Homilías

Miércoles, 19 septiembre 2018 12:49

Homilía Carlos Osoro en la Misa de inauguración de la visita pastoral a la Vicaría VIII (14-09-2018)

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Querido don Juan Antonio, obispo. Querido Ángel, vicario episcopal de esta Vicaría en la que comenzamos la visita pastoral en nuestra archidiócesis. Vamos a hacerla en las Vicarías V, VI, VII y VIII; pero empezamos hoy por primera vez aquí.

Queridos vicarios episcopales, vicario judicial, vicario de Salud integral. Queridos arciprestes de los siete arciprestazgos que forman esta Vicaría. Querido don Javier, párroco de esta comunidad. Hermanos sacerdotes todos. Queridos miembros de la vida vonsagrada. Hermanos y hermanas todos en el Señor.

«No olvidéis las acciones del Señor» (Salmo 77). Esto es precisamente lo que nosotros queremos intentar hacer también en esta visita pastoral. La visita pastoral es el momento más bello y más hermoso del pastor, del obispo; es en definitiva afirmar y mostrar que el Señor no se olvida de nadie. No se olvida de nosotros, que somos cristianos y que tenemos la misión de anunciar el Evangelio, y de decir a los hombres, a todos los hombres, con nuestra propia vida y también con nuestras propias palabras, quién es nuestro Señor Jesucristo. Pero también tenemos la misión de ser cada día cristianos, con más soltura, con más fidelidad.

Después de escuchar la palabra del Señor que hemos proclamado, en este día en el que celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, quería deciros fundamentalmente tres cosas al iniciar esta visita pastoral. Primero, diseñaros el marco en el que me gustaría situar la visita pastoral, no por gusto personal, sino el marco en el que la Iglesia desea y quiere que situemos también nuestra acción evangelizadora como Iglesia de Jesucristo. En segundo lugar, no solamente el marco en el que realizamos la visita pastoral, sino veamos cómo hacemos los cristianos de este mundo un cielo. El cielo presente en la tierra. Vamos a intentarlo. No es un sueño. Lo podemos hacer, porque la fuerza y el poder es de Jesucristo. Y, en tercer lugar, para hacerlo utilicemos las armas que nos dio el Señor para transformar la vida y la historia. Esto es en definitiva, lo que la Palabra de Dios, que hemos proclamado, nos dice y nos hace situarnos.

No olvidemos nunca, queridos hermanos, este marco en el que, como nos decía el salmo que hemos recitado juntos, no podemos olvidar las acciones del Señor. Escuchemos. Escuchemos a Dios que nos habla. Escuchemos a los hombres que nos hablan también. Inclinemos el oído. Volvamos nuestra vida a Dios. Acordémonos de este Dios que es roca que salva. Queridos hermanos: la respuesta de Dios siempre es clara. Nos lo ha revelado Jesucristo. Es una respuesta que perdona, que destruye todo aquello que nos corrompe a los hombres cuando lo aceptamos en nuestra vida.

El marco de la visita pastoral, sí queridos hermanos, es el marco de unos hombres y mujeres que formamos parte de la Iglesia, que sentimos la alegría de que esta Iglesia puede renovar; no solamente la vida personal, sino la vida colectiva se puede renovar y cambiar, porque la alegría del Evangelio viene también de la alegría de hacerlo presente, también de darlo a conocer.

Queridos hermanos: la situación de este mundo ciertamente ha cambiado. Aquí estáis personas de edades distintas. Sois personas mayores que quizás habéis conocido otros momentos en los que la Iglesia ha hecho la visita pastoral, en un marco en el que prácticamente todo el mundo se declaraba cristiano. Y era cristiano. Y era indiscutible. Parecía indiscutible ser otra cosa distinta. El marco en el que estamos en estos momentos es un marco misionero. ¿Por qué? Porque no todos se declaran de la misma manera. Porque incluso la gente que vive a nuestro alrededor, en nuestra propia escalera, son personas diferentes, que necesitan también que se anuncie el Evangelio no solamente con palabras, sino con nuestra propia vida. Por tanto, esto no se puede hacer sin la alegría que se renueva permanentemente en el encuentro con nuestro Señor. Y se comunica precisamente porque tenemos ese encuentro. Y consideramos que en ese encuentro nosotros recibimos lo más grande que un ser humano puede recibir, que es saber quién soy yo. Y quién es Dios.  El Dios en quien creemos no es un Dios que se desentiende de nosotros: es un Dios que nos ama.

