Homilías

Martes, 24 noviembre 2015 14:11

Homilía de monseñor Carlos Osoro en la Misa de Acción de Gracias por las bodas de oro de cinco parroquias del arciprestazgo de san Pablo, en Vallecas (22-11-2015)

  • Print
  • Email

Queridos hermanos y hermanas todos que hoy estáis aquí, en esta celebración. A través de tres comisiones de trabajo habéis estado preparando no solamente la celebración de hoy, sino todo lo que habéis vivido anteriormente, tanto esa comisión de historia y cultura, como esa otra de retos para el futuro –una comunidad cristiana se tiene que repensar a sí misma, qué es lo que tiene que hacer-, y esa otra comisión de la celebración, que quizás yo, en estos momentos, de lo que habéis trabajado, es lo que estoy disfrutando más.

Habéis querido buscar cómo ser una Iglesia más discípula y más misionera. En esa búsqueda de retos, en ese intento de querer construir, en el fondo habéis querido ser fieles a una llamada que nos está haciendo el Papa Francisco para que nosotros veamos cómo ser más discípulos y más misioneros. Cómo la Iglesia tiene que aprender cada día más a ser más discípula de Cristo y más misionera, no vivir centrada en ella misma.

Habéis tratado de ver cómo confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio, que eso siempre es grande y siempre engrandece nuestro corazón, porque nos fijamos en ver cómo podemos entregar la noticia que más merece la pena que conozcan los hombres: a Jesucristo nuestro Señor. Por eso, el eco del salmo 92 se hace verdad en todo lo que vosotros habéis preparado. Es cierto: el Señor reina, como nos dice hoy el salmo de este día de Jesucristo, Rey del Universo. El Señor reina, el Señor mantiene firmes las cosas, no nos hace vacilar, hace que estemos seguros de ir por un camino que es camino de verdad, que es camino de vida, no solamente para nosotros sino para todos los hombres. El Señor es fiel, siempre. Siempre nos ama, siempre nos da un abrazo, nunca nos retira su mirada, hagamos lo que hagamos; porque la justicia de Dios no es la que a veces estamos acostumbrados a hacer, que según nuestro parecer damos a cada uno lo que se merece. La justicia de Dios va más allá, más al fondo, más adelante, de tal forma que nos deja a veces sin razones: pero cómo puede ser esto, cómo puede ser que me quiera. Pues sí: Dios te quiere, y no te olvida nunca. Él adorna tu casa con su santidad, dice el salmo 92. La santidad de Dios, que nos pide a nosotros una conversión, esa a la que nos está invitando el Papa Francisco: una conversión que es personal pero que es pastoral también. Las circunstancias han cambiado. Todos, con la vida, vamos cambiando según van aumentando los años, y vamos teniendo necesidades diferentes. Exactamente igual pasa con la vida de la Iglesia y de una comunidad cristiana si es viva: aparecen otras cosas a las cuales tenemos que responder. Por eso, qué implicaría para nosotros.

Pues mirad. Después de escuchar la Palabra de Dios que hemos proclamado hoy, se me ocurre deciros que tenemos que reforzar como cuatro ejes en nuestra existencia, en nuestra vida personal y en nuestra vida comunitaria.

El eje de la experiencia religiosa. El Señor nos tiene que tocar el corazón, el Señor tiene que entrar de tal manera en nuestra vida que nos haga ver las cosas de una manera distinta; que nos veamos a nosotros y a los demás también de un modo diferente, como Él quiere que nos veamos. Él no nos sitúa enemigos al lado, nos sitúa hermanos; y no nos da otro título para poder caminar por la vida más que el ser hijos de Dios, no tenemos otro título: el más bonito; es el que rezamos todos los días en el Padre Nuestro, porque tenemos un padre, somos hijos y, precisamente porque es un padre común, somos hermanos. Esta santidad es la que se tiene que reflejar en nuestra vida.

