Catequesis

Viernes, 04 diciembre 2015 23:52

Vigilia de oración con jóvenes (04-12-2015)

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Si esta noche tuviésemos que dar un título a la palabra que el Señor nos ha dado; si esta noche, ante la presencia real de Jesucristo en el ministerio de la Eucaristía, tuviésemos que decir que se ha hecho verdad, y es verdad en Él, esto que nos dice el Evangelio de san Lucas, porque aquel que saltó de gozo en el vientre de su madre cuando María la visitaba, llevando al Señor en su vientre ya, es el que nos dice: y salió por los caminos de la tierra del Señor diciendo preparad el camino del Señor; si tuviésemos, digo, que dar un título, diríamos que ha llegado la revolución de la esperanza con Cristo. Y todos los que estamos aquí somos y estamos llamados a ser testigos de esta revolución de la esperanza.

Podríamos decir nosotros también, esta noche, después de haber escuchado la palabra del Señor en el año 2015, no del reinado de Tiberio, sino del reinado de Felipe VI, en España, siendo este que os está hablando arzobispo de Madrid: vino la palabra del Señor sobre los jóvenes de Madrid, que representáis todos vosotros. Y vino la palabra del Señor para decirnos fundamentalmente tres cosas:

Primera: jóvenes, sois Juan Bautista. Porque Juan preparó la venida primera del Señor, pero vosotros tenéis la vida del Señor por el bautismo, y preparáis la segunda venida. Él ha querido hacer esta Iglesia de la que somos parte para ser como Juan, en un tiempo concreto, en una historia real de los hombres, en unas circunstancias que vivimos los hombres. El Señor quiere que cada uno de vosotros, todos los que estamos aquí, seamos Juan. Por eso esta noche, aquí junto al Señor, me gustaría que todos, en el silencio que tengamos después, le digamos al Señor: Señor, soy Juan. Tengo que dar noticia tuya. Es urgente. Es necesario que los hombres vuelvan a tener esperanza. Es necesario que los hombres vuelvan a tener metas, camino, dirección. Es urgente que los hombres sientan que no son unos vecinos bien avenidos o enfrentados los unos a los otros: son hermanos, y hay que dar esta noticia. Y no porque nosotros hayamos conquistado la fraternidad, sino porque tú, con tu vida Señor, la has regalado. Y somos testigos de que cuando te tenemos a ti en nosotros, cuando somos conscientes en tu vida de nosotros, regalamos fraternidad, regalamos encuentro, regalamos tu amor. Sois Juan.

En segundo lugar, como Juan, estamos llamados a salir por los caminos. Lo habéis escuchado en el evangelio: «y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando el bautismo de conversión para el perdón de los pecados». Nosotros, más que Juan, estamos llamados a salir por los caminos de este mundo para mostrar la vida del Señor, que se hace presente en nosotros, que se ha hecho presente por el bautismo. Esa vida que llena de alegría el corazón del ser humano, esa vida que nos llena de capacidades para no sentir que el otro es un extraño, esa vida que llena nuestro corazón para poder salir a buscar a los que más necesitan, a los más empobrecidos, a los que a veces la vida les ha retirado más y les ha marginado en el camino. Estamos llamados a salir a los caminos para decir que algo nuevo ha llegado a este mundo, que la vida de Cristo está entre los hombres, que Él va el primero, que nos ha dejado a nosotros la Iglesia para que recorramos ese camino pero llevando su vida, llevando su amor, regalando su esperanza a los hombres, haciendo posible que los hombres nos desarmemos de las armas del odio, del pecado, de la indiferencia, de la desilusión, de la muerte en definitiva, y nos armemos con las armas de la vida, que es el Señor mismo, realmente presente en medio de nosotros, en el misterio de la Eucaristía.

Sois Juan, queridos hermanos. Estáis llamados a salir por los caminos.

En tercer lugar, tenemos que anunciar a los hombres siete cosas. Las habéis escuchado en el evangelio que hemos proclamado. Sí. Tenemos que anunciar que los hombres vean la salvación, que la salvación no está aquí o allá o en no sé quién o en no sé qué teoría, la salvación está en Jesucristo, que está entre nosotros. No hay otra. Solo el Señor. Por mucho que busquen los hombres, no hay proyecto hecho por hombre que sea capaz de entregar y de hacer experimentar al ser humano que está salvado, que está abrazado por Dios mismo. Solo el Señor. Y tenemos que anunciar a los hombres esto. Es necesario. Hay que hacer la revolución de la esperanza, que en definitiva es la revolución de sentir que la vida no es para hacérnosla imposible, sino que la vida es para hacernos posible que vivamos unidos, que seamos familia, que no haya descartes, que no haya desintereses por los demás, sino lo contrario. Y el Señor nos ha dicho no solamente que vean la salvación a través de nosotros, sino que nos dice: preparad. Preparad. No se prepara esto de cualquier manera. Esta noche lo estamos haciendo contemplando a nuestro Señor Jesucristo. Hay que prepararse. Y nos prepara el corazón nuestro Señor. Es el que cambia nuestra vida, es el que nos hace tener su mismo corazón.

