Homilías

Miércoles, 03 octubre 2018 13:41

Homilía Carlos Osoro en la Misa de inauguración de la visita pastoral a la Vicaría V (17-09-2018)

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Querido don José, obispo. Querido vicario de esta vicaría V, Juan Pedro. Queridos arciprestes. Queridos hermanos sacerdotes de estos seis arciprestazgos. Querido Juan Francisco, párroco de esta comunidad. Queridos hermanos y hermanas todos. Queridos miembros de la vida consagrada que estáis aquí presentes.

Gracias porque comenzamos en esta Vicaría –como en toda la diócesis, en cuatro vicarías– la visita pastoral, que es un momento especial y singular de la vida de la comunidad cristiana y también del ministerio del obispo.

¿Cómo situarnos ante la visita pastoral? Lo habéis escuchado en el salmo que hemos proclamado: lo importante es poderle decir al Señor, tanto quien visita como a quienes visita, las mismas palabras que la santísima Virgen María dijo a Dios, «Aquí estoy, Señor». Aquí estoy. Quiero ser ese discípulo tuyo que te anuncia, que cree en ti, que quiere configurar la vida. Ábreme el oído para escuchar; ábreme los ojos para ver la realidad, porque esto es lo que tú quieres; no deseas sacrificios especiales ni ofrendas, lo que quieres es que digamos «aquí me tienes», como lo dijo tu madre santísima.

Por otra parte, queremos hacerlo porque no deseamos hacer nuestra voluntad, sino hacerlo desde las entrañas del corazón de nuestro Señor Jesucristo que nos ha elegido a todos nosotros, miembros vivos de una Iglesia que tiene que anunciarle y que tiene que dar testimonio de Él. Y lo hacemos no cerrando los labios, ni los brazos, ni el corazón, porque se trata de anunciar al Señor con palabras que respondan a las obras. Como ayer mismo escuchábamos en la segunda lectura del apóstol Santiago: «Dime tus obras y te diré la fe que tienes», la fe sin obras no sirve para nada, no es fe, es otra cosa; es adoctrinamiento, pero no es comunión viva con nuestro Señor Jesucristo.

Por eso, hermanos, nos situamos ante la visita pastoral con alegría. También queriendo ver al Señor y la grandeza de un Dios que no abandona a los hombres. Tenemos que decir esto, en este momento de la historia, a todos los hombres. Y el Señor nos ha elegido, no porque seamos mejores, pero nos ha elegido a nosotros como miembros vivos de una Iglesia que camina en el siglo XXI anunciando a Jesucristo. En un momento de la historia que es nuevo, queridos hermanos. Pero llevemos en nosotros la alegría de evangelizar. ¿Puede haber algo más extraordinario, más bello, más grande que decir a los hombres dónde está la vida, dónde está la felicidad, dónde está el verdadero rostro del ser humano, dónde está la capacidad para lograr que el ser humano dé la vida por el otro y no se enfrente al otro como un enemigo y como alguien que tengo que eliminar de mi vida?

Llevemos y, queridos hermanos, situémonos en esta visita pastoral en la alegría de evangelizar, en una Iglesia que no tiene miedo a los retos actuales de este momento de la historia. Estamos en una época nueva, queridos hermanos, y toda época nueva trae cosas nuevas, y trae formas diversas a veces de vivir, de entender la vida, de manifestarnos, de vivir experiencias diferentes y distintas. Todas las épocas de la historia, aunque esta época quizá con más fuerza porque tenemos más medios para transformar las cosas. Pero no nos tenemos que asustar. Es una Iglesia que no está escondidita, no es una Iglesia refugio, queridos hermanos, esta es la que tuvieron quizá la tentación de vivir los apóstoles en el inicio mismo de la Iglesia cuando estaban reunidos en una estancia con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Esta es la tentación en este momento de la historia de la vida de los hombres: que la Iglesia se cierre, que la Iglesia cierre las puertas por miedo a todas las situaciones diversas, a contagiarnos y no emprender lo que el Señor inició cuando, en medio de ellos –como lo va a hacer hoy el Señor en la inauguración de esta visita pastoral aquí, en este altar, en medio de nosotros– se hace presente, abre las puertas y nos dice: «id por el mundo y anunciad el Evangelio. No tengáis miedo, yo estoy con vosotros siempre».