Otro eje sería no solamente esa experiencia religiosa que supone un encuentro personal con nuestro Señor Jesucristo, sino la vivencia comunitaria, es decir, que tengamos comunidades donde nos sintamos acogidos, valorados, incluidos, que se nos necesita, que no sobramos. Esas comunidades cristianas que son las que nos hacen sentirnos a gusto y deseando ir a reunirnos a esa comunidad, porque me siento valorado, y me siento de alguna forma necesitado, tengo hueco, tengo sitio. ¿No os acordáis de aquel canto que cantábamos hace mucho, que decía: un nuevo sitio disponed para un amigo más, que cantábamos hace muchos años?. Nos cuesta a veces disponer de un nuevo sitio para los demás, nos gusta ocupar el sitio entero, y eso nos cuesta. No solamente, por tanto, esta experiencia de encuentro con el Señor, que es un eje, sino este otro de una vivencia comunitaria fuerte.

En tercer lugar, una formación bíblica: que conozcamos al Señor, pero no por lo que nos cuenten los demás, sino por la palabra de Él, lo que Él nos dice de Él mismo. Que lo conozcamos de verdad. Los cristianos necesitamos esto.

En cuarto lugar, el compromiso misionero. No estamos vueltos para nosotros mismos, no; salir al encuentro de todos, de todos queridos hermanos, no solamente de los que piensan como yo, no solamente de los que están en mi grupo, porque a esos no hace falta salir a buscarlos; los que piensan alomejor todo lo contrario. La comunidad cristiana asume un compromiso misionero: salir al encuentro de todos, de los pobres, de los dejados, e interesarnos por la situación de los hombres. Esa palabra que tanto le gusta decir al Papa Francisco: se trata de reencantar a los hombres con la Iglesia. Aunque a veces la Iglesia está... Hay que reencantar a los hombres. Eso lo hicieron muy bien los discípulos de Emaús.

Yo os he escrito una carta, que la hice este verano, en el mes de agosto, y os decía que lo que más me impresiona del texto de los discípulos de Emaús es que cuando el Señor ya resucitado sale al camino por el que iban los discípulos de Emaús, no conocieron que era el Señor, no descubrieron que era el Señor, pero se sintieron tan a gusto, se sintieron tan contentos, se sintieron tan felices, que no querían que se marchase. Esta es la Iglesia que necesitamos, queridos hermanos. Y la Iglesia somos esta pandilla que estamos aquí, y otros parecidos. No somos otros. Esta iglesia tiene que volver a reencantar y a poder decir, los que están a nuestro lado: qué a gusto estoy, no me marcho. Es más: cuando el Señor intentó marcharse, le dijeron quédate, y el Señor se quedó y les dio el alimento, les dio su propia vida, celebró la Eucaristía.

En este aspecto, y dentro de estos cuatro ejes, yo os querría decir simplemente tres cosas que aparecen en la palabra de Dios que acabamos de proclamar, tanto en la profecía de Daniel como en el texto del Apocalipsis como en el texto del Evangelio que hemos proclamado.

La comunidad cristiana contempla, tiene que ser contemplativa. Acordaos de lo que nos decía ese texto de la profecía de Daniel, un texto precioso: mientras miraba vi venir el hijo del hombre, y vino a todos los pueblos, a todas las naciones, a todas las lenguas, y lo van a respetar. El reino de Él no tendrá fin.
La comunidad cristiana contempla: mirar, ver, contemplar. Contemplar, queridos hermanos, cómo Dios se ha acercado a nosotros. Los cristianos disfrutar de esto, no hablamos de un Dios desconocido, hablamos de un Dios que ha tomado rostro humano, que la gente le ha conocido, que ha habido gente que ha estado al lado de Él. No es un Dios desconocido. La comunidad cristiana tiene que contemplar a este Dios porque tiene que reflejar ese rostro de Dios en medio de los hombres, tiene que ser expresión de ese rostro de Dios. Su reino no tiene fin. Esto supone, queridos hermanos, cambiar de chip. A veces a los cristianos nos pasa como podría pasar con una mesa que está medio desvencijada: ponemos cosas para que no se caiga. Con la Iglesia hacemos lo mismo, cuando esto no es lo que nos ha mandado nuestro Señor. La Iglesia no se cae porque ha dicho el Señor que la va a cuidar, que la sostiene Él, que Él va primero, que nos manda su Espíritu. Esa no se cae. Se cae cuando dejamos de ser Iglesia y nos ponemos a hacer lo que hace Dios. No se cae cuando nos fiamos de que el Señor nos sostiene y cuando nosotros nos dedicamos a hacer lo que Él nos pidió. En última instancia, a hacer lo que les dijo a los discípulos primeros cuando ya el Señor iba a ascender a los cielos: id por el mundo y anunciad el Evangelio, dadme el rostro. ¿Ahora entendéis lo de los cuatro ejes que os decía?. Una experiencia viva, encontrarnos con nuestro Señor; una experiencia comunitaria, firme, fuerte, unidos, porque seremos creíbles solamente así, si no no creerá nadie en nosotros, pasarán de nosotros. Una comunidad cristiana que contempla. La profecía de Daniel nos lo decía.

