Catequesis

Martes, 11 febrero 2020 14:22

Vigilia de oración con jóvenes (7-02-2020)

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Queridos jóvenes. Queridos hermanos y hermanas.

Luces en la ciudad. Habéis estado recorriendo lugares que expresan precisamente que en esta ciudad de Madrid hay luz. Y no cualquier luz. La luz que proviene de Jesús. Él mismo nos ha dicho que es la luz del mundo. Esa luz que proviene de Jesús, y que muchos hombres y mujeres han acogido en su vida y en su corazón como el único tesoro para vivir. Y que han decidido ofrendar sus vidas para que sea esa luz la que se refleje en el mundo a través también de tareas y de trabajos concretos: unas, en una ofrenda de la vida orando por nosotros; otras personas consagradas a educar, a estar con los enfermos, a estar con los más pobres, a acoger en sus casas a los más mayores y también a los más pequeños. Luces en la ciudad.

Madrid, como cualquier otra ciudad del mundo, sería distinta si no hubiese estas luces. Sería diferente.

Vosotros mismos, esta tarde, lo habéis podido comprobar en los lugares que habéis visitado. Y hoy el Señor, sin escoger la lectura, nos regala esta página del Evangelio de san Mateo, el capítulo 5, en la que precisamente se nos habla de la luz y de la sal. Nos ha dicho el Señor: sois la sal de la tierra. Vosotros sois la sal del mundo. Yo quisiera acercar esta Palabra a vuestro corazón, a vuestra vida. Y lo quisiera hacer hablándoos de esta Palabra y del contenido que esta Palabra tiene diciendo y acogiendo en vuestro corazón tres palabras: sal, luz y brillar.

Vosotros, nos ha dicho el Señor, sois la sal de la tierra. La sal, sabéis todos que era un símbolo de gran importancia en la cultura de Israel. La sal daba gusto a los alimentos, y preserva de la corrupción. Estamos llamados a ser sal de la tierra. Porque en esta tierra sigue habiendo corrupción. Sí. Y sigue habiendo lugares donde no hay gusto por el bien, por el amor, por la belleza, por la entrega, por el servicio, por darme a los demás, por no mirar para mí mismo. Y el Señor esta noche, en su presencia real en el misterio de la Eucaristía, nos dice a todos, a nosotros también: vosotros sois la sal de la tierra. Se necesita mucha sal. Se necesita sal en la familia, en las escuelas, en las empresas, en los medios de comunicación, en nuestras relaciones interpersonales, en la cultura, en la economía, en la política, en la Iglesia. Se necesita sal. Vosotros sois la sal de la tierra, nos ha dicho el Señor. ¿No tendremos nosotros que revisar cada uno los comportamientos que tenemos y hacernos más presentes en todos estos campos? Pero especialmente en los lugares donde cada uno de nosotros nos movemos: en la universidad, entre los amigos, en nuestra familia, en el colegio… Donde estemos… entre los amigos. Seremos capaces de contagiar vida y esperanza. Y contagiar y dar un sabor nuevo. Diferente.

El Señor nos dice que lo podemos ser si lo acogemos a Él. Si hacemos posible que ocupe nuestro corazón y nuestra existencia. Pero yo os pregunto esta noche, a todos los que estáis aquí, y me lo pregunto a mí mismo: ¿qué sectores de tu vida necesitan sal del Evangelio para que no se estropeen? De tu propia vida. Qué sectores de tu existencia necesitan sal para que no se estropee tu existencia. ¿Y qué lugares el Señor te invita a entrar para ser también esa sal entre los hombres?.

Fijaos que la Palabra que nos dice Jesús no es salar, sino sed, sed sal. No es salar. Es serlo. Es serlo nosotros.

En segundo lugar, el Señor nos dice: sois la luz del mundo. Sois la luz del mundo. La luz también es un símbolo universal. La luz brilla en las tinieblas. La luz ilumina nuestros caminos. La tiniebla, en la cultura bíblica, es lo que se opone al designio de Dios. Es lo que ahoga la aspiración del ser humano. La aspiración del ser humano es tener la vida plena. Es tener la vida llena de sentido. La tiniebla se identifica con la mentira. La tiniebla nace con la ambición. Y nace con esa necesidad exagerada de que nos reconozcan, de tener poder, de tener protagonismo… La tiniebla produce en el ser humano la ceguera. ¿Qué es la ceguera? El ocultamiento de Dios, que es vida.

