Catequesis

Viernes, 06 octubre 2017 23:58

Vigilia de oración con jóvenes por el trabajo decente (6-10-2017)

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Que el Señor me dé, después de haber escuchado esta página del Evangelio que se proclama este próximo domingo en todas las partes de la tierra, las palabras oportunas para ahondar en lo que Él nos quiere decir. Y que ciertamente tiene que ver con esta Jornada Mundial sobre el Trabajo Decente a la que estamos, también, uniéndonos desde esta oración de todos los primeros viernes de mes, aquí, en la catedral.

Quisiera acercar a vuestra vida, como siempre, tres aspectos que me parece que son esenciales en esta página que acabamos de escuchar. En primer lugar, seamos conscientes de que hemos recibido un regalo. La viña de la que habla el Señor es todo este mundo en el que vivimos los hombres. Un gran regalo hemos recibido: todo lo creado. Es una viña con una belleza especial, tal y como nos dice el Evangelio. No solamente ha sido hecha por Dios, sino que la ha decorado. Como nos decía el Evangelio: la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó una torre y se la dio a los hombres. Nos la ha dado a nosotros. Todo lo que el Señor creó, nos lo ha dado a los hombres. Y nos lo ha dado para que lo cuidemos, para que no pierda su belleza, para que no nos aprovechemos los unos de los otros de eso que Dios nos ha dado; sino para que eso que nos ha dado sea para todos los hombres, y todos puedan disfrutar de esa viña, de este mundo que el Señor, por amor a los hombres, nos ha regalado, y en el cual estamos viviendo.

Pero el Señor no solamente nos da un regalo… En segundo lugar, nos hace una pregunta: ¿Qué habéis hecho con este regalo que yo os he dado? El Evangelio dice claramente: lo arrendó y se lo dio a unos labradores, les hizo cargo la viña pero, cuando llegó el tiempo de los frutos, envió para que le diesen los frutos que le correspondían a Dios. ¿Y qué sucedió? Él nos dio un tiempo para crecer, pero Él se marchó lejos, se fió de nosotros… Pero envió a sus criados a ver a los labradores. Y resulta que aquellos pocos se habían hecho dueños de la viña. Se habían constituido en dueños, y no dejaban entrar a nadie. Envió a los criados, y veis lo que nos dice el Evangelio que hicieron: los mataron, los sacaron fuera de la viña.

¿Qué tiene que ver esto con el trabajo decente? Mucho, queridos amigos, mucho…  

Mirad. No hagáis caso de lo que a veces os dice la gente e, incluso, decimos nosotros: que esta sociedad en la que estamos, este mundo en el que vivimos, es ateo en su generalidad… No es verdad. Lo que sucede es que los hombres hemos hecho otro Dios a nuestra medida. Creemos en un Dios que se llama codicia, se llama hacernos dueños unos pocos de algo que es de todos. La dignidad del ser humano, el ser imágenes de Dios es de todos los hombres; a todos nos ha hecho a su imagen. Sacrificar personas, sacrificar la naturaleza en aras de tener nosotros más es lo que hace que hagamos un Dios que no es el Dios cristiano, no es el Dios que Jesús nos revela en el Padrenuestro, que nos dice que es Padre de todos los hombres, y que todos los hombres somos hermanos, y que tenemos que buscar el bien de todos.

Esta codicia, este dios-codicia en el que creemos, ¿sabéis lo que hace? Pues que sufran las consecuencias la familia, que sufran las consecuencias la juventud, porque es muy difícil hacer un proyecto de vida si no me dan oportunidad de estar en la viña, y de cultivar, y de trabajar. Es difícil.
 
Los criterios para la decencia por el trabajo pasan por la dignidad que Dios ha dado al trabajo. Esa dignidad que no mata a nadie de los que están en la viña, o de los que llegan a la viña.
 
Nuestra fe nos dice que el trabajo -y el trabajador- es un creador, imagen y semejanza de Dios. Y para poder vivir esa imagen y semejanza de Dios, el ser humano tiene que tener trabajo, porque el trabajo es creador. Con el trabajo nos creamos a nosotros mismos. La verdadera dignidad del trabajo está en que esto no se mide por el sueldo que nos den; la verdadera dignidad está en que Dios ha querido que seamos todos los hombres creadores, y por eso nos ha mandado, y en nuestra dignidad de personas está el tener un trabajo digno.
 
¿Qué has hecho con este regalo que Dios nos ha dado? ¿Qué hemos hecho los hombres con este mundo y con esta viña que Él nos ha dado para todos?