Preciosas han sido las palabras de la carta a los Filipenses. Os habéis dado cuenta perfectamente: una maravilla. Estas palabras: siendo Dios, bajó, se comunicó, se estableció, se despojó, y vino con nosotros. Se hizo siervo, servidor de todos, para que hagamos nosotros lo mismo. Queridos hermanos: la alegría que se renueva, que se comunica, o lo hacemos con el diseño que Jesucristo nuestro Señor nos enseña, o no merece la pena ser cristianos. Si. Desde nuestra condición, sí somos pecadores – claro que lo somos -, el Señor no lo es, pero nosotros sí lo somos; pero sabiendo que la gracia y abundancia de la verdad y de la vida, cuando nos abrimos al Señor, la tenemos en nuestra vida, y la podemos comunicar a los demás.

Por otra parte, queridos hermanos, el marco de la visita pastoral, tiene que ser el que nos propone ya hace muchos años el Concilio Vaticano II. No olvidéis nunca las grandes Constituciones que nos deja el Concilio Vaticano II. Ahí está el marco en el que yo quisiera situar también esta visita pastoral. El marco de una Iglesia que sale; que sale al encuentro de los hombres; que no ve solamente las dificultades; que no se asusta ante los cambios que existen, sino que sale. Esta Iglesia, que ella misma es diseño de Jesucristo. Somos diseño de Jesucristo. Y el Señor se encarga de darnos todo lo que necesitamos para salir a todos los caminos donde estén los seres humanos, para decirles: toma la verdad, toma la vida, toma el camino, ten metas, ten dirección. Y haciéndolo, queridos hermanos, desde el corazón de Evangelio. El corazón del Evangelio es Jesucristo nuestro Señor. Por muchas metodologías que tengamos, queridos hermanos, por muchas que tengamos… si no entramos en el corazón del Evangelio, no haremos nada. Y el corazón del Evangelio es Jesucristo mismo. Y Jesucristo, cuando le tenemos en nuestra vida y entramos en ese corazón, nos mueve, nos alienta, nos hace salir de nosotros mismos, nos hace abandonar lo malo, despojarnos de nosotros, llenarnos de Dios, hacernos siervos, servidores de los hombres. El hombre de Dios estaba muerto en la Cruz. Él escuchó a Dios. Él dio la vida por amor, gastó la vida por amor a los hombres. Y Él quiere que la Iglesia haga lo mismo.

Queridos hermanos: por tanto, necesitamos también una conversión. Una conversión. No vale decir más de lo mismo... Si la situación ha cambiado, tendremos que salir de otras maneras. Mirad: el que no oye, se va a comprar un aparato... Antiguamente esto no existía. Y hace pocos años, no hace muchos años, quizás en las ciudades sí, pero en las aldeas todo estaba olvidado, se quedaban sin oír para toda la vida. Es verdad que es un ejemplo simple, pero también es verdad que las situaciones van cambiando. Y la versión de nuestra vida, y la versión de nuestra presencia como Iglesia en medio del mundo, tiene que cambiar también, porque tiene que responder a las situaciones reales de los hombres. No a las que a mí me gustaría que tuviesen los hombres. Esa no es la Iglesia de Jesucristo: es un retrato falso de la Iglesia de Jesucristo. El retrato de la Iglesia de Jesús es el que toma del mismo Señor, que sale a los caminos, que va en búsqueda de los hombres, que muestra el rostro queriendo a los hombres; vino a los hombres, no les reprimió; los amó, les quiso, dio la vida por ellos, se hizo creíble ante los hombres por el amor que les tenía.

Por tanto, queridos hermanos, seamos miembros de una Iglesia madre. Qué bien lo decía el Papa Juan XXIII, cuando inauguraba el Concilio: «ha llegado el momento, ante los cambios que existen en el mundo, que la Iglesia tiene que dejar de ser madrastra, y ser madre». Y una madre, estáis aquí muchas madres, sabéis lo que hace: a veces vuestros hijos no os entienden, y sufrís, pero no los abandonáis, y salís en su búsqueda, y les servís una y otra vez, y les abrís la puerta. Esta es la Iglesia de Jesús. En este marco quisiera situar también la visita pastoral. El marco de una Iglesia que, como os digo en la Carta Pastoral del inicio de este año, en la que hablo precisamente «como María, discípulos misioneros de Jesucristo». Pensemos junto a María cómo es un discípulo, lleno de Dios como ella, que sale al camino aunque sea pedregoso, que hace preguntarse a quien se encuentra  por el camino algo, incluso a un niño que no ha nacido le hace saltar de gozo; y en una mujer anciana, que sabe que solo lo que le ha sucedido es posible para Dios, es capaz de provocar ese grito: «bendita tú que has creído lo que ha dicho el Señor». Este es el marco. Estos son los cristianos que necesitamos, queridos hermanos; hombres y mujeres que al verlos otros digan: benditos estos que han creído lo que dice el Señor, se lo creen de la verdad. Yo, como ellos. Yo, al lado de ellos.

