Catequesis

Viernes, 07 abril 2017 23:51

Vigilia de oración con jóvenes (07-04-2017)

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El Señor nos permite escuchar el Evangelio que en este próximo domingo, el Domingo de Ramos, antes de la bendición de ramos, se va a proclamar. Pero es un Evangelio que nos está invitando, ya desde el Domingo de Ramos, a ser nosotros protagonistas como nuestro Señor Jesucristo, de llevar la buena noticia a todos los hombres.

Tres realidades nos invita a contemplar este Evangelio cuando nosotros nos situamos, como Iglesia de Jesús que somos. Tres palabras querría que fuesen, o tres expresiones, las que os ayudasen a entender lo que el Señor nos quiere decir en este Domingo de Ramos. Sois la nueva Jerusalén. Esa nueva Jerusalén que entra en el mundo; no que está frente el mundo: entra en el mundo, para hacer gozar a los hombres de la presencia de Dios.

Me gustaría comentar con vosotros estas tres realidades, porque constituyen lo que supone esta entrada en la Semana Santa para celebrar los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Pero entrar como entró Jesús. Él era la buena noticia. Él nos ha hecho a nosotros, en primer lugar, esa nueva Jerusalén. Esa nueva Jerusalén que se acerca a los hombres como Jesús se acercó y entró en Jerusalén. Igual que Jesús. Sintamos el gozo de esta llamada que nos ha hecho el Señor a ser miembros vivos de su pueblo, miembros vivos de la Iglesia.

La Iglesia no solamente es un nombre, no solamente la tenemos que ver como una realidad que contemplamos. No. Es tu propia realidad, nuestra propia realidad. Juntos, nosotros, junto a tantos y tantos cristianos que en distintas partes de la tierra, en culturas distintas, con costumbres diferentes, pero que como nosotros esta noche se han encontrado con nuestro Señor Jesucristo, adoran al mismo Señor. Porque lo que constituye la esencia de nuestro ser miembros vivos de la Iglesia no es tener estas ideas o aquellas: es tener la persona de nuestro Señor Jesucristo.

Nosotros no vivimos la nueva Jerusalén en función de ideas. Traicionar a Cristo es entender la Iglesia desde unas ideas: solamente estos pueden ser la Iglesia. Mentira. Solo los que se dejan apropiar por nuestro Señor Jesucristo, los que dejan entrar la vida del Señor que Él nos regala, somos miembros de la Iglesia. Y, por eso, en todas las partes de la tierra, en condiciones muy diferentes, estamos la nueva Jerusalén. La que fundó Jesús.

Sois miembros de la nueva Jerusalén, queridos hermanos. Sois miembros de una nueva ciudad que ha hecho Dios mismo, y que está para que entren en la realidad de los hombres, y para que haga verdad aquella página del Evangelio que el Señor tan bellamente nos describe: sois la sal de la tierra, sois la luz del mundo, no se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. A todos los hombres. Qué maravilla. Miembros de la nueva Jerusalén. Que entra en el mundo.

En segundo lugar: entrar en el mundo. Pero entra en el mundo como Jesús. Lo habéis visto: el Señor quiere hacernos ver la diferencia de su entrada en el mundo y cómo entran los poderosos del mundo. La entrada de Jesús en el mundo es en un pollino. No le acompañan grandes ejércitos. No. Va en un pollino. Porque su trono no va a ser como los tronos de este mundo. El trono de Jesús es la cruz, va a ser la cruz. Pero es un trono maravilloso, porque es el trono donde Él regala su vida para que la tengamos nosotros, regala el amor mismo de Dios, se da a sí mismo, se entrega a sí mismo, da lo que es y lo que tiene, es Dios mismo el que se nos da. Es su amor. Cuida de él.

¿Puede haber donación más grande para cambiar esta tierra? Esta tierra que está llena de conflictos, de divisiones, de rupturas, de muros que nos separan ¿Es que esto se puede cambiar desde un trono de poder? ¿O desde el trono de la humildad, de la Cruz, donde se nos manifiesta el amor mismo de Dios? Y Dios nos dice, en Cristo, que amando, dando la vida, considerando al otro más importante que uno mismo, es como cambia este mundo.

