Catequesis

Lunes, 09 abril 2018 13:00

Vigilia de oración con jóvenes (6-04-2018)

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Quiero agradecerle al Señor una vez más este encuentro pascual que tenemos con Él en este viernes. Este encuentro que es una oportunidad más que nos da Él para escuchar su palabra, y para verificar cómo esa palabra suya se hace verdad en nuestra vida.

Quisiera deciros, como hago siempre, tres cosas: La primera es que todos, todos, tenemos algo de Tomás. Todos. Todos padecemos en algún momento la incredulidad. Si os habéis dado cuenta, el final del evangelio nos lo manifiesta un apóstol que no estaba presente cuando el Señor se apareció a los demás y dijo aquella expresión, «si no lo veo, no lo creo» cuando le dijeron los demás que habían visto al Señor. La segunda cosa que quiero deciros también es: ¿Cuál es la situación de un hombre y de nuestro mundo cuando margina a Dios? ¿Cuando le pone un no, le retira de su vida? Y, tercero, qué supone para nosotros tener este encuentro, esta noche, con Jesús.

Voy a lo primero. Todos tenemos algo de Tomás. Todos. Si os habéis dado cuenta, todos los discípulos habían experimentado la presencia de nuestro Señor en sus vidas; se había acercado a ellos; y al llegar Tomás, que no estaba con los discípulos, le dijeron: hemos visto al Señor. Tomás les contestó: no seáis ridículos, no me vengáis con cuentos, yo si no lo veo no lo creo. Porque es que Tomás, como todos los demás, había visto morir al Señor en la cruz; como todos los demás, había visto el fracaso de Jesús en la cruz; como todos los demás, había visto que todo aquello que aspiraban a tener y a ser se había venido abajo: los horizontes de sus vidas, que tan bellamente habían soñado junto al Señor -que no eran desde el Señor, sino desde sus egoísmos, pero habían soñado con esas cosas nuevas que para ellos podían ser un porvenir grande-, y ven que es un fracaso. Por eso, Tomás fue alguien que dejó de creer.

¿Pero qué nos pasaría a nosotros también si, como a Tomás, esta noche Jesús se acerca a nosotros, estando cerradas las puertas como las tenemos ahora en nuestra catedral, y Jesús me dice a mí: la paz sea contigo?. La paz sea contigo. Vente junto a mí, tócame, mírame, comprueba que soy el que murió, tengo las huellas de la muerte, mi costado, mis manos taladradas.

Tomás tuvo tal experiencia que fijaos lo que nos dice el evangelio; sus palabras fueron estas: Señor mío y Dios mío. No hay palabras más grandes para agradecer la presencia del Señor. Yo quisiera que esta noche estuvieran también en nuestro corazón porque, como os decía antes, todos tenemos algo de Tomás. Todos, en algún momento de nuestra vida, dudamos; nos preguntamos. Pero el Señor hoy nos pide que nos arrodillemos también ante Él y le sepamos decir: Señor mío y Dios mío. ¿Pero, por qué nos lo dice el Señor? ¿Por qué quiere acercarse a nosotros?.

En segundo lugar, yo quiero deciros la situación del hombre y del mundo cuando retiran a Dios de su vida. Qué palabras y qué descripción más maravillosa hace el evangelio que acabamos de proclamar cuando sucede esto en la vida. Como habéis escuchado, comienza el evangelio diciendo: al anochecer de aquel día. Y sigue el evangelio diciendo: teniendo las puertas cerradas. Y sigue el evangelio diciendo: por miedo. Es todo igual, queridos hermanos.

