Homilías

Miércoles, 04 abril 2018 16:43

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Domingo de Resurrección (1-04-2018)

  • Print
  • Email
  • Media

Excelentísimo señor Nuncio de Su Santidad en España. Queridos obispos don Juan Antonio, don Santos y don Jesús. Querido cabildo catedral; ilustrísimo señor deán, vicarios episcopales, hermanos sacerdotes; queridos seminaristas. Hermanos y hermanas todos.

Qué noticia la que recibimos en este día. Cambia absolutamente todas las perspectivas del ser humano: la muerte ha sido vencida. Ya no hay nadie en el sepulcro. Cristo nos saca del sepulcro. Cristo nos devuelve la vida. Cristo nos entrega su resurrección para que nosotros demos siempre luz, entreguemos siempre verdad, seamos hombres y mujeres que comunicamos siempre vida allí donde estemos. Sea nuestra alegría y nuestro gozo, como acabamos de cantar hace un instante.

Todos vosotros sabéis lo que sucedió allí. Como nos decía hace un instante el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y todo empezó, como nos dice el Señor, en Galilea. Dios resucitó. El hijo de Dios, al tercer día, ha resucitado. Y nos ha hecho testigos a nosotros de esa resurrección. Tenemos que comunicar que el sepulcro está vacío. Hay vida. No hay muerte. Buscad los bienes de arriba. Y los bienes de arriba son: verdad, justicia, amor, fraternidad, bondad, búsqueda del prójimo, construir cada día más al prójimo…

Queridos hermanos: construid vuestra vida desde nuestro Señor Jesucristo. Ha sido para todos nosotros, y así quisiera acercarlo a vuestro corazón, una novedad absoluta el evangelio que acabamos de proclamar. Si os habéis dado cuenta, en el evangelio se nos habla de María Magdalena, de Pedro y de Juan. Dos de ellos… María Magdalena, una pecadora, una mujer explotada, pero una mujer conquistada por el amor de Jesucristo, que amó mucho y se la perdonó mucho, como nos dice el evangelio. Pedro, un discípulo de Jesús, a quien pone al frente de la Iglesia fundada por el Señor, que sin embargo lo niega. Dice que no lo conoce. No es claro en su vida. Y, sin embargo, el Señor sigue contando con él. Y Juan, aquel muchacho tan querido por Jesús, que representa también el cariño que tiene nuestro Señor -tal y como nos dice el evangelio- a los niños, a los jóvenes, porque en ellos está el futuro también: y depende de lo que tengan en su corazón: si hay muerte, entregarán muerte; si hay vida, darán vida. Por eso, la importancia de esta página del evangelio que acabamos de proclamar.

«No temáis» nos ha dicho el Señor. Ha resucitado. El Señor salió al encuentro de María Magdalena: vio la losa quitada. Salió al encuentro de Pedro y de Juan: llegaron al sepulcro, y entró primero Pedro. Es el primero de los apóstoles. Y después Juan. Vio y creyó.

Queridos hermanos: en este día de Pascua, en este día tiene que renacer en todos nosotros la alegría. No huyamos nunca de la resurrección de Jesucristo. Nunca tengamos la tentación de declararnos muertos. Lo habéis visto: se acerca a una pecadora, se acerca a un traidor, y les hace vivir de otra manera diferente. Se acerca hoy a cada uno de nosotros, estemos como estemos, para decirnos que ha resucitado. Que nos vuelve a repetir: no está aquí. El sepulcro está vacío. No hay muerte: hay vida. Recoged en vuestro corazón la vida. Nunca nos convirtamos, hermanos, en discípulos quejosos, miedosos; que entregamos muerte, que entregamos división, que entregamos ruptura, que entregamos enfrentamiento, que entregamos envidias… ¡No! ¿Sabéis la alegría que supone decir a los hombres de este mundo que no hay muerte? ¿Sabéis la alegría que supone decir a los hombres: creedme, que ha llegado la vida? ¿Que la vida está en Cristo? ¿Que ha vencido a la muerte? Nunca tengamos la tentación de no dejar espacio a los demás. Cristo dejó espacio. Sí. A la pecadora, María. Dejó espacio a Pedro, que le había traicionado. Nos deja también espacio a nosotros en su vida.

