Homilías

Domingo, 25 diciembre 2016 00:00

Homilía de monseñor Carlos Osoro en la Misa del Gallo (24-12-2016)

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Señor Deán; cabildo catedral; vicarios episcopales; queridos hermanos sacerdotes; diáconos; queridos seminaristas; queridos hermanos y hermanas:

Esto es lo que nos reúne esta noche a todos nosotros. Esto es lo que en todas las partes de la tierra reúne a hombres y mujeres, niños y jóvenes, a ancianos. Nos reúne el recuerdo y la memoria de que nació el Salvador, el Mesías, el Señor. Y que es necesario que esta humanidad haga el cántico nuevo que Él vino a traer a esta tierra, que vino a entregar a todos los hombres. Así lo decíamos en el Salmo 95 que juntos hemos recitado: «Que le cante el Señor toda la tierra» ese cántico nuevo que Él vino a hacer entre los hombres, que nos enseñó a hacer a los hombres. Proclamemos su amor con su amor, su grandeza con la pequeñez con la que Él se hizo presente en este mundo, para mostrarnos su grandeza, entenderla también nosotros, y acogerla en nuestro corazón. Hermanos: esto es lo que nos reúne.

Tres palabras me gustaría que quedasen en vuestro corazón marcadas, en esta noche excepcional para toda esta humanidad. Una palabra es: una luz. En segundo lugar: un maestro. Y, en tercer lugar: un encuentro.

Una luz, queridos hermanos. El pueblo, la humanidad, sigue andando a oscuras. Es necesario que esta luz grande se muestre, como nos decía el profeta Isaías: «Los que vivían en tierras de sombras, les brilló una luz viva, que se acrecentaba, que hacía que la alegría de su presencia fuese grande para todos los hombres». El profeta se refería a Jesucristo. Se sigue refiriendo a Jesucristo, queridos hermanos. Una luz necesita la humanidad y necesitan los pueblos. Una luz que les haga ver quiénes somos y quiénes son todos los que nos rodean. Que nos haga ver el sentido que tiene nuestra vida, el yugo que quita Dios cuando se le deja entrar en nuestro corazón; la construcción de vida que realiza Jesucristo cuando hace posible que Él quite todas las rupturas que se dan en nuestra vida.

Hermanos: este Dios que el profeta anuncia como maravilla de consejero, como Dios fuerte, como siempre Padre, como príncipe de la paz, es Jesucristo Nuestro Señor, que nos reúne en esta Navidad, a todos nosotros, esta noche. Grande es su señorío y grande es la paz que Él nos entrega. Y el regocijo y la alegría que entrega a todos los hombres. Que nos dejemos restaurar, construir, hacer por este Dios que se ha acercado a nosotros y que sigue queriendo acercarse a nosotros, queridos hermanos. Mirad: Cristo ha dejado a su Iglesia, de la cual somos parte nosotros. Esta Iglesia que tiene que presentar la luz de Jesús en el mundo, que tiene que traslucir la luz, que es el mismo Jesús a esta tierra, a todos los hombres. Esa maravilla de consejero, de príncipe de la paz, ese Dios fuerte, se tiene que mostrar a través de nosotros, y de tantos y tantos como nosotros que, en todas las partes de la tierra, se sienten perteneciendo a la Iglesia. Un cuerpo que expresa y manifiesta la luz de Jesucristo. Un cuerpo que sigue repitiendo a los hombres que somos hermanos. Un cuerpo que sigue diciendo a los hombres que nada de rupturas, nada de guerras, nada de violencia. Es el príncipe de la paz. Y la Iglesia quiere mostrar esta paz a todos los hombres.

El pueblo vio una luz grande en Jesucristo. Hermanos: hoy, en esta Navidad, hagamos todos este compromiso, mostremos esta luz que es Jesucristo. Juntos. Con toda la Iglesia. Sí, con esa Iglesia que está formada por nosotros y por tantos hombres y mujeres que, antes que nosotros, han triunfado ya y están junto al Seño, y nos ayudan a nosotros, y caminan con nosotros, y nos alientan a dar esta luz que necesita esta humanidad.

Un maestro: en segundo lugar. Qué palabras más precisas nos entregaba el apóstol Pablo hace un instante: la gracia salvadora se ha manifestado. La gracia salvadora nos dice lo que tenemos que hacer, cómo tenemos que vivir, cómo tenemos que estar entre nosotros los hombres, qué es lo que tenemos que decir a los demás... Renunciemos a la impiedad; renunciemos a las pasiones que nos rompen, que nos dividen, que desestructuran nuestra vida, que rompen la imagen preciosa que Dios ha puesto en nosotros y que Cristo nos ha regalado por el bautismo, que ha rehecho nuestra vida dándonos su propia vida... Feliz esperanza, feliz manifestación de la gloria de Dios, queridos hermanos, que nos muestra Jesucristo dándonos a nosotros todo lo que Él es, todo lo que Él tiene, para que lo regalemos a los hombres.

Él nos ha rescatado. Él ha eliminado de nosotros todo lo que estropea al hombre. Acojámoslo. Acojamos su gracia. Sí, hermanos: urge, es necesario. Es necesario que mostremos a esta humanidad que el papa Francisco nos dice que está en guerra, en tercera guerra mundial pero por partes, en muchos lugares del mundo: divisiones, rupturas, enfrentamientos, egoísmos, malos entendimientos...

