Catequesis

Martes, 05 marzo 2019 16:34

Vigilia de oración con jóvenes (01-03-2019)

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Buenas noches a todos.

Como habéis escuchado, el Señor hoy nos plantea a todos nosotros, en primer lugar,  que nos preguntemos si vivimos en la verdad o en la mentira. En segundo lugar, el Señor nos habla de que por nuestros frutos nos conocerán. Y, en tercer lugar, el Señor nos dice: ¿a quién damos los frutos que tenemos en nuestra vida?

Podremos formular, quizá, estas tres realidades que el Señor en esta página del Evangelio, en esta parábola, nos ofrece con tres preguntas: primera, ¿cómo vivo?. Segunda, ¿qué frutos doy? Y tercera, ¿os ofrezco estos frutos?

A partir de la imagen del ciego que acabamos de escuchar, cuando en esa parábola nos dice el Señor que no puede guiar un ciego a otro ciego, y nos habla del discípulo que no está tan instruido como su maestro, Jesús nos está invitando a ser conscientes de nuestras propias cegueras, y a ser capaces de vivir en autocrítica de nosotros mismos. En definitiva, hace falta que arreglemos primero nuestra vida antes de corregir y criticar a los otros.

Esta invitación culmina con ese ejemplo que el Señor nos dice en el Evangelio: la viga en el propio ojo y la mota en el ojo del hermano.

Jesús hoy nos alerta. Y nos pregunta cómo vivimos: en la verdad o en la mentira. El falso maestro es el ciego; es el que no enseña con su ejemplo; es el que dice cosas, y habla y habla… Con la imagen de la mota y la viga en nuestro ojo, nos recuerda que solo aquel que es consciente y capaz de asumir sus propias limitaciones y defectos, es capaz de guiar a otros.

Por eso, Jesús nos invita a contemplar esta página y esta parábola. Cuántas veces nuestras insatisfacciones, nuestras frustraciones, hacen que miremos la mota del hermano… Sácate la viga de tu ojo y entonces verás claro.

¿Cómo vivo? ¿Vivo en la mentira? ¿Vivo en la verdad? ¿Qué es la mentira y qué es la verdad? La mentira estropea al otro, porque le estoy exigiendo algo al otro que yo no soy capaz de vivir. La verdad me hace ver mis propios límites, y entender también los límites de los demás. Me hace descubrir que la perfección no está en ninguno de nosotros. La perfección absoluta está en Dios mismo. Y se nos ha revelado en Jesucristo. Y, sin embargo, esa perfección absoluta del ser humano ha querido mostrarse como hombre. Y pasear por este mundo con nosotros. Y decirnos, con la autoridad del maestro, dónde tiene que estar la verdad de nuestra vida. ¿Cómo vivo? ¿En la verdad, o en la mentira?

Qué bueno es que nosotros nos preguntemos alguna vez esto: ¿Soy luz? ¿O soy espejo de la luz? El que se cree que es luz, se basta a sí mismo. El que se cree que es luz, no mira las manchas que puede tener en su vida. El que sin embargo sabe que es espejo de la luz, sabe que no es perfecto. Además, al mirarse en ese espejo, ve sus manchas, ve sus límites.

En segundo lugar, ¿qué frutos doy? Por los frutos los conoceréis. No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto bueno, nos decía el Señor. Nuestra sociedad, el mundo en el que vivimos, está dañado por la injusticia, las descalificaciones, la agresividad, el enfrentamiento, el querer tener la razón en todo… La historia es testigo de muchos supuestos movimientos que han terminado imponiendo a los pueblos y personas una opresión mas sutil y feroz que la que él criticaba. Porque cuando llevo en mi corazón odio, o mentira, o afán de poder o de lucro, jamás puedo liberar a nadie. Porque mi árbol no da frutos buenos. Llevo odio, llevo mentira, llevo ansias de poder…  Por eso, el Señor nos decía que no se cogen higos de las zarzas, ni se cosechan uvas de los espinos. No se recoge la verdad de quien vive en la mentira. No se recoge la libertad del que no reconoce al otro como ser humano libre también. No se reconoce la injusticia, y no se da tampoco la justicia, cuando yo soy injusto, y pido a los demás lo que no me exijo a mí mismo… Aquí está el toque de atención que nos da el Señor: cada árbol se conoce por su fruto.

