Homilías

Martes, 02 octubre 2018 09:07

Homilía Carlos Osoro en la Misa del 50 aniversario de la Comunidad Sant'Egidio (30-09-2018)

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Queridos hermanos y hermanas todos.

Hoy nos reunimos por un acontecimiento muy especial, para celebrar los 50 años de la presencia de la Comunidad. Quiero dar gracias a Dios, especialmente, por su presencia en Madrid. Cuánto he tenido que recorrer para poder encontrarme la Comunidad en una diócesis a las que he servido como obispo durante toda mi vida.

¡Qué bien ha sabido la Comunidad desde el inicio descubrir que no hay modo mejor de dar gracias que festejando su Palabra, que fue la que impulsó a la Comunidad de Sant’Egidio desde el principio! El Papa Francisco, en su carta apostólica Misericordia et misera, nos manifiesta con claridad la importancia de la Palabra de Dios en nuestra vida: «Por medio de la Sagrada Escritura que se mantiene viva gracias a la fe de la Iglesia, el Señor continúa hablando a su Esposa y le indica los caminos a seguir, para que el Evangelio de la salvación llegue a todos. Deseo que la Palabra de Dios se celebre, se conozca y se difunda cada vez más, para que nos ayude a comprender mejor el misterio del amor que brota de esta fuente de misericordia» (n. 7).

El canto que hace unos instantes, como introducción a esta celebración, hemos cantado, nos recordaba tareas esenciales que Dios quiere para todos los hombres y que desea que, quienes nos decimos sus discípulos, las hagamos realidad: ¿tienes alguna rencilla? Antes de venir a la asamblea, vuélvete atrás, pide la paz a aquel que está reñido contigo. ¿Haces distinciones por la vestimenta de quienes vienen a la asamblea? ¿Si va bien vestido lo pones delante y si va mal lo sitúas al final? Recuerda y has de saber que son los pobres los amigos de Dios. No hablemos en vano. Todo es vano excepto Dios y dejarnos dirigir por su Palabra. No te dejes engañar por el corazón. ¿A veces cansado? ¿A veces decepcionado? Ponte a la mesa del Señor y descansarás en su mesa, en su presencia, comiendo con Él, alimentándote de Él… Pues has de saber que somos siervos inútiles. Así nos reunimos esta mañana, al celebrar los 50 años de la presencia de la Comunidad de Sant´Egidio.

Por otra parte, el salmo 18, que mientras lo escuchábamos, hemos repetido la antífona «los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón». Quienes estamos reunidos aquí, en esta celebración, sabemos que esto es cierto. Es cierto. Tenemos experiencia viva de que cuando acogemos la Palabra del Señor y es ella quien marca la dirección de nuestra vida, descubrimos que su mensaje es lo más perfecto y lo mejor para nosotros; con ella encontramos descanso, sentimos y percibimos la fidelidad del Señor y, además, acogida en lo más profundo del corazón, nos enriquece y somos más sabios con la verdadera sabiduría. ¡Qué hondura alcanza la vida con la Palabra! Percibimos la pureza que tiene nuestra vida, la estabilidad que adquiere, y la necesidad que tenemos de decirle al Señor: perdónanos, absuélvenos, presérvanos, elimina de nuestra vida la arrogancia. Que yo sea siempre verdaderamente libre, justo e inocente.

Quiero hoy, en este 50 aniversario de la Comunidad de Sant’Egidio, acercar a vuestra vida tres realidades que el Señor nos pide que nunca olvidemos y que la Palabra de Dios que acabamos de proclamar ha acercado a nuestra vida:

