Homilías

Sábado, 15 agosto 2020 15:40

Homilía del cardenal Osoro en la fiesta de la Virgen de la Paloma (15-08-2020)

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Querido vicario general de nuestra archidiócesis de Madrid. Vicario episcopal de esta Vicaría. Querido don Gabriel, párroco de esta parroquia de la Virgen de la Paloma. Queridos hermanos sacerdotes que ayudáis también en esta parroquia. Excelentísima señora presidenta de nuestra Comunidad de Madrid. Excelentísimo señor alcalde de nuestra ciudad de Madrid. Vicealcaldesa. Cuerpo de bomberos. Presidenta de la hermandad de la Virgen de la Paloma, y también del cuerpo de bomberos. Queridas autoridades. Quiero tener un recuerdo muy especial hoy por los anderos, que no van a poder salir, pero que sin embargo en su corazón está también esa salida, que quizá es más importante, porque es mostrar también con la vida y con el testimonio la presencia de la Santísima Virgen entre nosotros.
 
Quiero saludar también al presidente de la Real Congregación Virgen de la Paloma, y al presidente de la Fraternidad de Donantes y Trasplantados. Acaba de llegarnos de Roma que la Virgen de la Paloma sea la patrona de los donantes y trasplantados, y por eso un saludo muy especial para ellos. Y permitidme que me dirija también con un agradecimiento sincero a Telemadrid, que está permanentemente dándonos la posibilidad de llegar a quienes quieren escuchar esta Palabra del Señor, y en concreto hoy a todos aquellos que en sus casas están también celebrando esta fiesta de la Virgen de la Paloma. Hermanos y hermanas todos.
 
Hemos escuchado la Palabra del Señor. Una palabra que siempre nos llena de alegría. «Dichosa tú que has creído que lo que ha dicho el Señor se cumplirá». Hoy nosotros nos queremos unir en esta fiesta de esperanza y alegría en la que, a pesar de esta pandemia que nos está azotando, celebramos con esperanza y alegría la Asunción de María. El Evangelio de esta fiesta nos presenta el encuentro, como habéis visto, de dos mujeres excepcionales: María e Isabel. Isabel se llenó del Espíritu Santo y le dijo a María: «Bendita tú entre las mujeres». Canto y expresión que esta mañana nosotros, en esta advocación de la Paloma, le dirigimos también a la Santísima Virgen María. Esta expresión es un superlativo que en lengua hebrea quiere decir: «María, eres una gran mujer. María, eres una súper mujer». Y añade además el Evangelio: «Bendito el fruto de tu vientre», que significa que en este hijo, fruto del vientre de María, es bendecida toda la humanidad. Todo ser humano. Él, Cristo, el Hijo de Dios, el hijo de María, es la esperanza del mundo y la esperanza para cada uno de nosotros.
 
Queridos hermanos: este momento que está viviendo la humanidad en todos los lugares de la tierra… Anoche hablaba yo con algunos cardenales, el de Venezuela, el de Caracas, el de Nicaragua, el de Guatemala, a altas horas de la noche para poder combinar la hora, y la gente está sufriendo muchísimo en todas las partes de la tierra. En todas las partes de la tierra está azotando esta pandemia. ¿Cómo  es posible que la madre de Nuestro Señor no venga a visitarnos a nosotros como lo hizo con Isabel, su prima? ¿Cómo es posible que a mí se me haga también este regalo de la visita de la Virgen a nuestras vidas? «Dichosa tú que has creído». Dichosa. Dichosa porque pones la confianza en la Palabra de Dios. Dichosa tú que te has puesto en manos de Dios.

Con motivo de la pandemia, he recogido todas las cosas que he publicado en este tiempo, y hemos compuesto un libro que titulo así: ¡Despierta! Despierta a la misión, les quiero decir a todos los cristianos. Despierta. COVID-19. El Señor nos está invitando a experimentar la dicha de la fe. «Dichosa tú». Dichosos nosotros, queridos hermanos, que queremos poner nuestra confianza en el Señor.
 
