Catequesis

Sábado, 02 mayo 2015 12:20

Vigilia de oración con jóvenes (1-05-2015)

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Siempre que nos reunimos aquí para todos es una gracia singular y especial porque, entre otras cosas, es el Señor de la historia el que está presente entre nosotros. No nos reunimos en nombre de unas ideas, sino alrededor de una persona. Alrededor de este Dios que nos ha dicho quiénes somos nosotros; de este Dios que se ha querido acercar tanto, tanto, tanto a nuestra vida que se ha hecho un hombre como nosotros. Precisamente hoy, en este primer día de mayo, comienza durante este mes, en toda la Iglesia, la memoria y el recuerdo de esa mujer singular, única, la Virgen María, que prestó la vida para que Dios tuviese rostro humano. Ella hizo verdad lo que acabamos de escuchar. Ella verificó lo que nosotros acabamos de oír en el Evangelio que hemos proclamado de san Juan: la vid verdadera, esa vid a la que nos tenemos que unir nosotros para tener vida, le dio rostro a la Virgen. ¿Pero, sabéis cómo? Ella era como un recipiente que solo quiso contener a Dios en la vida. Solo. Cuando Dios le pidió que prestase la vida para que Él tomase rostro humano, Ella no dudó en decir a Dios: aquí estoy, aquí me tienes, hágase según lo que tú deseas, según tu palabra.

Esta noche, yo quisiera deciros una afirmación, una pregunta y daros una misión.

Una afirmación que hemos visto cumplida y aceptada por la Virgen María, y que nos la ha dado la palabra del Señor: la verdad del ser humano es Jesucristo. Nada hay que diga la verdad de lo que es el ser humano como Jesucristo nuestro Señor. Nos lo ha dicho Él: «yo soy la vid verdadera». Yo soy el rostro del hombre. El que Dios imprimió desde el momento de la creación, y que el hombre decidió retirar. Yo soy, no solamente una imagen de Dios, como los primeros padres: soy la imagen viva de Dios, hecha rostro humano. La verdad del hombre: Jesucristo.

Queridos amigos: estamos aquí, esta noche, reunidos ante la verdad. ¿Queréis la verdad o la mentira? ¿Queréis el egoísmo o la generosidad? ¿Queréis la justicia o la injusticia? ¿Queréis el amor o el odio? La verdad que estamos contemplando, que es el mismo Jesucristo, es la que nos hace y nos permite tomar decisiones en nuestra vida. «Yo soy la verdadera vid». Por eso no hay más remedio, queridos amigos, que contemplarle, que vivir de Él y anunciarle a todos los hombres: Él es la verdad. Si no estamos unidos a Él, nos lo ha dicho el Evangelio, no damos fruto. Somos mentira. La verdad del hombre: contemplarla. Esta es una afirmación. Nos la hace Dios mismo. Yo soy la vid, nos ha dicho, y vosotros los sarmientos. Si no estáis unidos a mí, nos dice el Señor, no dais fruto, no sois verdad.

En segundo lugar, el Señor esta noche nos hace a todos nosotros una pregunta, que debiéramos contestar ante Él: ¿Cuál es mi verdad? ¿Vivo en la verdad o en la mentira? ¿Soy sarmiento que está unido a la vid o vivo por mi cuenta? ¿Cuál es mi verdad? El ser humano, por todos los medios, busca la verdad, busca lo que a él le hace ser feliz, busca la felicidad siempre. No nos engañemos, queridos amigos: la verdad es Jesucristo.

¡Qué bonita es la expresión de Isabel! Cuando la Virgen María, después de haber dicho a Dios: «hágase en mí según tu palabra», y comienza a existir Jesucristo en el vientre de María, y Ella marcha atravesando una región montañosa. ¡Qué maravilla es el recibimiento que le hace su prima Isabel! ¿De dónde a mí, que viene la madre de mi Señor?. ¡Dichosa tú que has creído, dichosa tú que te has fiado de Dios, dichosa que has abierto la vida para contener solamente a Dios!.
¿Cuál es mi verdad? Aquel niño que estaba en el vientre de Isabel, y que aún no había nacido -Juan Bautista- nos dice el Evangelio que saltó de gozo. Porque ante la presencia de Dios hay gozo, hay alegría, y la siente incluso un niño que aún no había venido a esta tierra, a este mundo, que no había salido del vientre de su madre. El gozo de la cercanía y de la comunión con Dios se percibe siempre. ¿Cuál es mi verdad?.