Sí, queridos hermanos. Nunca nos convirtamos en hombres y mujeres que no dejamos espacio a los demás. Que tengamos espacio para todos los hombres, y muy especialmente para los que más necesiten. Cuando comenzamos a vivir con resentimientos, cuando no damos todo lo que somos y tenemos para dar vida a los demás, que es la vida que nos ha dado Cristo, el sepulcro se llena de muertos.

Pero Cristo lo ha eliminado. Dejemos vivir en nosotros ese gozo que provoca sentirnos amados por Dios, que provoca una palpitación del corazón con ese entusiasmo que nos regala Cristo resucitado a todos nosotros. ¿Sabéis la diferencia que existe, hermanos, en presentar proyectos construidos desde el sepulcro vacío, desde la vida, y no desde la muerte? ¿No estáis viendo los proyectos que estamos presentando y que presentan los hombres en este mundo? Desde la muerte… Matar, dividir, romper, enfrentarnos… ¿Es que los cristianos no vamos a ser capaces de hacer aquello que hicieron los primeros, que salieron del solar de Palestina con la vida de Cristo Resucitado y, mostrando esa vida a los demás, cambiaron el mundo conocido de entonces?

El evangelio que hemos proclamado hace un momento nos habla de cómo el primer día de la semana se acercaron al sepulcro. Como nosotros. Y no habían sido precisamente seres humanos dadores de grandes virtudes. Eran pecadores. Pero Cristo sale a su encuentro. Va donde ellos. Como viene a nosotros hoy. Cristo nos dice, también: no temáis. Cristo nos dice: alegraos. El encuentro con Pedro, a quien Jesús había puesto al frente de su Iglesia, que ve con sus propios ojos –también como Juan– las muestras de la resurrección. «Y vieron, y creyeron». Pidámosle al Señor esta fe para nosotros.

Tres cosas os quiero decir, queridos hermanos. Muy sencillas: renovad permanentemente el encuentro con Cristo Resucitado. Y ello supone la decisión de dejarnos encontrar por Él. Y esto no es para unos escogidos. Lo habéis visto. No es para los buenos, o para los que se creen buenos: es para todos los hombres. Dejarse encontrar por Jesús. Es lo que hizo María Magdalena. Es lo que hizo Pedro. Es lo que hizo Juan. Es lo que podemos hacer cada uno de nosotros. Qué diferencia más abismal existe y se da en la vida de un ser humano cuando se deja encontrar por Jesús. Y no hay que hacer ningún esfuerzo. Dejaos mirad por Él. Dejaos abrazar por Él. Dejaos iluminar por Cristo. Y ved la diferencia que existe en vuestra vida cuando acogéis la luz de Cristo y cuando vivís sin ella. Veamos la diferencia. Descubrir algo que es decisivo en la vida del ser humano.

Pensad que el Señor, en quien creemos, ha resucitado y ha vaciado el sepulcro de muerte. Ya no hay muerte: hay vida. Pensad que este Jesús nos abraza. Nos perdona. Nos devuelve la dignidad. Recupera nuestra dignidad. Nos sitúa en el mundo de otra manera, junto a los demás; y lo hace sin imposiciones, con ternura. Siempre para lanzarnos hacia delante. No volviendo para atrás.

El encuentro con Jesús da vida. Alegría desbordante. Ilumina la vida personal, y la de quienes están a nuestro lado.

Resucitado. Ser Resucitado, hermanos, es llevar la alegría del evangelio a todos los hombres. No es una opción de tristeza: es una opción de valentía, de audacia, de dejarnos llevar por la fuerza de nuestro Señor Jesucristo. Esta es una opción pascual.  Esta es la opción de los discípulos del Resucitado. Pero para ello es necesario el encuentro permanente con Cristo.

En segundo lugar, queridos hermanos, llevad a todos los lugares donde estéis la dulce y confortadora alegría del evangelio. A vuestra familia, a vuestro trabajo, a los lugares donde estáis y convivís; también salid a los lugares donde se necesita esta noticia, a esas periferias existenciales, a los pobres, a los que no creen, a los que pasan de nuestro Señor, a los que se mantienen en el sepulcro y no son conscientes de esto que nosotros somos conscientes hoy: de que ha vuelto la vida, ha vuelto la luz, ha vuelto la alegría; se puede hacer un mundo distinto, se puede hacer un mundo diferente. Pero no con las fuerzas de los hombres, sino invadidos por la fuerza de nuestro Señor.

