Catequesis

Miércoles, 07 diciembre 2016 14:29

Vigilia de oración con jóvenes (4-11-2016)

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Homilía Carlos Osoro Vigilia Oración jóvenes catedral Almudena (4-11-2016)

...Discípulo a quien tanto quería. Un muchacho joven, muy joven, además, el Señor tuvo una confianza total con él. La prueba de esa confianza fue que le dijo «Ahí tienes a tu madre, a lo que más quiero». Y a la madre le dijo « Ahí tienes a tu hijo».

Yo quiero querer a los hombres, pero les quiero en quien me ha manifestado, también, durante la vida, un cariño y una fidelidad total y absoluta.

Cuando esta tarde llovía, pensaba para que mí en quienes habrá esta noche... Pero antes de comentaros la palabra del Señor, quiero deciros gracias porque el Señor se vale de signos para que me siga fiando de vosotros, de los jóvenes. Entre otras cosas porque así lo hizo el Señor y porque vosotros demostráis y mostráis esa fidelidad a Jesucristo, e incluso a pesar del tiempo. Gracias.

Acabamos de escuchar esta palabra que el Señor nos regala, que quizá seria de esas paginas que pasamos de largo, porque aparentemente habla de resurrección, de vida... Pero os quiero dar tres palabras para que entendamos lo que hemos dicho: morir, resucitar y anunciar. Esto es lo que nos ha dicho el Señor en lo que nos acaba de decir a través de su Palabra. El gran fracaso del hombre es morir, el gran drama del ser humano es que se crea y crea, como los saduceos –que no creían en la resurrección–, que su fin termina el día que dejan de respirar en este mundo. Que nadie puede hacer nada por ellos. Es un drama tremendo del ser humano. Lo que ha querido uno a las personas que ha tenido a su alrededor, lo que ha luchado por ellas, lo que ha participado en su vida, en la construcción de su vida... que esto sea un fracaso y termine, y sea un absurdo la vida... Vivir desde sí mismo es lo que nos lleva siempre el morir.

Pero esta noche el Señor nos reúne aquí, a todos nosotros, Él presente realmente en el misterio de la Eucaristía, para decirnos que el hombre no tiene fracaso, que ha triunfado el hombre; este Dios se hizo hombre y venció a lo que es el fracaso del hombre, que es la muerte. Él resucitó y, frente a los saduceos que hacían esas preguntas absurdas, en definitiva para entretenerse y no entrar de lleno en lo que es el problema y el drama del ser humano cuando no está abierto a Dios, Jesús, frente a ellos, les responde con otras palabras que no tienen nada que ver con la muerte: con la palabra resucitar, resurrección.

El triunfo del hombre está en el triunfo de este Dios que hoy adoramos en el misterio de la Eucaristía y que se ha hecho hombre, igual que nosotros, que ha pasado entre nosotros como uno de tantos, por todas las situaciones que un ser humano puede pasar; desde nacer en la pobreza más grande, no le dejaban sitio en este mundo, y nació en Belén de Judá. Se enteraron en principio solamente unos pobres que vivían a cielo raso, no tenían casa pero, al enterarse, vinieron a adorarlo.

Este Dios que se ha hecho hombre, que ha sido maltratado, que ha sido descartado por muchos; y, sin embargo, Él ha muerto por amor a todos. La fuerza del Dios en quien creemos y que nos reúne aquí, a nosotros, esta noche, es la fuerza de un Dios que ama a todos, sin excepción. Un Dios que no quiere cambiar este mundo matando o muriendo, y un Dios que desea cambiar esta tierra y este mundo con vosotros, resucitando y regalándonos a nosotros su vida, su resurrección.

