Catequesis

Martes, 14 junio 2016 10:27

Vigilia de oración con jóvenes (10-06-2016)

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Al escuchar esta página del Evangelio que es la que el próximo domingo la Iglesia, en nombre de Jesucristo, nos regala a todos los hombre quería acercar a vuestro corazón unos aspectos esenciales para el camino de nuestra vida.

En primer lugar os invito a que dejéis entrar a Jesús en vuestra casa, en vuestra vida. El fariseo era un hombre que tenía un deseo inmenso de conocer más a Jesús, veía cosas extraordinarias en el Señor, por eso le rogaba a Jesús que fuese a comer con él. En la antigüedad, el gesto más grande que se podía hacer con alguien, y que era señal de que se le incorporaba a la familia, era el gesto de sentarle a su mesa y esto hace el fariseo con Jesús, le invita a su casa.

Esta noche os invito hacer esa composición de lugar de la que nos habla san Ignacio de Loyola y que nos viene bien hacer a todos nosotros. Hoy el fariseo somos cada uno de nosotros. Cada uno le decimos al Señor: «ven a mi casa Señor, entra». Dejemos que el Señor entre en todos los lugares de nuestra casa. Como nos indica Teresa de Jesús, Teresa de Ávila, el castillo tiene muchas habitaciones, dejemos que entre en todas el Señor, que entre en nuestra vida porque nos sorprenderá. Nos hará ver, por una parte, quizás oscuridades y habitaciones ocupadas por muebles innecesarios, que nos perjudican incluso, pero nos hará ver aspectos en los que no habíamos caído en la cuenta y que son los que dan belleza y hondura a nuestra vida. Dejad entrar a Jesús en vuestra casa, en vuestra vida y dejad entrar a los que Jesús quiere, a todos los hombres. A casa del fariseo fue aquella pecadora que vivía en el mismo lugar que el fariseo, y la puerta del fariseo estaba abierta para que entrase también y se encontrase con Jesús. Dejemos entrar también en nuestra vida no solamente a los que son parecidos a los nuestros, sino también a los distintos, a los diferentes, a los contrarios incluso.

Habéis visto, en casa del fariseo entra esa mujer que el fariseo sabía que era una pecadora, sabía que oficialmente no era de los suyos, aunque él fuese pecador y no se diese cuenta de que lo era. Dejemos entrar a Jesús, probadlo en todos los lugares de vuestra vida. A veces nos cuesta dejar entrar a Jesús en aspectos que son importantes de nuestra vida, dejemos entrar a Jesús cuando quiere tirar algún tabique de nuestra vivienda o quiere pintarla de otra manera distinta. No le dejemos solamente de visita, dejad entrar a Jesús. Jesús siempre abre tu corazón, te abre a los demás.

En segundo lugar, descubre las dudas que tienes de Jesús. También tenemos dudas, no nos acabamos de creer que es el Señor, que es Dios, que aquí en el misterio de la Eucaristía donde le contemplamos es Dios mismo, hecho hombre por nosotros y que ha queridos prolongar su estancia por nosotros, que ha querido prolongar su encarnación, que quiere hacernos partícipes de su vida y nos quiere alimentar de su vida, no de cualquier vida, de la suya... Pero dudamos de Jesús. Habéis visto como el fariseo piensa para sí mismo: «Si este fuese un profeta, si Jesús fuese un profeta, ya iba a dejarse lavar los pies y echarse el ungüento en los pies por esta pecadora, por esta que vive en contra de la ley de Dios. Este no es Dios». También vosotros tenéis dudas, todos a veces dudamos del Señor. Todos ponemos condiciones al Señor, todos experimentamos en nuestra vida lo del fariseo: «Si este fuera profeta, haría cosas extraordinarias, no me dejaría a mí que me pasase esto o aquello a los demás»... Y hoy, el Señor, entre las dudas, se acerca a nosotros y nos dice como al fariseo: «Tengo algo que decirte, tengo algo importante que comunicarte, tengo algo necesario que decirte».

Tú quitarás la duda si ves que te amo, si ves que te quiero incondicionalmente; las dudas no son pruebas matemáticas, tú quitas la duda cuando alguien te abraza incondicionalmente y te quiere como eres y te acepta como eres. Este es Dios, este es Jesús. Y Él pone aquel ejemplo al fariseo que podría ser el nuestro. Si uno de vosotros debe a alguien una cantidad de dinero muy grande y otro muy pequeña, y perdona a los dos, Jesús le pregunta al fariseo: ¿cuál de ellos demostrará más amor?, ¿cuál de ellos se acercará más a Jesús? El fariseo, naturalmente, responde: «Supongo que aquel a quien le perdonó más».

Queridos amigos: ¿Dudáis de Jesús alguna vez?,  ¿dudáis de Dios alguna vez? Sí, seguro que sí, lo hacemos todos. Pero esta noche, el Señor propicia algo que nos quita las dudas; descubre que Dios te quiere como eres, que haces mal las cosas, que has cometido pecados, que eres indiferente a los demás, que estropeas la vida de los demás... Te quiere, te ama, pero no para que quedes como estabas; te ama porque el amor es la medicina que cambia tu vida y tu corazón. Amor es la medicina que te cura de esa enfermedad terrible que es dudar de quien te da la propia vida, Dios mismo.

Y en tercer lugar, no solamente Jesús quiere entrar en tu casa, no solamente te hace descubrir esta noche como a mí que dudamos de Él, dudamos de Jesús. Hoy Jesús quiere conquistarnos para la misión. Hoy Jesús quiere alcanzar nuestro corazón para que salgamos el mundo anunciándolo, hablando de Él. Hoy Jesús quiere que descubramos que la fe es la que salva, que Él nos perdona. Hoy Jesús quiere entregar la buena noticia acompañado por nosotros, como fue acompañado por aquellas mujeres y sus discípulos; aquellas mujeres que habían dudado del Señor. Lo habéis escuchado, habían sido curadas de espíritus malos, de enfermedad, había salido demonios de ellas... Quiere salir, quiere conquistarnos para la misión. No seamos cristianos de vitrina.

Son estos que decimos «soy cristiano», y no se nota nada, no sales al mundo. No estás para estar en vitrina, estás para estar en medio del camino, yendo tras Jesús, mostrando el rostro de Jesús, conquistado el corazón por Jesús, conquistado el corazón porque es la justicia verdadera, la paz verdadera, el bien verdadero, la bondad auténtica, la sinceridad... Esa manera de ser que nunca engaña, nunca. Dios no te engaña, Dios te quiere. Y Dios te quiere para que estés en el mundo.

Queridos amigos, queridos jóvenes: algunos de vosotros estáis en plenos exámenes, os habéis examinado, o habéis terminado ya... A finales de julio, algunos de nosotros –muchos– vamos a ir a Cracovia la Jornada Mundial de Jóvenes, pero todos tenemos la oportunidad de que esta página del Evangelio que vais a volver a escuchar el domingo cuando celebréis la Eucaristía, la podamos hacer realidad. Deja entrar en tu casa a Jesús; si dudas, no empieces a razonar, razona el amor que Dios te tiene, que te quiere así. Y esa es la razón para no dudar de Dios: el amor que te tiene incondicional, más que nadie, hagas lo que hagas. Déjate conquistar por el Señor para anunciarle. Que el Señor os bendiga y os guarde siempre. Adoremos un instante a Jesucristo.

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