En este día yo quiero acercar a vuestra vida a la Virgen María. Mirad, el salmo que hemos recitado juntos nos decía ciertas palabras que quizá yo os invito a que digáis en vuestro corazón: escucha, mira, inclina el oído, prendado está de tu belleza. Sí: la belleza de una mujer que ante una propuesta que le hace Dios, dice sí. Y alcanza más belleza, porque entrega la belleza a esta tierra y a este mundo con este sí. Por eso, yo quiero que tengáis muy presente la imagen, el cuadro de la Virgen de la Paloma. Miradlo. Y, en tres partes, os voy a decir lo que el Señor a través de su Palabra nos ha ido mostrando. Con María, Dios quiso tener una mirada de amor a los hombres, en primer lugar. En segundo lugar, con María comienza a hacerse una lectura nueva, absolutamente nueva, de la historia, que a veces olvidamos los hombres. Y, en tercer lugar, con María se nos propone un compromiso a vivir, los hijos, y que nosotros queremos asumir.
 
En primer lugar, una mirada de amor a los hombres. Sí. Nos lo ha dicho el libro del Apocalipsis, que tiene una fuerza extraordinaria para todos nosotros. Lo habéis escuchado en la fórmula en que nos los decía: se abrió, apareció una mujer vestida de sol, apareció un dragón enfrente, dio a luz a un varón, se estableció en este mundo la salud, se estableció el poder verdadero que solo Dios nos da a los hombres, se estableció el reinado de nuestro Dios. Queridos hermanos: en María, una mirada de amor a los hombres. Los hombres no sabíamos por dónde caminar, como no lo sabemos ahora. A veces estamos perdidos, queridos hermanos. Perdidos. Todos estamos esperando esa vacuna, a ver si llega. Y, sin embargo, hay una vacuna que es necesaria que tengamos en nuestro corazón: es la que nos hace mirar la Virgen María. Precisamente ante la propuesta que Dios le hace para ser su madre, y para que prestase la vida para dar rostro a Dios en este mundo, un rostro que conociésemos los hombres, Ella lo hizo por amor. Por amor a esta humanidad. Era una propuesta de Dios mismo. Que es la misma propuesta que te hace a ti y a mí. Que nos está haciendo Dios siempre.
 
¿Miras? ¿Qué mirada tienes? ¿Qué mirada haces hacia esta humanidad? ¿Qué mirada realizas en este momento de la historia que estamos viviendo todos nosotros? ¿Es la mirada de amor, de entregarme a los demás, de servicio, de buscar la verdad, de experimentar el gozo que nos entrega una manera de entender este amor, que es hasta dar la vida por los demás? Es necesario que se establezca la salud. Sí. Y en estos momentos también la salud integral del hombre, la salud de un corazón grande. En algunas de las cartas pastorales que en estos años os he escrito os hablaba precisamente de que era necesario un trasplante de corazón en nuestra vida. Y no me refiero a los que han sido trasplantados, cuya patrona es la Virgen de la Paloma. Me refiero a ese trasplante que tenemos que olvidar, quitar el rencor, quitar… Sí. Ser hombres y mujeres que abrimos la mano, no cerramos la mano; abrimos la mano para dársela a quien esté a nuestro lado. No le pregunto: es el que está a mi lado. Mirada de amor. Con María se nos enseña a tener esta mirada.
 
En segundo lugar, comienza una lectura nueva de la historia, queridos hermanos. Lo habéis escuchado en la segunda lectura que hemos proclamado: Cristo resucitó de entre los muertos. Si por Adán murieron todos, por Cristo volverán a la vida. Queridos hermanos, este encuentro, en esta fiesta de la Asunción, y en esta fiesta de la Paloma, no lo tenemos en nombre de un muerto que vivió hace 21 siglos. Cristo ha resucitado. Estamos reunidos porque creemos en la Resurrección, porque creemos en la vida, porque creemos que Dios está junto a nosotros, está con nosotros; que Dios no abandona al hombre; que somos nosotros los que a veces retiramos a Dios de nuestra vida, de nuestra existencia. Por Adán, muertos. Por Cristo, todos con vida.

Y por eso es necesario anunciar a Jesucristo. Es urgente anunciar a Jesucristo. Primero, Cristo. Porque después, si este anuncio llega al corazón de los hombres, seremos distintos. Dios reina, y la muerte es aniquilada. El mal es aniquilado. Cristo ha venido a dar vida a los hombres. Y María lo experimentó. Cuando Ella dijo a Dios «he aquí la esclava del Señor», lo hacía porque sabía que Ella prestaba la vida a Dios para darle rostro humano y que se presentase en medio de los hombres para mostrar que el que da vida es Jesucristo. Que nosotros a veces damos muerte. Sí, queridos hermanos. Hacemos una lectura de la historia mala. Hacerla desde nosotros mismos, es malo. Pero si no tenemos las fuerzas suficientes, si no tenemos el horizonte de vida que nos da Dios mismo.

