Catequesis

Sábado, 05 marzo 2016 12:23

Vigilia de oración con jóvenes (4-03-2016)

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Quizá esta noche la Palabra nos habla por sí misma. Y el Señor es muy directo con nosotros. Quisiera deciros o daros un tríptico para este próximo mes hasta Pascua que nos veamos otra vez. Y el tríptico tiene tres expresiones: de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos ayuda a descubrir que somos, en primer lugar, custodios de la misericordia; en segundo lugar, custodios de nuestros hermanos; y, en tercer lugar, custodios de la fiesta que hay que hacer en esta casa común, que es nuestro mundo.

Custodios de la misericordia. Lo habéis visto y escuchado en el evangelio que acabamos de proclamar. Jesús se acercó a todos los hombres, sin distinción. Se había acercado a los fariseos, a los escribas, se acercó a los publicanos, a los pecadores, porque Dios quería regalar y quiere seguir regalando a los hombres su amor incondicional. Estamos en el Año de la Misericordia. Hoy, quizá, faltan también jóvenes porque unos se han marchado a la Javierada (les despedí esta tarde) y otros están celebrando en algunas parroquias las 24 horas... y a todos les tenemos aquí.

Hoy, en el Yemen, han matado a cuatro Misioneras de la Caridad y a varios voluntarios que estaban en la casa cuidando a los más necesitados. Simplemente por ser cristianos. En ese mismo país, hace muy poco tiempo, habían matado también a otras Misioneras de la Caridad. Esta noche aquí las recordamos porque somos custodios de la misericordia. No devolvemos muerte sino que devolvemos amor, como lo han hecho las hermanas, como lo ha hecho Jesucristo. Se juntó, a pesar de las criticas de los fariseos y escribas que murmuraban entre ellos: «Este escoge a los pecadores y come con ellos», Jesús se acercó a todos los hombres y nos pide a todos nosotros que nos acerquemos a todos, sin perder la originalidad que Él nos ha dad. La originalidad que se manifiesta en el sacramento de la Eucaristía, originalidad de la entrega por amor a todos, sin distinción. Custodios de la misericordia.

El papa Francisco nos ha dicho en la Bula de la Misericordia del Año de la Misericordia que la vida maestra de la Iglesia, la que sostiene toda la Iglesia es la misericordia, el amor mismo de Dios, el amor de un Dios que abraza a todos los hombres. Es verdad que Jesús se acerca, es verdad que hay una critica despiadada contra este Jesús que muestra el rostro de Dios, que es padre de todos. Pero Jesús no deja de ser custodio de la misericordia. Y para que lo entendamos los hombres, nos dice que tenemos que ser custodios de nuestros hermanos. Y lo hace con esta parábola, que tiene una belleza extraordinaria: parábola que, en muchos de nosotros, se cumple. Que nos presenta a un Dios que es Padre misericordioso en la parábola, un Dios que quiere a sus hijos; se nos presenta un hijo que le pide al padre la herencia. No son los bienes, es algo mucho más profundo. La traducción exacta sería: Padre, dame la esencia de mi vida, lo que me corresponde, quiero vivir por mi cuenta, no quiero estar al lado tuyo, no quiero seguir tu dirección, ¡dámela! En el fondo, es lo que muchas veces hemos hecho nosotros. Queremos libertad, entendiendo que la libertad nuestra consiste en separarnos del Padre, separarnos de Dios, que alcanzamos más libertad al margen de Dios. Y este padre, que es bueno, nos da la esencia, la herencia... vete, no quieres estar conmigo, yo te he querido y te sigo queriendo... Y vemos cómo este hijo se marcha.