Es la tentación que siempre tenemos los cristianos, queridos hermanos: el miedo. Por eso, esta visita pastoral quiere provocar también en nosotros la conversión pastoral. Ante un mundo nuevo no vale lo de siempre. Y si vale lo de siempre, guardémoslo. Pero no vale. Habrá que hacer alguna otra cosa. Si las situaciones de los hombres son distintas, habrá que afrontarlas de formas diferentes porque además, queridos hermanos, las medicinas que podemos utilizar son distintas; los modos de comunicación que tenemos que hacer son diferentes. Ha descubierto muchas maneras de comunicarse el ser humano hoy y quizás, también, a pesar de tener muchas maneras de comunicarse, es cuando menos se comunica de verdad, desde dentro, desde la raíz.

Hagamos la conversión pastoral. No vale decir «esto ya lo hicimos». Permitidme queridos hermanos un paréntesis. Yo tenía un párroco en mi tierra, allá en Santander, un hombre extraordinario; yo era un joven universitario pero tenía mucha amistad con él antes de entrar en el seminario, y él tenía un grupo cristiano que tiene un manual para las reuniones –es a nivel de toda la Iglesia universal–,y empezaba este hombre a decirle a aquellas gentes: «bueno, es que el Concilio…», y empezaba a explicarles la Gaudium et Spes de la presencia del cristiano en el mundo; y sale un señor diciendo: «esto ya lo dice el manual nuestro»; y decía mi párroco: «hombre, pues podías haber avisado antes porque no tenían necesidad 2.000 o 3.000 obispos de haberse reunido, se les da el manual y lo practican en todos los sitios». Bueno, hermanos, eso es lo que no vale tampoco para nosotros. «Es que ya lo hicimos…». No. Es un momento nuevo.

Queridos hermanos: mirad, es bueno que estéis todos ¿Entendéis? Pero si miramos, yo desde aquí puedo elegir de 20 años para abajo, puedo elegirlos y no me confundo, los mando salir y entran aquí todos. ¿Quiere decir esto algo malo? No. Quiere decir que los cristianos, si tenemos de verdad algo importante que dar, hay que darlo. Pero hay que darlo con la comunicación que hoy un joven pueda entender. Y hay que darlo escuchando también a esas personas, viendo qué es lo que está y anida en lo más profundo de su corazón. No vale «esto lo hemos hecho siempre». Conversión pastoral. Este es el corazón del Evangelio, queridos hermanos; el Evangelio siempre es nuevo, siempre tiene algo que decir a los hombres, siempre es novedad. Siempre, a través de toda la historia, de 21 siglos de historia, de la presencia de nuestro Señor en el mundo a través de la Iglesia, siempre ha dado algo nuevo.

Por eso, cómo situarnos ante la visita pastoral: en una actitud de conversión, de que quizá tenemos que hacer algo diferente y buscarlo entre todos, y dejarles a los jóvenes también buscarlo. La Iglesia ha de ser siempre una madre como las que estáis aquí, que tenéis el corazón abierto, que no ponéis condiciones a vuestros hijos, que cuando se cierra una puerta o ellos la cierran vosotras abrís la ventana para que entren por donde sea; pero lo importante es que entren, y los buscáis, y hacéis todos los esfuerzos, y os duele cuando, haciendo todos los esfuerzos, no acertáis. A la Iglesia tiene que dolerle el que hoy los que van a hacer el futuro no sepan, no tengan la noticia de Jesucristo nuestro Señor.

A pesar de los avances, queridos hermanos, en la salud, en la educación, en la comunicación, sin embargo hay patologías en este mundo que necesariamente tenemos que salir a ver si la medicina de Cristo, del Evangelio, de la buena noticia, creemos que las puede eliminar. El miedo, la desesperanza, la violencia, la economía que mata, la idolatría del dinero, la exclusión de gente que no nos deja tranquilos y le echamos. Valorar solo lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo superficial, reducir la fe y la Iglesia al ámbito mío privado, yo con Dios.

Queridos hermanos: yo, para rezar, no necesito que me dé permiso ningún presidente de ningún país del mundo. Lo hago y ya está. Pero sí pido que me dejen vivir la fe, y explicitarlo públicamente como los demás explicitan las ideas que tengan. Y es un derecho del ser humano. Donde más se manifiesta la libertad es cuando hay libertad también para expresar lo más hondo que tiene un ser humano: la experiencia de Dios y la cercanía de Dios. Por eso, hermanos, tres cosas os quiero decir esta tarde aparte de esta introducción de cómo situarnos ante la visita pastoral. Estas tres cosas son:

Primera, una visita pastoral que iniciamos con diseño eucarístico. Lo habéis escuchado en la primera lectura que hemos proclamado de la primera carta del apóstol Pablo a los Corintios, y lo veis en cómo estamos situados todos: alrededor de este altar. Queridos hermanos, cuando nos reunimos aquí no estamos divididos en bandos, no estamos cada uno a lo nuestro, no regateamos nada como no lo regatea Dios que, siendo Dios, no solamente no ha tenido a menos hacerse hombre, sino que sigue manifestando su cercanía a nosotros, haciéndose presente en el misterio de la Eucaristía. Los que pasan hambre, los que tienen sed, los que tienen falta de amor, ¿dónde están en nuestra vida?