Queridos hermanos: tenemos un maestro que nos enseña a vivir con sensatez, que nos enseña a vivir como hermanos, que nos ha regalado el Padrenuestro; que sabemos que tenemos un único Dios y que todos somos hermanos; que tenemos que buscar el construir la fraternidad, salidas para todos los hombres; que el centro de la existencia de la historia es el ser humano: ni es la economía, ni es el poder, ni es la fuerza, sino el ser humano que es imagen de Dios, y hay que salvar al ser humano. Cristo, el hijo de Dios, se hizo hombre para rescatarnos de toda iniquidad, para purificar esta humanidad. Acojamos a este maestro.

Y, en tercer lugar, queridos hermanos, un encuentro que en esta noche santa yo os invito a realizar, un encuentro que descubierto en Jesucristo tiene tal fuerza... ¿Os habéis dado cuenta, esta página del Evangelio de san Lucas, lo que nos dice? Dios se hace hombre. Y Dios quiere anotarse entre los que pertenecen a esta humanidad. Nos lo ha dicho el Evangelio: José de Galilea subió también a la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, para empadronarse, para inscribirse. Él y María. Y allí es donde... Cuando se empadronan, cuando todo el mundo sabe que habita en esta tierra ese matrimonio, nace Jesús en Belén, toma rostro Dios. El Dios en quien creemos tiene rostro, hermanos, para dárnosle a nosotros; tiene rostro humano para dárnosle a nosotros, para decirnos: sé hombre, sé mujer, admite la manera de ser y estar en el mundo que Dios ha querido tener para entregar la salvación a esta humanidad; acoge, inscríbete en este mundo de esta manera, con esta actitud, con este rostro.

Qué maravilla, queridos hermanos. Mi pregunta esta noche, empezando por mí: ¿Me inscribo con el rostro de Jesucristo? Por lo menos, ¿estoy abierto a tener ese rostro? ¿Estoy abierto a tener ese rostro y darle a las personas que están a mi lado? Mostrar que es este rostro el que merece la pena dar en este mundo, para cambiarle.

Como veis, hay que inscribirse. Tenemos un carnet de identidad, o un pasaporte, porque aquí estáis personas de otros países. Tenemos un pasaporte. Ahí se nos identifica. Pero, hermanos, vale una fotografía, valen unos certificados quizás de buena conducta para darnos la posibilidad de trasladarnos de un sitio a otro. ¿Pero basta eso para cambiar esta humanidad? ¿No es necesario que en este día de Navidad nos abramos y tomemos el rostro de Jesucristo, y en ese pasaporte o en ese carnet de identidad pongamos: Señor, yo soy este, pero tengo una vida que me ha sido dada por Dios mismo, y quiero mostrarla, y quiero presentarla en esta humanidad, quiero visibilizarla en esta tierra.

Pero además, hermanos, esto hay que darlo a conocer. ¿Veis? Se aparecieron los ángeles a unos pastores. Los pastores en tiempos de Jesús, en el pueblo de Israel, no eran precisamente unos hombres de prestigio; vivían a las afueras, a veces robaban, y la gente no se fiaba de ellos, no eran hombres de fiar. Sin embargo, Dios quiere regalarles a ellos la noticia que les envuelve de luz, como nos dice el Evangelio: «no temáis, os anuncio una alegría»; no temáis, no viene nadie a meteros a la cárcel. No. No viene nadie a echaros más afuera, más lejos. No. Viene a reintegraros, viene a daros una luz, viene a cambiar vuestras vidas, viene a reconocer vuestra dignidad, viene para que vosotros reconozcáis la dignidad de todos los demás hombres.

Queridos hermanos: empezando por mí, vamos a sentirnos por un momento pastores. Sí. Habrá gente que nos quiere lejos, porque además pueden tener razón: no somos lo que tenemos que ser. Pero, hermanos, Dios cuenta con nosotros. Una gran noticia llega esta noche a nuestra vida, y es la noticia que nos dice Dios: os quiero, os doy mi luz, os quiero, cuento con vosotros para manifestar esta luz, os anuncio una alegría: soy vuestro salvador, no lo busquéis en otro sitio, no lo busquéis en otros lugares, soy yo: Cristo. Él es el que trae la paz que necesita esta tierra y este mundo. Acogedlo, dadlo a conocer, entregadlo a los hombres, manifestad que esto es verdad con vuestras vidas.

¿Veis, queridos hermanos? Un encuentro. Necesitamos este encuentro con Jesucristo para ser Navidad hoy también para los hombres. Necesitamos inscribirnos en este mundo. Sí. Necesitamos empadronarnos en esta tierra, pero con el rostro de Jesús. Y no hace falta ser especiales: podemos a veces ser como los pastores, pero el Señor quiere cambiar nuestras vidas y nos anuncia su alegría, y nos dice que demos gloria a Dios, nosotros, con nuestra vida.

Hermanos y hermanas: qué regalo más grande nos ha hecho el Señor en esta noche en que celebramos la Navidad. Un regalo inmenso, necesario. Se nos presenta como luz, se nos presenta como maestro, y quiere encontrarse con nosotros. Lo va a hacer en el misterio de la Eucaristía. El mismo que nació en Belén se hace realmente presente en el misterio de la Eucaristía. Sí. El Señor que murió en la cruz y que ha resucitado se hace presente, y nos dice que Él vuelve. Y mientras tanto dejaba su Iglesia, de la que somos parte nosotros, para que hagamos visible el rostro de Jesús, la Navidad en medio de los hombres. Hagámoslo. Abramos nuestro corazón.

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