¿Cuántas veces no lo hemos hecho nosotros? Y quiere vivir por su cuenta, y hace lo que le da la gana. Cuando está hundido, postrado, en la miseria, cuando su esencia y la dignidad misma la pierde, se acuerda de lo a gusto que estaba con el cariño de su padre, en casa de su padre. Vuelve. Volvía humilde, diciendo que, por lo menos, iba a estar de jornalero como uno de los criados de su padre... Pero ya veis qué Dios tenemos. Cuando lo ve de lejos, sale corriendo a buscarle y no para reprenderle, sino para darle un abrazo como lo ha hecho con cada uno de nosotros. Él es la misericordia, nos regala la misericordia, nos regala incondicionalmente su vida, su amor, su entrega, y nos lo ha revelado así en Jesucristo, que se acercó a todos los hombres, a todos quiso regalar su amor, por todos murió y no por unos pocos... No por los que pensaban como Él, sino por aquellos que le insultaban, que le llevaron a la cruz, que se reían de Él, que le decían «tú, que has hecho tantas cosas, sálvate a ti mismo, baja de la cruz». Y ya veis la respuesta de Jesús: «Perdónales, no saben lo que hacen».

Custodios de nuestros hermanos. Qué maravilla... Porque uno es custodio del hermano cuando el amor y la misericordia que ha recibido de Dios, la regala, la pone en la vida del otro, del que se encuentra por el camino, del que es diferencia; incluso del que es opuesto. Pero, junto a esto, estaba el otro hijo que estaba en casa, que no se había marchado, que disfrutaba de todo lo que tenía el padre, pero que sus medidas eran no las de Dios; no había probado la misericordia, la había recibido, estaba rodeado de ella, se la daba su padre, pero no la había descubierto. Y cuando llega su hermano, le molesta que llegue, que el padre lo celebre, que le dé un abrazo. «Yo, que siempre he estado aquí...». Custodios, también, de nuestros hermanos, de los que teniéndolo todo e, incluso, a veces, adorando al Señor, no se han dado cuenta que esto que nos da el Señor, que es su vida y su amor, se lo tenemos que dar a los demás. ¡Qué mensaje!

Y, en tercer lugar, custodios de la fiesta que hay que tener en esta casa común, de la que el papa Francisco nos habla en la Laudato si´, que es nuestro mundo. Custodios de esta casa. No hay fiesta si no hay misericordia, sin el rostro de Dios, que le tenemos que mostrar nosotros también porque nos ha regalado su amor, su misericordia, nos ha dicho que tenemos que ser custodios de nuestros hermanos. Hay que cambiar esta tierra, hay que hacer descubrir la originalidad de la fiesta, de una fiesta que se tiene que hacer como lo hace el Señor, a quien contemplamos: dándose, entregándose, fiándose, regalando la esencia misma de Dios, que es su amor. Y acogiéndola en vuestro corazón y regalándosela a mi hermano, a quien tenga al lado.

«Hijo, tú siempre estás conmigo, si lo mío es tuyo... Tienes que alegrarte... ¿pero no ves que tu hermano estaba muerto y ha revivido?» Pero es que no estáis viendo que hay muchos muertos alrededor de nosotros y que solamente pueden revivir si perciben y experimentan el amor mismo de Dios... No valen palabras, no tenemos armas especiales. Es nuestra vida que la dejamos invadir por el amor mismo del Señor, de este Jesús ante el que esta noche estamos arrodillados. No se os olvide.

Custodios de la misericordia: ahí tenéis la misericordia, Cristo mismo, rostro de la misericordia. Custodios de nuestros hermanos: aquí están, y afuera muchísimos más. Custodios de la fiesta, que hay que hacer en este mundo y que no hay mas instrumentos para hacer la fiesta que la vida de la misericordia.

Vamos a contemplar al Señor, y vamos a sentir, junto a Jesucristo, la urgencia de ser custodios. Para eso nos ha llamado a ser discípulos, y qué maravilla es sentirse, por mandato del Señor, custodios. ¿No recordáis que las ultimas palabras de Jesús antes de ascender a los cielos fueron aquellas que les dijo a los apóstoles: «Id por el mundo y anunciad la Buena Nueva»? ¿Y cuál es la Buena Nueva? Ésta que esta noche estamos contemplando y que la Palabra hoy, de una manera excepcional, nos ilumina, nos da una profesión: custodios. Sí, del amor de Dios. Regalad a nuestros hermanos para que exista fiesta.

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