Por otra parte, salen también como María; cantando; cantando un cántico nuevo; proclamando la grandeza de Dios. Un Dios que además se manifiesta por las obras a través de nosotros. Que hace. Que las hace, si nos dejamos ser ese cauce en el que nuestro Señor quiere mostrar su rostro. Exactamente igual fueron las palabras de Pablo VI, cuando cerraba el Concilio Vaticano II. Las mismas palabras, queridos hermanos. Es necesario que la Iglesia se acerque a los hombres, en las condiciones que estén, pero llena de Dios.

Pablo VI va a ser canonizado en estos próximos días. Pero lo mismo nos dice el Papa Francisco. Hagamos la visita pastoral en el marco también existencial que nos regala la Evangelii Gaudium. Una Iglesia que sale, que sale convertida, que se encuentra con Cristo; una Iglesia que siente la alegría de anunciar el Evangelio, que no está llorando por todas las esquinas diciendo: qué mal está esto; esto ha cambiado… No… Porque sabe que lo que tiene es un tesoro impresionante, que lo necesitan los hombres para vivir, y por tanto no vamos con rebajas: llevamos la persona de Jesucristo, nuestro Señor.

En este marco, queridos hermanos, nos situamos. Es el marco de una Iglesia de corazón abierto, que nos recibió a todos nosotros; lo primero que nos entregó fue la vida en nuestro Señor Jesucristo, por el Bautismo. Sí. Esta es la Iglesia de Jesús, que no se cierra a nada. En este marco realicemos la visita pastoral. Hagamos de este mundo un cielo en la tierra. ¿Habéis visto a Nicodemo? ¿Lo habéis visto? «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre» (Juan 3, 13-17). Este Hijo del hombre que ha bajado del cielo os dice cómo tenéis que hacer de este mundo un cielo. Qué maravilla, queridos hermanos…

Hay una página del Evangelio de san Marcos (10,17-27) que es preciosa. Es aquel hombre rico que va donde Jesús, y le dice: Señor ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?: guardar los mandamientos… Eso lo he hecho ya… Vende lo que tienes, dáselo a los pobres… Y aquel hombre se retiró, se marchó. Queridos hermanos, esta página del Evangelio es la que muchas veces hago yo también –no quiero poneros a vosotros-, porque ponerse absolutamente en manos de Dios, con todas las consecuencias, no es fácil. Es fácil cumplir normas. Aquel hombre iba buscando… He cumplido los mandamientos, normas… Pero no tenía el corazón totalmente abierto a los hombres. A todos. Sígueme. Da la vida como yo. Hagamos de este mundo un cielo. Nicodemo representa a ese hombre, que necesita del cielo, pero que se presenta en la noche porque le da vergüenza presentarse durante el día donde el Señor. «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre» (Juan 3, 13-17).

Queridos hermanos: en tercer lugar, utilicemos siempre, aprendamos en esta visita a utilizar, y a sacar y a limpiar las armas que nos dio el Señor, para transformar la vida y la historia. Lo habéis escuchado en el Evangelio que hemos proclamado. Sí: el Hijo del hombre tiene que ser elevado… Como nosotros. Hoy celebramos la Santa Cruz. Tiene que ser elevado, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna, y la manifiesta ya aquí en este mundo.

Al terminar, os digo: creed, queridos hermanos. Creed. Qué bonito es el texto del libro de los Números (21, 4b-9), cuando el pueblo estaba extenuado, y empezó a hablar contra Dios. A veces la historia se repite. La historia se va repitiendo. Este Dios de que vale, y… el Señor envió serpientes – nos dice el texto -  que mordían a muchos. Queridos hermanos: ¿no nos pasará en nuestra historia esto también ahora, que nos muerde la envidia, el egoísmo, la mentira, la falsedad?. Creéis que estamos en una sociedad… ¿Qué estamos creando? ¿Estamos uniéndonos para sacar adelante todo esto? ¿O estamos dividiéndonos para ver quién puede más y quién manda más? ¿Estamos para que el ser humano cada día se embellezca más y su vida se parezca más a la que Dios quiere, con la dignidad que le ha dado? ¿Oestamos para estorbar y hacer ver qué grupo…, quién manda?. El pueblo extenuado. Pero Dios no abandona al hombre. Como no nos abandona a nosotros, queridos hermanos.