Los que estamos aquí no somos unos fracasados, no somos unos hombres y mujeres que queremos vivir desde nosotros mismos y por nosotros mismos. Somos unos hombres y mujeres que queremos vivir en comunión de vida con Aquel que nos ha dado la vida verdadera, el triunfo del hombre, y decírselo a todos los hombres: que este mundo se cambia, no muriendo, sino viviendo, resucitando; no matando, sino dando vida; haciendo posible que los hombres todos experimenten en su corazón la resurrección. Vivir desde Dios, sí, desde su amor, de su entrega, de su fidelidad, de su servicio, de su perdón, de la fuerza contagiosa que tiene, el crear fraternidad, el crear y dar esperanza en este mundo. Morir primero, resucitar, esto es lo que nos entrega Jesucristo.

En tercer lugar, nos invita a anunciar, a anunciar a un Dios que es de vivos y no de muertos, a un Dios que vive y que nos hace vivir. Porque, ¿qué es vivir, queridos amigos? No solamente respirar es dar posibilidades de que otros respiren, es dar posibilidades de que otros tengan, incluso más de lo que yo tengo. Es hacer posible que los otros que están a mi lado experimenten que se les ama, que se les quiere, que se les da vida. No os podéis imaginar todo lo que significa esto.

El día de los difuntos después de celebrar la misa aquí en la catedral, me fui a celebrar la misa con la gente que está por el centro de Madrid, que viven en la calle, que no tienen lugar donde asentarse, para rezar por aquellos, les decía yo, que nadie se acuerda de ellos, que murieron solos, que murieron a veces a la intemperie, que ni el que estaba a su lado se daba cuenta de que moría. No os podéis imaginar lo que agradecen esos de los que nadie se acuerdan, el que se rece por ellos. No os podéis imaginar lo que son vuestras vidas y lo que serán vuestras vidas, de hombres y mujeres que participáis en la resurrección de Cristo, regalando la presencia del Dios vivo, de ese Dios que se acerca a los hombres, que les entrega aliento, amor, cariño, posibilidades de ser más, que les da la mano para levantarse, que les da incluso su asiento para que se asienten, que les hace un hueco en su casa, que les hace un camino en este mundo para que puedan vivir.

Anunciar, queridos amigos, anunciemos a Jesucristo, a este Jesús que esta noche se acerca a nosotros, a este Jesús que hace un instante, nos decía el Evangelio que acabamos de proclamar, se acercaron a Jesús unos saduceos que niegan la resurrección. Negar la resurrección es negar la verdad del ser humano, es negar la realidad viva de que todo ser humano es imagen y semejanza de Dios, Cristo resucitado para hacernos ver a nosotros que somos su imagen, teniendo obras también en la vida, entre los demás. Anunciemos a este Dios que vive y nos hace vivir.

Queridos jóvenes, en este mes de noviembre, que la Iglesia recuerda a los fieles difuntos, en este mes que nosotros celebraremos dentro de unos días la fiesta de Nuestra Señora de la Almudena, de nuestra Madre, en este mes de noviembre, el Señor en esta oración del primer viernes de mes nos invita a desterrar el fracaso del hombre, a acoger el triunfo del hombre que tenéis vosotros. Sois bautizados, tenéis la vida del Señor, tenéis en propiedad la resurrección de Cristo, pero vivid según la propiedad que tenéis y la riqueza que tenéis. Vividla, en la entrega, en el servicio, en la donación, en el poner la vida a disposición de los demás. Esto es anunciar a Cristo, esto es querer lo que esta noche todos vosotros creéis, en el Dios vivo y verdadero que se nos ha manifestado en Jesucristo.

Adoremos a este Dios, dejemos que entre en nuestro corazón, que ocupe nuestra vida; hagamos la revolución no de la muerte, que es fácil hacerla, sino de la vida, de la resurrección, en la que todos cuentan, todos los hombres sin excepción. Y si encontramos por el camino a alguien que no tiene experiencia de esa vida, que por la nuestra, por el modo de vivir que tenemos, le contagiemos las ganas de vivir en la resurrección. Vivid este mes así.

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