En tercer lugar: allanar. Lo difícil, hacedlo fácil. Esto es lo que nos enseñó el Señor: lo más difícil, Él lo hizo fácil, dando la vida por los demás. Allanó la dificultad. El terrible agujero que existe en la existencia humana, que es la muerte, Dios lo allanó. Nos dio la vida: su vida.

En cuarto lugar: elevar. No seáis, nos diría el Señor, hombres y mujeres que solamente miráis para el suelo. Mirad para arriba, mirad a Dios. No os quedéis en las palabras que escuchamos o que oímos de otros iguales que nosotros, que esas nos enrolan en una situación que en definitiva, en muchas ocasiones, al final, provocan desesperanza. Enrolemos nuestra vida en quien nos la da, esa que viene de lo alto. Elevar.

En quinto lugar: descender. Bajemos. Siendo Dios no tuvo a menos hacerse hombre, siendo Dios no tuvo a menos ir y ver en todos los caminos de la vida, en los caminos de su tierra que paseó, fue a ver a todos los hombres, a aquellos que habían sido echados de sus pueblos o de las ciudades porque estaban con lepra, y habían discriminados y marginados a los montes. Allí fue para recuperarles y darle la salud, y volverles y devolverles otra vez a vivir con los demás. Y aquellos que estaban condenados y maltratados por los demás, porque les consideraban pecadores, él fue a abrazarles a los caminos, y fue capaz de decir: el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Y así nos enseñó que la salvación al hombre viene con el perdón también. El mismo que ha dado Dios. Y esta es nuestra vida. Descender a los más pequeños, a los más insignificantes, a los que nadie considera. No puedo dejar de deciros que hace un rato he estado confirmando en una parroquia y había diez o doce madres que van a tener un hijo, ya lo han tenido a pesar de que no tienen nada. Qué maravilla ver esos niños felices, y sus madres allí. Descendamos. Ayudemos.

En sexto lugar: enderecemos. Enderecemos nuestra vida. No perdamos la dignidad: la que nos ha regalado Dios. Somos hijos de Dios. Vivamos con este título, no con otros: con este. Este título nos hace ir rectos, ir andando, ir caminando, mirando de frente y mirando al otro como hermano, porque soy hijo de Dios y no tengo más remedio que mirar al otro como hermano, a quien sea. No hay excepción. Es que me hizo... No hay excepción. Eres hermano, ¿ejerces con ese título o quieres otro, y ves enemigo por todos lados? Tú no puedes ver enemigos. Tienes hermanos. Y acércate a ellos, aunque te cueste.

En séptimo lugar: igualar. Es esto. No hay nadie más que otro. No hay nadie más que otro. Y si no, mirad al Señor y ved los encuentros que tuvo el Señor con personas muy distintas y muy diferentes a través de su vida, tal como narra el Evangelio. Todos para Él son iguales. Esto nos pide a nosotros.

¿Veis qué invitación más maravillosa nos hace el Señor en este Adviento? Nos dice hoy, en estas vísperas casi de domingo, cuando hemos escuchado el evangelio que se va a proclamar el domingo el Señor nos dice: haced la revolución de la esperanza, vosotros, los jóvenes, los que estáis en este año 2015 para terminar y vais a comenzar el 2016, hacedlo, sois Juan, estáis llamados a salir por los caminos de este mundo, tenéis que anunciar a los hombres estas siete cosas: la salvación, preparad, allanad, elevad, descended, enderezad, igualad. Vamos a hacerlo entre todos. Vamos a hacerlo.

Dentro de poco puedo daros una sorpresa, pero me tenéis que ayudar antes. Tenemos que hacer un lugar donde esto lo podamos vivir y lo podamos regalar a los jóvenes, no solamente de Madrid sino de donde vengan, de donde fuere: que vean la salvación, como nosotros esta noche, que sepamos ponernos delante del Salvador. Que veamos también grupos que se dignan a preparar caminos, a allanar, a ir a lugares donde hay que hacer la reconciliación, a elevar, a mirar las cosas no a veces como las vemos, desde abajo, que no. Hay que mirar para arriba, que si no las vemos muy mal.

Vamos a hacer la Ciudad de la Esperanza. Vamos a hacerla. Y no es teoría. Yo os llamaré, porque hay que trabajar para hacerla. El terreno lo tengo, pero la construcción la haremos nosotros. Pero no para tener una cosa más, sino para hacer verdad esto que acabamos de oír. Porque yo después de escuchar al Señor que os tenía que decir a vosotros esta noche que sois Juan, que tenéis que salir a los caminos, también pensé que hay que buscar lugares donde podamos aprender a ser ese nuevo Juan que tiene la vida de nuestro Señor y a buscar qué caminos o por qué caminos tenemos que entrar. Y eso lo podemos hacer entre todos.

Ante nuestro Señor vamos a arrodillarnos un momento y a decirle: Señor, soy Juan, me tienes a tu disposición para preparar los caminos, y me tienes también a tu disposición para hacer posible este anuncio a todos los hombres.

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