Un mundo y un hombre al margen de Dios está en el anochecer. ¿Y qué significa anochecer? Pues que está en la oscuridad, está en la desilusión, está en la tristeza, igual le da ir hacia un sitio que para otro, no tiene metas, no tiene dirección. Ese es el anochecer del que nos habla el evangelio. Y encima tiene atrancadas las puertas, cerradas las puertas de su vida. ¿Y sabéis lo que sucede? La no presencia de Jesús nos cierra a la vida. El miedo. El miedo, si os habéis dado cuenta, es el mayor  enemigo de la vida. El miedo paraliza. Y siempre además nos genera sistemas para defendernos de ese miedo. El miedo nos impide relacionarnos bien con nosotros mismos y con los demás. Fijaos en un mundo, unos hombres que olvidan a Dios con el miedo, que paraliza, que genera que busquemos otras armas para defendernos por si alguien entra y rompe las puertas que tenemos cerradas…

Qué maravilla es este evangelio. ¿Os dais cuenta de este momento de la historia que estamos viviendo? ¡Qué importante es abrirnos al Señor! Abrirnos a Dios. ¡Qué importante es! Para construir la historia. Para construirnos a nosotros mismos. ¡Qué importante es que nosotros nos dejemos preguntar por el Señor: qué me pides en estos momentos a mí Señor que, como Tomás, he dicho muchas veces, y a lo mejor lo estoy diciendo ahora: no te creo mucho. Probemos. Probemos a acercarnos al Señor y ver que Él nos da una luz distinta, nos da una luz para nosotros mismos, nos dice quiénes somos.

¿Sabéis lo importante que es en la vida saber que uno es hijo de Dios? ¿Sabéis lo importante que es saber que  el otro es mi hermano? Que no es un desconocido, que no es una cosa más que yo puedo utilizar a mi modo, a mi manera, a mi gusto, desde mis egoísmos. ¿Sabéis lo que significa estar contento a pesar de las situaciones que pueda tener? Tengo un sitio en el mundo porque Dios me lo ha preparado a mí, y si no lo tengo es porque me lo ha quitado alguien. Pero Dios no me lo quita. Dios tiene un sitio para mí. Hay hueco para mí. Hay hueco para todos los hombres. La desilusión, la tristeza, desaparece.

Qué importante es. Y no nos extraña que el Papa Francisco haya convocado este Sínodo que se va a hacer en el mes de octubre próximo, en el que vosotros los jóvenes sois los protagonistas principales, porque vais a decir de verdad lo que necesita nuestro mundo. Qué importante es lo que vais a decir también en los Parlamentos de la Juventud, sea por vicarías o en el Parlamento de la Juventud a nivel de toda nuestra diócesis, donde podáis hablar. Un Parlamento es para hablar; para decir lo que pienso, lo que siento, lo que me gustaría, lo que deseo…

Y para poder escuchar, en tercer lugar, a Jesús. Encontrarnos con Él. Qué bonita es esta página del evangelio: «Se puso Jesús en medio de ellos y les dijo “Paz a vosotros”». Esta noche, esta página del evangelio tiene una realidad grande. Jesús, en medio de nosotros. Y nos dice: paz. Paz. En el fondo es como si el Señor nos dijese: oye, dejad vuestros miedos, dejad vuestras tristezas, dejad vuestros desencantos, que hay arreglo, que se puede hacer un mundo diferente, que podéis ser distintos, que podéis tener en vuestro corazón algo muy distinto a lo que a veces tenemos; que nos agarra nuestros egoísmos y destroza no solamente nuestra vida, sino la vida de los demás, porque pasamos de quien está a nuestro lado.

En el fondo, cuando nos dice «la paz con vosotros», el Señor nos está diciendo: no dejéis mi amor. No dejéis mi amor. No dejéis este cariño que yo os tengo. Que os vengo a abrazar; que soy Dios; que he venido aquí, a esta tierra, para abrazaros: para daros la identidad real que tiene todo ser humano, que no es vivir para él mismo, sino vivir para los demás.