Recordad aquellas palabras de Jesús. Recordarlas. La voluntad de Dios ¿cuál es?. Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Y por eso Jesús, en el último momento de su vida, dijo: ahí tienes a tu madre. Ahí la tienes.

Queridos hermanos: mirad. En el cuadro de la Paloma, ¿la veis? Mirándonos. Es una mirada que tiene de amor. Está mirándonos. Pero, si os dais cuenta, la rodea un rosario: son los misterios de Cristo, por los que Cristo nos trae la salvación a los hombres, el gozo de un Dios que no está al margen del hombre, entra en la historia de los hombres, ha venido a este mundo, vino a Belén. Este Dios que nos ha enseñado que los hombres lo somos de verdad, con todas las consecuencias, cuando somos capaces de dar la vida por el otro, imitando a nuestro Señor. Esta historia no se arregla desde egoísmos personales. Esta historia tiene arreglo cuando estamos dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos, incluso la vida, por los demás. María y la Virgen de la Paloma nos lo enseñan. Está envuelta del misterio mismo de Dios, en los misterios del rosario; sí, en los gozosos, en los dolorosos, en los gloriosos, en los luminosos. La Virgen está envuelta. Dejémonos envolver por estos misterios también nosotros. Hagamos una lectura nueva de la vida, de la historia; pero contemos con Dios, queridos hermanos. No le eliminemos. No le pongamos aparte.

Mirad: la historia que construimos, si la hacemos solo desde nosotros, serán nuestros gustos, nuestras opiniones personales. Y serán nuestros los que son como nosotros. Si la construimos desde Dios, todos son de nosotros. A mí cuando me preguntan: usted, ¿obispo de Madrid?, digo: sí, pero de los católicos, digo: no, soy de todos, algunos no me aceptarán, pero yo he venido para ser obispo y anunciar el Evangelio a todos. Y un cristiano es eso también, queridos hermanos. Yo no tengo mi grupito, le tengo naturalmente, y vivo la fe. Pero soy para todos los hombres.

Y, en tercer lugar, María nos propone un compromiso. Un compromiso, queridos hermanos. Estas manos unidas que tiene la imagen de la Paloma nos ayudan a entender ese compromiso que se nos manifiesta en María, en el Evangelio que acabamos de proclamar. «Proclama mi alma la grandeza del Señor. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador». Un compromiso que, si os habéis dado cuenta, tiene como ocho bienaventuranzas. Proclamar la grandeza de Dios que, queridos hermanos, cuando se proclama esa grandeza, se proclama la grandeza. La grandeza del hombre la encontramos en Dios. Aquello que experimentó tan bellamente san Agustín: él se encontró consigo mismo cuando se encontró con Dios. Y se encontró con los demás cuando se encontró con Dios, porque los demás son mis hermanos, son hijos de Dios. Y esto, que vengo repitiendo en el último año bastantes veces, lo está olvidando esta humanidad. Ha olvidado dos sustantivos esenciales en la vida del ser humano, en todos los planteamientos que hagamos: que somos hijos todos, algunos no lo saben aún, y que somos hermanos, y tampoco lo saben algunos. Pero hay que mostrarlo.

Los cristianos se distinguieron desde el inicio mismo, desde que salieron del solar de Palestina aquellos doce e invadieron el mundo conocido de entonces, por anunciar el Evangelio de Cristo y decir que todos los hombres eran hermanos. Les costó la vida pero, queridos hermanos, la humanidad vivió algo diferente. Proclamemos la grandeza de Dios. En segundo lugar, vivamos la alegría. La alegría que viene de Dios. La alegría no nace del triunfo de nuestra vida, no nace de nuestros triunfos; nace de sentirse querido por Dios, de sentir el cariño de Dios.

Cuántas veces la gente se acerca para decir que está sola. Que no. Pero es verdad que eso hay que mostrarlo también. El cariño de Dios se muestra a través de personas concretas que asumen el mostrar ese amor. Vivir en la alegría del Salvador.

