Homilías

Martes, 09 octubre 2018 11:04

Homilía Carlos Osoro en la Misa de inauguración del curso académico en la Universidad Eclesiástica San Dámaso (01-10-2018)

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Queridos hermanos arzobispos: arzobispo de Oviedo, arzobispo castrense. Queridos hermanos de nuestra Provincia Eclesiástica: obispo de Alcalá y obispo de Getafe. Queridos obispos de Cádiz, de Lugo. Obispos auxiliares de Madrid y de Getafe. Queridos hermanos sacerdotes. Permitidme que haga un saludo muy especial a nuestro rector magnífico, Javier Prades, y a todos los decanos de las diversas facultades y, por tanto, autoridades de la Universidad. Profesores. Hermanos todos.

Queridas autoridades: rector de San Pablo CEU, presidenta de la Universidad católica de Ávila y rectora. Representantes de la Fundación Madrid Vivo. Director de Asuntos Públicos de Telefónica. Autoridades civiles, religiosas.

Queridos alumnos de la Universidad. Queridos seminaristas de nuestro seminario metropolitano, y seminaristas de las otras diócesis.

Hermanos todos en nuestro Señor Jesucristo.

El Señor es grande siempre con nosotros. Y nos da lo que en cada momento necesitamos. Y, en este momento que estamos viviendo de inauguración del curso de nuestra Universidad Eclesiástica de San Dámaso, necesitamos escuchar del Señor lo que acabamos de cantar también y de decir en el salmo 16 que hemos cantado y recitado juntos: «inclina el oído, escucha mis palabras».

Qué grande es el Señor cuando nos pide que estemos escuchando, atendiendo, prestando el oído a quien sabemos que no nos engaña, a quien sabemos que nos dice la verdad y lo que necesitamos en cada momento. Qué confesión más bella es la que podemos hacer nosotros también con el salmista cuando decimos: Señor, que miremos tu rectitud, que tú sondees nuestro corazón, que entres de lleno en nuestro corazón, que le visites también cuando estamos en el anochecer, que nos pruebes en las diversas circunstancias en que tenemos que dar razón de ti, que purifiques nuestra vida y no encuentres malicia en nuestro corazón. Y el Señor termina moviéndonos a hacer una oración de confianza absoluta en Él: cuando te invoco, Señor, tú siempre me respondes. Como lo hace esta tarde en la Palabra de Dios que acabamos de escuchar y proclamar. Nos respondes e inclinas tu oído para escucharnos. Qué maravillas muestras con tu misericordia. Tú, Señor, eres nuestro refugio, y a ti queremos acudir en este inicio de curso en nuestra Universidad.

Quisiera deciros, después de escuchar la Palabra del Señor, en primer lugar que una Universidad Eclesiástica como la nuestra quiere entregar la sabiduría de Dios. En segundo lugar, una Universidad Eclesiástica quiere mostrar la sabiduría de Dios. Y, en tercer lugar, una Universidad Eclesiástica –en este caso, la nuestra– quiere hacer vivir siempre desde la sabiduría de Dios.

La Palabra que el Señor nos ha regalado es grande para nosotros. Porque es verdad: quiere entregarnos su sabiduría a través de este relato que el Señor, en la primera lectura del libro de Job, nos ha hecho. Cuando entra en conversación con los ángeles, y entre ellos también llegó Satanás, nos dice el texto. Y le preguntó el Señor de dónde venía. Y él había visto a Job. El Señor se lo dijo también: te has fijado en Job; no hay otro como él: justo, honrado, paciente, que además no aparta la mirada de mí, siempre está junto a mí, y no vive de sus fuerzas sino que vive de mi fuerza, de mi gracia. Pues, queridos hermanos, esto ha de ser lo que quiere entregar nuestra Universidad: la sabiduría de Dios que acompañó a Job toda la vida, las pruebas que tuvo: se quedó sin nada, sin bienes, casi sin amigos porque se reían de él, y le decían que ese Dios en quien él se fiaba y creía y asumía su sabiduría le estaba de alguna forma engañando. Sin embargo, Job tuvo esa expresión clara, clara, de un hombre de Dios, de un hombre que vive de la sabiduría de Dios: desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él; el Señor me ha dado todo, y el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor. Job no protestó contra Dios, porque tenía la sabiduría. Y la tenía en su existencia de que Dios nunca, nunca, nunca abandona al ser humano. Y que esa sabiduría es la que nos hace permanecer como Dios nos ha puesto en esta tierra: erguidos, con capacidad para mirar todas las cosas que existen y darlas el sentido que tienen, y el sentido por las que el Señor las ha puesto, las ha creado y puesto en manos de los hombres. Ojalá que este curso que comenzamos en nuestra Universidad sea para entregar esta sabiduría de Dios desde las diversas facultades y desde las diversas ciencias que se explican en nuestra Universidad.

En segundo lugar, quiere también transmitir la sabiduría de Dios. Darla de primera mano. Qué importante es recordar esa primera parte del Evangelio que hemos proclamado, donde el Señor coge a un niño y dice: el que acoge a este en mi nombre, me acoge a mí; el más pequeño de vosotros, es el más importante. Fijaos: en el mundo antiguo, el niño no tenía valor; en el mundo pagano, un niño que nacía con alguna deficiencia, o sin ninguna, lo tiraban según la cultura: unos desde un monte, otros desde otros lugares. No tenía valor. Y precisamente el Señor coge ese ejemplo: el niño, el que para vosotros no tiene valor –diría el Señor, que lo acoge- es el más pequeño de vosotros, es el más importante. Entregad la sabiduría de Dios.

