una manera de ver las cosas diferente. Es eso que decís vosotros a veces: un cambio de chip. Bueno, pues eso es lo que predicaba en el fondo Juan Bautista. Tenéis que ver las cosas de una forma diferente, no desde vosotros mismos, sino desde Dios mismo. Convertíos. Esta misma palabra, convertíos, en hebrero significa «cambio de orientación». Es decir, estamos yendo para allá, pues tenemos que ir por otro sitio diferente. Vamos en una dirección y tenemos que tomar otro rumbo.

La conversión, todos sabéis que es una llamada profunda a una renovación de nuestra vida. Y es que necesitamos una profunda transformación de nuestra propia vida, de las actitudes, de los comportamientos, de la manera de relacionarnos con los demás, que no es para usar y tirar, sino para descubrir que son mis hermanos. Y en el fondo, la Iglesia qué nos propone: el tiempo de Adviento es un tiempo para preparar el nacimiento del Señor. ¿Y qué nos propone entonces la Iglesia en este tiempo de Adviento? Hacer un cambio profundo en mi vida. Yo tengo que esperar al Señor y recibirlo, y tengo que hacer un cambio profundo en mi existencia. Entre otras cosas, porque es verdad: está cerca el reino de los cielos. Está cerca. Está cerca de nosotros y de todo ser humano.

Diréis, pero bueno, y ¿qué es el reino? El reino es Jesús mismo, Jesús, personalmente. Es la nueva vida que nos trae Él. Él es la semilla que ha comenzado una nueva humanidad, una nueva manera de ser, de estar en el mundo, de vivir los hombres. Es algo diferente, distinto. Está cerca de nosotros. La nueva vida que en Jesús ha comenzado es semilla de una nueva humanidad. El Reino es alguien que camina a nuestro lado, nos acompaña Jesús, conoce nuestra propia carne porque se ha hecho hombre, conoce nuestras propias alegrías. Sí. También las frustraciones. Y también conoce los sufrimientos que tenemos.

El reino ha llegado. Ha llegado de manera plena con la resurrección de Jesucristo Nuestro Señor, con el triunfo del Señor. Está entre nosotros. Pero si os dais cuenta, esto es verdad. Pero este mundo en el que estamos está sumergido aún de tremendas contradicciones, de violaciones de lo que es el ser humano, que es capaz de liquidar la justicia, de romper la paz, de destruir la fraternidad… Porque, si os dais cuenta, nuestro mundo a veces continúa impasible ante las situaciones que vive el mundo de injusticia, de violencias, de guerras.

Y este Jesús, que está oyendo a Juan, está oyendo que Juan está diciendo a la gente de Israel: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos». Y el Señor es él, es él para nosotros. Es como si dijera Juan: «Es el Señor que viene, hay que prepararle el camino, necesitamos abandonar los cambios antiguos, los caminos ambiguos que a veces tiene nuestro corazón». Preparar el camino del Señor es verdad que es la verdadera liberación. Y el camino del Señor pasa a través del desierto. Es decir, tenemos que ser capaces de quitar los obstáculos que impiden que se vea a Dios en este mundo, que no bloqueemos las puertas de nuestro corazón.

Quizá esta noche todos nosotros, en estas vísperas de Navidad, pudiésemos hacernos esta pregunta, que yo os invito a que nos la hagamos, creo que es importante. ¿Cómo puedo yo preparar el camino al Señor en mi vida? ¿Cómo lo puedo hacer? Se trata, queridos amigos, de no cerrar las puertas a Dios. Se trata de abrirlas, de acoger al Señor. Este Jesús que quiere entrar en nuestra vida y que quiere regalarnos su misericordia y su paz y su amor. Y se trata de abrir nuestras puertas, porque Jesús libera mi vida, Jesús llena de sentido mi existencia. Si os dais cuenta, cuando el ser humano vive solamente buscando la satisfacción inmediata, cuando el ser humano está buscando vivir, qué se yo, llenar la vida a cualquier precio, buscando el placer a cualquier precio, cuando solo busca el dinero o el prestigio social, entonces no hay sitio para Dios.

Pero os digo una cosa: tampoco hay sitio para los demás. Si tú eliminas a Dios de tu vida, te vas a encontrar en el fondo que solo tienes sitio para ti mismo. Cuando Dios entra en tu vida tienen sitio los otros, y además todos los otros; no los que piensan como yo, también los que son distintos a mi pensar. ¿Podré yo abrirme a la vida de Dios? ¿Seré capaz de no privarme de esa transformación personal y de encontrar sentido a mi vida humana junto a Jesucristo Nuestro Señor? Yo creo que sois capaces todos los que estamos aquí, somos capaces si dejamos un hueco en nuestra vida para que entre Jesucristo.