Queridos amigos: sin Jesucristo no podemos ser verdad, no tenemos verdad. Somos mentira sin Jesucristo. No sabemos qué rostro tenemos: solo con Jesucristo sabemos de verdad el rostro que tiene que tener el ser humano, el que tenemos que tener cada uno de nosotros, que es un rostro de ayuda, de servicio, de entrega, de fidelidad, de amor a todos, de generosidad; de considerar siempre al otro, a quien sea, más importante que yo, de salir por este mundo como salió Dios mismo, que vino a este mundo como está aquí con nosotros, ahora mismo. Él realmente es Dios y a nadie, a ninguno de los que estamos aquí, empezando por mí, nos está pidiendo cuentas de si podemos estar delante de Él o no. Al contrario: Él quiere que estemos delante de Él sin condiciones de ningún tipo. Este Dios que viene a este mundo a encontrarse con todos es el que comenzó la cultura del encuentro, y es el que desea que hagamos en esta tierra la cultura del encuentro: del encuentro de todos los hombres. Todos los hombres, hijos de Dios, hermanos. Algunos no lo saben, y es necesario que haya hombres y mujeres que se pregunten esta noche, como nosotros: ¿Cuál es mi verdad? ¿Quiero dar fruto abundante?. Mi verdad solo me la dice Jesucristo. María colaboró en mostrar a los hombres que solo la verdad la dice Jesucristo. Recordad sus palabras en las bodas de Caná: «haced lo que Él os diga». Es un mes precioso para escuchar a la Virgen.

Afirmación. Pregunta. Y misión. Una misión: hagamos un mundo nuevo con Jesucristo. Os invito a todos: vamos a hacerlo, hagamos un mundo distinto, diferente. Es verdad que no lo podemos hacer con nuestras fuerzas, es verdad que tenemos que estar unidos al Señor, es verdad que solo junto a Él nosotros podemos percibir lo que significa entregar su propio amor. Nos lo ha dicho: si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, si hacéis y construís la vida según yo, pedir lo que queráis que se realizará. Cambiaréis este mundo, cambiaréis el rumbo de la historia, aportaréis algo importante en la construcción, en el presente y en el futuro de la humanidad, porque la gloria de Dios es dar fruto. Y la gloria de Dios está en ser discípulos del Señor. Sí: hombres y mujeres que vamos al Maestro, como esta noche todos aquí, junto al Maestro, dejándonos amar por Él, dejando que Él nos quiera. Mis queridos amigos: no es tanto querer querer, sino dejarte querer por Dios. No hagas tantos esfuerzos: déjate abrazar por Dios y sal a este mundo con el abrazo de Dios. Cambia esta tierra.

Esto es lo que hizo la Virgen María. Esto es lo que Ella nos invita a hacer a nosotros. Por eso, vais a ver que luego os voy a hacer una propuesta sencilla. Pero dejémonos guiar por la Virgen María, porque Ella nos va a invitar a estar con el Señor, a hacer lo que Él nos diga, a descubrir que mi verdad la descubro junto a Jesucristo, y a ver que el destino y el mundo nuevo que quiere nuestro Señor le hacemos viviendo en comunión con Él y siendo recipientes que contenemos a Dios. Si cada uno de nosotros fuésemos como un vaso, imaginaos ahora delante del Señor: si vuelco el vaso, ¿qué saldría?. De la Virgen salió Dios mismo. ¿Qué saldría de mí, de mi vasija? Además, no tengo que hacer grandes esfuerzos: si quiero Él llena mi vasija. Él la llena.

Contemplemos al Señor como lo hizo la Santísima Virgen María. Descubramos nuestra verdad en Jesucristo. No nos separemos de Él.

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