  1. Lo que es bueno para nosotros, deseémoslo para todos los hombres: sí a la misión, no al egoísmo (Num 11, 25-29): Nunca tengamos la tentación de guardar para nosotros lo que nos ha dado el Señor: la fe en Él, el hacer sus obras, pues nos ha dado su Vida por el Bautismo. Fue la tentación de algunos, cuando Dios dio parte del espíritu que había en él y se lo pasó a los 62 ancianos. Dos de ellos no estaban allí. Que no nos pase lo que hace un instante escuchábamos de aquel muchacho que fue ante Moisés para decirle: «Eldad y Medad están profetizando en el campamento». Y Josué, ayudante de Moisés, le dijo: «¡Señor mío, prohíbeselo!». La respuesta de Moisés fue contundente: «¡Ojalá todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera a todos el Espíritu!». Lo bueno deseémoslo para todos los hombres: salgamos a la misión, no retengamos al Señor. Entremos a los caminos donde están los hombres, no a los que nosotros nos imaginásemos que debieran estar. Están donde están, y el Señor quiere que profeticemos y vayamos a esos caminos. Quiere, desea y procura hacer. Lo que han descubierto ellos, se lo dan a los demás, y quieren iniciarlo precisamente con los más pobres.
  2. Busquemos siempre la riqueza que ofrece Jesucristo, haciendo partícipes de lo que tenemos a otros: sí a la solidaridad, sí al amor, sí a la pasión por la dignidad del otro (Sant 5, 1-6): La tentación de acumular para nosotros existe siempre. El dinero es para dar vida a los demás, no para dar muerte. No dejemos que se oxide lo mejor que tenemos, que es el amor de Cristo en nosotros, que nos hace poner lo que somos y tenemos a disposición de los demás. ¡Qué fuerza tienen las palabras del apóstol Santiago! ¿Para qué amontonar riquezas? No retengáis el jornal del obrero, no os aprovechéis de quienes no tienen más remedio que aceptar las migajas. Devolvamos la dignidad a todos los hombres. Salgamos de la miseria de la muerte a la grandeza de la vida, de dar, de hacer partícipes a todos de lo que sabemos y tenemos. Recordemos esas palabras del Papa Francisco que nos dirigía al inicio de su ministerio petrino: «La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo» (EG 55). «Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de las mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. El afán de poder y de tener no conoce límites. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios» (EG 56; 57). Como muy bien decía san Juan Crisóstomo: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos» (San Juan Crisóstomo, De Lazaro Concio II, 6: PG 48, 992D).
  3. Unámonos todos para hacer el bien. No a la exclusión por hacer el bien a nadie. Sí al bien, pues es don del Mesías, de Cristo (Mc 9, 38-43.45.47-48): Las palabras del Evangelio han sido muy claras: «Hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». Pronunciar esto es excluir, es no comprender el Evangelio. Por eso la respuesta de Jesús es tan contundente: «No se lo impidáis», es decir, lo que importa es que el bien sea hecho. Y es que el sectarismo y la intolerancia no tienen sitio en la comunidad cristiana, ser católico es otra cosa distinta. Leamos el Evangelio, con la fuerza que tiene, dejemos que entre la fuerza de la palabra en nuestro corazón. No se lo impidáis. Las palabras de Jesús, son una invitación a la tolerancia, al respeto, a la alegría por el bien. Monopolizar el bien es una actitud extraña a la comunidad cristiana. Hemos de caer en la cuenta de lo que significa hoy «echar demonios», que justamente es liberar de esclavitudes, de lo que deshumaniza. Es luchar contra el mal, contra lo que impide una vida plena. Es amar la paz, buscarla para todos los hombres. Esta corriente de vida es la que abre caminos a la humanidad. Y gracias a Dios desde hace 50 años estamos celebrando que la Comunidad de Sant´Egidio ha querido buscar esos caminos para la humanidad y entrar en esta corriente que nos propone hoy Jesús en el Evangelio.

Dad un vaso de agua, ¡que recomendación más significativa la de Jesús! Dar un vaso de agua era un modo de hablar en aquella época. Jesús, lo que nos quiere decir es que cualquier acción que ayude a los demás a ser más humanos, beneficia primero al que lo hace y también a quien lo recibe. Por otra parte, la alusión de Jesús al escándalo de los pequeños, tiene una fuerza singular, pues escandaliza quien con sus actuaciones obstaculiza poder vivir una vida humana digna. No estimulemos nunca acciones inhumanas, nunca escandalicemos. Podríamos hoy preguntarnos, ¿cuál es hoy el mayor escándalo de nuestro mundo? Permanecer impasibles ante la miseria e injusticia de millones de seres humanos, ante la agresividad, ante la violencia, ante las descalificaciones destructivas, ante las guerras, ante la experiencia de millones de hombres y mujeres sin trabajo, sin sueldo. Este es el mayor escándalo del mundo, y mientas tanto yo pediría a todos los cristianos, comunicadores de noticias, que entreguen estas noticias, porque cuando se acogen para resolverlas arreglan el corazón humano. Que la misión que el Señor ha querido regalar a la Comunidad de Sant’Egidio la sigáis mostrando solamente como lo hacéis, con la fuerza del Evangelio, con todos, por todos y para todos.

Seguid viviendo la radicalidad del seguimiento, contagiadlo. Eso es lo que quiere decir el Señor cuando nos dice «y si tu mano te induce a pecar, córtatela; si tu pie te induce a pecar, córtatelo; si tu ojo te induce a pecar, sácatelo». Sí, lo que quiere Jesús es que toda actividad (simbolizada por la mano), todo camino (representado por el pie) y todo deseo (expresado por el ojo) que pone en peligro nuestro crecimiento y el de los demás para llegar a la altura de Cristo, hay que suprimirlo.

Querida Comunidad de Sant’Egidio: 50 años de presencia en la vida de la Iglesia, habéis sido llamados a vivir con obras y palabras el ser portadores de la radicalidad en el seguimiento de Cristo, para contagiar a todos los hombres. Si cuando nacisteis en la vida de la Iglesia, el Señor vio que se necesitaba vuestra presencia, os aseguro que hoy también y mucho más. Gracias por lo que sois. Gracias por vuestra presencia en esta Iglesia particular de Madrid. Este Jesús se hace presente entre nosotros en el Misterio de la Eucaristía. Que de lo que nos alimentamos, siempre demos. Que Él nos ayude a tirar los muros que nos dividen, a romper barreras, a contagiar la paz y llevar la alegría del Evangelio a todos los hombres. La advocación de Nuestra Señora de la Almudena nos remite precisamente a esto. Ella apareció en los muros de la ciudad, rompió el muro, quiso salir, quiso comunicarse, quiso poner en comunicación a los de fuera y a los de dentro. Que este sea el deseo de nuestro corazón, que nos lo contagia la Virgen María y que la comunión con Nuestro Señor Jesucristo nos haga ver y experimentar la grandeza que nos decía el Evangelio que hemos proclamado. Llamados a hacer el bien, no a la exclusión, sí al don que nos da Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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