Quienes nos acercamos al Señor a esta mesa, siempre que nos encontramos con Él hemos de salir a buscar a los que más necesitan. Sentados a la mesa del Señor, alimentados del cuerpo y de la sangre del Señor, Él nos ha dicho «haced esto en memoria mía». Lo habéis escuchado: encontraos conmigo, alimentaos de mí, diseñad vuestra vida desde mi persona, con mi persona, en mi persona. Y el diseño de la vida del Señor tiene que ser el diseño de la entrega, de búsqueda del otro, de seguir a todos, no a un grupo, no a los que piensan como yo; a todos. Todos son mis hermanos. En esta mesa se descubre que todo el que viene a este mundo es hermano nuestro si participamos en esta mesa, si comulgamos con el Señor que dio la vida por todos los hombres, también por nosotros. Quizá nos podamos preguntar ¿pero yo por un enemigo también, por alguien que está para darme, para cascarme, también? También, queridos hermanos. Es duro y a veces no aguantamos, pero el Señor dio la vida por todos y un cristiano, si no descubre esto y convierte el cristianismo en una ideología, no en una experiencia viva, en una manera de ser y de estar en el mundo que es la que nos enseña Jesucristo y nos traslada a Jesucristo cada vez que celebramos la Eucaristía aquí en este altar, no es cristiano, será un adoctrinado. ¿Eso quiere decir que no tengamos ideas? Claro que las tenemos, todos, y claro que nos van más unas que otras. Claro. Pero a la hora de actuar, alguien que está tirado, aunque no sea de mis ideas, es mi hermano; y si no está tirado también, aunque esté sentado como yo.

Queridos hermanos: una visita pastoral que yo quisiera que tuviera un diseño eucarístico. Queridos hermanos sacerdotes, esto es lo que tenemos que mostrar nosotros también. Sois distintos, tenéis formas y maneras incluso de vivir y de hacer la pastoral diferente, pero ni el cura de al lado es mi enemigo, ni el cura de al lado es mi competencia, porque no somos una organización de venta de no sé qué cosas: somos discípulos de Cristo que nos reunimos en torno a la mesa del Señor, y quien hace de Jesucristo. Quien ha dado la vida y prestado la vida para hacer de Cristo, las veces de Cristo, como vosotros, manifiesta y hace descubrir a todos que la centralidad de la Eucaristía es esencial. Y, queridos hermanos, todas las épocas nuevas que han comenzado en esta historia, en estos 21 siglos de vida cristiana, todas, la centralidad de la Eucaristía ha sido fundamental para la renovación de los cristianos, para afrontar la nueva época, para diseñar la acción cristiana desde la eucaristía.

En segundo lugar, una visita pastoral que va a ser para constatar la salud del corazón de esta vicaría, queridos hermanos, la salud del corazón. ¿Os habéis dado cuenta de la belleza y la fuerza que tiene esta página del Evangelio que acabamos de proclamar? Jesús entró en Cafarnaúm, habló a otra gente, marchó y entró en Cafarnaúm. Jesús quiere entrar en Madrid, quiere entrar en las calles, en las casas, en vuestro corazón. Quiere entrar en la vida de los hombres. Y ¿cómo quiere entrar Jesús? Fijaos bien qué bonita es la explicación que nos da el Evangelio: hubo un centurión, un soldado romano que naturalmente tenía otros dioses, que había oído hablar de Jesús; un soldado romano preocupado por un criado que tenía enfermo, es decir, un esclavo, preocupado. ¿Cómo no vamos a estar preocupados nosotros? ¿Cuál es la salud del corazón? ¿Somos servidores? ¿Necesitamos de Jesús? Era un criado a quien él estimaba mucho, y al oír hablar de Jesús él les dice a los ancianos judíos que a ver si pueden intervenir para que Jesús vaya a curar a su criado; hasta busca recomendaciones, queridos hermanos, con tal de curar a alguien. Qué bonito es esto.

