Catequesis

Martes, 12 enero 2021 15:26

Vigilia de oración con jóvenes (1-01-2021)

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En este primer día del año 2021, y en este contexto de la fiesta de la Navidad que estamos celebrando estos días –la memoria del nacimiento del Hijo de Dios en Belén, la memoria de un Dios que ha querido estar con nosotros y entre nosotros– nos reunimos, como acostumbramos todos los primeros viernes de mes del año, a orar ante el Señor. El Señor nos quiere recordar estas tres cosas: en primer lugar, que el amor está en el origen de todo lo que existe. Lo hemos escuchado así en el Evangelio: «En el principio, existía el Verbo». Esto se podría traducir: «en el principio, existía el Amor». Existía Alguien que sustenta todo, y que da sentido a todo. En el principio existía alguien: existía el misterio, existía el amor. En el Amor, con mayúsculas, está el origen y la raíz de todo. En el Amor, está el principio. Y de este Amor ha surgido la vida. En Navidad, como os decía antes, celebramos la vida de Dios en nosotros y entre nosotros, en cada uno de los que estamos aquí reunidos esta noche. Existimos gracias al amor infinito de Dios. Por tanto, queda vencido el nihilismo y podemos pasar de la angustia a la confianza. Dios me ama. Dios me quiere. No estoy solo. Dios me quiere.

Este Jesús, que está realmente presente entre nosotros en el misterio de la Eucaristía, es una luz que alumbra nuestra oscuridad. A eso vino a Belén. En el misterio de Belén, contemplamos precisamente en este día primero de la Navidad cómo los pastores van. Van con oscuridad. Allí les envuelve la luz: contemplando a Jesús, contemplando a su Madre, contemplando a san José. Es luz que alumbra nuestro corazón. Y lo alumbra con la claridad del amor. Dios me ama. Y esta luz es para todos los hombres. Él ha puesto en todo ser humano, en nuestro corazón, esa aspiración a tener la luz. El pan, el agua, la vida... se ofrecen a todos, porque Él ha encendido en el corazón de todo ser humano este hambre de sed y este deseo de vida. Jesús brilla en las tinieblas. ¿Veis? En el principio existía el Amor. Y los hombres en esta tierra estamos sedientos de ese amor: de descubrir que hay alguien que nos quiere, que nos ama, que no estamos solos. De descubrir alguien que nos propone un camino, y un camino que nos lleva a los demás, que nos lleva a dar la mano a los demás, que nos hace no olvidarnos nunca de los demás. En el principio, existía el Amor.

En segundo lugar, «vino a su casa y los suyos no lo recibieron». Se hizo hombre. No se puede decir nada más inaudito en palabras tan sencillas como estas: «Vino a su casa y los suyos no lo recibieron». Dios ha venido a nuestro mundo. A Dios no tenemos que buscarlo en el cielo, en lo alto: Dios está aquí. Está entre nosotros. Está con nosotros. Sigue estando en el misterio de la Eucaristía, al que adoramos esta noche. Dios está aquí. Dios habita en lo profundo del corazón. Está precisamente donde los seres humanos hemos dejado de buscarlo: está en nuestra propia carne. Se ha hecho presente con nuestras propias fragilidades, con nuestro dolor y con nuestras alegrías y nuestras penas. No es una metáfora decir hoy: «vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron». Quiere decir esto que en todos nosotros está la dramática capacidad de poder rechazar el amor, y también la posibilidad de poder elegir el camino que lleva a la vida o el camino en el que nos podemos malograr.

Dios puede no encontrar un lugar entre nosotros. Pero sin embargo, esta noche, todos los que estamos aquí, y mucha gente en muchas partes de la tierra, quieren dejarle al Señor un lugar. Un lugar. Porque «el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros». Es llamativo que el evangelista Juan utiliza el término carne en vez de hombre, para expresar que en Jesús Dios ha asumido nuestra condición humana con las debilidades y limitaciones, nuestra vulnerabilidad, tal como la estamos viviendo en este tiempo de pandemia. «El Verbo se hizo carne». Esta es la afirmación fundamental del Evangelio de san Juan, con la que tomamos conciencia de que el nacimiento de Jesús no es un mero hecho histórico: es algo mucho más hondo, es algo mucho más profundo, es algo que afecta a toda nuestra vida. Afecta a nuestra existencia, afecta a nuestro modo de vivir, afecta a nuestro modo de entender la vida y de estar en el mundo. Él viene a nuestro encuentro. Quiere acoger a todos los hombres. Él acoge nuestra condición humana. Él viene para que todo ser humano se sienta amado. Queridos amigos: sois amados por Dios mismo. Todos los hombres son amados por Dios. Y viene sin pedirnos nada. ¡No nos pide nada! Lo único es que Él me lo entrega todo. Me entrega la vida. Me entrega lo que más necesito, que es el amor.