En segundo lugar, la comunidad cristiana vive y conoce. Como nos decía el libro del Apocalipsis: Jesucristo, testigo fiel. Jesucristo, que vino a este mundo, fue testigo de Dios. Del Dios que creó al hombre, y lo creó de una manera, y Cristo aparece con rostro humano para decirnos quiénes somos nosotros, qué es lo que tenemos que ser, qué es lo que tenemos que vivir. Nos decía el libro del Apocalipsis que el Señor nos ama, nos quiere, nos libra, nos convierte a su reino, y se descubre siempre a nuestro Señor cuando vivimos una experiencia viva, fuerte del Señor. Qué descubrimos: a los demás. El diálogo, la apertura, el encuentro forman parte de nuestra vida. No forma parte el descarte. Lo otro sí que forma parte de nuestra vida. Pero hay que tener la vida de nuestro Señor Jesucristo. Mirar al que viene, nos decía el libro del Apocalipsis: soy el alfa y el omega, el principio y el fin.

La comunidad cristiana contempla a Cristo, vive de Cristo, conoce a Cristo y, en tercer lugar, la comunidad cristiana anuncia a Jesucristo. Dejémonos hacer por Cristo. Habéis visto la pregunta que le hace Pilatos: ¿eres rey de los judíos?. Y el Señor responde: ¿dices eso por tu cuenta o porque te lo han dicho otros de mí?. Es decir, qué nos pasa a nosotros. ¿Podemos anunciar a alguien, cuando decimos las cosas porque alguien nos lo ha dicho, o cuando tenemos experiencia viva de un Cristo que me ama, que me perdona, que rehabilita mi vida, que me hace tomar conciencia de quién soy yo, de quién son los demás, que salgo a la búsqueda de los demás pero no para machacarles sino para abrazarles, para rehabilitarles siempre?. Anunciar, dejándonos hacer por Cristo la misma pregunta que le hizo a Pilatos. Nosotros decimos que Cristo es Rey por nuestra cuenta, porque nos hemos encontrado con Él, porque hemos tenido experiencia de lo que Él nos da, de las medidas que nos regala; porque acogiéndole a Él, que es la revelación del reino –el reino de Cristo no es un territorio; el Señor llega un momento en el Evangelio que nos dice: el reino le tenéis dentro de vosotros, tenéis la paz de Jesús, tenéis la justicia del Señor, tenéis la verdad de Cristo, tenéis el rostro de persona que nos revela nuestro Señor Jesucristo. El reino está ahí, y se construye, se hace y se manifiesta precisamente acogiéndole a Él. Tú lo dices: soy Rey, dijo Jesús en el Evangelio, para eso he nacido, para eso he venido al mundo y he estado en el mundo, porque quiero ser testigo de la verdad, de la verdad del hombre, de la verdad de Dios, de la verdad de la historia, de la verdad de cómo se construye la historia, que no es a fuerza de golpes o de armas, sino con la fuerza y el amor de nuestro Señor Jesucristo. Y el Señor termina diciendo, lo habéis visto en el Evangelio: vosotros sois la verdad.