Santa Teresa del Niño Jesús nos dice unas palabras muy bellas: no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores. Que la Iglesia consta de diversos miembros, y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano, esto es cierto; pero encontré –dice santa Teresa– esta consoladora exhortación, recogida del apóstol san Pablo: ambicionad los carismas mejores, y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Entiendo –decía ella– que solo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia, y que si falta el amor ni los apóstoles anunciarán el Evangelio, ni los mártires derramarían la sangre. Y reconocí claramente, y me convencí, de que el amor encierra en sí todas las vocaciones. Y termina la santa diciendo: y por fin he encontrado mi vocación. Mi vocación es el amor.

La verdadera sabiduría, queridos hermanos. Solo el que tiene el amor de Dios en su corazón y en su vida; el que ha acogido ese regalo que el Señor nos hace y nos hizo desde nuestro bautismo, cuando nos dio su vida, es el que es capaz de valorar al más pequeño. Y esta es la gran sabiduría que tenemos que transmitir también desde nuestra Universidad. No solamente conocimientos, que es bueno, y que nos hacen alcanzar incluso cotas en la vida civil pues quizá de poder. Que no es malo tener conocimientos. Pero si esos conocimientos no van avalados por el verdadero conocimiento, por la verdadera sabiduría, que es la que santa Teresa del Niño Jesús nos da -me convencí de que el amor encierra toda las vocaciones-, y donde ella encontró su vocación -el entregar la sabiduría misma de Dios, que es su amor-, sin esto, de nada nos sirve una Universidad.

Y, en tercer lugar queridos hermanos, una Universidad Eclesiástica, la nuestra, que quiere hacer visible desde la sabiduría de Dios esa sabiduría en obras. Habéis escuchado la segunda parte del Evangelio: «hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir». Son preciosas esas palabras. Y es maravillosa la respuesta de Jesús: no se lo impidáis. Lo que importa es que el bien sea hecho. El sectarismo, la intolerancia, no tienen sentido ni sitio en la comunidad cristiana, y no pueden tener sitio en una Universidad de la Iglesia.

Estas palabras de Jesús, las que nos acaba de decir el Evangelio en la segunda parte, son una invitación a la tolerancia, al respeto, a la alegría por el bien. Lo haga quien lo haga. La exclusión es sectaria siempre. La pretensión de monopolizar el bien siempre es mala. La verdad es la actitud que no es extraña a Jesús. Y la verdad es que el hombre es imagen y semejanza de Dios.

Queridos hermanos: liberad de las esclavitudes. Liberadnos de todo aquello que deshumaniza. Echar demonios es luchar contra el mal, contra todo aquello que impide una vida plena. Todos los que de alguna manera trabajen por el crecimiento y la liberación de la vida del ser humano están con nosotros, nos dice Jesús. Los cristianos, lejos de creernos portadores únicos de la salvación, estamos llamados a acoger con gozo esa corriente de vida que se abre camino en la historia de la humanidad; no solo en la Iglesia, sino también en todos los ámbitos de la cultura, y de tantos y tantos movimientos solidarios en nuestra sociedad.

Queridos hermanos: no se lo impidáis. El que no está contra vosotros, está a favor vuestro. La agresividad, la violencia, las descalificaciones destructivas, las guerras… son un escándalo en nuestra sociedad. Ese sí que es escándalo. El mayor escándalo es la experiencia de tantos y tantos hombres y mujeres que viven y se les ha robado la dignidad. Se les está matando. Jesús nos dice que toda actividad, todo camino, todo deseo que pone en peligro nuestro propio crecimiento y el de los otros, hay que suprimirlo. Por eso, el Señor nos invita con estas palabras a ser radicales. Porque lo que está en juego es entrar en la Vida, con mayúsculas. El Evangelio que hemos proclamado hoy es, queridos hermanos, una llamada clara a la radicalidad del seguimiento de Jesús. Por eso, como os decía hace un instante, una Universidad como la nuestra quiere hacer vivir. Vivir desde la sabiduría de Dios. Desde la radicalidad del seguimiento de Cristo. Sí. Nos lo dice el Señor: el que no está contra vosotros, está a favor vuestro.

Queridos hermanos y hermanas: Jesucristo viene junto a nosotros. El mismo que ha pronunciado estas palabras, el mismo que hoy nos regala estos deseos para nuestra Universidad, se acerca a nuestra vida para decirnos que entremos en esa sabiduría verdadera que es la que Él nos quiere entregar. Como la acogió Job. Que entremos también y enseñemos esa sabiduría de Dios, que es valorar al más pequeño, que es más grande en el Reino de los cielos. Entremos a vivir desde esa sabiduría de Dios que, como nos decía santa Teresa del Niño Jesús, encierra en sí todas las vocaciones porque, al fin y al cabo, es vivir y mostrar con obras y palabras el amor de Dios.

Que este año sea una bendición grande del Señor para hacer realidad esta Palabra que hoy nos ha regalado, en esta fiesta de santa Teresa del Niño Jesús. Que la hagamos verdad en nuestra Universidad. Amén.

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