Y, tercero, miremos la humildad de la Virgen María. Fue una mujer de tantas. Recordad aquel encuentro de Jesús cuando estaba hablando con tanta gente y le vienen avisar: ahí está tu madre y tus hermanos. Jesús, no es que desprecie: lo que quiere recalcar es la humidad de la Virgen. ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que cumple la palabra de Dios y la pone por obra. Y se estaba refiriendo a su madre, pero sin embargo se lo decía a todos.

Y, en cuarto lugar, nos felicitarán todos los hombres si damos felicidad a los demás. La Virgen de la Paloma, cuánta felicidad ha dado a través del tiempo en que la tenemos aquí, en este santuario, en esta parroquia. Cuánta felicidad ha dado. En momentos de gozo y en momentos de tristeza. Pero siempre mirándonos con su mirada; siempre, haciéndonos ver que hay que hacer una lectura desde Jesús, a través de ese rosario que tiene; y siempre también descubriendo a todos nosotros este compromiso: ver las obras de Dios; verlas, porque es poderoso, y sobre todo mostrar la misericordia de Dios, queridos hermanos. El amor de Dios, la viga que sostiene toda la Iglesia, nos decía el Papa Francisco, es la misericordia. Sí. La viga que sostiene la vida de la Iglesia, y la que sostiene el testimonio también de la Iglesia, es la misericordia, donde Dios hace proezas, hace grandezas, y lo estamos viendo en estos momentos, queridos hermanos.

Permitidme que os diga: es verdad que hay mucha gente que hace muchas cosas, pero si por un instante en estos momentos se cerrasen todos los lugares donde se atienden a las personas que más necesitan en Madrid, o en cualquier parte del mundo… Hacemos lo que tenemos que hacer, es verdad, no hacemos de más… los cristianos hacemos lo que tenemos que hacer. Pero démonos cuenta también de esta realidad. Hace proezas. Hace proezas. Colma de bienes. No despide vacíos a nadie. Y lo hace porque quiere auxiliar, y quiere estar a favor de los hombres como lo había prometido siempre, y como lo prometió desde la creación, pero que tuvo que venir Dios a esta tierra para deciros: que estoy al lado vuestro, que estoy a vuestro favor. Esta es la Virgen María. Esta es la Virgen bendita, que para todos nosotros, en estos momentos, y hoy, cuando celebramos la fiesta de la Asunción, descubrimos que ha sido asunta al cielo, no en sentido mitológico como una expresión… No. Más: es la entrada en la eternidad de Dios. ¿Qué quiere decir que María es asunta en cuerpo y alma? Que tiene la plenitud integral de su persona, que ha sido transformada por la Resurrección de Jesús. Por tanto, que nuestra vida entera está destinada a ser transformada también por la Resurrección del Señor.

Afirmar que María ha sido asunta en la gloria de los cielos supone que Ella ha entrado en la plenitud de la Pascua. Y a esta que ha entrado y está junto a su hijo Jesús nosotros le decimos: Virgen de la Paloma, ayúdanos. Sal en nuestro auxilio. A los que te invocamos así en Madrid. Ven en nuestro auxilio. Sí: lo frágil de la condición humana, la vulnerabilidad que estamos viviendo en estos momentos, creemos que se ha logrado superar cuando un ser humano de nuestra raza que lloró, que sufrió, que prestó la vida para dar rostro a Dios, nos dice que esto es posible para todos los seres humanos.

En la fiesta de la Asunción, Dios de alguna manera nos hace vivir la felicidad y la dicha de María. Acojámosle. Y pidamos esta dicha, queridos hermanos, para todos los que viven aquí en Madrid, y sobre todo también para todos los que en estos momentos, por las causas que fuere, por enfermedad, por falta de trabajo, por falta de lugar donde vivir, están junto a nosotros y entre nosotros.

Que el Señor nos bendiga a todos. Y que nos haga mirar como María. Que nos haga leer la vida junto a María. Y que nos haga asumir este compromiso de María que se manifiesta en el Magníficat que ella hoy, a través de la Iglesia, nos ha regalado.

Vamos a recibir a Jesucristo, el hijo de María. Acojámosle en nuestro corazón. Los que estáis en vuestras casa: acogedlo.

Queridos hermanos: no sé a quien está llegando estas palabras. A lo mejor llegan a gente que estáis en duda. Dios no estorba. Dios es amigo del hombre. Encima, Dios nos hace amigos y hermanos entre nosotros. Nos ofrece una solución. Acojámosla. Recibamos a Cristo, el hijo de María. Amén.

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