En tercer lugar, el Señor nos da una respuesta. No solamente nos hace una pregunta. En tercer lugar, nos da una respuesta. Y es que viendo Dios que se matan los hombres, dice: voy a mandar a mi Hijo. Nos dice el evangelio que mandó a su Hijo. Pensó: no lo matarán. Y, sin embargo, mataron al Hijo. El Hijo es Jesucristo. Eliminaron a Jesucristo de esta vida.

Veis todos vosotros que Jesucristo es una respuesta para que exista y se dé la dignidad. Él nos rehala la dignidad, nos devuelve la dignidad a todos los hombres. Él es la piedra angular, nos decía el Evangelio que hemos proclamado. «Tendrán respeto a mi Hijo», pensó el Padre. Y los que estaban haciendo su negocio, dijeron: «lo matamos y nos quedamos con su herencia, hacemos otros dioses».
 
La codicia es la ambición, el Dios que quiere dominar nuestro mundo. Jesús, consciente de que es rechazado, de que es echado de la viña, sin embargo nos enseña que la viña - este mundo y esta tierra en la que hemos nacido, en la que estamos viviendo-, esta viña la ha plantado Dios, y Él es la piedra angular. Y tiene que volver a estar en el centro. Tiene que volver a ser la medida del hombre, porque es la medida del Dios verdadero, del Dios mismo. Jesucristo, que viene a liberarnos, que viene a que nos respetemos, que viene a devolvernos la dignidad, que viene a decirnos que somos hermanos, que viene a decirnos que no podemos solamente vivir para los intereses propios, sino que tenemos que vivir para el interés también de todos los demás; que se fía de nosotros, que confía este mundo a nuestra vida. Él quiere renovar nuestra confianza hoy, con esta página que nos da del Evangelio. La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular. Y esta la queremos coger nosotros, queridos amigos, esta piedra que es Cristo,  si queremos celebrar de verdad la Jornada Mundial del Trabajo decente.

Devolvamos a la viña la belleza que Dios puso en la misma. Y esa belleza solamente la puede entregar quien la tiene. La tiene Jesucristo. La tiene el Señor. Es verdad que algunos no lo conocen, pero los que tenemos la dicha de conocer y de creer en el Señor renovemos en nuestra vida la opción por hacerle presente y visible en esta tierra y en este mundo. ¿Veis? Qué maravilla. Un regalo que hemos recibido. La tierra en la que estamos.

Una pregunta que nos hace el Señor esta noche: ¿Qué habéis hecho con este regalo? ¿Os aprovecháis de él solo vosotros? ¿Solo os interesa lo vuestro? ¿Qué Dios tenéis en el corazón? ¿Qué Dios mueve vuestra vida? ¿Cuáles son los criterios que están en lo más profundo de vuestro ser? Y el Señor os da una respuesta: ¿Soy yo? ¿Soy yo el que está en vuestro corazón? ¿Soy yo el que dinamiza vuestra vida?

El Señor nos diría esta noche: Examinad vuestra escala de valores. ¿Por qué estudio? ¿Por qué trabajo? ¿En qué orden están mis motivaciones? ¿Está en primer lugar el ganar dinero? ¿O está en primer lugar el servir a los demás? Como nos diría Jesucristo: Yo di mi vida por vosotros, para que tuvieseis vida.

Examinad, queridos amigos, que podemos volver, con la ayuda de Dios, a restaurar la dignidad de todo ser humano. Sí. El trabajo es un medio para sentirnos creadores, dadores de vida, dadores de dirección a este mundo, dadores de alegría a los demás, dadores de presente y de futuro a todos los hombres.

¿Qué nos dice el Señor? Yo os invito a que ahora, en este momento de silencio, recibamos la respuesta que nos manda Jesucristo. Mirad: defender el trabajo decente supone no el beneficio propio, no la cultura de lo inmediato y de la técnica, no todo centrado en la economía, no la ideología de la lógica mercantil, no un dios-codicia… Supone otra cosa diferente. Servir a los otros. Haced posible que el ser humano tenga lo necesario, y se sienta creador. Y esto significa tener trabajo. Y un trabajo en el que no se explote al ser humano.

Sintamos en nuestro corazón lo que el Señor nos dice. Nos ha regalado un mundo precioso. ¿Qué hacemos? ¿Cuál es la respuesta de Cristo en mi vida? Pensémoslo un momento, hermanos.

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