Es la primera vez que estoy con vosotros, aquí en estas parroquias, celebrando la Eucaristía. Qué bonito que me pueda acostar esta noche diciendo: en Vallecas he estado en cinco parroquias, con cristianos que son la verdad, porque expresan en su vida, en su comportamiento, en su hacer, en la ayuda de los unos con los otros, al mismo Señor. He sido testigo de la verdad, vosotros sois la verdad. La comunidad cristiana es sensible. Para poder ser esa verdad, hay procesos; cada uno de nosotros no lo hacemos de repente, hay procesos en nuestra vida de formación, de iniciación cristiana. Tenemos una responsabilidad social de cambiar este mundo. Cómo no va a cambiar este mundo si nosotros somos expresión de la verdad de Cristo, y los demás para nosotros son hermanos. ¿Voy a dejar morir a gente por ahí, voy a dejar que estén descartados de la vida por ahí?. La revolución interior que lleva un cristiano, cuando es testigo de la verdad, es tan grande que no hay fuerza que la resista. Ninguno de nosotros estamos a gusto con cómo están las cosas, ¿las queremos cambiar?: vamos a ponernos todos a ser testigos de la verdad de nuestro Señor, porque además Él nos lo da, nos lo regala, no tenemos que hacer ningún esfuerzo, nos lo pone en nuestro corazón y en nuestra vida. El esfuerzo nuestro es dejarle entrar.

Queridos hermanos y hermanas: tenemos unas acciones que emprender todos, en toda la Iglesia, en estos momentos. Hagamos esa conversión pastoral que nos está pidiendo el Papa Francisco, hagámosla. Evangelicemos esta cultura nuestra, que no es cultura de encuentro, a veces es cultura de descarte, de eliminar gente. Hagamos una acción pastoral de los cristianos bíblica, que se parezca a la acción de Cristo, tal y como nos manifiesta en el Evangelio. Que sea una prolongación de esa acción del Señor. Celebremos la vida, como lo estamos haciendo hoy, porque en el fondo ¿qué estamos haciendo?. Pues celebrar que un día hemos conocido a Jesucristo, que nos sentimos comunidad cristiana, que nos sentimos Iglesia que está marchando, que está caminando, que quiere entregar a este mundo y a esta historia el retrato más bonito que puede tener un ser humano, que es poder decir a quien yo me encuentre: qué bueno que existas, no me estorbas, te necesito. Salgamos así por esta historia.

El Señor se va hacer presente en este altar, en un trozo de pan y en un poco de vino. Las presencias del Señor siempre son discretas, pero qué fuertes son. Cuando san Agustín estaba un día hablando a los cristianos del norte de África, entre otras muchas cosas que les dijo ese día, les decía: vamos a comer a Cristo, vamos a alimentarnos del Señor. Pero, ¿y después de comer a nuestro Señor, qué vamos a dar: otra comida distinta o lo que hemos comido? ¿Vamos a dar a Jesucristo o otra comida distinta? Empezando por este que os está hablando. ¿Lo que como con vosotros u otra cosa distinta?. Demos de lo que comemos, porque por una parte no solo estaremos felices nosotros, es que haremos felices a los demás, porque siempre que yo mire al otro como si fuera Dios mismo le estoy haciendo feliz. Vamos a hacerlo así.

Esta es la mejor celebración de estos 50 años de existencia de estas comunidades parroquiales: de san Ambrosio, de san Cosme y san Damián, María Medianera, el Patrocinio de San José y Santo Tomás de Villanueva. Tenéis además santos preciosos en las advocaciones que hay aquí. Preciosos. Que una advocación de una parroquia no es para que esté ahí el título. Santo Tomás de Villanueva es un santo a quien conozco muy bien porque fue un arzobispo anterior a mí, muy anterior a mí, en Valencia, pero me he leído su obra. Es impresionante las obras que él hacía. Su casa estaba llena de pobres, en Valencia. Todos los que se encontraban por allí para casa de santo Tomás, al lado de la catedral.

Queridos hermanos: para mí es una gracia estar con vosotros hoy celebrando por primera vez celebrando la Eucaristía. Pero sobre todo también, lo que más me ha importado es, en esta fiesta de Cristo Rey, poderos decir que sois comunidad cristiana que contempla, que vive de Jesucristo, porque conoce a Jesucristo, y que anuncia a Jesucristo con sus vidas. Que así sea.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search