Él se pone en el centro. Creamos en Él. Ponerlo en el centro. Cristo en el centro. Ese arma es fundamental. Cristo en el centro, por encima de todas las cosas. Otra arma es su amor. Nos lo dice el Evangelio (Juan 3, 13-17): «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo». Le entregó para mostrarnos el amor de Dios: cómo Dios abraza a los hombres, cómo Dios quiere a los hombres. Pero, queridos hermanos, le vemos en la Cruz, cuando al lado de la Cruz hay gente protestando, insultando, riéndose de Él. «Baja de la Cruz». Y Él diciendo: «perdónales, no saben lo que hacen». Tanto amó Dios al mundo.

Amar. Utilicemos armas. La fe. Creed. Y vivir en esperanza. Vivir en esperanza. Dios no mandó a su Hijo para condenar, sino que lo mandó para que el mundo se salve. Dios no nos quiere en la Iglesia para que empecemos a decir: qué malos son estos. No… Dios quiere a la Iglesia para que muestre la salvación: dónde está el camino, dónde está la vida, dónde está la alegría, dónde se agranda el corazón. Se agranda un corazón doónde entran todos los hombres. Sea quien sea.

En este marco, hermanos, quisiera que situaseis la visita pastoral. Y no lo hagáis en el «corralito». Estáis aquí reunidos los siete arciprestazgos, y los siete arciprestes. Tengamos una visión de arciprestazgo en la visita pastoral. El futuro no se diseña en el «corralito». Es que así se ha hecho siempre… Bueno… Pero a lo mejor ahora no hay que hacerlo así. El futuro no se diseña en el «corralito». Tenemos que saber intercambiar, y saber trabajar, y saber… Dentro del arciprestazgo… Los jóvenes… Es decir, que haya dedicaciones. No todo el mundo vale para todo. Pero el Señor no ha dado dones a la Iglesia para que sirvamos a todos. No tengamos la tentación: yo en mi «corralito». Mira, tú en el «corralito» no haces la Iglesia católica. Harás otra iglesia, pero no la Católica. Los corralitos no son de la Iglesia Católica.

Queridos hermanos: yo os invito a que hagamos en este marco. Tengamos el arciprestazgo como esa unidad pastoral desde la que programamos, diseñamos, nos vemos. Y eso no quiere decir que no vayamos a ver las comunidades reales. Pero hay que hacerlo desde este marco. Con la visión que la Iglesia nos pide. En tiempos de no misión, pues bueno, lo que sea, porque todo el mundo es cristiano. En tiempos de misión, queridos hermanos, hay que tener lugares más amplios ¿Por qué? Porque se trata de llegar a más gente. No se trata solamente de que los cristianos juntos estemos en grupito, se trata de que todos juntos salgamos a anunciar a Jesucristo.

Yo quisiera que vieseis y viviéseis el marco de la visita pastoral en el arciprestazgo. Habrá visitas naturalmente a las parroquias. A cada arroquia. Pero veamos cómo podemos trabajar juntos en la catequesis, en el mundo de los jóvenes, en el mundo de los ancianos, en las familias, la iglesia doméstica… la iglesia doméstica…

Hagamos de este mundo cielo. Y utilicemos las armas que Jesús hoy nos da en esta fiesta de la Santa Cruz: creamos, amemos, y mantengamos la esperanza. Un cristiano sin esperanza no es cristiano; tendrá ideas cristianas, pero no es cristiano. Será otra cosa.

Que Jesucristo nuestro Señor, que se va a hacer presente aquí en el altar dentro de un momento, nos ayude a vivir este momento de Dios. La visita pastoral siempre es un momento singular de la vida de la Iglesia. Es el pastor que se acerca. Y somos cristianos que se pastorean los unos a los otros, y vamos descubriendo entre todos cómo tenemos que caminar, hacía dónde tenemos que apuntar, cuáles son aquellas actividades y acciones que tenemos que desarrollar más.

Sintamos que la comunión no es una palabra. La comunión en la Iglesia no es una palabra: ha de ser una realidad que se expresa, que se contagia, que se dice, que se manifiesta…Y en este momento de la visita pastoral es necesario hacerlo porque no hay misión sin comunión. No existe misión… Será simpático, haremos cosas buenas… pero no hay misión cristiana. Comunión y misión van unidas. Y poderlo expresar en el arciprestazgo es una gracia del Señor.

Que el Señor os bendiga siempre y os guarde. Y que hagamos visible y posible esta Palabra de Dios que hemos proclamado en este día en el que iniciamos en esta Vicaría VIII la visita pastoral.

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