Queridos hermanos: cuanto más nos llenamos del Resucitado, más sensibilidad tenemos para las necesidades de las demás; más queremos conocer al otro; más deseamos reconocerlo en su verdadera dignidad; más y mejor buscamos el bien de los demás.

La resurrección de Cristo nos lleva a ver que la vida se acrecienta dándola. No reteniéndola. No guardándola. Exponiéndola. Entregándose a los demás. Se debilita, disminuye, se rompe, se hunde en la comodidad, en el vivir para nosotros mismos. Por eso, hermanos, seamos capaces de romper hoy, con esta noticia de Cristo Resucitado, esos esquemas aburridos en los que no hay creatividad, porque la creatividad viene con Cristo Resucitado. Sí. Viendo el sepulcro vacío. Viendo que hay vida. Viendo que se puede dar. Viendo que esto se puede transformar. Viendo que no puedo ser indiferente a nadie.

Ello nos hace romper esquemas aburridos. Renovar nuestra vida. Renovar la historia. Entrad en la corriente de la resurrección que arrasa, que lleva siempre a volver a la fuente y a recuperar la frescura del evangelio. Por eso el Señor hoy nos dice: no tengáis miedo. Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea.

Y en tercer lugar, queridos hermanos, mantengamos vivo ese mandato del Señor: id y anunciad el evangelio a todos los hombres. La fuente mayor de alegría para todo cristiano, para todo discípulo de Cristo, es el anuncio de Cristo Resucitado.

Mirad, queridos hermanos: entre todos los que estamos aquí podemos tener metodologías diferentes, espiritualidades distintas… Pero sabéis que se nos pide a todos que seamos coherentes con el mandato del Señor. Y será verdadera espiritualidad, y será verdadera metodología cristiana, si mantenemos esta coherencia, que es la coherencia de salir. Id. Anunciad. Y para ello, hermanos, hay que ser atrevidos y osados. Atrevidos para no instalarnos en la comodidad, en esa comodidad de decir: para qué complicarnos la vida, si siempre se hizo así. Pues es mentira, hermanos. Desde que apareció el sepulcro vacío, ya no se hace así. Ya no hay muerte, no hay división, no hay ruptura, no hay enfrentamiento; se busca al hermano; se busca construir la paz; se busca construir la unidad; se busca la verdad. En las diferencias.
 
Queridos hermanos: seamos osados. El Papa Francisco nos lo dice: osados para llegar a todas las periferias geográficas o existenciales donde la luz del evangelio se hace necesario llegar. Hermanos. Sí. Donde están los pobres. Cerca de nosotros. Viviendo en barracas de cartón. Donde está gente que no conoce a Cristo. Vayamos. Es mandato del Señor.
 
La Resurrección no se puede separar de la misión. No hay Resurrección si no somos  misioneros. Y no podemos ser misioneros sin el gusto de ser resucitados y de descubrir la grandeza que tiene que la muerte no está, que hay vida. De tal manera que no hay Pascua al margen de la misión.

¿Cómo hacer esto? Tomando iniciativas concretas, hermanos, para salir al encuentro de los hombres; de los más cercanos y de los más lejanos; con obras y con gestos, que toquen su propia vida, que toquen sus heridas, que toquen los proyectos, que toquen las ilusiones, que toquen los desafíos que hoy tenemos en este mundo. ¿No os parece que merece la pena ser cristiano así?
 
Qué maravilla poder asomarnos hoy, como Pedro, como Juan, como María Magdalena, que vio quitada la piedra. Y ver que ha resucitado. Que nosotros creemos en alguien que ha triunfado, y que unidos a Él triunfa este mundo. E implantamos una manera de ser y vivir distinta.

Hermanos: nunca mutilemos o reduzcamos a Jesucristo a intereses personales o de grupo. Regalemos y hagamos presente la belleza de este amor manifestado en Jesucristo, muerto y resucitado.

Ahora se hacen verdad, aquí, las palabras que acabamos de escuchar: allí me verán. Id anunciar el evangelio. Id a Galilea. Aquí lo vamos a ver, en el ministerio de la Eucaristía, presente realmente dentro de un momento. El Señor Resucitado. Aquí podemos tener la misma experiencia de Pedro y Juan: vieron y creyeron. Vemos y creemos que el que había de resucitar entre los muertos está con nosotros.

Feliz Pascua, queridos hermanos. Llenaos de alegría. No estáis vacíos. Tenéis proyectos. El del Resucitado. Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search