Y también, no solamente el Señor nos da la paz, sino que nos dice el evangelio que los discípulos se llenaron de alegría; se llenaron de alegría al ver al Señor. Es que Jesús despierta alegría. Despierta al triunfo de la vida. Jesús nos despierta a la alegría. Y el ser humano necesita de esa alegría para vivir. Que la alegría no es el triunfo de la vida. La alegría puede venir por muchas fuentes: puede ser por el triunfo de la vida, llego a tener una carrera, un porvenir… pero puedo ser el hombre o la mujer más triste que existe. La alegría viene de otro lugar. Tiene otra fuente. Que es Dios mismo. Es Dios mismo. Es el cariño que Dios nos tiene. Cuando yo siento que a mí el Señor no me abandona, me abraza, me quiere…

Os podéis imaginar… El Jueves Santo yo estuve por la mañana celebrando la Eucaristía y lavando los pies en la cárcel de Soto del Real. No os podéis imaginar la alegría que sienten quienes están allí, los hombres y mujeres que están allí, no solamente los que participan en el lavatorio de los pies, sino todos los que asisten a la celebración, cuando se les dice que Dios los quiere, y que Él no mira lo que han hecho, sino que mira más al fondo. Y que si se dejan abrazar por Dios, los odios y cosas que hay en la vida desaparecen fácilmente.

Y no os podéis imaginar el Viernes Santo, cuando fui por la mañana al CIES a hacer una celebración: es el centro de internamiento de extranjeros que detienen porque no tienen papeles, es donde detienen a muchos jóvenes igual que vosotros que vienen buscando un porvenir porque no lo tienen en sus lugares de origen, o porque están perseguidos, o porque están en situaciones de guerra… Y yo les hablé de las tres miradas de Jesús. Llevé un crucifijo, y las tres miradas de Jesús. Una, que es: déjate mirar tú por Jesús que te mira; la otra es: mira tú a Jesús, mira qué te ofrece, qué te da; y la otra: coge los ojos de Jesús y póntelos tú. Pon los ojos de Jesús en tus ojos, y mira así todo lo que existe. Con los ojos de Jesús. No os podéis imaginar aquella experiencia tan bonita, cuando se lo vas diciendo…

Alegría. Jesús despierta alegría. Jesús nos despierta a todos. Y no solamente Jesús nos da paz y nos da alegría, sino que nos lanza a la misión. Lo habéis escuchado en el evangelio, ¿no?, que hemos proclamado: «como el Padre me ha enviado, así os envío yo». Esto nos dice el Señor esta noche a nosotros, en este encuentro. Es verdad. Somos Tomás. Que levante la mano quien no ha sido Tomás. Yo no la puedo levantar. Todos tenemos algo de Tomás. Todos. Pero también algo tenemos que a veces pues marginamos a Dios: estamos tristes… Pero qué bonito es esta noche, ¿no? Tener a Dios con nosotros. Y llenarnos de su paz, de su alegría. Y recoger la misión que Él nos da. Él nos invita a ser su presencia en medio de los hombres. Su propia presencia. Y no nos abandona. No nos deja al pairo de nuestras fuerzas. Nos da su fuerza, nos da su amor, nos da su entrega, nos da su fidelidad. Y nos dice: venga, marchad, salid. Y no nos impone cómo tenemos que salir. Se trata de ir. Lo que nos dice es que le llevemos a Él.

No me digáis que, este primer viernes de Pascua que nos reunimos, no es un día maravilloso para nosotros… Porque Jesús nos viene a decir: mira, no os preocupéis, yo sé que sois Tomás algunas veces, que sois incrédulos. Sé también que a veces me echáis a un lado. Pero mirad cómo es vuestra vida cuando me echáis a un lado: estáis tristes, no tenéis sentido en la vida, no sabéis el camino, no sabéis para dónde vais, no sabéis lo que significa el otro, le utilizáis, le machacáis… Experimentad cuando me acerco a vosotros la paz, la alegría. Y os lanzo además a que seáis mi presencia.

Oye: qué confianza tiene el Señor con nosotros. Que seamos su presencia… Presencia misma de Dios. Presencia misma de Dios en los caminos de la vida. Donde están los hombres. Presencia de Dios. De Jesucristo nuestro Señor. Esto es ser cristiano. Vamos a pensarlo un momentito junto al Señor…

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