¿Qué es hoy para ti y para mí estar en las tinieblas, cuando Jesús esta noche nos visita y nos dice: vosotros, vosotros, todos, sois la luz del mundo?. ¿Qué es hoy para nosotros la tiniebla? Pues mirad, la tiniebla es la ideología que impone o quiere imponer el orden justo. Que crea el mundo de la mentira, el mundo de la confusión, el mundo del sinsentido. La tiniebla está también en mi propio corazón. Y la tiniebla oscurece mi vida y oscurece el mundo. En este mundo oscurecido, Jesús nos invita esta noche, y nos dice: sed luz en el mundo.

Estamos invitados con nuestra vida, con nuestro modo de ser y de vivir, a ser luz para el mundo. Pero, queridos amigos, ahondando si se puede un poco más en el Evangelio que hemos proclamado: ¿qué significa para nosotros estas dos expresiones que nos ha dicho el Señor, sed sal y sed luz?. Significa que si nos dejamos configurar por Jesús seremos luz en medio de las oscuridades de la vida. Y seremos hombres y mujeres que damos gusto, sabor, a una sociedad insípida, que se muere en el egoísmo de ella, que mira para sí misma, que no mira a los más pobres, que no mira a los que más necesitan.

Jesús nos invita con estas palabras: luz y sal. Pero fijaos bien: no son un certificado para ser superiores a los demás. No. No somos superiores a los demás. Son simplemente una llamada a vivir conscientemente y responsablemente nuestra misión de ser esa fuerza transformadora del mundo que Jesús quiso que fuésemos sus discípulos.

Fijaos, os lo decía antes: no se nos pide salar o iluminar. No. Se nos pide ser. Ser sal. Y ser luz. Esta es la gran petición que nos hace el Señor.

¿Qué luz de esperanza hemos encendido en este mundo de los desesperanzados? Qué bien se hacía esa pregunta hace poco tiempo, porque vivió entre nosotros hasta hace muy poco tiempo, la madre Teresa de Calcuta. ¿Qué luz encendemos con quienes nos hemos encontrado? ¿Qué zonas de tu existencia necesitan ser alumbradas? ¿O cuáles necesitan ser saladas para que no se pierdan?. De las tareas urgentes que tenemos como cristianos en nuestra vida, es redescubrir la belleza del Evangelio. Esa belleza del Evangelio, de la buena noticia que es el mismo Jesucristo, que puede dar otro sabor diferente, hacer vivir de una manera nueva todo. Todo. La vida, la muerte, la convivencia, la soledad, la alegría, la tristeza, el trabajo, la fiesta… Todo nos lo hace vivir de una forma diferente.

A veces yo me he preguntado: ¿los hombres en este mundo no padeceremos una anemia interior? Una anemia que nos hace tener desgana de ser luz. De entregar la vida para dar esa luz. Para dar gusto a este mundo. Para dar sentido a esta tierra.

El Evangelio nos decía al final: brille. Brille así vuestra luz ante los hombres. Que vean vuestras buenas obras. Y no para que os glorifiquen, sino para que esta luz transparente a este Dios que se hizo hombre, que nos acompaña aquí esta noche y que es el único que da sentido a la vida de los hombres. Es un Dios que no utiliza cualquier fuerza. La fuerza que utiliza nos la regala en la oración que juntos hacemos siempre. La del Padre Nuestro. Que cuando Jesús la pronuncia, esta oración, nos dice que Dios es Padre y que todos, todos los hombres son mis hermanos. Y si yo tengo el atrevimiento de decir esta oración, ¿cómo no voy a ser luz y sal? ¿Cómo no voy a dar gusto yo a todas las situaciones de sufrimiento, de desgaste, de corrupción… de sufrimiento de las personas concretas? ¿Cómo no voy a ser luz? ¿Cómo voy a guardarme yo para mí mismo?.

Por eso, san Irineo decía una expresión que vale para esta noche aquí: la gloria de Dios es que el hombre viva en plenitud. Y, queridos hermanos, si esa es la gloria de Dios, ¿por qué yo no voy a prestar mi vida para dar gloria a Dios? Como única tarea de mi vida.

¿Qué es esto que hemos vivido esta tarde, o que habéis vivido, Luces en la ciudad? Que haya hombres y mujeres que deciden dar la vida para que la gloria de Dios, que es el hombre, viva en plenitud. Lo importante aquí no es el activismo, no es el protagonismo, sino las buenas obras que van a nacer de la fuente del amor que es Jesucristo nuestro Señor. Tengamos coraje. Tengamos coraje. Que brillen las buenas obras.

Hoy el Señor se acerca a nuestra vida. Y, como habéis visto, nos dice: brillad. Brillad. Dar luz. Transparentar a Dios. ¿Puede existir «una profesión» tan bella y que más necesiten los hombres, como es transparentar a Dios en esta tierra?. Pensémoslo unos instantes ante Jesús.

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