Una visita pastoral que tiene un diseño para constatar la salud de nuestro corazón. Buscamos a los más pobres, buscamos a los que más necesitan, buscamos la fraternidad en las familias, buscamos el poder acompañar a la gente con todas las consecuencias, buscamos a los ancianos para que no estén solos. Buscamos la sabiduría del más mayor por la vida que tiene. El anciano es un tesoro, queridos hermanos. No es alguien que apartamos: es un tesoro porque tiene la sabiduría de la experiencia. Pero tesoro es el que inicia la vida, el niño ¿Cómo nos ocupamos de él? ¿Les damos solamente cosas, o les damos esa medicina que agranda el corazón y que hace el corazón grande, tan grande, que caben todos los hombres, y nos preocupamos porque sepan de Jesucristo, sepan qué médico agranda el corazón? Queridos hermanos. De aquel soldado que se presentó a Jesús decían los ancianos: merece que se lo concedas, tiene afecto a nuestro pueblo, nos ha construido la sinagoga. Y Jesús no estaba lejos de la casa, y quería ir detrás del centurión, pero aquel centurión responde de otra manera.

Queridos hermanos. Una visita pastoral para constatar la salud del corazón de la Iglesia, cómo está ese corazón. ¿Es una Iglesia que siente, que escucha, que va en búsqueda de los hombres, que no molesta –al contrario–, que es contagiosa porque provoca en quien no cree «yo como este, si es lo más bonito que hay: vivir para los demás y no para uno mismo»? Una Iglesia provocadora no por insultar a los demás, queridos hermanos, que eso no hace nada; eso diseña una Iglesia estúpida, no la de Jesucristo. La Iglesia de Jesús es una Iglesia que atrae; es como Jesús cuando se encontró con los discípulos de Emaús que iban por el camino desalentados, desorientados, desencantados, y entraron en tal conversación con el Señor que se sintieron tan a gusto que, cuando el Señor se iba a marchar, le dijeron «quédate con nosotros, que atardece». No les importaba el atardecer, les importaba que se quedase con ellos. Esta es la Iglesia de Jesús. Tiene que provocar en este mundo eso de: oye, quedaos, quedaos, yo no creo como tú pero no me estorbas; quédate, eres un bien.

Y, en tercer lugar, una visita pastoral que promueve la fe y la confianza en Cristo, como lo promovió nuestro Señor con aquel hombre. No estaba lejos de la casa y le dijo aquel hombre, aquel centurión: Señor, no te molestes, no soy yo quién para que entres en mi techo; dilo de palabra, que se cure, y mi criado quedará sano. Vivir en fe y vivir en confianza en Dios.

Pues, queridos hermanos, que todos nosotros en esta visita pastoral que hoy abrimos en esta vicaría V seamos capaces de vivirla desde estas tres realidades que os he dicho: con diseño eucarístico la visita, constatando la salud del corazón de la comunidad cristiana, de la vida cristiana, y promoviendo la fe y la confianza en nuestro Señor Jesucristo. Y no tengáis miedo. No tengáis miedo, queridos hermanos. Hacerlo. No tengáis miedo en ser cristianos. Pensando en vosotros esta mañana, me decía: y ¿qué digo yo el próximo jueves en esa carta pastoral que os escribo todos y que aparece en Alfa y Omega? ¿Qué os digo yo? ¿Qué digo a los cristianos de Madrid? Y pensando en vosotros la he titulado «Ánimo, soy yo. No tengáis miedo». Estáis viendo ahora mismo en la Iglesia que si abusos, que si no sé qué pecados graves... Pero, hermanos, la Iglesia es de Cristo. Y junto a esto recordad que los discípulos primeros iban en la barca y en una tormenta parecía que se hundían, y hasta que el Señor no entró en la barca y vino la bonanza aquellos hombres tenían más miedo que vergüenza. Como lo tenemos nosotros en estos momentos. Y el Señor viene, y entra, y lo que dice es que le dejemos entrar en la Iglesia, que no es un visitante, que Él es el que ha diseñado la Iglesia, que Él es el que nos ha llamado a nosotros. Dejemos que entre, que nos dé su luz, que seamos capaces de reconocer que lo que hemos hecho mal, mal está, y muy mal, y si perjudica a los demás mucho peor está; pero tengamos la confianza de que la Iglesia es de Jesucristo. No es algo que hayamos hecho los hombres. Y ha contado no con ángeles sino con pecadores, para que se manifieste en este mundo ya que la huella de Dios, que la obra de Dios, que el corazón de Dios es mucho más grande que el corazón de los hombres, y que necesitamos a Dios.

Vamos a recibir así a Jesús, queridos hermanos. Vamos a comenzar con la primera parte de mi homilía: la centralidad de la Eucaristía, que ha de ser el centro de mi vida y de la vuestra. Jesucristo nuestro Señor y su santísima madre, que nos acompaña y que nos dice permanentemente: haced lo que Él os diga. Hacedlo. Cumplid su Palabra.

Que así sea, hermanos.

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