En Jesús, Dios acoge la fragilidad y la impotencia de nuestra condición humana. El rostro humilde de Jesús nos muestra el amor infinito de Dios hacia nosotros. Dios bajó a lo profundo de la existencia humana y, sin embargo, a veces la vida nos sigue pareciendo vacía. Dios ha acampado entre nosotros, y a veces está ausente de nuestras relaciones humanas. Nuestro mundo dividido, enfrentado, roto… Y Dios ha venido: para unirnos, para que nos demos la mano, para que tengamos su corazón, para que vivamos de su vida. Sí. Dios con nosotros. Como veis, y os decía, el amor está en el origen de todo. Dios te ama. Ha venido a su casa. Y a veces lo hemos rechazado. No le hemos dejado hueco en nuestra vida.

En tercer lugar, Él nos invita a abrirnos al misterio. Al misterio de Dios, que ha brillado en Jesús, que brilla en Jesús. Nosotros podemos decir también, con san Juan, que hemos contemplado su gloria. Es decir, hemos contemplado el resplandor de la vida en Jesús. Estamos llamados a vivir también en esta experiencia del Evangelio que hemos proclamado cuando hemos dicho: «hemos contemplado su gloria». Gloria propia del Hijo único del Padre, que está lleno de gracia y de verdad, y quiere compartir esa gracia y esa verdad con cada uno de nosotros. La vida, que se manifiesta en Jesús; la vida que se manifiesta en el portal de Belén, y que estos días contemplamos, se hace presente con esta fuerza de amor, más poderosa que todas las tinieblas, más poderosa que la muerte, más poderosa que todos los infiernos. La fuerza de la vida ha triunfado. Y lo hemos visto. Y lo han contemplado: María, la madre de Jesús, san José, el esposo de María, los pastores de Belén, los Magos de Oriente... La fuerza de la vida ha triunfado.

Este Jesús, este amor infinito de Dios que se vuelca hacia nosotros, es la esperanza de este mundo, queridos amigos. Es la esperanza de este mundo. Abrámonos a su misterio. Dejemos que entre en nuestra vida. Dejemos que nos ame y que nos abrace. Dejemos que se haga posible lo que nos decía: Quiere entrar en tu casa. ¡Recíbelo!. Nos decía el Evangelio: «A Dios nadie lo ha visto jamás». Solo Jesús. Solo Jesús nos lo ha dado a a conocer. Hablamos mucho de Dios, pero no tenemos a veces experiencia interior de Dios. Solo Jesús no lo da a conocer. Solo Él nos lo ha manifestado con su rostro de amor y de compasión por todos. Y nos pide que lo manifestemos nosotros también cuando Él mismo, en el Evangelio, nos dice, en ese juicio de amor –no es el juicio al final de la vida o de la muerte–, cuando Él dice: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve enfermo y vinisteis a verme, estuve en la cárcel y me visitasteis, estaba desnudo y me vestisteis». «Pero, Señor, ¿cuándo te hemos visto así?». «Cada vez que se lo habéis hecho a alguien de mis hermanos». Rostro de amor. Rostro de compasión, en el que nuestra vida cobra sentido. Marca dirección. Marca metas.

Tenemos un comienzo de año especialmente importante. Yo siempre digo, queridos amigos, que la Palabra de Dios cuando cae en nuestra vida no es simple casualidad. El hecho de que esta noche, al reunirnos un grupo pequeño por la situación que estamos viviendo, en un cambio también de hora, el Señor nos recuerda algo fundamental. ¡Fundamental! Existe el amor. Él es el amor. Viene a tu casa. ¡Recíbelo! Hazle un hueco en tu vida. Quiere habitar entre nosotros. Ábrete al misterio de Dios. Ábrete. Contémplalo. Dalo a conocer. Que cobre sentido tu vida regalando lo que el Señor te da. En este momento de la historia, la gran novedad que podemos aportar a nuestro mundo, que ha hecho grandes conquistas, pero que siente la profunda vulnerabilidad en la que el ser humano está metido siempre cuando quiere vivir desde sí mismo y al margen de Dios, es que hoy el Señor se acerca a nuestra vida para decirnos que Él, a Él, lo necesita el ser humano. Porque Él marca una dirección. Marca que nos abracemos los hombres, entre otras cosas porque somos hijos de Dios. Todos. Y, precisamente por eso, somos hermanos. Y los hermanos viven con el amor mismo de Dios.

Contemplemos esta noche este amor de Jesús, aunque sea por unos instantes.

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