La Nueva Jerusalén entra en el mundo no para insultar a los hombres, no para poseer a los hombres, sino para amarles y para darles vida, para devolverles la dignidad que se roba cuando no se reconoce que son imágenes verdaderas de Dios. Cuando robamos, queriendo hacer que ese otro tenga las ideas que a mí me convienen... No. Salimos al mundo para que los demás tengan la vida de Jesús, su amor, su entrega. ¿Os dais cuenta de lo que sois, queridos amigos?

Cómo me gusta poder decir esto delante de Nuestro Señor. Seguro que Él os lo diría mejor, y os lo va a decir mejor después, en el rato que estemos contemplándole... Os lo va a decir mucho mejor en vuestro corazón. Pero cómo me gustaría a mí decir que esto llegase a todos los jóvenes de Madrid. A todos. Que llegase esta gran noticia: que podemos ser miembros de un pueblo extendido por toda la tierra que lleva y entra en el mundo para regalar y cambiar este mundo con el amor mismo de Dios. Desde la entrega absoluta de nuestra vida, amando incondicionalmente al otro, rehaciendo la dignidad del otro. No a la fuerza, no por soberbia, sino desde la Cruz. Con amor por los demás. Aunque tenga que sufrir.

Y, en tercer lugar, para hacer gozar a los hombres. Nueva Jerusalén que entra en el mundo para hacer gozar a los hombres de la presencia de Dios. Pero, queridos amigos, ¿no veis las necesidades que tienen los hombres? ¿No las estáis viendo? ¿No veis las soledades tremendas que existen en el corazón de los hombres? ¿No veis las pobrezas, las reales, la del que no tiene nada, o la del que tiene tanto que es más pobre también, porque no es capaz de regalar algo de lo que tiene al que está tirado? ¿No veis las guerras que existen en todas las partes del mundo? ¿Los conflictos tremendos? Todo ello porque no han encontrado lo que encontraron estas gentes de Jerusalén: la multitud alfombró el camino con sus mantos, con ramas de arboles, alfombraban la calzada, y la gente gritaba: Hosanna al hijo de David, porque han encontrado a quien es la paz, a quien es la vida, a quien es la verdad, a quien es el camino, a quien da seguridad, a quien cambia el corazón, a quien la vida; a quien cambia la fuerza del egoísmo, la fuerza del «yo» por la fuerza de un Dios que en Cristo, nos ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te quiero, cuento contigo, pero quiero que tengas la vida de mi Hijo, que aprendas en el seguimiento de mi Hijo lo que hay que hacer en este mundo. Esa multitud que alfombraba los caminos había encontrado a quien daba verdadero sentido a su existencia. ¿Seremos capaces de encontrarlo nosotros, queridos hermanos?

Esta noche, Cristo, el mismo que entró en Jerusalén, está aquí. Le tenemos frente a nosotros. Hoy no está en el pollino. Pero está en el misterio de la Eucaristía, dentro del pan, en un poco de pan. Ahí está Jesucristo realmente presente. ¿Alfombramos nosotros los caminos con fe, con esperanza, con amor? ¿Qué ramas ponemos en el camino para que entre Jesús y ocupe este mundo?

Lo que sí es cierto es que el Señor nos llama a alfombrar este camino del mundo para que Jesucristo entre en el corazón de los hombres. Y cuenta con vosotros, los jóvenes de Madrid. Y cuenta con estos encuentros también, porque juntos lo podemos hacer. No solos: el Señor quiere que lo hagamos juntos, como nueva Jerusalén que somos. Y tenemos que demostrarlo, aunque estemos en comunidades diversas y distintas, porque alimentamos nuestra fe en esa comunidad cristiana; pero tenemos que vernos, como lo hacemos todos los primeros viernes de mes, e intentar que otros vean que es posible hacer esta gran ciudad. Que no la hemos hecho nosotros: la ha hecho Jesucristo para nosotros, para entrar en este mundo y para regalar el gozo de la presencia de Dios entre los hombres que da paz, que regala amor, que da seguridad, que llena el corazón y los vacíos que puedan tener los hombres.

Adoremos al Señor.

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