Esta noche todos nosotros estamos aquí, junto a nuestro Señor Jesucristo, en el misterio de la Eucaristía. Y estamos aquí para vernos ante la luz, y preguntarle al Señor: ¿Cómo vivo? ¿Dónde estoy? ¿Cuál es mi casa? ¿La verdad, o la mentira? Estoy delante del Señor, también, para preguntarme y dejarme preguntar: ¿Qué frutos doy? ¿Soy árbol que da buenos frutos, que da libertad, que da entrega, que da servicio, que da fidelidad, que da amor a los demás, que entrega libertad, que entrega dignidad al otro? ¿Qué frutos doy?

¿Los ofrezco? Era la tercera pregunta.

El auténtico cambio interior que puede darse en nosotros siempre busca formas nuevas de servir a los hombres. De dar frutos buenos. Y se trata de ofrecerlos. El Señor nos creó a nosotros a imagen y semejanza suya. A imagen y semejanza de Dios. Y se trata de estar en este mundo mostrando esa semejanza, regalando esa presencia también de Dios a través de nuestra propia vida: la presencia de su bondad, la presencia de su entrega, la presencia de reconocer en el otro a alguien que yo no lo puedo destruir porque es una imagen de Dios; yo no la puedo romper; yo no la puedo esclavizar; yo no le puedo quitar la libertad.

El fruto bueno significa el corazón transformado por el amor, por la misericordia y por la compasión.

Damos gracias al Señor esta noche porque este domingo próximo vamos a escuchar todos los cristianos de cualquier parte de la tierra, donde estén, van a escuchar esta página del Evangelio. Y luego los cristianos, como nosotros esta noche aquí en Madrid, tenemos la oportunidad de hacernos estas preguntas: ¿Cómo vivo? ¿Qué frutos doy? ¿Los ofrezco? ¿Ofrezco los frutos que me ha dado el Señor? ¿Ofrezco su verdad? ¿Ofrezco su bondad? ¿Ofrezco su entrega? ¿Ofrezco su libertad? ¿Ofrezco el reconocimiento que Él siempre tuvo del hombre mientras paseó por este mundo, de descubrir y hacerle descubrir o devolverle siempre la dignidad?. ¿Los ofrezco?

Que el Señor nos permita esta noche a todos nosotros vivir este acontecimiento de gracia. La historia actual de los hombres necesita que el Señor toque nuestro corazón y nos invite a descubrir los frutos que podemos regalar a esta tierra y a este mundo. Ahora mismo ya. No hace falta esperar a mañana. En estos momentos de nuestra vida. En estos instantes que vivimos nosotros. Podemos hacer algo importante.

Conocí hace muy pocos días a un muchacho. Ya mayor. Ha terminado la carrera. Que está trabajando en esas escuelas de la paz de la Comunidad de San´t Egidio. No está aquí, en Madrid. Él era un muchachito, un niño pequeño, que vivía en la calle, y que otro le recogió y le incorporó a estas escuelas de la paz. Y en esas comunidades sabéis que el que acompaña a un niño o un anciano, le acompaña para siempre. Se encarga de él siempre. Y él me contaba cómo a él le habían acompañado y le siguen acompañando hasta que hizo los estudios, estudió en la universidad, ahora está trabajando… Pero cómo él ha hecho lo mismo. Porque lo que hicieron con él, él entiende que debe hacérselo a los demás.

Yo, cuando leía la página del Evangelio de este domingo, y que os la he ofrecido a vosotros, entendía que las preguntas que os he hecho -cómo estoy, cómo vivo, qué frutos doy, los ofrezco- eran preguntas cuya respuesta me daba este muchacho, este joven, que ha terminado la carrera, que está trabajando… y que, lo que a él le hicieron, lo hace con otra persona concreta.

Queridos jóvenes: en estos momentos de la historia nuestra, os ofrezco el poder hacer esto. Tenemos infinidad de residencias de ancianos, de hospitales, de barrios …  en los que es necesario acompañar a los demás. Qué bonito es acompañar a un anciano, que a veces le va a ver poca gente, y que uno asume la obligación de irle a ver una vez a la semana, y de charlar un rato con él…, y de darle un paseo, aunque sea por el jardín de la residencia. Esto sí que cambia este mundo y esta tierra. Pero especialmente nos cambia a nosotros mismos, porque remueve lo que de bondad existe en nuestra vida, porque lo puso Dios al hacernos a su imagen.

¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿Puede un hombre, que guarda para sí mismo todo, cambiar esta tierra? Solo el que lo da, y lo dispone en concreto con alguien, cambia este mundo.

Que así lo pensemos un momento ante el Señor, y lo hagamos. El Señor nos da la gracia y la fuerza para hacerlo.

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