Homilías

Lunes, 29 febrero 2016 12:32

Homilía de monseñor Carlos Osoro en la parroquia de San Pedro Regalado (29-02-2016)

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Querido don Juan Carlos, vicario episcopal; querido don Luis Miguel, párroco de esta comunidad; queridos hermanos sacerdotes. Hermanos y hermanas:

Para mí es una gracia poder estar con vosotros, aunque me temo que la gripe me está quitando un poco la voz. Pero a ver si logro deciros lo que yo hoy quisiera comunicaros después de escuchar la palabra de Dios que acabamos de proclamar.

En primer lugar, querría afirmar lo que juntos hemos escuchado hace un instante en el salmo que hemos recitado: «Mi alma tiene sed del Dios vivo». El hombre tiene sed de Dios. Tiene sed de Dios. A veces no es consciente. A veces sí conoce a Dios. Pero todo ser humano quiere ser feliz. ¿Quién de nosotros no quiere ser feliz? ¿Y quién de nosotros no quiere la felicidad para aquellas personas que nos rodean, que tenemos al lado, que queremos, que nos importan? Hace falta estar en mucha oscuridad para no querer esto. Pues eso que nos pasa a nosotros, hermanos, le pasa a todo ser humano: quiere ser feliz. El salmista lo dice de esta manera: mi alma tiene sed, sed. Sed de Dios, sed de felicidad. Y así como nosotros hemos visto en la películas a los ciervos que bajan del monte a beber agua al arroyo, porque tienen sed, así el ser humano busca saciar esa sed. Busca.

Queridos hermanos: nosotros saciamos esa sed en Dios. Por eso, le pedimos al Señor esta tarde, aquí, que nos envíe su luz, que nos envíe su verdad, que Él nos conduzca a ese monte desde el cual podemos ver la perspectiva en la que podamos arreglar muchas cosas. Si os dais cuenta, a veces los seres humanos no estamos bien, no estamos a gusto, no vivimos como hermanos, no nos fijamos en aquel que tiene necesidades. Vamos a lo nuestro, y nos desentendemos de los demás. Eso no puede ser. El que tiene sed, y abreva la sed en el agua de Dios, no puede olvidar a los demás. Nunca. Siempre estará atento a las necesidades de los demás. Por eso, el salmista nos dice hoy: que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría.

Queridos hermanos: aquí, dentro de un momento, va a estar Jesucristo, el mismo Señor que tiene en las manos la Santísima Virgen María y que nos representa, el mismo Señor que tenéis aquí que muere en la Cruz y muere de amor. Es muy bonito esto: el triunfo, la victoria, eliminar la violencia, no se consigue con más violencia, se consigue con amor, dando la vida por los otros. Así se consigue eliminar la violencia en este mundo, y el descarte.

Por eso, yo querría deciros esta tarde tres cosas fundamentalmente. Primera: hay enfermedades que nos destruyen. Es cierto. Y hoy nos ponen un ejemplo las dos lecturas que hemos leído: la lepra, que ha desaparecido de nuestras latitudes, aunque por ejemplo en África todavía existe, en Asia también hay leproserías, pero en España quedaba una en Valencia y se cerró, porque esa enfermedad prácticamente ya no existe. La lepra destruye el cuerpo, pero destruía también el corazón. Hay enfermedades que nos destruyen. Pero, ¿sabéis cuál es la lepra más grande? El no querer a los demás. Es la lepra que nos está destruyendo. No querer, no amar a la gente. Es la lepra que destruye este mundo. ¿Por qué? Porque es la lepra del egoísmo, del interés personal, de la difamación, de no sentir que el otro es mi hermano y que aunque no me guste es mi hermano, y que yo tengo que luchar por él para sacarlo adelante. Esta es una lepra grande, queridos hermanos. Una enfermedad. Esta no ha desparecido, mira por dónde. En Europa, las leproserías han desaparecido, porque ya no existe; hemos llegado a cotas de sanidad, de limpieza, donde esa enfermedad no existe; en otras latitudes del mundo, sí. Pero hay algo que no ha desaparecido nunca de este mundo, y es esa otra lepra que hace que el corazón sea un corazón raquítico, interesado, que no ve a los demás.

A veces todos llevamos esa lepra. Sí, por muy arzobispo que sea yo, tengo que confesaros que a veces tengo esa lepra también. La tengo. A veces no veo todo lo que los demás necesitan, porque en el fondo no me interesa verlo. Y necesito confesarme de ello también. Pero, si hablásemos de verdad entre nosotros, este padecimiento todos lo tenemos. Nadie se escapa de esto.