El texto del Evangelio, que es el que vais a escuchar el domingo también, dice lo siguiente: «Juan iba vestido de piel de camello con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre». Juan Bautista aparece como un hombre no integrado en la sociedad de su tiempo, aparece como un hombre distante de los convencionalismos sociales. Lo demuestra el que aparezca en el desierto, en su manera de vestir, tal como nos describe el Evangelio, en su manera de alimentarse. ¿Por qué el Evangelio de hoy nos recuerda precisamente esta manera de ser de Juan? Pues mirad, para recordarnos a nosotros que no alimentemos nuestra vida de lo superfluo, de lo banal, de lo que no da sentido a nuestra existencia.

Si os habéis dado cuenta, en este texto que hemos proclamado del Evangelio, Juan, refiriéndose a Jesús, toma un tono dulce y poético, y dice unas palabras muy bonitas: «Yo os bautizo en agua; Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Es decir, él viene con la fuerza de la vida, con la fuerza del amor que transforma todo; transforma vuestra vida y os capacita para que transforméis todo.

Mirad: yo creo que estamos... en este tiempo de Adviento, yo os invito, pues, a que quizá tengáis algún momento de silencio, de conversación con Nuestro Señor, quizá pues eso, después del trabajo, del estudio que tenéis, pero ahora vais a tener unas vacaciones… De conversar un momento con el Señor, de darle gracias, ¿no? Es Jesús el que te ofrece la vida. Es Jesús el que nos ofrece una manera de vivir y de estar en el mundo diferente. Es Jesús el que cuando tú a veces te sientes vacío, llena tu vida. Porque viene con la fuerza de su vida, y viene con la fuerza de su amor. Nadie podrá acallar la fuerza de este Jesús que quiere ser fuego para nuestra vida. Este Jesús es el Mesías de Dios, viene a ofrecer la vida a todos los pueblos. Dichosos los que se abren a su presencia, y por eso este tiempo de Adviento antes de celebrar la Navidad. Abrirnos a la presencia del Señor, abrirnos a su fuerza, abrirnos a su amor. Descubrir qué es lo que me va dando a mí el Señor. Nadie puede acallar la fuerza del Espíritu.

Queridos amigos: en estas vísperas de la Navidad yo os invito a todos a que nos abramos. Dejemos entrar a Jesús en nuestra vida. Cuando entra Jesús no se puede acallar su fuerza, no se puede acallar el fuego que está o que introduce en nuestra existencia. Dichosos, os diría yo esta noche, dichosos los que se abren a su presencia en este tiempo de Adviento previo a la celebración del nacimiento del Señor. Yo os invito a que nos acerquemos a este fuego que es Jesús, a esta vida que nos da el Señor. Es vida para todos los hombres, dichosos los que se abren a su presencia.

Leyendo hace poco -no sé si os lo he contado ya, pero si me repito pues me perdonáis- pero leyendo una historia de Europa muy bonita, muy reciente, y esta tarde leyendo un rato también una historia de la evangelización de América, uno descubre algo que es impresionante ¿No? Europa éramos unas tribus que nos estábamos peleando constantemente, y el que más mataba es el que era mejor. Esa era la medida que tenían los primeros que vivían aquí, en Europa. La entrada del cristianismo, Cristo, da una forma de vivir y de ser y de actuar absolutamente nueva, que es verdad que la olvidamos muchas veces, pero ciertamente que la da. Porque me está diciendo permanentemente: este hermano, abrázale, ayúdale, vive para él, no les estorbes, no le destruyas…

Dios llega a nosotros y quiere entrar en nuestra vida. Este momento de la historia que vive la humanidad es un momento en que los discípulos de Cristo debemos de aportar algo a esta humanidad. Darle sentido, darle a la humanidad hondura, darle la fuerza que viene del Evangelio y que me hace dar la mano al otro, aunque sea distintos. Dichosos los que se abren a la presencia del Señor. Y este tiempo de Adviento, previo a la Navidad, a celebrar el nacimiento del Señor y a recibirle en mi vida, es un tiempo para prepararme y para acercarme a ese fuego y a esa vida.

Sí. Esta noche, todos le podemos decir a Jesús: «Señor, transforma mi vida. Condúceme por el camino de tu amor, por el camino de tu paz, por la construcción de la fraternidad con el otro. Porque, cuando tú entras en mi vida, ya no me puedo desentender del otro». Que sintamos este gozo hoy, en esta noche y en esta oración previa; es la última del año que hacemos en la catedral. Que sintamos el gozo de cómo se acerca Jesús y nos dice: «Oye, ¿me dejas entrar en tu vida? Aunque sea un poquito. Prueba, prueba lo feliz que eres y lo que cambias. Prueba cómo te hago sentir una forma de mirar y de estar junto a los demás tan nueva y tan diferente». Y entonces sí que prepararás un camino, que allanarás los senderos de este mundo, que harás algo bello, nuevo, distinto. ¿Por qué? Porque harás las cosas de Dios. Cuando en tu vida entra Jesús, haces las cosas de Él y como Él. Que así vivamos esta preparación para la Navidad.

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