Pero, en segundo lugar, ha sido preciosa la lectura del profeta Naamán, la primera lectura. Dios está presente en la vida del hombre para quitar la lepra. Dios está presente en la vida de los hombres para eliminar nuestra lepra: el egoísmo, el desinterés por los demás, el descarte, todo aquello que nos corrompe, que nos divide, que nos rompe, que nos estropea, que nos hace feos en este mundo, todo lo que no es bello. Y el Señor se hace presente. Lo habéis visto en ese ejemplo de la primera lectura: Naamán era sirio. Y, fijaos qué bonito, una muchacha que era de Israel, y que había sido atrapada en una incursión de los sirios, la habían sacado de su pueblo y la habían llevado como esclava entre los sirios; y esta mujer es la que le dice un día a la mujer de Naamán, que tenía lepra: «¡Ay, si fuese a ver a Eliseo, el profeta, cómo se curaría!, ¡ay, si estuviese con este Dios que Eliseo tiene, cómo se curaría!”. El rey se enteró y mandó a Naamán a ver al profeta. Y el profeta le dijo: «mira, vas a ir y te vas a bañar, y vas a saltar siete veces en el agua». Entra en Dios. ¡Entra! Deja que Dios te lave, deja que Dios te cure, que eso representa el agua. Deja que Dios te limpie. Deja tus intereses personales, deja tu amor propio, deja tus egoísmos. Déjalos. Entra en el amor de Dios, regala ese amor de Dios, experimenta en tu vida ese amor de Dios, y eso que experimentas en tu vida dalo, no lo guardes para ti.

Queridos hermanos: enfermos, pero con solución. Tenemos solución. La enfermedad se puede quitar. Sí, si nos dejamos invadir por nuestro Señor. Qué maravilla, porque es que la presencia de Dios en la vida, cura; la ausencia de Dios, mata.

Y, en tercer lugar, es precioso ver el Evangelio. Cuando los fariseos, los publicanos, están criticando a Jesús porque les está diciendo que no tienen fe, que no se acercan a Dios, que tienen un dios que no es el verdadero, que es un dios de palabras pero que no tiene obras, que no les lleva a hacer obras determinadas. Cuando les dice esto, ellos arremeten contra Jesús. Pero habéis visto cómo el Evangelio nos dice que Jesús pasó por en medio de ellos, se abrió paso y siguió diciendo lo que tenía que decir: que solo Dios cura. Y que Dios estaba cerca de ellos, que Dios estaba a su lado.

Queridos hermanos: mirad, es una maravilla esta tarde porque aquí, en Vallecas, en esta parroquia, Dios está, Dios se va a hacer presente aquí dentro de un momento, se abre paso, viene a este altar, viene junto a nosotros, viene a nuestro lado. Y al primero que empieza a decirle algo este Dios que se abre paso es al arzobispo. Le dice: «Carlos, a ver qué haces. Yo vengo a quitarte la lepra, déjame entrar en tu vida, déjame entrar en tu corazón». Pero os lo dice también a vosotros. A todos nos lo dice. Y, tendremos pocas cosas, pero cuando entra el Señor, lo poco que tenemos lo regalamos.

Yo fui obispo de Orense, después fue arzobispo de Oviedo, luego de Valencia, y ahora de aquí, en Madrid. En Orense había una frase en gallego, que era muy bonita: «Lo poco, en manos de Dios, es mucho». Queridos hermanos: cuando nos ponemos en manos de Dios, como esta tarde lo hacemos, es mucho. Podemos hacer muchas cosas. Esto es lo que vamos a hacer luego: vamos a bendecir un almacén. Y tendremos pocas cosas, pero puestas en manos de Dios es mucho. Podremos ayudar a muchos. Y este es el Jesús que nos cura, este es el Jesús que viene a nuestra vida, este es el Jesús en quien nosotros creemos, este es el Jesús que se va a hacer presente aquí, que se abre paso y entra en nuestro corazón y en nuestra vida. ¡Vamos a dejarle entrar!

Todos somos como Naamán: tenemos un poquito de lepra. Todos. Pero qué bonito... Vamos a pensar que hoy, para nosotros, la Santísima Virgen que nos presenta Jesús es esa mujer que le dice a Naamán: «mira, déjate lavar, coge a mi hijo». Es como si la Virgen nos tirase al Señor en nuestra vida, y nos dijese: «cogedle, que os cura». Vamos a cogerle esta tarde. Que así sea.

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